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Y no me extraña que se ría de la justicia viendo el reciente papelón protagonizado tanto por un gobierno como por una judicatura/fiscalía, totalmente plegadas al ejecutivo, de cuando la «negociación trampa», y baste repasar su «huelga de hambre» de pan Bimbo, con derecho a «vis a vis» con su novia para que le restregara la espalda en la ducha. Que alegaron razones «humanitarias» para que este señor fuera a su casa, cerca de una viuda (estado civil por él concedido). En ese juego no entro yo. Se reirá de quienes se lo sigan, y hará bien, pero de mí al menos no se ríe. Si un feto humano es un «ser vivo» y un enfermo terminal es un «vegetal», yo creo que este señor es una bestia sin resquicio de humanidad y, por tanto, también -y usando el eufemismo a al uso- se le puede «interrumpir».
En el ruedo legislativo se habla y se centra todo el debate en la reinserción del condenado, de forma muy garantista además, sin embargo no se admite la posibilidad de que ésta no quepa por la personalidad del asesino, como este individuo que pide champán francés para festejar un atentado sangriento, o en otros como los violadores que por su naturaleza se sabe que jamás se curan; y que, peor aún, se olvidó por completo del resarcimiento de las víctimas, que tienen dos pesares, uno, ante el crimen y, otro, ante la pena. ¡De pena! –Válgame la redundancia-.
«Muerto el perro se acabó la rabia». Dicen. Hay quienes, no señalo a nadie, basándose en el conocido «no matarás» (que en el original hebreo dice más bien «no asesinarás» o «no matarás inocentes») aseguran que el Estado no puede castigar un asesinato con otro. Pero confundir el crimen con su castigo trae consecuencias inesperadas. Si igualamos la pena de muerte con el asesinato a cargo del Estado, deberemos abolir también las penas de cárcel (que equivaldrían a un secuestro), y las multas (que vendrían a serlo mismo que un robo). Válgame la demagogia.
No soy partidario de la pena de muerte, está bien abolida, pero tampoco de que la justicia sea irrisoria con sus posibles beneficiarios, hasta el punto de que propicie este tipo de sainetes con extradiciones como incierto final a una excarcelación que nunca debió concederse.