Mi primera detención fue por un caso de desorden público en un bar, con atentado a agentes de la autoridad. Curiósamente, a su vez, en esa incidencia fue la primera vez que un delincuente me denunció por presuntos malos tratos o por un uso "excesivo" de la fuerza. Admito que tras conocer dicha circunstancia me vine abajo, e incluso el rabo se me puso entre las piernas, aun teniendo mi conciencia muy tranquila, pero mis veteranos compañeros me calmaron diciendo que ser denunciados por un delincuente es algo que, desgraciadamente, es relativamente frecuente en nuestra profesión ante determinadas intervenciones, en base a falsedades con fines victimistas, o como táctica para intentar contrarrestar sus ilícitos actos.
Con el paso del tiempo pude comprobar que mis compañeros llevaban toda la razón, tratándose de una lacra con la que a veces debemos aprender a vivir profesionalmente.
Ahora soy yo quien teniendo cierta veteranía, asesoro a los compis de nuevo ingreso, y muchas veces me veo reflejado en ellos cuando apenas estrené el uniforme, recordando esas ilusiones iniciales llenas de ímpetu, ganas extraordinarias de trabajar con unos enormes deseos de sentir el agradecimiento de aquellos ciudadanos a los que se les prestó un buen servicio, aunque en definitiva se trata de algo que jamás debemos de perder, aun con el paso de los años, y a pesar de tantas y tantas adversidades de toda índole que sufrimos.