Déjame oír el sueño de la gloria
no en el clamor de luz que la acompaña,
sino en la fría y dolorosa entraña
que rige la pasión con la memoria.
Déjame alzar los rostros, en la aurora,
de la tronchada mocedad que excede,
innumerable, a su solar sediento,
y plantar su presencia cumplidora
donde la muerte sus jardines cede
al filo del airado vencimiento.
D.E.P., valiente.