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Hola, agrio debate tenemos.
Tengo más que serias dudas de la veracidad de esa carta que, de tanto circular por las redes, hasta ha llegado a mi teléfono ayer mismo, o anteayer, no sé ahora, que ya es el colmo, en forma de fotografía pretendidamente publicada en el diario Ya. No trago. Hasta me atrevo a decir que está escrita originalmente en español y no en inglés. Si algo caracteriza a los canadienses es que son demasiado educados como para contestar con tanta sorna y tirar con tanta posta de colegial, y no me creo que un ministro de tal país, se las gaste así con una conciudadana. Por menos de eso les piden dimisión y les cuesta el cargo. Y las elecciones. Y lo que es peor: que se le levanten, uno tras otro, todos los lobbies propios y de naciones adyacentes y le hagan a su partido una campaña de demolición desaforada y brutal. Una carta así, estoy convencido, sería más propia de nosotros, los españoles. Ya saben, somos herederos de Quevedo o Góngora. O de Cela. Tenemos la mala leche y la mala baba en nuestros genes y estudiamos durante toda la vida para perfeccionarla.
Cuando se tienen por mandato unas responsabilidades es de esperar que otros, que no las tienen, las pidan o hagan observaciones de cómo se llevan a efecto. En cómo las damos y en cómo las piden está el tema. Hay veces en que los ciudadanos te tocan la moral. Está uno a lo suyo, hace lo que puede con los medios de que dispone en cada servicio que se te presenta y de repente, zas, un día una señora descontenta con vete a saber qué, que le has aparcado el vehículo policial delante del portal y al taponárselo no ha podido sacar el carrito para ir al súper, por ejemplo, y ni corta ni perezosa escribe una extensa carta de queja al Director General en la que como coletilla, y a modo de despedida y cierre, lees que espeta: «y seguro que lo hicieron para tomar café». Y claro, a uno cuando es requerido para que se pronuncie en minuta ante el Ilmo. Señor, le entran ganas de hacerlo en la forma en como supuestamente respondió el ministro. Otro zas. Tentado estuve muchas veces de escribirle a ciudadanas descontentas, sobre manera a las de sinrazón (faltaría más que tuvieran razón), empleando el frío filo de navaja barbera de la sorna y de la ironía, dignas de los maestros citados y con ese mismo tipo de argumentación: « el infrascrito se había regido hasta ahora, estimada señora de mi consideración, por los principios de congruencia, oportunidad y proporcionalidad, no obstante y en vista de su escrito a partir de la fecha no se preocupe usted que aparcaré debida y celosamente, sin prisa alguna, cuidando de no obstaculizar a ninguna señora en sus quehaceres domésticos, y cuando el requirente se queje por mi tardanza ante una urgencia, gustosamente le daré la dirección de sus señas para que le explique mi proceder. PD: a menudo, el camión de la basura, el del MOPU o el de los bomberos taponan o coartan mi circulación deambulatorio y no por ello pienso que lo hacen para tomar café». Finalmente me abstuve por mi condición. Porque afortunadamente sé todavía lo que represento aunque, a veces, al mirarme al espejo, no sepa quién soy. Y una carta así, por muy a gusto que me quedara en un principio, sería indigna de un policía. Como indigna es esta otra de un ministro. Si es que lo es, que lo dudo.
Vamos, que la carta en sí hay que tomársela como lo que es, un chiste. Una gracia de alguien ocioso harto de las quejas de los pacifistas respecto de un asunto como es el de Guantánamo. O de los mismos pacifistas para desprestigiar al ministro en cuestión, que todo puede ser. Pero, en absoluto, no de un ministro canadiense. Me apuesto un maravedí de plata.
Por otra parte, Guantánamo es una incongruencia, es cierto pues los gringos predican una cosa y hacen otra. Pero no lo es menos que la justicia ordinaria o los convenios de guerra, son inservibles contra el terrorismo internacional.
La convención de Ginebra que habéis mentando, es muy antigua, la última revisión es de 1950. Y habla de los prisioneros de guerra, de los heridos y de los náufragos militares en batalla, y de los civiles en un bombardeo. Ya en la I y II guerras MUNDIALES los espías, por ejemplo, estaban excluidos del convenio y eran detenidos, se les encarcelaba y se les sometía a tortura para serles arrancadas confesiones que posibilitaban salvar vidas humanas. O los francotiradores que podían ser fusilados de forma sumaria si eran sorprendidos o capturados. Me temo que además de estos, sigue sin hablarse de terroristas. Terroristas islámicos, menos. Y la justicia ordinaria es para delitos igualmente ordinarios.
Según el credo de occidente, los derechos humanos están muy bien y las torturas muy mal. Y no hay que pagar rescates a los terroristas y estos deben de tener un juicio justo. Vale, de acuerdo. Pero la cosa cambia cuando uno es víctima. Cuando a uno le secuestran un hijo, si le dieran la oportunidad vaya que si haría confesar a sus captores. Y si puede pagar el rescate lo paga y el que venga detrás que arree. Lo mismo que cuando a uno le roban, lo que quiere es que venga ya la policía saltándose los semáforos y aparcando donde sea, incluso delante de un portal, y la vecina con carrito que espere.
Reconozco que los sentimientos que despierta un familiar no los despierta el vecino. Yo sé hasta dónde llegaría para salvar a un hijo o a un sobrino, pero sin duda no llegaría tan lejos para salvar al portero de la finca. Pero como premisa es válida para muchos gobiernos: Si en todos nuestros casos personales haríamos lo que fuera para salvar la vida de nuestros familiares, eso debería ser entonces adecuado para todas las personas del mundo. Es decir, deberíamos aceptar el hecho de que la tortura puede salvar la vida de otras personas ajenas a nuestras familias. De conciudadanos.
Esto que es tan sencillo de entender es lo que complican con medias tintas. Y con tanto secretismo y tanto evitar institucionalizar y ocultar. Y con cartas falsamente atribuidas a gobiernos que colaboran con la política de Guantánamo.
En fin, un lío.