Humberto escribió:cazaor escribió:Básicamente, esto del CNP es una GRAN MENTIRA. Sólo que hay quien lo tiene más o menos asumido, y ahí radica la diferencia (bendita ignorancia que perdí hace ya tiempo)...
Saludos.
Hombre, dicho así, no se sabe muy bien a qué te refieres, ¿Acaso el CNP es una realidad virtual para ti?, ¿en qué se miente y por parte de quiénes? ‘
Mentira’, ésa es, sin duda, una palabra con una muy fea connotación pues quien la usa está dando a entender, al que lee, que alguien falsea deliberadamente la realidad, y si dices eso es, seguramente, porque además tendrás una verdad. Tú gran verdad. Según parece, te encuentras un poco dentro de la liga de los
avinagrados de que hablaba antes.
Nuestra querida y nunca bien entendida corporación, tiene muchas caras ocultas, aristas de doble filo, sí; hay muchas cosas que no funcionan como deberían, también; las cosas no salen como a uno le gusta, vale; las normas estatutarias y reglamentarias son tan cambiantes, por el que -parece- el capricho de la superioridad (como lo de oficial: con y sin traslado), que a unos estos cambios de las reglas nos han venido perjudicando mientras que a otros siempre parece haberlos beneficiado; la concesión de algunas de las medallas; el atajo de las agregaciones que acorta la espera del traslado por el CGM, etcétera. Pues sí, hay cosillas. Pero esas cosas, y aunque no sea consuelo el decirlo, siempre han sido así, desde antes de que tú y yo naciéramos, desde antes de que lo hiciesen nuestros padres incluso. Creo que desde los inicios, allá en los tiempos de Fernando VII, la cosa ya funcionaba de esta manera, y creo también que si éstas y otras muchas cosas, como la Constitución de Cádiz, hubiesen funcionado bien, con beneficio de todos y no sólo de unos pocos, probablemente es porque habríamos dejado de ser ya España: seríamos Alemania o Austria, o puede que Japón (bueno ahí igual me he pasado).
Pero no es
mentira. Nadie entra aquí engañado ni tiene que asumir tristes verdades después. Los hay que entran a engañar y los hay que se engañan ellos mismos, pero no hay ningún director
orwelliano en las alturas propalando dogmas, contando batallas de nuevos Santos Griales y llevándonos al huerto, atenuando nuestras insatisfacciones con falsas promesas: cada uno cree lo que quiere creer. En resumen, hay motivos para la decepción, pero no para considerarlo todo como una mentira gordiana.
Exactamente no puede uno saber en qué se sienten engañados los demás. Como digo, todo el mundo habla y se queja por sus insatisfacciones personales o metas no alcanzadas, quizá porque, en el fondo, albergaban la esperanza de no ser tocados por la mala suerte de lo que ya se sabía que pasaba (todo se sabe). Siempre se espera que sea otro, y no uno, al que manden a seguridad el primer día, o que sea nuestro nombre el que aparezca en la lista de seleccionados de tal unidad en primera convocatoria. Siempre espera uno un poco de buena suerte, entrar con buen pie. Pero no.
Alea jacta est.
No podemos saber por qué para ti es “una gran mentira” sino eres más explícito. Lo que sí es cierto, o por tal lo tengo, es que con los años, y ahí andaremos los dos, se apaga la llama luminosa del pequeño altar que todos erigimos sobre asuntos de los que aún no podemos tener la perspectiva adecuada (que no errónea). Pero ni tan lejos ni tan cerca: ni era todo mentira; ni todo es una verdad que asumir. Algo siempre queda donde hubo fuego, no todo se apaga. Como dijera antes: no todo es pasión en los matrimonios que pasan de la plata, pero tampoco todos son broncas y ofrecimeintos de espalda, y sí que puede caber la felicidad.
Desde luego a mí nunca me contaron cuentos acerca de cómo era esto. Nadie estaba en condiciones de conseguir
metérmela fácilmente, ni yo en disposición de creérmelas como un beato; tampoco, por otro parte, hubo quienes lo hicieran. De las batallitas que contamos -entre los que me incluyo- nada más hay que tratar de leer entre líneas: extraer el mensaje desproveyéndolo del ornato literario y, por ende, de lo exagerado. No me sentí engañado jamás de los jamases. Sufrí como todos, o como casi todos, arbitrariedades: a la hora de concedérseme un curso, a la hora de ser seleccionado para una unidad, a la hora de venirme para casa, etc. Decepciones. Enfados. Malos compañeros. Incumplimientos de mejoras profesionales, y de subidas salariales. Congelaciones (de sueldo y de pies). Achicharramientos y sofocos. De todo. Pero no hallé ni una sola mentira, tampoco una sola y única verdad. Si acaso muchas verdades personales y muchos peregrinos pareceres. Y tíos avinagrados porque su mal sino, mira por dónde, era el mismo y similar mal sino del común de los más de 40.000 abnegados guardianes de la ley, que estamos en el CNP (incluyendo a los parásitos que no hacen, ni mucho ni poco, su trabajo; lo endosan más bien. Vamos que “dan trabajo”).
La ley habla, por ejemplo de sueldo digno y de carrera policial y otras cosas, pero ya se sabe lo que pasa con las leyes: papel mojado. Incumplimientos. Ahora que tuve muy claro lo que en realidad había, si bien es cierto que tenía la esperanza de que algo cambiase, sabía dónde me metía por olfato y porque me sabía bien las lecciones de La Historia: la historia de los pueblos descreídos siempre se repite y el final, en España, sin ser malo del todo, casi nunca es bueno.
Un saludo