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La obsesión del policía que mató a «El Coletas»El agente detenido por matar a su socio en el bar de ambos, en Madrid, le hacía regalos y hasta vendió su coche para pagar el negocio. Pero niega que lo amara
Jueves, 14 de agosto. Son las ocho de la tarde y la actividad en el bar Villa Rosa, en el madrileño barrio de Hortaleza, es desacostumbradamente nula. El teléfono móvil de Iván Martínez León, de 21 años y vecino de la zona de toda la vida, apodado «El Coletas», no da respuesta desde hace cuatro horas. Una amiga, búlgara, cajera de un supermercado Simply y que sabe que últimamente no van bien las cosas entre el camarero y su socio, el policía nacional Cristian Carrasco Martín, de 26 años, se preocupa. La joven tiene relación con los dos y cuando escudriña en la entreabierta tela metálica percibe que el interior está algo revuelto. Hay manchas de sangre. Y los pies de Iván, tirado en el suelo, terminan de confirmar su peor presagio.
Era el epílogo a apenas un mes de entente empresarial entre Iván y Cristian. Su amistad venía de bastante antes, cuando se conocieron en las calles del mismo barrio donde la muerte terminó por truncarles, de manera bien distinta, sus destinos. «El Coletas», hijo de Fernando, un policía municipal del turno de noche del mismo distrito, salía con Gabriela. Era una de las parejas más guapas del barrio. Sus amigos lo decían. Los investigadores de la Policía Nacional creen que Cristian sentía por Iván algo más que amistad. Algo que le cegó hasta llevarle a descerrajarle dos tiros en el vientre.
Un sentimiento que, semanas antes, le instó a vender su coche a un rumano para pagar el traspaso del Villa Rosa. Era el regalo más importante que le hacía a Iván, pero, según declararon algunos allegados de la víctima a los agentes del Grupo VI de Homicidios de Madrid, no era el único. «Estaba encaprichado con él», indicaron.
En definitiva, Cristian pagó el negocio, puso el bar para que «El Coletas» lo trabajara (el reglamento de los funcionarios públicos impide que desempeñen otro oficio, salvo en algunos casos como socios capitalistas, tal que este caso) y así, debió de pensar, sus vidas estarían más ligadas aún.
Pero Iván se cansó pronto de ser el único que arrimaba el hombro detrás de la barra. Así se lo hizo saber a sus «colegas», con los que frecuentaba el pub Dr. Livingston, en la carretera de Canillas. Los mismos amigos que afirmaban que Cristian, en su obsesión, se había llegado a marcar en un brazo con una navaja las iniciales «CH» («Coletas Hermano»), a modo de pacto de sangre.
El hartazgo de la víctima llegó a su culmen apenas unos días antes de que le arrebataran la vida de manera tan atroz. Algunos testigos asegura que vieron cómo Cristian se le echaba encima a Iván, para darle un beso en la boca, pero el veinteañero le rechazó con un empujón.
«Le ha pegado dos tiros»
Por eso, cuando aquel fatídico jueves comenzó a correr como la pólvora que Iván había muerto, quienes le conocían añadían a renglón seguido: «Ha sido Cristian, el poli loco. Le ha pegado dos tiros». Fernando, el padre del chaval, tampoco lo dudó un momento. La autopsia reveló que antes de descargar las dos balas sobre el abdomen del joven, le acuchilló. Utilizó su pistola reglamentaria, indicaron a este periódico fuentes de la investigación, tras el análisis de balística de la Comisaría General de Policía Científica.
Cristian llegó en taxi a la zona, se bajó a unos 300 metros del Villa Rosa y entró en una estación de servicio a comprar tabaco. Portaba una riñonera, con el arma y la documentación. El camarero le explicó que estaba harto de ser el único que trabajaba en el local y Cristian le replicó que era «un desagradecido». «Con todas las cosas que he hecho por ti y lo bien que me he portado», le reprochó. Lo acuchilló y le pegó los dos tiros. Salió corriendo, subió en su coche, que aún no había transferido al rumano, y puso tierra de por medio. Eran las cuatro de la tarde. «Escuché los disparos a esa hora», explicaba una vecina de la calle de Mota del Cuervo, junto a la zona comercial donde se produjo el crimen.
La Policía acudió a la vivienda de Cristian, en el mismo barrio. Ni rastro de él. Pronto, se difundieron las características del sospechoso, vía teléfono móvil, evitando así utilizar la malla policial, por si el presunto homicida, al ser miembro del Cuerpo, tenía acceso a la emisora: «Se busca con orden de detención a Cristian Carrasco Martín. [con fecha de nacimiento] 12-3-88. 1,75 metros. Pelo moreno y corto. 60 kilos aproximadamente. Complexión delgada, demacrado, dientes (paletos) ligeramente separados, componente de CNP. Vehículo: turismo Seat Córdoba, matrícula BZV. Precaución».
El presunto homicida se había olvidado su riñonera, con la documentación, en el Villa Rosa. Los investigadores también sabían que se dirigía a su Salamanca natal, donde reside su familia, incluido su padre, inspector del CNP. Allí, se hospedó en una residencia de estudiantes (no están obligadas a requerir documentación a sus clientes), donde fue detenido el sábado, a las tres de la tarde, aún con el arma en su poder, cargada y listo para huir a Portugal. Confesó el crimen, pero negó su amor a Iván.
http://www.abc.es/espana/20140824/abci- ... 32156.html