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Buenas noches, buen caballeroFrente a él, la barra estaba húmeda; sir Charles Hanover Gresham apoyó cuidadosamente sus antebrazos en la orilla realzada del mostrador y sostuvo su ejemplar de Actuación por encima de los charcos de licor, para leerlo. Sus antebrazos, no sus codos; cuando usted tiene nada más un traje, que está diluyéndose, recuerda que no debe apoyar los codos en una barra o en una mesa. Igual que, cuando se sienta, uno levanta las piernas de los pantalones unos centímetros, para evitar que se formen bolsas en las rodillas. Cuando usted es actor, recuerda esas cosas. Aun cuando usted sea uno que no fue nunca nadie en realidad y que, con seguridad, nunca será nadie, que vive, con penalidades, de la extorsión, bebiendo cerveza en una taberna del Bowery, abatido y desdichado, a las dos de la tarde de una fría tarde de otoño, recuerda hacerlo.
Pero uno siempre lee Actuación.
Él estaba leyéndolo. «Jugador que Patrocina a un Autor», decía una nota; leyó eso aún con indiferencia. Después, llegó a un nombre en el segundo párrafo, el del autor. Una de sus cejas se levantó un milímetro completo al leer ese nombre. Wayne Campbell, su protector, había escrito otra obra. La primera en tres años completos. Eso no importaba a Wayne, pues la última que escribió y la penúltima, las vendió a Hollywood en sumas muy sustanciales. Con nuevas obras o sin ellas, Wayne Campbell seguiría comiendo caviar y bebiendo champaña. Y con nuevas obras o sin ellas, él, sir Charles Hanover Gresham seguiría comiendo emparedados de hamburguesa y bebiendo cerveza. Era lo único de lo cual estaba avergonzado... no de las hamburguesas y la cerveza, sino de los medios por los cuales se veía forzado a obtenerlos, chantaje es una palabra desagradable; la odiaba.
Pero ahora, posiblemente...
Aun esa posibilidad era digna de celebrarse. Miró frente a él, hacia la barra; allí había quince centavos. Sacó el último billete de un dólar de su bolsillo y lo puso en el único lugar seco del mostrador.
- ¡Mac! - llamó.
Mac, el cantinero, que habla estado mirando al espacio a través de la pared, se acercó. Preguntó:
- ¿Lo mismo, Charlie?
- Lo mismo no, Mac. Esta vez será el fluido ambarino.
- ¿Quieres decir, whisky?
- Sí, eso quiero decir. Uno para ti y uno para mí. Ah, con licor mi vida decadente provea...
Mac sirvió, dos copas y volvió a llenar de cerveza el vaso de sir Charles.
- La cerveza es por cuenta mía.
Marcó cincuenta centavos en la registradora.
Sir Charles levantó su copa de whisky y miró más allá de ella, no a Mac, el cantinero, sino su imagen reflejada en el espejo manchado de atrás del bar. Un caballero de aspecto distinguido le devolvió la mirada. Se sonrieron uno al otro; después, ambos miraron a Mac, uno de ellos desde el frente y el otro desde atrás.
- Por tu muy excelente salud, Mac - brindaron... sir Charles en voz alta y su imagen silenciosamente.
Mac lo miró y observó:
- Eres un tipo raro, Charlie, pero me agradas. Algunas veces pienso que en realidad eres un caballero. No lo sé.
- Quizá un cabello separa lo falso de lo verdadero - citó sir Charles -. ¿Por casualidad conoces a Omar, Mac?
- ¿Cuál Omar?
- El fabricante de tiendas del desierto. Un gran viejo, Mac; me abate. Escucha esto:
Después de un momentáneo silencio,
Habló alguna vasija de más torpe hechura:
Se burlan de mí por estar torcida:
¡Qué!, ¿tembló entonces la mano del alfarero?
- No lo entiendo - dijo Mac.
Sir Charles suspiró.
- ¿Estoy torcido, Mac? En serio, voy a hablar por teléfono y quizá haré una cita importante. ¿Tengo buen aspecto o estoy torcido? Oh, Dios, Mac, pienso en lo que me convertiría eso. En jamón sobre centeno.
- ¿Quieres decir que quieres un emparedado?
Sir Charles sonrió amablemente.
- Cambié de idea, Mac; después de todo, no tengo hambre. Pero tal vez el tesoro podrá pagar otro trago.
El tesoro permitió el gasto. Mac fue hacia otro parroquiano.
La bruma estaba descendiendo, la suave bruma. La figura del espejo le sonrió, como si tuviera un secreto en común. Y lo tenían, pero el alcohol empezaba a ayudarlos a olvidarlo... cuando menos, a rechazarlo hacia un rincón de la mente. Ahora, a través de la suave bruma que no era realmente borrachera, aquella figura del espejo no dijo: «Eres un fraude y un fracasado, sir Charles y vives de la extorsión», como había dicho con tanta frecuencia y en forma tan acusadora. No, en lugar de eso, dijo: «Eres un tipo magnífico, sir Charles; un poco carente de suerte durante estos últimos años, no digamos cuántos. Las cosas cambiarán. Cambiarás en las tablas; tendrás al público en la palma de tu mano. Eres un actor, hombre».
Bebió su segunda copa, brindando por eso y luego, mientras bebía su cerveza lentamente, leyó otra vez el artículo de Actuación, la Biblia del actor. «Jugador que Patrocina a un Autor»
No había muchos detalles, pero era suficiente. El nombre del melodrama era: «El Crimen Perfecto», lo cual no importaba; el del autor era Wayne Campbell, lo cual sí importaba. Wayne podría tratar de ponerlo en el reparto; Wayne lo intentaría. Y no por la amenaza de extorsión; al contrario.
Y aunque esto tampoco importaba, la obra sería patrocinada por Nick Corianos. Tal vez, pensándolo bien, sí importaba. Nick Corianos era un hombre determinado, un tipo. «El Crimen Perfecto» no carecería de fondos, si lo financiaba Nick. Usted ha oído hablar de Nick Corianos. La leyenda decía que una vez había perdido medio millón de dólares en una sola sesión de póquer de cuarenta y ocho horas y rió de eso. Las leyendas dicen también muchas cosas desagradables de él, pero la policía nunca las ha probado.
Sir Charles sonrió ante el pensamiento... Nick Corianos saldría impune de «El Crimen Perfecto». Se preguntó si Corianos habría pensado eso, si era parte de sus razones para patrocinar esa obra particularmente. Pensar esas cosas era uno de los pequeños placeres de la vida. Posar, fingir, saber que uno es ridículo, que es un fraude y un fracasado, así vive uno de los pequeños placeres... y los grandes sueños.
Todavía con una leve sonrisa, tomó su cambio y fue hasta la pequeña caseta que estaba al frente de la taberna, cerca de la puerta. Marcó el número de Wayne Campbell.
- ¿Wayne? Habla Charles Gresham.
- ¿Sí?
- ¿Puedo verte en tu oficina?
- Escucha, Gresham, si es para pedirme más dinero, no. Recibirás algo dentro de tres días y conviniste definitivamente que si te daba esa cantidad con regularidad, no...
- Wayne, no es para pedirte dinero. Por el contrario, mi querido muchacho. Puedo ahorrarte dinero.
- ¿Cómo?
Pareció frío, suspicaz.
- Harás el reparto de tu nueva obra. Oh, ya sé que tú no haces personalmente el reparto, pero una palabra tuya... una palabra tuya, Wayne, me proporcionaría un papel. Aunque sea un papel sin parlamentos, Wayne, cualquier cosa y no te molestaré otra vez.
- ¿Quieres decir, mientras la obra esté en escena?
Sir Charles se aclaró la garganta. Dijo con tristeza:
- Por supuesto, mientras la obra esté en escena. Pero si es una obra tuya, Wayne, puede estar en escena mucho tiempo.
- Te embriagarás y te echarán antes que terminen los ensayos.
- No. Cuando estoy trabajando no bebo, Wayne. ¿Qué tienes que perder? No te haré quedar mal. Tú sabes que puedo actuar, ¿no?
- Sí - fue dicho de mala gana, pero fue un sí -. Muy bien... tienes razón, si eso me ahorra dinero. Y es un reparto de catorce personajes; supongo que podría...
- Iré ahora mismo, Wayne. Y gracias, muchas gracias.
Abandonó el gabinete y salió rápidamente al aire fresco de la calle, antes de sentirse tentado de tomar otra copa, en celebración del hecho de que pisaría otra vez las tablas. Podría pisarlas, se corrigió al instante. Aun con la ayuda de Wayne Campbell, no era seguro.
Se estremeció un poco, mientras caminaba hacia el subterráneo. Tendría que comprarse un abrigo con sus próximos... ingresos. Empezaba a hacer frío; tembló más, mientras caminaba del subterráneo a la oficina de Wayne. Pero la oficina de Wayne estaba caliente, aunque Wayne no. El autor lo miró fríamente.
Por último observó:
- No tienes el tipo para el papel, Gresham. Maldita sea, no tienes el tipo. Y eso es extraño.
- No sé por qué es extraño, Wayne - replicó sir Charles -. Pero no tener el tipo no significa nada. Existen cosas tales como los afeites, la actuación. Un verdadero actor puede dar el tipo de cualquier papel.
Sorprendentemente, Wayne estaba riendo, divertido.
- No sabes que es gracioso, Gresham, pero lo es - dijo -. Tengo dos posibilidades para ti. Una de ellas es casi nada más una pasada; tiene tres parlamentos cortos. La otra...
- ¿Sí?
- Es gracioso, Gresham. Hay un extorsionador en mi obra. Y maldita sea, tú también lo eres; ya has estado viviendo de mí por cinco años.
- En forma muy razonable, Wayne - observó sir Charles -. Debes admitir que mis demandas son modestas y que nunca las he aumentado.
- Eres un modelo de chantajistas, Gresham. Te aseguro que es un placer... prácticamente. Pero el colmo del humor sería dejarte que interpretaras el extorsionador de mi obra, para que, durante la duración de ella en escena, no tuviera que pagarte. Y es un papel bastante fuerte; ganarías mucho más con él de lo que me pides. Pero...
- ¿Pero qué?
- Que me cuelguen si lo pareces. Creo que no serías convincente como chantajista. Siempre te muestras tan apesadumbrado y avergonzado de hacerlo... y sí, yo sé que no lo harías si pudieras ganar para comer (y beber) en alguna otra forma. Pero el extorsionador de mi obra es un criminal bastante endurecido. Tiene que serlo. El público no creería en nadie como tú, Gresham.
- Dame una oportunidad, Wayne. Déjame leer el papel.
- Creo que será mejor que aceptes el más pequeño. Dijiste que aceptarías un papel sin parlamentos y éste es un poco más que eso. No serías convincente en el papel grande. No eres tan grande, Gresham.
- Déjame leerlo. Cuando menos, déjame leerlo.
Wayne Campbell se encogió de hombros. Señaló un manuscrito encuadernado que estaba en una esquina de su escritorio, más cerca de sir Charles que de él.
- Muy bien, el personaje es Richter - aceptó -. Tu escena más grande, tu parlamento más largo y dramático, está a alrededor de dos páginas antes del telón del primer acto. Léelo.
Los dedos de sir Charles temblaron un poco por la ansiedad, cuando halló el telón del primer acto y hojeó hacia atrás.
- Primero, déjame leerlo para mí, Wayne, para comprender el sentido - dijo.
Era un parlamento prolongado, pero lo leyó rápidamente dos veces y lo aprendió; siempre había podido memorizar con facilidad. Dejó a un lado el original y pensó un instante, para adoptar la disposición.
Su cara se hizo fría y dura, sus ojos se encapotaron. Se levantó, apoyó las manos en el escritorio, fijó la mirada en los ojos de Wayne y vertió el parlamento con voz fría, precisa y letal.
Y fue un bálsamo para el alma del actor que los ojos de Wayne se desorbitaran al oírlo.
- Que me cuelguen - exclamó -. Puedes actuar. Muy bien, trataré de conseguirte el papel. No creí que tuvieras lo necesario, pero lo tienes. Únicamente que si me traicionas, embriagándote...
- No te traicionaré.
Sir Charles se sentó. Había estado frío y sereno durante su actuación. Ahora estaba temblando un poco otra vez y no quería que se notara. Wayne podría pensar que era el alcohol o la mala salud, sin saber que era la ansiedad y la emoción. Eso podía ser el principio del retorno que esperaba... no quiso pensar en cuánto tiempo había estado esperando. Pero un buen papel coestelar, en una obra de Wayne Campbell, podría durar mucho tiempo en escena Y estaría en su camino. Los productores lo notarían, lograría otro papel un poco mejor cuando la obra saliera de escena y otro mejor después de ése.
Sabía que estaba engañándose, pero sentía la emoción, la esperanza. Subió a la cabeza como la bebida más fuerte que se sirviera en cualquier taberna.
Quizá hasta podría actuar nuevamente en un festival de Shakespeare, que todo el tiempo los organizaban. Sabía la mayor parte de los papeles de las obras de Shakespeare, aunque sólo había interpretado los personajes menores, Macbeth, ese gran parlamento...
- Quisiera que fueras Shakespeare, Wayne. Quisiera que estuvieras escribiendo Macbeth. Hay cosas hermosas allí, Wayne. Escucha:
Mañana y mañana y mañana,
Se arrastra a paso despreciable día con día,
Hasta la última sílaba del tiempo recordado;
Y todos nuestros ayeres han iluminado a los necios
Por la senda polvosa de la muerte. Apágate, apágate...
- Débil vela, etcétera. Seguro, es bello y yo también desearía ser Shakespeare, Gresham. Pero no tengo todo el día para escucharte.
Sir Charles suspiró y se levantó. Macbeth le había devuelto la firmeza; ya no estaba temblando.
- Nadie tiene nunca tiempo para escuchar - dijo -. Bueno. Wayne, infinitas gracias.
- Un momento. Hablas como si yo estuviera haciendo el reparto y ya te hubiera contratado. Yo únicamente soy el primer obstáculo. Dejaremos que el director haga el reparto, con la supervisión y el consentimiento de Corianos y mío, pero no hemos contratado todavía un director. Creo que será Dixon, pero aún no es muy seguro.
- ¿Debo hablar con él? Lo conozco ligeramente.
- Hmmm. No, hasta que no sea algo definitivo, Si te envío a hablar con él, estará seguro de que vamos a contratarlo y pedirá más dinero. De cualquier modo, cuesta bastante conseguirlo. Pero puedes hablar con Nick; él es quien invertirá el dinero y tiene voz en el reparto.
- Seguro, lo haré, Wayne.
Wayne sacó su cartera.
- Aquí tienes veinte dólares dijo -. Arréglate un poco; aféitate, córtate el pelo y ponte una camisa limpia. Tu traje está bien. Quizá debías hacerlo planchar. Y escucha...
- ¿Sí?
- Esos veinte no son un regalo. Los reduciré la próxima vez.
- Es más que justo. ¿Cómo debo tratar a Corianos? ¿Debo venderle la idea de que puedo interpretar el papel como hice contigo?
Wayne Campbell sonrió.
- Di el parlamento, te suplico, tal como lo has proferido ante mí, con lengua ágil; pero si vociferas, como lo hacen tantos actores, preferiría que el pregonero de la ciudad dijera mis líneas. Tampoco manotees... yo también puedo citar a Shakespeare.
- No juzgaremos cómo - sir Charles sonrió -. Un millón de gracias, Wayne, Adiós.
Se cortó el cabello, lo cual necesitaba y se hizo afeitar, lo cual no necesitaba realmente... se había afeitado esa mañana. Compró una nueva camisa blanca, hizo lustrar sus zapatos y planchar su traje. Elevó su alma con tres Manhattans en un bar respetable... tres, bebidos poco a poco y no más. Y comió... las tres cerezas de los Manhattans.
El espejo del bar no estaba manchado. Sin embargo, era de un cristal azul, que lo hacía parecer siniestro. Obsequió una sonrisa siniestra a su imagen reflejada. Pensó: Extorsionador. El papel; interprétalo con intensidad, arrójate a él. Y algún día, interpretarás Macbeth.
¿Debía ensayar con el cantinero? No. Ya lo había hecho anteriormente.
Su imagen azul reflejada en el espejo le sonrió. Miró en el espejo hacia la calle y también la calle tenía un leve color azul, por el crepúsculo. Y eso significaba que era hora. Corianos ya debía estar en su oficina, arriba de su club.
Salió al crepúsculo azul. Tomó un taxi. No lo hizo por razones prácticas; estaba a sólo diez cuadras y fácilmente podía haber ido caminando. Pero un taxi tenía una importancia sicológica. Era tan importante como dar una buena propina al chofer.
El Flamenco Azul, el club de Nick Corianos, se encontraba cerrado todavía, pero la entrada de servicio se hallaba abierta. Sir Charles entró. Un mesero estaba trabajando, poniendo los manteles en las mesas. Sir Charles preguntó:
- ¿Quiere darme instrucciones para llegar a la oficina del señor Corianos, por favor?
- Tercer piso. Allí hay un elevador automático - señaló y al ver otra vez a Sir Charles, añadió -: Señor.
- Gracias - replicó sir Charles.
Tomó el elevador hasta el tercer piso. Salió de él en un corredor iluminado débilmente, al cual se abrían varias puertas. Sólo una de ellas tenía una luz detrás, que salía a través del cristal esmerilado. Tenía el letrero: «Privado» Llamó a ella con suavidad; una voz contestó:
- Adelante.
Entró. Dos grandulones estaban jugando a los naipes ante un escritorio. Uno de ellos preguntó:
- ¿Sí?
- ¿Alguno de ustedes es el señor Corianos?
- ¿Para qué lo quiere ver?
- Mi tarjeta, señor - sir Charles la entregó al que había hablado; se sintió seguro, al mirarlos, de que ninguno de ellos era Nick Corianos -. ¿Quiere decir al señor Corianos que deseo hablar con él respecto a la obra que patrocina?
El hombre que habló primero miró la tarjeta.
- Muy bien - replicó y dejó sobre el escritorio su mano de cartas; caminó hasta la puerta de otra oficina interior y entró por ella. Después de un momento, reapareció en la puerta y repitió -: Muy bien.
Sir Charles entró.
Nick Corianos levantó la mirada de la tarjeta que estaba ante él, sobre el ornado escritorio de caoba.
- ¿Es una broma? - preguntó.
- ¿A qué se refiere?
- Siéntese. ¿Es una broma o es usted realmente sir Charles Hanover Gresham? Quiero decir, si usted es en realidad un... eso sería un caballero, ¿no? ¿Es usted realmente un caballero?
Sir Charles sonrió.
- Nunca he admitido todavía en tantas palabras que no lo soy. ¿No sería una necedad empezar a hacerlo ahora? De cualquier modo, eso me permite ver a la gente con mucha mayor facilidad.
Nick Corianos rió.
- Comprendo lo que quiere decir - dijo -. Y empiezo a adivinar qué desea. Es usted un cómico, ¿verdad?
- Soy un actor: Me han informado que usted patrocinará una obra; de hecho, he visto el libreto de ella. Estoy interesado en interpretar el papel de Richter.
Nick Corianos frunció el ceño.
- Richter..., ¿ése es el nombre del extorsionador de la obra?
- Ése es - sir Charles levantó una mano -. Por favor, no me diga todavía que no parezco el tipo. Un verdadero actor puede parecer y puede ser cualquier cosa. Yo puedo ser un chantajista.
- Posiblemente - concedió Nick Corianos -. Pero yo no estoy encargándome del reparto.
Sir Charles sonrió y luego dejó que su sonrisa se borrara. Se levantó y se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el escritorio de caoba de Nick. Sonrió otra vez, pero la sonrisa fue diferente. Su voz fue fría, precisa, perfecta. Dijo:
- Escucha, compañero, no puedes hacerme a un lado. Sé demasiado. Tal vez no pueda probarlo yo mismo, pero la policía puede hacerlo, después que les diga dónde deben buscar. Walter Donovan, ¿significa algo ese nombre para ti, compañero? ¿O la fecha del primero de septiembre? ¿O un lugar situado a cien metros de la carretera a Bridgeport, a la mitad del camino entre Stanford y allí? ¿Crees que puedes...?
- Es suficiente - lo interrumpió Nick.
Tenía una horrible automática negra en la mano derecha. Estaba oprimiendo con la izquierda un botón que había en su escritorio.
Sir Charles Hanover Gresham miró fijamente la pistola y vio no sólo la automática, sino todo. Vio la muerte y, por un segundo, sintió pánico.
Y después, todo el pánico desapareció y lo que quedó fue un asombro inmenso.
Había sido perfecto, en toda la línea. El Crimen Perfecto... anunciado como tal, y no pudo adivinarlo. Ni siquiera lo sospechó.
Y sin embargo, pensó, ¿por qué no...? ¿Por qué no debía estar cansado Wayne Campbell de un extorsionador que lo había sangrado, aunque fuera levemente, por tantos años? ¿Y por qué no podía tener la habilidad para proyectar todo así uno de los autores teatrales mejores del mundo?
Tan hábil y sin embargo, tan sencillo; Wayne descubrió la información contra Nick Corianos y la escribió en una página especial, que insertó en su hoja del guión. Di el parlamento, te suplico...
Y hasta sabía que él; Charles, no lo delataría. Aun entonces, antes que fuera oprimido el gatillo, podía decir: «Wayne Campbell también lo sabe. ¡Él lo hizo, no yo!»
Pero aun eso no lo podía salvar, pues la automática negra había convertido la ficción en realidad y aunque pudiera lograr la muerte de Campbell, junto con la suya, eso no salvaría su vida. Wayne lo conocía bastante bien para saber, para estar seguro, de que no lo haría... sin ningún beneficio para él.
Se irguió, levantando las manos del escritorio, pero manteniéndolas cuidadosamente a sus costados, mientras los dos grandulones entraban por la amplia puerta que conducía a la oficina exterior.
- Pete - ordenó Nick -, saca la bolsa de lona del correo que está en el cajón. ¿Y está el automóvil frente a la puerta de servicio?
- Seguro, jefe.
Uno de los hombres volvió a salir.
Nick no había apartado la mirada, ni el frío cañón de la pistola, de sir Charles.
- ¿Puedo pedir una gracia? - preguntó sir Charles.
- ¿Qué?
- Un favor. Además del que ya intenta hacerme. Pido treinta y cinco segundos.
- ¿Eh?
- Lo tengo medido; me tomará ese tiempo. La mayor parte de los actores lo hacen en treinta... aceleran el ritmo. Me refiero, a las líneas inmortales de Macbeth. ¿Me concede el permiso de morir dentro de treinta y cinco segundos, en lugar de hacerlo en este instante preciso?
Los ojos de Nick se entrecerraron aún más.
- No comprendo - replicó -, pero, ¿qué son treinta y cinco segundos, si mantiene las manos a la vista?
- Mañana y mañana y mañana... - empezó sir Charles.
Uno de los grandulones había regresado, con algo de lona enrollado debajo de su brazo.
- ¿Está chiflado el tipo? - preguntó.
- Cállate - ordenó Nick.
Y después, nadie lo iba a interrumpir. Nadie estaba ni siquiera impaciente. Y treinta y cinco segundos era tiempo suficiente.
- ¡... Apágate, apágate, débil vela!
La vida es sólo una sombra ambulante,
un mal actor
Que se ensoberbece y se enfada en
su hora en el tablado
Y luego no se oye más de él; es un cuento
Contado por un idiota, lleno de sonido y de furia,
Que no significa nada.
Hizo una pausa y la pausa silenciosa se prolongó. Se inclinó levemente y se irguió, para que el público supiera que no había más. Y entonces, el dedo de Nick oprimió el gatillo.
El aplauso fue ensordecedor.