El primer control de seguridad se activa con la huella del índice. El siguiente, con una combinación numérica. Cada paso que damos es monitorizado por un enjambre de cámaras. Nuestro destino es el Centro de Mando de la Guardia Civil, un complejo subterráneo de 6.000 metros cuadrados inaugurado en 2012 en el centro de Madrid. Carece del blindaje a prueba de bombardeos del búnker de La Moncloa (el Departamento de Seguridad Nacional, la estructura del presidente para gestionar situaciones de crisis, que dirige un teniente coronel del Cuerpo, Alejandro Hernández Mosquera), pero pone en evidencia la capacidad operativa de la Benemérita y su acceso en tiempo real a todo lo que ocurre en el territorio español, en las fronteras de la Unión Europea y en sus mares territoriales. Incluso en las costas de África, donde patrullan entre Marruecos, Mauritania y Senegal aviones espía, lanchas y barcos del Cuerpo, para impedir el tráfico de drogas, armas, seres humanos. “La clave no es ya evitar que desembarquen en Europa, sino que no lleguen a zarpar del continente africano; interceptarlos; rescatarlos y devolverlos a tierra. Y acabar con esas mafias que son un puente entre el terrorismo y la delincuencia”, explica el capitán Ovidio Corredor, jefe del Control de Vigilancia del Estrecho, en Algeciras.
El centro neurálgico de este complejo es la Sala de Operaciones: un espacio de acceso restringido, diáfano, cibernético, del tamaño y configuración de un teatro; amueblado con mesas tapizadas de ordenadores donde guardias de uniforme reciben toda la información sobre el posicionamiento y el trabajo que realiza cada una de las patrullas, integradas en los 2.000 puestos del Cuerpo (que cubren el 85% del territorio); sus 20.000 vehículos, 120 embarcaciones, 36 helicópteros y 2 aviones de reconocimiento. Desde aquí se realiza un seguimiento en tiempo real de todas las misiones e investigaciones en curso a través de una red de comunicación en la que cada guardia, esté donde esté, vierte la mínima incidencia, investigación, detención, matrícula sospechosa o confidencia de que tenga noticia. Es el Sistema Integrado de Gestión Operativa (SIGO). Cada uno de los 85.000 miembros de la Guardia Civil (el 6% son mujeres) es, por tradición y disciplina, un potencial agente de información que no se desprende de su piel de guardia ni en vacaciones (así lo ordena el reglamento).
Numerosos y dispersos, forman una red que capilariza todo el territorio. Es su poder: la presencia física. En carreteras, puertos, aeropuertos y ministerios; custodiando el Estado Mayor de la Defensa, La Zarzuela, La Moncloa, y nutriendo de agentes el Centro Nacional de Inteligencia. El verde oliva es omnipresente. Forma parte del paisaje nacional.
La Sala de Operaciones, uno de los secretos mejor guardados de la Benemérita. Desde aquí se coordina el control y la vigilancia de las fronteras exteriores de la UE. / JAMES RAJOTTE
En esta Sala de Operaciones se trabaja 24 horas diarias, 365 días del año. Las fuentes informativas que la alimentan son más amplias que las del propio despliegue de la Guardia Civil. Van desde las agencias de seguridad nacionales e internacionales hasta la red exterior del Cuerpo (a través de su presencia en embajadas, organismos como la ONU o la OTAN, la Gendarmería Europea o las misiones militares en que participa, desde Afganistán hasta República Centroafricana). En caso de emergencia, se activaría aquí el Centro de Crisis, conectado por videoconferencia (a través de una malla segura) con los responsables de las 17 zonas del Cuerpo (una por comunidad autónoma).
La sala también alberga (en un alarde de aprovechamiento de medios) el Centro de Coordinación para la Vigilancia Marítima de Costas y Fronteras de la UE, que dirige el teniente coronel Eduardo Lobo. En esta sala envuelta en una luz tenue es difícil adivinar dónde terminan los cometidos de la Guardia Civil de cara a la seguridad ciudadana y dónde empieza su trabajo especializado para la UE. Desde el atentado contra las Torres Gemelas, desde que el fenómeno de la globalización se fundió con el del terrorismo hasta convertirlo en un fenómeno sin fronteras, los organismos de seguridad e inteligencia de todo el mundo se vieron obligados a interconectarse para contrarrestar las nuevas amenazas sin fronteras, a compartir información; ya no es posible diferenciar entre seguridad interior y exterior: los enemigos son comunes y más etéreos, empezando por el ciberterrorismo. “Hoy es imposible una investigación policial sin cooperación exterior”, explica el general que ocupa esa responsabilidad en la Guardia Civil, Francisco Díaz Alcantud, que encabezó en 2010 una misión de la UE para formar policías en Irak. “Las grandes operaciones policiales son conjuntas. El mejor ejemplo es la estrecha colaboración con el Estado francés que nos ha permitido derrotar a ETA. En estos momentos te puede pasar una información la DEA estadounidense, desarrollarla tú y que la rematen los carabinieri. Una labor conjunta de la que fuimos excluidos durante muchos años en favor del Cuerpo Nacional de Policía. Hoy, por fin, estamos integrados en el mundo de la seguridad global, y participamos desde en Interpol y Europol hasta en Frontex o Eurojust. Ha sido una conquista”.
La Unión Europea puso 20 millones de euros para la construcción de la sala de operaciones de la Guardia Civil
Fue la Unión Europea, a través de la agencia Frontex, la que corrió con el importe de este centro de mando, con el objetivo de aunar los esfuerzos de los socios europeos contra los tráficos ilegales. Puso sobre la mesa 20 millones de euros. Y proporcionó al Cuerpo el centro puntero de mando y control del que siempre careció. Y una imagen de modernidad siempre ausente de esta institución creada hace 170 años para que el peso de la ley alcanzara cada rincón de un país rural sembrado de caciques y bandoleros. El regalo de la UE fue un golpe de suerte para la Guardia Civil, tan sobrada de pompa y ceremonia como escasa de fondos (un 90% de su presupuesto de más de 2.600 millones de euros se va en pagar las nóminas). No había olfateado un lujo decorativo y operativo como el del Centro de Operaciones en su larga historia.
No era el primer golpe de suerte de la Benemérita. Si algo ha demostrado en las últimas décadas es que sabe aprovechar las oportunidades. Nunca dice no. Acepta los retos. La utilidad es la clave de la supervivencia de esta institución, a mitad de camino entre el ejército y la policía; civil hacia fuera y militar hacia dentro; que pasó de la dictadura a la democracia; de UCD al PSOE y al PP, y de vuelta al PSOE y de vuelta al PP, sin cambiar de estilo, himno, tricornio ni uniforme. Un alarde de camaleonismo. Sin sufrir una depuración. Conservando como protectora a la Virgen del Pilar. Y sin apearse de sus rígidos principios fundacionales, resumidos en su manual de conducta, la Cartilla del Guardia Civil, redactada en 1845, que indica, entre otras cosas: “El guardia civil, por su aseo, buenos modales y reconocida honradez, ha de ser un dechado de moralidad”. O esta otra: “El honor ha de ser la principal divisa del guardia civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás”.
Cada cambio de sistema y Gobierno desde mediados del XIX supuso una amenaza de disolución, reorganización, desmilitarización o fusión con la policía. Nunca se materializó. La Guardia Civil era imprescindible. Estaba en todos lados. Era obediente. Y fiel al poder constituido. Lo fue incluso con la II República durante el golpe del 18 de julio de 1936; no se rebeló en Madrid, Valencia o Barcelona ante la ira de Francisco Franco, que meditó disolverla en 1940. Al final le cogió cariño, puso al frente de la misma en 1943 a su paisano el despiadado teniente general Camilo Alonso Vega (alias Don Camulo), le encargó luchar contra el maquis (morirían cerca de 300 guardias en enfrentamientos contra la guerrilla hasta 1952) y la convertiría en su escolta personal, como harían más tarde los reyes Juan Carlos I y Felipe VI.
Una patrulla sobre el Estrecho a bordo del aparato del teniente Gámiz. En el centro, la pantalla donde se reflejan las imágenes captadas con cámara térmica. / JAMES RAJOTTE
La Guardia Civil se sigue moviendo en un brumoso apartidismo; la mayoría de sus miembros carecen de un perfil político claro (al contrario de lo que ocurre en el Cuerpo Nacional de Policía, donde cada cambio al frente del Ministerio del Interior supone enviar a las tinieblas a la cúpula policial anterior para colocar a la afín) y nunca expresan sus opiniones políticas (“aunque das por sentado que son muy conservadores”, explica un responsable de la Seguridad del Estado). “A un comisario se le destituye; a un general de la Guardia Civil, no”, profiere con gesto retador un miembro del generalato del Cuerpo (una cúpula de 34 altos oficiales que se reúnen una vez al mes en el hermético Consejo Superior de la Guardia Civil y mantienen una alta capacidad de influencia sobre el poder político). Cuatro ex directores generales políticos de la Guardia Civil confirman para este reportaje que no se les pasó por la cabeza cambiar la cúpula que heredaron cuando llegaron al cargo. “Las cosas en la Benemérita no funcionan así. Los generales son leales”, explica un exdirector. “No te ocultan información, pero hay que saber mandar. No puedes flojear. Hay que ser duro y al tiempo dejarles trabajar. En esa casa, el director general es Dios. Manda mucho. Su nombramiento es pactado entre Defensa e Interior y se traduce en un decreto de la Presidencia, frente al nombramiento del director de la policía, que es de Interior. Ahí se olfatea la diferencia de influencia de cada cuerpo policial”.
Todos los Gobiernos desde la Transición terminaron por entenderse con ellos. Y les proporcionaron honores, medios y competencias. Helicópteros, embarcaciones, unidades antiterroristas y de subsuelo; de inteligencia e investigación. Incluso aquellos que desconfiaban de su pasado, de su naturaleza militar y de las réplicas del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 (que protagonizaron miembros del Cuerpo), y llegaban con la idea de cargársela, pasaron por el aro. Algo evidente tras el acceso de Felipe González al poder, en 1982. Los socialistas, viejos represaliados del franquismo, no tardaron en enamorarse de la Benemérita. La larga y terrible lucha contra ETA tuvo mucho que ver en ese entendimiento mutuo. En 1986, los socialistas pusieron a un civil (el primero de su historia) al frente, Luis Roldán. Que conseguiría para el Cuerpo más medios y dinero de lo que habían logrado durante 40 años los directores militares heredados del franquismo, que se dedicaban a sestear y aprovechar el relumbrón social del cargo. De paso, robó a manos llenas. Y debilitó de nuevo la imagen del Cuerpo. Sin embargo, ningún Gobierno posterior, ni del PP ni del PSOE, haría sangre en relación a los cómplices de la corrupción de la era Roldán en el interior del Cuerpo. No convenía. En la cúpula de la instituto armado circula una anécdota que sus mandos dan por segura. La cuenta un general: “Cuando Zapatero, que había dicho durante la campaña de 2004 que iba a desmilitarizarnos, llegó a La Moncloa, el primer consejo que recibió de Felipe González fue: ‘José Luis, a la Guardia Civil, ni la toques”. Responsables antiterroristas del Cuerpo recuerdan también las discretas reuniones privadas de expertos en ETA con el propio presidente Aznar.
La Guardia Civil cuenta con 36 helicópteros y dos aviones CN-235 de patrulla marítima para el control de nuestro mar territorial y la adquisición de inteligencia. / JAMES RAJOTTE
El mismo Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior entre 2006 y 2011, se negó a su desmilitarización (a costa de granjearse el odio de los escalones más bajos del Cuerpo) y llegó a tener una relación estrecha con la cúpula generalicia de la denominada en el Cuerpo sangre azul, para la que consiguió en 2007 el ansiado ascenso a teniente general (general de tres estrellas), un honor siempre negado a la Guardia Civil con el objeto de mantenerla protocolaria y operativamente por debajo del Ejército. El socialista Joan Mesquida, director general del Cuerpo entre 2006 y 2008, recuerda aquella operación del PSOE de reconocimiento al generalato de la Guardia Civil: “Era un agravio claro contra ellos, que tenían casi tantos efectivos como el Ejército y la mitad de generales, lo que provocaba una cúpula muy reducida y desequilibrada. Me peleé porque pudieran llegar a teniente general. Lo hablamos Rubalcaba y yo con el Rey; nos apoyó. Había cierta reticencia en el Gobierno, porque nombrar un solo teniente general podía interpretarse como que era un contrapeso uniformado al poder del director general civil. Por eso se decidió que hubiera tres tenientes generales, para difuminar esa imagen de poder uniformado en una sola figura; al final, Rubalcaba nos regaló un cuarto puesto de teniente general, para recompensar al jefe de Información, Atilano Hinojosa, que había sido nombrado por el PP, pero había sido muy leal a nuestro Gobierno en la lucha contra ETA”. La actual reivindicación de la cúpula de sangre azul va todavía más lejos: conseguir que un general del Cuerpo alcance las cuatro estrellas (que solo cuatro generales de las Fuerzas Armadas ostentan) y tenga el mando efectivo del Cuerpo. “Es nuestra sana ambición”, resume un general con sorna.
En 1991, la Guardia Civil apenas sabía dónde estaba la proa y la popa de un barco. Hoy cuenta con 120 embarcaciones, incluidos varios barcos oceánicos, para el control de nuestras aguas territoriales y para realizar patrullas en Senegal, Mauritania y conjuntas con la Gendarmería marroquí. En la imagen, la lancha del sargento primero Rafael Padial intercepta cerca de Gibraltar una embarcación sospechosa de transportar droga. / JAMES RAJOTTE
Como explica Juan Antonio Ramos, portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, el principal sindicato (una palabra y una figura que están totalmente proscritas en el Cuerpo por la naturaleza militar del mismo), “cualquier Gobierno tiene que estar a buenas con la Guardia Civil porque toca lo más sensible: el terrorismo, la inmigración, la delincuencia organizada. Tiene información, y eso es poder. Todos los Gobiernos se han llevado bien con la institución a costa de olvidarse de nosotros, de los guardias, y de nuestros derechos. Somos ciudadanos y trabajadores y tenemos menos derechos que los demás ciudadanos y trabajadores. ¿Sabe por qué la Guardia Civil está tan bien valorada por el ciudadano?”.
–Dígame.
–Porque es barata, eficaz y obediente. No da problemas y funciona. Pero detrás de esa fachada está la trastienda. Somos los más valorados, pero los que menos derechos tienen. Es como si una gran marca deportiva tuviera niños del Tercer Mundo cosiendo balones. Por eso funciona la Guardia Civil. Y la gente debe saberlo.
Santiago López Valdivielso, senador del PP y director general del Cuerpo entre 1996 y 2004, interpreta el éxito del Cuerpo a partir de su experiencia: “Cuando el Gobierno tiene una patata caliente se la encarga a la Guardia Civil. Les puedes ordenar que luchen contra el terrorismo, controlen las vacas locas, se enfrenten a la crisis de los cayucos o midan la radiactividad del Tireless, aquel submarino nuclear británico que se averió en Gibraltar. Y se ponen firmes. Sirven para todo. Quizá adolezcan de falta de iniciativa, pero es que su jerarquía es muy vertical; muy de arriba hacia abajo. Quizá haga falta un mayor cuidado y atención a los de abajo, y ahí entra en juego el asociacionismo”.
–¿Desmilitarizaría usted la Guardia Civil?
–Si la desmilitarizas, te la cargas.
La disponibilidad es su seña de identidad. Aunque desconozcan cómo resolver la misión que se les encarga. Siempre habrá un oficial con un par de guardias que comiencen a darle vueltas en un despachito, sin medios, y terminen por sacarlo adelante. “Pueden discutir con el mando político, poner pegas, pero terminan haciendo lo que les pides; en eso son diferentes al Cuerpo Nacional de Policía, que discute menos, pero hace lo que le da la gana. Estos son disciplinados; tienen naturaleza militar y, es cierto, un plus de espíritu de sacrificio y disponibilidad que le viene muy bien al Gobierno. Un militar no tiene jornada laboral; tiene que estar dispuesto a todo. A un guardia le dices que se esté ocho horas sin moverse de un sitio y no se mueve”, explica un antiguo responsable del Cuerpo. “Y le haces eso a un policía y llama a su sindicato. Y es lógico, porque tienen derechos de los que carecen los guardias”. Según un alto mando de la Guardia Civil, el Gobierno tiene un motivo esencial para no desmilitarizar el Cuerpo y fusionarlo con la policía: “Una sola fuerza policial de 150.000 miembros y con un sindicato potente sería ingobernable; podría derribar un Gobierno con una huelga. En la Guardia Civil no puede haber contrapesos al mando; no puede haber comisarios políticos”.
La Guardia Civil tiene casi los mismos efectivos que el Ejército y la mitad de los Generales”
Joan Mesquida, ex director general de la Guardia Civil
Ese lanzarse al vacío sin tener la mínima experiencia ocurrió en 1991, cuando se organizó la Guardia Civil del Mar, “y nadie sabía dónde estaba la proa ni la popa”, explica el sargento primero Rafael Padial, que comanda una lancha en el Estrecho y se enfrenta a diario con el contrabando, el narcotráfico y la inmigración clandestina en uno de los puntos más calientes de nuestro territorio, junto a su tripulación, el cabo primero Alonso Landauro y el guardia José Luis Román, dos tipos cargados de sentido común, con más aspecto de surferos que de picolos. “Al principio hubo que tirar de patrones de la Marina mercante porque no sabíamos navegar, pero hoy somos 2.500 guardias que operamos como policía integral en nuestras aguas. Y no solucionamos las cosas a tiros. Somos distintos a los militares”. O en 1998, cuando se les ordenó organizar el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), por la razón de que se movían en el medio rural y conducían motos. Y hoy es una de las mejores policías ecológicas del mundo. Como remacha el número dos del Cuerpo, el teniente general Pablo Martín Alonso (alias Don Pablo), poderoso jefe del Mando de Operaciones y antiguo jefe de la lucha antiterrorista: “Cuando conseguimos una misión, cuando el Gobierno nos encarga algo, no lo soltamos. Y eso es clave en nuestra filosofía: no soltamos nada”.
Todo el frontal de la Sala de Operaciones está ocupado por una pantalla de 20 metros donde se dibuja un mapa electrónico de Europa, desde el Atlántico hasta los Balcanes. La cantidad de información que aparece sobre patrullas terrestres y marítimas de todos los cuerpos de seguridad europeos es abrumadora. En un lateral, en forma de puzle interactivo, se proyectan imágenes vía satélite de las vallas de Ceuta y Melilla; de la situación en Lampedusa o en la frontera de Turquía con Grecia y Bulgaria; de la interceptación en directo de una lancha con droga en el Estrecho. Se escanea la procedencia y ruta de cada barco; aquí también revierten sus imágenes las cámaras y los radares del Sistema de Vigilancia Exterior (SIVE) que blindan la costa desde Levante hasta Huelva. En un futuro, esta sala recibirá las imágenes de los drones Predator, los vehículos aéreos no tripulados que la UE encomendará a la Guardia Civil para controlar la frontera sur de Europa.
Un grupo de guardias consume unos minutos de asueto en el acuartelamiento del Servicio Marítimo, en Algeciras. Los miembros de la Guardia Civil del Mar trabajan ininterrumpidamente durante 24 horas en turnos de ocho horas. / JAMES RAJOTTE
¿Cómo ha conseguido esa policía rural, política y temida, protagonista de la represión durante el franquismo y de un golpe de Estado en la Transición, convertirse en una de las policías con más presencia y competencias del planeta (tiene 25 especialidades), dirigir la seguridad del presidente del Gobierno, ser pieza clave en el palacio de la Zarzuela (cuyo funcionamiento y servicio de seguridad controlan dos oficiales del Cuerpo, el general Domingo Martínez Palomo y el coronel Francisco López Requena) y, lo que es más sorprendente, ser de forma recurrente la institución más valorada por los españoles según los barómetros del CIS? Para el director adjunto operativo del Cuerpo, el teniente general Cándido Cardiel, número uno uniformado (su superior, el director general, es el miembro del PP Arsenio Fernández de Mesa), la clave del éxito es: “Contar con la disciplina precisa para mantener cohesionada y controlada una estructura tan dispersa, tener una gran capacidad de adaptación a los cambios de la sociedad y ser versátiles y flexibles; somos una policía moderna e integral que da respuesta a las necesidades de seguridad de los ciudadanos, desde el yihadismo hasta la violencia de género. La gente confía en nosotros. Y hoy buscamos dar un servicio de más calidad”.
No siempre fue así.
Tras la guerra, la Guardia Civil era una institución desmoralizada, pobre, inflada con excombatientes de Franco en la base y espadones franquistas en la cúpula; en la que la investigación no iba más allá de los hurtos rurales; donde los guardias redactaban las diligencias sobre el tricornio, viajaban a pie con la manta y el mosquetón y dormían en gallineros. Según explica Maximiliano Lasén, coronel retirado y concejal socialista de la localidad madrileña de Valdemoro (uno de los feudos del Cuerpo), “eran objeto de una disciplina cruel, vivían en la miseria y se morían a los 50 años. No era gente de derechas, era gente empeñada en subsistir. Sus hijos y los hijos de sus hijos eran a su vez guardias; y sus mujeres, hijas del Cuerpo. Era una institución ombliguista, que no se mezclaba con la población, aislada en sus míseras casas-cuartel a las afueras de los pueblos. La especialización fue lo que nos inyectó modernidad en las venas”.
El cuerpo tiene información, y eso es poder. Los Gobiernos se tienen que llevar bien con él”
Juan Antonio Ramos, portavoz del sindicato AUGC
En 1940, la Guardia Civil se hizo con las funciones del disuelto Cuerpo de Carabineros (al que Franco consideraba más rojo y peligroso que la Benemérita). Fue su primer golpe de suerte. Aquella rancia policía rural tomaba las riendas de la lucha contra el contrabando y el control de las fronteras, algo que hoy le permite controlar los puertos, aeropuertos, aguas territoriales, el narcotráfico, los delitos fiscales y la inmigración clandestina. En 1959, el Gobierno les otorgaba un nuevo cometido que modernizaría y cambiaría la mentalidad de miles de guardias y oficiales: les daba el control de las vías de comunicación terrestre a través de la Jefatura de Tráfico. Una competencia sustraída a la policía. Un paso adelante. Los años del desarrollismo fueron buenos para la Guardia Civil.
Duraron poco. En 1968 era asesinado por ETA el guardia José Pardines. Era el primer muerto a manos de la banda terrorista y era guardia civil. Después caerían 200 guardias más víctimas de ETA y centenares de heridos. Hoy, Pardines da nombre a la calle principal del cuartel de Intxaurrondo, el decadente complejo del Cuerpo a las afueras de San Sebastián, el lugar donde a mediados de los años ochenta se dirigió la lucha antiterrorista y también la desesperada guerra sucia contra ETA.
En los setenta, la Guardia Civil no estaba preparada para enfrentarse al terrorismo. No tenía medios, formación ni el apoyo de la sociedad. No sabía actuar en secreto. Su forma de trabajar en el País Vasco era a base de patrullas de tipo militar que se movían sobre cuadrículas del terreno y representaban un blanco fácil en las emboscadas; carecían de vehículos blindados; practicaban redadas indiscriminadas; el servicio de Información era un desastre: con los coches particulares de los guardias como vehículos camuflados y agentes con peluca para hacerse pasar por mujeres (que no llegarían al Cuerpo hasta 1988); las escuchas telefónicas se transcribían con papel y bolígrafo, y los malos tratos a los detenidos en los cuarteles del País Vasco eran la norma. No había ordenadores y menos aún una red de comunicación propia. Se recogía mucha información que iba a parar a unos ficheros que nadie revisaba, cruzaba, elaboraba ni analizaba. Todo estaba por hacer. La primera piedra la puso a partir de 1978 el teniente coronel del Ejército Andrés Cassinello, formado en los servicios secretos de Franco y la Transición, y hombre de confianza de Suárez y Felipe González; la segunda, el coronel de la Guardia Civil Pedro Catalán, que se inspiró a mediados de los ochenta en el Mosad, el servicio secreto israelí, para remodelar el de la Benemérita; después vendrían en la lucha contra ETA nombres como Pedro Muñoz, Faustino Pellicer, Hinojosa, García Varela o Martín Alonso. Todos alcanzarían la cúpula del Cuerpo en recompensa a su trabajo silencioso. Hasta los atentados del 11-M de 2004 no se habían dado cuenta de que, además de ETA, había que dedicar medios a la lucha contra el yihadismo. Nadie parecía haberse darse cuenta.
Una agente de la Unidad Central Operativa, que trabaja contra el crimen organizado, en el cuartel general de la unidad, cerca del aeropuerto de Madrid. La UCO central se compone de unos 500 agentes. / JAMES RAJOTTE
El teniente coronel Valentín Díaz tiene aire de profesor. Alto, desgarbado; vestido con corbata oscura y una vieja chaqueta de tweed, y tocado con un sempiterno bigote benemérito, se describe como un hombre gris. “Los analistas de información somos gente que no espera nada; que nunca jamás podrá presumir de las vidas que ha salvado; que se va de su puesto tal y como ha venido: con nada”.
Valentín Díaz es el jefe de la Unidad Central Especial Número 1 (UCE-1), una de las tres ramas en que se divide la opaca Jefatura de Información de la Guardia Civil (encargada de la lucha antiterrorista), dirigida por el general Pablo Salas y en la que trabajan en torno a 6.000 agentes. La unidad que dirige este teniente coronel combate a ETA; la UCE-2, que manda el teniente coronel Vázquez, al yihadismo; la UCE-3 está encargada de los movimientos antisistema. El servicio de Información cuenta con otros dos apéndices, una unidad de adiestramiento y el Grupo de Apoyo Operativo, encargado de los trabajos más arriesgados y delicados. Cada una de las tres unidades centrales concentra toda la obtención, elaboración, análisis y uso operativo de la información antiterrorista, en la que está especializada tanto dentro de España como a través de su red internacional. Con esta estructura sólidamente centralizada, la Guardia Civil, 46 años después del asesinato de Pardines, ha mostrado una enorme eficacia en la derrota de ETA (el Cuerpo se atribuye un 70% de los éxitos policiales contra la banda) y en los primeros pasos de la lucha contra el yihadismo (para la que hace 10 años no contaba con personal, preparación, experiencia, traductores ni tampoco impulso político). Como explica un veterano oficial de Información sin rostro: “Con el yihadismo hemos tenido que aprender desde cero. Son dos terrorismos muy diferentes. Su ritmo de actuación es distinto. Con ETA puedes prolongar una operación; darle hilo a la cometa, alargar la investigación, esperar. Con el terrorismo islamista tienes que intervenir en cuanto tienes pruebas; el yihadismo, cuando tiene medios, actúa. Ese es su mayor riesgo”.
La conversación con el teniente coronel Valentín transcurre en uno de los espacios mejor protegidos del Cuerpo, un anónimo e impersonal edificio cercano al aeropuerto de Madrid, sin uniformes ni banderas. Por este complejo se mueven hombres y mujeres muy jóvenes y de aspecto muy corriente; alguno ataviado al estilo Ocho apellidos vascos; alguna muy elegante en traje de chaqueta y altísimos tacones (“las mujeres han sido clave, no solo en las operaciones, sino en el análisis de la información y la elaboración estratégica. Ven cosas que los hombres no ven”, explica un coronel de Información).
No hemos aflojado con ETA. La última fase de una guerra es la explotación del éxito”
Valentín Díaz, teniente coronel jefe de la UCE-1
En este inmueble conviven los elegidos del Cuerpo: los investigadores y los agentes de inteligencia. Los primeros pertenecen a la Unidad Central Operativa (UCO), encargada de los asuntos de criminalidad organizada, especializada, violenta y de carácter internacional, centrada en aspectos como la delincuencia económica, tecnológica, contra la Administración o el narcotráfico. Los 500 superagentes de la UCO están distribuidos en las cuatro primeras plantas de este edificio; en las cuatro superiores, los discretos agentes antiterroristas. La primera reflexión del teniente coronel Valentín ante el periodista es sosegada: “En la lucha contra ETA pasamos de ir muy detrás a ir delante. Y después de ir muy delante, a detenerlos antes de que entraran en ETA. Y coger a todos sus jefes militares según accedían al puesto. Para ese éxito ha sido imprescindible la colaboración de Francia, que hizo una cesión de su soberanía para que pudiéramos operar con armas en su territorio; y el CNI, con todo su potencial tecnológico y de infiltración. Hemos derrotado a ETA entre todos.
–¿Se ha acabado ETA? ¿Ha abandonado la Guardia Civil la lucha contra la banda para centrarse en el terrorismo internacional?
–No hemos aflojado contra ETA. La última fase de una guerra es la persecución del enemigo y la explotación del éxito. Y en eso estamos. En Francia hay todavía armas y explosivos escondidos. Y células durmientes. No podemos bajar la guardia. Y ha llegado también el momento de investigar con calma 300 asesinatos que aún están sin dilucidar. Hay que seguir investigando y revisando el pasado. Queda mucho por hacer. Pero nos sobra tiempo. Somos la Guardia Civil. Tenemos 170 años.
http://elpais.com/elpais/2014/10/03/eps ... 51775.html