De patrulla en el país más peligrosoEl policía Raúl Estévez, destinado en la Comisaría Provincial de Santa Cruz de Tenerife, estuvo cuatro meses en Kabul, la capital de Afganistán. Sufrió una decena de ataques con mortero
Antonio Herrero 21.04.2018 | 22:14
El agente de la Policía Nacional Raúl Estévez Antoni, de 41 años, nunca olvidará su participación en la misión internacional que le llevó desde Tenerife hasta la embajada española de Kabul, capital del que es considerado el país más peligroso del planeta: Afganistán.
Su periplo comenzó en septiembre de 2017, cuando recibió una llamada en la que se le comunicaba que había sido seleccionado para prestar servicio en la legación diplomática española en el país asiático y donde permanecería hasta finales de enero del presente año.
Raúl Estévez está acostumbrado a viajar entre las diferentes capitales de provincia española. No en vano lleva doce años en la Policía y uno de sus destinos ha sido en las Unidades de Intervención Policial (UIP), concretamente en la III con destino en Valencia y en la X de Santa Cruz de Tenerife. Pero nunca se había encontrado con condiciones de vida tan duras como en Afganistán.
Este agente, actualmente destinado en el servicio de protección de la Comisaría Provincial de Santa Cruz de Tenerife, gaditano de nacimiento, criado en Valencia y chicharrero de adopción, cogió un avión y, tras una escala en Estambul (Turquía), se plantó en tierras afganas. Su misión junto con el resto de compañeros, alguno miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO): dar seguridad estática a la embajada española, así como a su personal.
"Ya de entrada trasladarte a 8.000 kilómetros de tu casa supone un cambio de vida radical. Nuestra Cancillería, que sufrió el ataque de los talibanes el 11 de diciembre de 2015, en el que murieron los agentes Isidro Gabino y el subinspector Jorge García, obligó a la construcción de un nuevo complejo. El control del personal afgano que allí trabaja es una de las tareas que teníamos encomendada", relató Estévez Antoni, quien añadió: "Nuestro horario comenzaba a las 05:30 horas de la mañana, coincidiendo con el primer rezo de los musulmanes. La llamada a la oración por parte de los imanes a través de la megafonía de las mezquitas nos servía como despertador. Nos equipábamos con el chaleco antibalas y fragmentación, el fusil H K-36 y la pistola y luego comenzaba el relevo y el control del personal laboral nativo, al tiempo que se daba protección a los funcionarios españoles, entre ellos al embajador, Emilio Pérez de Ágreda, la canciller, la secretaria del éste último y el encargado de las compras y el dinero".
La pesada rutina
Tal vez lo más difícil de llevar tanto para Raúl Estévez como para el resto de sus compañeros era la rutina y no poder salir de la sede diplomática, salvo para el servicio. "Todos los jueves había partida de pócker, te daban 5.000 fichas y podías ganar hasta 200 euros", sentenció. Para las comidas había que ir a la cercana base americana, situada a unos 300 metros de la embajada española. Sin embargo, una vez dentro el comedor quedaba casi a dos kilómetros del recinto principal.
"Yo hacía casi todos los días del orden de 10 kilómetros. Cuando no tenía servicio, cosa rara, pasaba casi todo el día dentro de la base americana. Me llamó poderosamente la atención desde el mismo momento de mi llegada, la presencia de un enorme zeppelin que los americanos habían situado a una determinada altura y que con sus cámaras controlaban toda la ciudad", contó el agente español, para agregar "lo que más miedo me daba eran los ataques con mortero. Durante los cuatro meses sufrimos al menos una decena de estos. Impresionaba como el altavoz de la base de los americanos alertaba una vez se escuchaba el lanzamiento del artefacto in coming, todo ello con el fin de que corriésemos a buscar refugio. Solo había 20 segundos entre el lanzamiento y posterior impacto. Recuerdo especialmente dos atentados brutales. El primero el 20 de septiembre de 2017 contra una mezquita de confesión chii y que provocó 5 muertos y 19 heridos y la del 28 de diciembre del mismo año, contra un centro cultural y que ocasionó 40 muertos y 30 heridos".
Raúl Estévez tiene un grato recuerdo de los afganos. "Son gente muy humilde y de trato excepcional. Toda la ropa que no pude traerme para España se la regalé al personal que allí trabajaba. Además, la relación con el personal militar de otros países fue bastante cordial y en ocasiones, de completa camaradería. Enseguida hice piña con italianos, rumanos y portugueses".
"La sensación de libertad que vivimos en nuestro país es lo que más echaba de menos. Tengo una niña de 10 años y el no verla se me hacía muy cuesta arriba", finalizó Estévez Antoni.
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