Psicología de las emergencias

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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Jue Ene 06, 2011 4:16 pm


Metodología de trabajo. Protocolos

El uso de protocolos o algoritmos de trabajo está ligado, de alguna manera, al “manual de procedimiento” que se utiliza en instituciones caracterizadas por una férrea disciplina. Efectivamente es así; la necesidad de no improvisar, de dar repuestas concretas y eficaces ante situaciones que así lo requieren, hacen que sean especialmente útiles estos protocolos; son en definitiva una guía para evitar que cometamos errores irreparables.

En nuestro sistema existen dos contextos diferenciados: la sala de coordinación y los equipos de emergencia.

En la sala, estos protocolos van a sustentar la respuesta sirviendo de guía, sobre todo, en aquellas demandas menos frecuentes. Además estos protocolos se pueden almacenar en soportes diferentes, ya sea en el propio sistema informático o en manuales de texto impreso. El hecho de saber que tenemos acceso a una información fundamental en un momento determinado -papel que cumple el protocolo-, junto con la idea de que estamos haciendo lo correcto, es suficiente para disminuir la percepción de estrés por un sujeto. Claro está que estos protocolos son eso, una guía en la que poder apoyarnos ante determinado caso. No podemos olvidar que las situaciones son dinámicas y están sujetas a múltiples variables, lo que hace muy difícil prever todas estas variables y por consiguiente será el profesional el que tenga que adoptar una respuesta en función de las diferentes variables que se presentan en dicho suceso. De este modo, es necesario que en sala existan protocolos de actuación ante catástrofes, con su cascada de llamadas, activaciones, etc.; de respuesta ante amenazas o atentados, ya que estos, al igual que los anteriores, suelen estar consensuados con otras instituciones y las decisiones han de estar coordinadas con esas otras instituciones; de respuesta ante las patologías motivo de las llamadas, donde se van a incluir una serie de datos no sólo en función de la patología, sino en función del lugar, hora y recursos disponibles.

En los equipos de asistencia, estos protocolos tienen la misma utilidad que los de sala, es decir, van a servirnos para homogeneizar la respuesta ante situaciones idénticas, pero sobre todo, van a ser un elemento guía para nuestras acciones. Esto va a influir en la seguridad de que hacemos lo correcto y consecuentemente subirá nuestro dintel de estrés subjetivo. Ejemplo de protocolos podemos encontrar en las fichas de manejo de pacientes en función de patologías (RCP, politrauma, IAM, etc.) o triage en un accidente múltiple.

Hablar de reciclaje, retroalimentación o formación continuada, son en nuestro ámbito, además de un lugar común, una necesidad que ha de satisfacerse con cierta generosidad. La inversión que se hace en formación, en líneas generales, no se materializa hasta pasado mucho tiempo y, lo que es peor, es difícil evaluar los beneficios que produce y a quién beneficia, si al inversor o al sujeto de la inversión. Si hay una forma de apuntar a esa diana del curriculum formativo en un centro, es la de detectar necesidades formativas y llevarlas a cabo en función de tales necesidades. Necesidades que han de responder a criterios basados en la actividad que la empresa produce, conjuntamente con la motivación del alumno-trabajador.

Enmarcado en el planteamiento cognitivo del tratamiento del estrés, en el que se defiende la teoría de que éste surge a causa de creencias no adaptativas y procesamiento distorsionado de la información, nuestra perspectiva de estudio hace que veamos en los protocolos y en la formación según necesidades detectadas, dos elementos supresores del estrés en gran medida.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Vie Ene 14, 2011 11:58 am


Otras acciones orientadas a disminuir el estrés

En nuestra última sección abordamos aspectos que tienen relación con la mejora de los recursos materiales, ya que éstos son origen de estrés en nuestro trabajo; la mejora de la educación y formación del usuario, es decir, el cliente que utiliza nuestros servicios, así podemos evitar en gran medida que se lleguen a producir otro gran número de situaciones estresantes; por último, potenciar la implicación y relaciones con otros profesionales de la cadena asistencial, nos va a servir para generar esos apoyos mutuos que antes hemos aludido como mecanismos antiestrés.

Una fuente que genera estrés es sin duda, el uso de recursos materiales que nos crean problemas. De hecho, uno de los factores causantes de estrés en nuestro ámbito es el derivado de los problemas con los aparatos de telefonía y radio. Para comprender esto, basta con que analicemos una situación en la que estemos bloqueados, incomunicados o la comunicación esté acompañada de cortes e interferencias. Sin duda habrá consenso en todos los profesionales, ya sean de coordinación, equipos de emergencias, médicos, enfermeros, conductores, operadores o técnicos; todos vamos a percibir este tipo de situaciones como estresantes en mayor o menor grado. Le podemos llamar frustración, bloqueo, impotencia; lo cierto es que nos encontramos ante un estímulo claramente perturbador para desarrollar nuestra actividad en ese momento. Conseguir un grado de adaptación con los instrumentos, significa utilizarlos sacándoles el mayor rendimiento posible, no bloquearnos ante el primer fallo. A veces tendemos a perturbarnos ante el primer contratiempo, abandonando todo intento de superar la dificultad “porque la causa está en que no funcionan los aparatos”. En este punto, debemos adoptar medidas encaminadas a cambiar el estímulo, lo que equivale a decir que las medidas deben centrarse en la resolución de aspectos técnicos y en la utilización de medios alternativos, pero una actitud positiva, nos va a proporcionar un mayor control de la situación incluso cuando todo parece ir en contra.

Siguiendo en la línea preventiva del estrés, nos encontramos con otro de nuestros grandes retos a nivel organizacional. Sin duda todos hemos comentados que determinados ambientes demográficos son más “tranquilos”; esto es válido para la sanidad, del mismo modo que para la educación. Se considera un lugar común cuando hablamos de educación sanitaria, formación del usuario, utilización adecuada de los servicios sanitarios, sin embargo es una necesidad que debemos cubrir. Tendríamos que analizar si la población que ocupa un estatus socioeconómico alto utiliza mejor estos servicios a causa de una mayor educación sanitaria, o a causa de tener más alternativas en la elección de los servicios. Seguramente influyen ambas variables, lo que implica que un mayor grado de educación sanitaria va a redundar en una mejor utilización de los servicios; esto es especialmente importante en los servicios de emergencia sanitaria por varias razones, entre las que destacamos dos: la primera, porque contamos con recursos limitados en número, que están distribuidos para cubrir a una población determinada; la segunda, más importante, porque la discriminación de urgencia o emergencia la hace el ciudadano y existe la tendencia, por otro lado natural, de exigir los recursos más sofisticados cuando precisamos asistencia médica o cuando la respuesta de otros servicios no nos satisface, o simplemente desconocemos la existencia de otros servicios que puedan atender nuestra demanda de forma satisfactoria.

Se da la circunstancia de que, en nuestro caso, hemos de apelar a la utilización responsable de nuestro servicio por parte de la ciudadanía. Esto, qué duda cabe, va a ser otro de los frentes que generan estrés, tanto en el primer contacto con la sala, como en la llegada de la asistencia. En la sala se va a crear una situación de conflicto cuando el coordinador discrepa, utilizando criterios objetivos, del llamante; aquí será útil situar al llamante en su rol de padre, policía, sanitario o testigo y una vez cubierta esta fase, utilizar técnicas que bien nos enseñó Sócrates con su Mayéutica a través de Platón, para conducir la conversación hacia la respuesta más adecuada, evitando cualquier señal que encienda la luz roja del conflicto. En todo caso no debemos olvidar que ha de ser una respuesta basada en criterios de índole técnico, en la que los protocolos nos van a servir de apoyo.

Evitar pues el contagio de la ansiedad del llamante, adoptar una actitud respetuosa, encaminar el interrogatorio hacia aquellos aspectos realmente relevantes, centrarnos en el caso con todos los datos obtenidos y dar la respuesta adecuada. A veces, a pesar de que no hay discrepancia de criterios, la espera percibida por el usuario es mayor que la nuestra, el interrogatorio se le hace eterno, sobre todo al llegar a la pregunta número cinco o estamos ante un llamante que no cesa de gritar, llorar o reclamar. Deberemos en estos casos, cambiar el ritmo del “juego”, implicar al llamante en alguna actividad que resulte útil (enviarlo al portal a esperar la móvil, poner de lado al paciente, si procede), e intentar establecer la conversación con algún otro testigo próximo al suceso, si el nervioso es el padre, requeriremos a la madre, si es un vecino, al familiar, si es un conductor, al policía. De nuestra actitud en esos primeros momentos dependerá si la situación va a ser más o menos conflictiva y consecuentemente estresante, tanto para nosotros como para el usuario.

Otra de las fuentes de conflicto surge del roce entre los diferentes agentes implicados en la cadena asistencial, y que en todo caso, estamos obligados a mantener una colaboración recíproca, pues tenemos los mismos objetivos y los mismos clientes. ¿Y si tenemos tantos elementos comunes, por qué surgen conflictos? Posiblemente porque existen percepciones diferentes de estos aspectos señalados. A veces porque percibimos, en ambos sentidos, actitudes pasivas, autoritarias, distantes, o sencillamente porque somos más críticos que autocríticos. La ubicación del rol en los profesionales limítrofes hace que se den situaciones más conflictivas que entre otros grupos sociales; esto es un factor importante a tener en cuenta para evitar el llamado estrés de rol. Ante esto hay que valorar positivamente las oportunidades de relación entre los profesionales de roles similares, contribuyendo, de esta manera a disminuir el estrés entre ambos grupos.

No podíamos concluir este estudio sin tratar de ofrecer a modo de guía un recetario, que nos ayude en nuestra actividad diaria, con objeto de hacer frente ante las situaciones de estrés. Para ello, debemos recordar que la mejor de las recetas en estar en plena forma tanto física como mental y poseer los conocimientos, habilidades y destrezas que requieren nuestro trabajo; en definitiva, estar entrenados y tener una base de experiencias suficiente. Pero estamos seguros de que todo esto es tan obvio como asimilado por todos nosotros. En este punto, y con el objetivo de hacer llegar este conjunto de reglas de forma didáctica a todos, enunciamos a continuación, a modo de decálogo, una serie de medidas para reforzar nuestra actitud en el afrontamiento.

1.- Actitud positiva ante las situaciones.
2.- No llevar trabajo a casa. Desconectar y descansar.
3.- Tratar de apoyarnos en el equipo.
4.- Intentar llenar nuestra vida social y familiar.
5.- Evaluar las cosas por lo que son, no por lo que tememos que sean.
6.- Saber utilizar los recursos de que disponemos, no los que carecemos.
7.- Tabaco y estimulantes, no.
8.- Realizar ejercicio físico acorde a nuestras posibilidades.
9.- Entrenamiento en las situaciones conflictivas.
10- Saber relajarnos respirando profunda y pausadamente al percibir estrés.

Con esto hemos pretendido hacer el acrónimo “ANTIESTRES”, reuniendo algunas medidas generales para combatir el estrés, fundamentalmente dirigidas a cambiar nuestra actitud. Son tan fáciles de decir como difíciles de llevar a cabo sino estamos plenamente motivados y convencidos. Lo primero, ha sido nuestra tarea a lo largo del curso, la segunda parte corresponde a cada uno de nosotros.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Mar Oct 04, 2011 1:31 pm


DEPOL Guardia Civil

Inicio curso: septiembre 2019
de-pol.es
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Estrés en una emergencia. El Paciente "código verde"

Durante la realización del “triaje” de las emergencias se establecen unos códigos de colores para evaluar el alcance de las heridas de la víctima para así poder atender y evacuar al herido con la prontitud que requiere.

Tenemos así cuatro posibles tipos de víctimas en un solo aviso:

  • Código negro: persona fallecida
  • Código rojo: persona que necesita ayuda facultativa de forma inmediata
  • Código amarillo: su traslado puede demorarse por tratarse de heridas leves
  • Código verde: el paciente no necesita atención médica.

Pero son precisamente estos últimos pacientes, los “códigos verdes”, quienes pudieran crear más problemas en un aviso, protagonizando situaciones dramáticas de tipo depresivo, de ansiedad o histerismo (se refiere a nerviosismo extremo; ya no se emplea el término “histerismo”), así como otra patología física que en un principio pudiera pasar desapercibida a los servicios de urgencias y emergencias, por encontrarse el paciente totalmente consciente y supuestamente en perfecto estado
físico.

Pero nos vamos a centrar, no en esa parte física oculta (aun no evaluada), sino en el aspecto en que el paciente todavía no reacciona ante el accidente, y no es consciente de lo que está pasando a su alrededor, ni tiene nadie a su lado, y se encuentra solo, y en definitiva podría crear algún problema.

A esta persona que tras un accidente sufrido o por la pérdida de un ser querido (“señalada” con un “código verde”) hay que atenderla igualmente. No será necesario hacer una intervención (lógicamente) sanitaria, pero si psicológica. No debemos olvidar que la situación que está viviendo esa persona será única en ese momento y en el resto de su vida, y no deberíamos dejarla abandonada a su suerte.

Se vive más esta situación en los accidentes de tráfico, laborales y domésticos, donde los sentimientos que afloran pueden ser muy variados: nerviosismo, sentimiento de culpa, negación de lo que pasó, rabia e impotencia y sobre todo miedo. En las emergencias no hay que pretender solucionar en poco menos de una hora esos sentimientos y emociones, ya que sería una labor psicológica que llevaría bastante más tiempo en casi todas las personas, pero sí se puede empezar a ayudar inicialmente a ese paciente y no precisamente hablándole mucho, sino escuchándole lo que tenga que decir (si es que se siente con disposición de decir algo) y en la medida de lo posible minimizar la expresión de dramatismo de lo ocurrido; constatar delicadamente lo ocurrido sería más aceptable. El contacto físico siempre será muy importante, ya que la presencia de otra persona cerca de ti y que te esté tocando dará siempre ánimo y reforzará la confianza, además de “volverte” (al paciente) a la realidad, o tratar de hacerlo. Pero por desgracia las cosas no son así. La falta de medios y personal en muchas ocasiones nos “obliga” a que nos olvidemos de este tipo de pacientes y nos dediquemos a aquellos que tienen heridas graves y su vida pudiera estar en serio peligro.

El “código verde” es un paciente que tras esos primeros minutos de desasosiego, miedo, nerviosismo y otras características que hemos destacado con anterioridad se puede convertir de pronto en otro problema más serio cuando (por ejemplo) sufra un ataque de pánico, o cualquiera otra manifestación del estrés que vive o está viviendo (seguramente se tratará de una manifestación de estrés agudo), y que podríamos, de pronto, pasar a considerarlo “código amarillo”, ya que pueden
manifestarse:

● temblores
● taquicardias
● sudoración
● dolor torácico
●mareos
● nauseas
● escalofríos
● calambres en diversos miembros

...y un largo etcétera, que haría obligatoriamente desviar la atención hacia este nuevo paciente (que en un principio se había excluido de la lista de personas a atender) Un ataque de pánico puede resultar muy peligroso, tanto para la propia víctima como para los que están en el lugar, ya que puede llegar a perder el control completamente1 y arremeter precisamente con los que están intentando ayudar. La impaciencia le invade y empieza a culpar a los equipos que prestan asistencia de que “no están haciendo nada” o “no están haciendo todo lo posible por salir de esa situación”. Los minutos se le llegan a hacer horas (se inquieta mucho).

Se llega a correr el riesgo de que tal ataque de pánico (o sencilla expresión de intensas emociones, que no tiene porque ser un ataque de pánico) se convierta en algo aún peor y que un “código verde” (pasando por el amarillo) y se convierta de pronto en un “código rojo”: personas que hay que tratar de inmediato. Y ciertamente, el cambio de código de color en un paciente se podría haber evitado si hubiera sido atendido desde un primer momento en código verde, cuando no necesitaba asistencia sanitaria pero si psicológica; hay que entender desde un primer momento que esa persona sufrirá estrés en mayor
o menor medida y podría poner en riesgo su vida y la de los demás…

Nos hemos centrado en los accidentes de tráfico, que puede ser lo más habitual y común, pero al mismo tiempo casi fácil de controlar (experiencia personal, documentación escrita abundante, técnicos en la materia experimentados y formados,…) pero hay otras situaciones que requieren, si cabe, mayor rapidez de actuación y no dejar para nada a un posible paciente, como pudiera ser el incendio de un edificio, en que familiares y amigos están preocupados por la suerte de los vecinos del inmueble. En esos casos todo se convierte en nerviosismo, en preguntas sin respuestas inmediatas, en auténticos ataques de ansiedad por falta de información; situación que supone un “hándicap” para los servicios de emergencias, que deberían estar en otras labores. De ahí que se haría necesaria la intervención de personal especializado (básicamente un psicólogo) en este tipo de situaciones y no de la mano de un bombero, un policía o cualquier otra persona que no sepa intervenir tranquilizando como es debido, y mucho menos abandonarla (a su suerte), ya que correríamos el riesgo ya citado: que un código verde e incluso un simple transeúnte se convierta en un código rojo.

Unas de las cogniciones (pensamientos) que más se presentan en un ataque de pánico son: “me voy a morir” o “me estoy volviendo loco”. Cualquiera de las dos es de tal entidad que bien podría explicar la conducta errática, confusional, o inclusive violenta de una persona que sufra ese tipo de manifestación ansiosa.

Por último destacar que otra de las características de los códigos verdes es la auto evacuación del lugar del accidente/incidente (por ellos mismos u otra persona ajena al sistema de emergencias), y que traslada el problema a un centro sanitario, con el añadido de que se pudiera colapsar la puerta de urgencias del hospital por la recepción de pacientes de un accidente grave pero que no necesitan una atención sanitaria (médica y/o psicológica) inmediata. Es entonces cuando en el hospital se pueden ver todavía más solos, ven que no son atendidos, sintiéndose abandonados. Y acontece la aparición de sentimientos desagradables y actitudes poco cívicas, pudiendo (el paciente) considerar que sus heridas para los demás (personal sanitario en general) no son importantes2.

Con estas personas, atendidas adecuadamente en el lugar del aviso, no tiene porqué haber ningún problema, y será en un futuro cercano el Técnico en Emergencias Sanitarias quien esté cualificado para empezar a realizar esta labor tan necesaria como al mismo tiempo olvidada.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Jue Oct 06, 2011 10:28 pm


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materialpolicial.com
Psicología de Emergencias, entre lo Social y lo Clínico

Si bien la Psicología de emergencias ya es una entidad en sí misma, no hay que olvidar que esta disciplina recoge conocimientos de la psicología social (en tanto que se enfrenta en ocasiones a colectivos, masas de público y reacciones “populares”) y de la psicología clínica (en tanto que tiene que intervenir sobre problemas psicológicos de los individuos).

Definimos a la Psicología de la Emergencia como "aquella rama de la Psicología General que estudia los distintos cambios y
fenómenos personales, presentes en una situación de peligro, sea esta natural o provocada por el hombre en forma casual o
intencional. La Psicología de la Emergencia es una parte de la Psicoprevención y los principios fundamentales sobre los que se apoya son los siguientes:

●Muchas desgracias ocurren por la reacción psicológica de las personas, más que por el evento que inicialmente produjo dicha emergencia.
●Pretendemos lograr buenos resultados y sin embargo, tenemos una actitud de indiferencia frente al peligro, hecho que facilita la ocurrencia de accidentes.
●Se ha demostrado que la casi totalidad de los accidentes se producen por fallos humanas. Los objetivos generales de esta ciencia (de esta parte de la ciencia psicológica) son:

●Describir y explicar fenómenos psicológicos presentes en una emergencia.
● Identificar los cambios personales que facilitan el miedo, la angustia y el temor
●Aplicar técnicas psicológicas en situaciones de emergencia.
●Seleccionar personal para integrar grupos de rescate y trabajos de riesgo.
●Capacitar psicológicamente a la comunidad para afrontar accidentes y así evitar consecuencias mayores una vez producida una emergencia.

Psicología de Emergencias; momentos de intervención

Popularmente se concibe el apoyo psicológico en emergencias como aquella intervención que se da en el preciso lugar e instante en que se desarrolla la misma emergencia, siendo esto erroneo.

Nadie desea que se produzca, pero estadísticamente sabemos que van a acontecer diversos problemas (emergentes) sobre los que se deberá intervenir:

●Accidentes de todo tipo (tráfico, laborales, domésticos)
●Agresiones y conflictos interpersonales (con especial cuidado a las agresiones y violencia de género)
● Incendios, hundimientos, explosiones
●Desastres naturales (terremotos, inundaciones, corrimientos de tierra)
● Intervenciones puramente sanitarias (alumbramientos, desmayos)

Las intervenciones son variadas, y se desarrollan en tres momentos concretos:

●Antes de la emergencia: hay que disponer a la población y al propio personal hacia la emergencia.
●Durante la emergencia: hay que asistir al paciente y a los allegados durante la emergencia.
●Después de la emergencia: principalmente intervenciones sobre el equipo de trabajo de la emergencia.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Mié Jun 20, 2012 7:23 pm



intervencionpolicial.com
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APOYO PSICOLÓGICO A LOS TÉCNICOS EN SALVAMENTO (SANITARIOS, BOMBEROS, SOLDADOS, PSICÓLOGOS, TRABAJADORES SOCIALES, CUERPOS DE SEGURIDAD...)

Durante la labor de rescate de los técnicos habrá que estar atentos a las manifestaciones de estrés. Cuando detectemos a algún profesional que está sufriendo esta reacción, debemos seguir la siguiente secuencia:

1) Apartar al técnico afectado del lugar de trabajo hasta un lugar sin estímulos agresivos.

2) Preguntarle por su estado.

3) Realizar una escucha activa.

4) Asegurarse que su estado es normal para la situación por la que pasa.

5) Proporcionarle apoyo, elogiar su esfuerzo.

6) Proporcionarle un descanso (1/2 hora) o cambiarle de tarea si se estima aconsejable.

Una vez acabado el turno o finalizado el salvamento o rescate, debemos propiciar un encuentro distendido del grupo de trabajo (técnica de desahogo psicológico o debriefing) en el que se aliente a los participantes a:

•Narrar los hechos vividos.
•Hablar sobre los sentimientos experimentados.
•Informarle sobre los síntomas que puede estar experimentando o que puede llegar a sufrir en los próximos días.
•Darles indicaciones de cómo actuar sobre estos síntomas.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor emergencias112 » Vie Jun 22, 2012 12:51 pm


Academia Acceso CNP

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Por seguridad y para que se vea su identificación, podría recogerse el pelo en las intervenciones, caramba.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Sab Jun 23, 2012 12:23 pm


Con el casco lo tiene un poco difícil. A lo mejor le pilló de sorpresa el servicio porque ignoro por completo a qué situación pertenece la fotografía, la saqué de la red tal cual.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Mar Sep 25, 2012 3:04 am


Curso Oposición a la Ertzaintza

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El suicidio

El suicidio fue identificado ya en 1970 por la Organización Mundial de la Salud4 como un problema mayor de salud pública y como fuente de un enorme gasto de recursos en todos los niveles de la asistencia sanitaria.

El suicido no tiene “causas”, pero sí existen factores que se asocian a él.

Los hombres consuman el suicido más frecuentemente que las mujeres. Este dato varía en función de la localización geográfica, ratio varón/mujer desde 1,3 en Asia a 4,1 en América, pero no en relación con la edad. El intento de suicido es, sin embargo, más frecuente entre mujeres como queda ilustrado con los datos para Europa anteriores. Se detecta una tendencia a disminuir esta diferencia de sexos en los intentos de suicidio.

La tasa de suicidio crece con la edad, siendo muy baja por debajo de los 12 años (aunque con tendencia a subir) y llegando hasta el punto más alto en los varones mayores de 75 años, en los que llega a ser más de 3 veces mayor que la de los jóvenes. Los intentos de suicidio son más frecuentes entre los jóvenes que entre los ancianos. Así las tasas más elevadas de conductas parasuicidas pertenecen al grupo de edad entre 15 y 24 años en las mujeres y al situado entre 25 y 34 años en el caso de los varones.

Es conocido que el suicidio es más frecuente en las personas solteras, separadas, divorciadas o viudas. El matrimonio parece proteger del suicidio, especialmente si se tienen hijos y si se es mujer. Como excepción se presenta el rango más joven de edad, en el que el matrimonio incrementa el riesgo de suicidio. Entre los intentos de suicidio también están más presentes que en la población general los solteros y los divorciados.

Aunque tradicionalmente se ha considerado el suicidio menos frecuente entre los católicos que entre los protestantes o los judíos, el estudio de la OMS no encontró una distribución de la afiliación religiosa diferente a la de la población general entre las personas que habían intentado el suicidio.

La relación entre conducta suicida y desempleo ha sido comprobada en numerosas ocasiones. Entre los individuos activos, un 32% de los varones y un 23% de las mujeres se encontraban desempleadas en el estudio referido10. Entre las diversas profesiones, las liberales son las más propensas al suicidio y, entre éstas, los médicos han sido considerados como los de más alto riesgo11. También se ha hallado relación significativa entre un nivel bajo de educación y suicidio. Así mismo entre los suicidas existe un porcentaje elevado de personas provenientes de una clase social muy baja e igualmente de las más elevadas, ejecutivos por ejemplo.

A pesar de las diferencias entre países, relacionadas con la disponibilidad o la aceptación social, parece claro que los hombres suelen optar por métodos más violentos y las mujeres por otros menos agresivos. Esta es la causa final de que los hombres consumen el suicidio con más frecuencia que las mujeres. En nuestro país los métodos más habituales son la precipitación y la suspensión. Entre los intentos de suicidio el método más frecuente es la intoxicación, el 64% de los hombres y el 80% de las mujeres lo hicieron de esta manera en el estudio europeo.

El indicador más fidedigno de riesgo de suicidio es el intento autolítico previo16. El 42% de los hombres y el 45% de las mujeres que intentaron el suicidio habían hecho un intento previo. El 16% de los hombres y el 17% de las mujeres repetirán el acto en los siguientes 12 meses.

Las enfermedades orgánicas tienen una relación indudable con el suicidio, principalmente las crónicas e incapacitantes. En conjunto, los estudios postmortem muestran que entre el 25 y el 75% de las personas que se han suicidado padecían algún tipo de afección somática. La mayoría de los autores están de acuerdo en que es excepcional que los enfermos orgánicos, incluso los terminales, intenten acabar con su vida en ausencia de alguna perturbación psíquica y, los que lo hacen tienen un bajo riesgo de repetición del intento tras un año de seguimiento.

Una gran cantidad de enfermedades se ha relacionado con el suicidio. La presencia de trastornos del sistema nervioso central como la epilepsia, la esclerosis múltiple, el traumatismo craneal, la enfermedad cerobravascular, la enfermedad de Huntington, las demencias o el SIDA aumentan el riesgo de suicidio18. El cáncer está presente en mayor medida que en la población general entre los pacientes suicidas. El riesgo es más importante en los momentos inmediatamente posteriores al diagnóstico y en los pacientes tratados con quimioterapia19. Enfermedades digestivas como la úlcera péptica y la cirrosis21, endocrinas como el Cushing, el Síndrome de Klinefelter o la porfiria, o urológicas como en personas que han sufrido una prostatectomía o que se someten a diálisis, se asocian a un mayor riesgo de suicidio.

La enfermedad orgánica contribuye a la consecución del suicidio a través de diversos mecanismos19,21: mediante la exacerbación de una enfermedad psiquiátrica presente, por la limitación en la movilidad, la desfiguración, el dolor crónico o el trastorno social causado; la precipitación de un trastorno mental orgánico; por el efecto fisiopatológico que la propia enfermedad puede tener sobre el estado de ánimo, u otra área de la psicopatología que facilite el intento de suicidio; o por el efecto colateral psiquiátrico de algún fármaco. Cabe destacar aquí que el médico de familia o el general debe estar alerta ante el paciente afecto de enfermedad somática crónica, y especialmente atento a la aparición de psicopatología depresiva y a la prescripción de fármacos potencialmente peligrosos, para valorar el posible riesgo de suicidio e instaurar el tratamiento adecuado.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Vie Sep 28, 2012 8:38 pm


Recomendaciones que la Organización Mundial de la Salud hace en la CIE-10 para asistencia primaria, para la correcta evaluación del paciente suicida:

1. Evaluación del riesgo de suicidio en un futuro inmediato:

a) Ideación suicida (esporádica frente a persistente).
b) Determinación (el suicidio es una posibilidad o el paciente lo ha decidido ya).
c) Plan suicida (mayor riesgo cuanta mayor elaboración del plan y, más aún, si existe
disponibilidad de medios).
d) Soledad (mal apoyo familiar o social).
e) Alcohol (limita el propio control).
f) Dificultades sociales (marginalidad, desempleo, la anomia de Durkheim).

2. Evaluación de un paciente con un intento suicida reciente:

a) ¿Fue peligroso el método elegido?.
b) ¿Creía el paciente que iba a funcionar el método?. ¿Está sorprendido de haber
sobrevivido?.
c) ¿Había posibilidades de ser descubierto?.
d) ¿Sintió alivio al ser salvado?.
e) ¿Intentaba el paciente transmitir un mensaje o solo quería morir?.
f) ¿Se trató de un intento impulsivo o planeado?.
g) ¿Han cambiado las circunstancias psicológicas y vitales que determinaron el intento?.

Una valoración correcta de todo paciente suicida debe incluir la entrevista con la familia o
con las personas significativas para él. El objetivo de la entrevista será la recogida de datos
acerca de la historia previa del paciente, su psicopatología y los detalles del intento si éste se
ha producido. Además se intentará conseguir la colaboración de la familia con vistas a un
posible tratamiento ambulatorio.

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Como reconoce la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es un problema mayor de salud pública. En nuestro país, la tasa de suicidio, tradicionalmente baja, se incrementa con el paso del tiempo.

Existen datos sociodemográficos relacionados estadísticamente con un mayor riesgo de suicidio. El suicidio es más frecuente entre los hombres y el intento entre las mujeres. El suicidio tiene lugar más habitualmente entre las personas mayores y el intento entre los jóvenes. Tienen más riesgo estadístico de suicidio las personas solteras, separadas, divorciadas o viudas. También tienen más riesgo los desempleados o las personas con menor formación. El suicidio es más frecuente en los originarios del norte de Europa y en los que viven en ciudades. El dato que mejor predice el suicidio es la presencia de intentos autolíticos previos. En un alto porcentaje, los suicidas padecen enfermedades orgánicas y suponen un riesgo importante las crónicas o incapacitantes.

Toda persona que intenta el suicidio se encuentra en una situación de dificultad psíquica y/o social. Sin embargo, muchos de ellos no padecen ningún trastorno mental. Sí la mayoría de los que se suicidan. El diagnóstico psiquiátrico más frecuente es el de depresión mayor. Al fenómeno suicida se han acercado investigadores pertenecientes a todos los paradigmas científicos. Han sido realizadas investigaciones biológicas: genéticas de diversos tipos o neurobioquímicas, sobre todo en relación con la serotonina; psicoanalíticas que centran el problema en la agresividad inconsciente; o psicosociales, sobretodo las influyentes teorías de Durkheim. Hoy, se proponen modelos “multidimensionales” que intentan integrar varias teorías.

En la valoración de un paciente suicida es básico controlar la angustia que provocan a menudo estos enfermos para evitar actuaciones erróneas. Será necesario recoger los antecedentes físicos y psiquiátricos, indagar sobre la posible sicopatología previa al intento, conocer los detalles del acto suicida si se ha producido y realizar una buena exploración psicopatológica, haciendo hincapié en la presencia y peligrosidad de la ideación suicida.

Para valorar el riesgo suicida y prevenirlo el médico tendrá en cuenta la presencia de datos sociodemográficos y conductuales que se asocian estadísticamente con alto riesgo, pero no olvidará considerar la letalidad de la ideación o del intento en función de los factores intrapsíquicos del paciente. Para ello se servirá de los indicios del posible suicidio ofrecidos por el paciente, del grado de intencionalidad suicida o de la existencia de las características psicológicas típicas de la ideación suicida. Para la valoración así como para el tratamiento, resulta muy importante la participación de la familia.

La actitud terapéutica ante el enfermo suicida será empática, comprensiva y firme. Tratado el daño orgánico si existe, el objetivo inmediato es conseguir la seguridad del paciente. Muchos actos autolesivos no suponen verdaderas urgencias psiquiátricas y no deben tratarse como tales. Si existe una enfermedad psiquiátrica deberá ser tratada, a medio o largo plazo. En los intentos autolíticos de alta letalidad, un psiquiatra decidirá si se indica el ingreso hospitalario o se realiza un tratamiento ambulatorio.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor psicologop » Lun Ene 14, 2013 5:11 pm


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Buenas tardes, adjunto les remito un artículo que puede resultar de su interés.

Reciban un saludo muy cordial.

Psicología de urgencia y emergencias: ¿mito o realidad?
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Vie Mar 29, 2013 1:33 pm


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Valoración del riesgo suicida

Desde un punto de vista dinámico, todos tenemos de forma consustancial a nuestra naturaleza deseos suicidas en mayor o menor grado. Por ello, casi todas las personas han pensado en la posibilidad de matarse o han realizado actos que han puesto en peligro su vida de alguna forma. No por ello debemos considerar que todas estas personas llegarán a matarse.

Siguiendo a Shneidman44, consideramos el objetivo principal de la evaluación de una persona con ideas suicidas, haya o no efectuado un intento, determinar cual es su "letalidad", lo que viene a ser sinónimo de la mortalidad de las ideas o del acto suicida. Aunque existe un acuerdo general en el hecho de que todo el que se suicida o lo intenta no se encuentra en un estado "normal", es posible el suicidio con un grado mínimo de perturbación psíquica y, desde luego, sin que ningún diagnóstico psiquiátrico pueda establecerse. Por otro lado, enfermos psiquiátricos en el seno de graves crisis psicopatológicas pueden realizar intentos autolíticos de muy escasa letalidad. La naturaleza y el grado de perturbación psíquica no son, por tanto, necesariamente proporcionales al grado de letalidad, e interesa tener presente este punto a la hora de la evaluación del riesgo suicida de estas personas.

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Para valorar esta llamada letalidad, el riesgo suicida, es necesario tener en cuenta la presencia de un perfil sociodemográfico y conductual que se relaciona con mayor riesgo, en función de los factores asociados de más arriba. En la tabla adjunta se exponen con mayor claridad los factores principales relacionados con alto riesgo de suicidio en nuestro medio.

Sin embargo, aunque el clínico debe considerar los datos presentes en el paciente que estadísticamente se han asociado con un mayor riesgo de suicidio, siempre tendrá presente que los factores intrapsíquicos son los fundamentales a la hora de evaluar la vulnerabilidad del enfermo. Como dice Rives45, "la evaluación de los pacientes suicidas sigue siendo un arte
y no puede ser reducida a una lista".

Desde este punto de vista46, la persona con ideación suicida de mayor peligrosidad suele haber meditado la decisión largamente y ofrece indicios que el médico, con mucha frecuencia de Atención Primaria o de Servicios de Urgencia, deberá reconocer. Lo habitual es que esta persona esté profundamente alterada y, a menudo, deprimida. Verbalizará en un alto porcentaje sus intenciones, echando por tierra la creencia presente en muchos médicos de que quién lo anuncia no lo hace.

Aparecerán cambios de conducta en lo que respecta a conducta alimentaria, sexual o en el sueño. Especialmente alarmante es el desprenderse de objetos de gran valor para el paciente.

Es de interés valorar el grado de intencionalidad suicida. Frente a la determinación inequívoca de matarse que algunas personas presentan y que, evidentemente, se asocian con un elevado riesgo, se sitúan una gran parte de los intentos de suicidio en los que el deseo principal parece ser el de cambiar la vida propia o la de personas significativas más que el de
acabar con ella. Las características psicológicas presentes en la ideación suicida más peligrosa son: la corta duración de la "crisis suicida", un enfermo tal vez estará muy perturbado durante un largo periodo, pero raramente mantendrá una ideación suicida de alta peligrosidad mucho tiempo sin que se agote o bien la lleve a cabo; la ambivalencia hacia el hecho de la muerte, a menudo deseando morir y ser salvado al tiempo; la presencia de "otra persona", el suicidio como hecho diádico.
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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Diegocaminero » Jue Jul 11, 2013 2:16 am


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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Mar Ago 27, 2013 12:55 pm


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Re: Psicología de las emergencias

Notapor Juanete » Lun Nov 11, 2013 2:07 pm


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Actitud terapeutica

El objetivo preliminar ante un paciente que se ha autolesionado es tratar el efecto de esta agresión. Este aspecto incluye el tratamiento de la intoxicación cualquiera que sea, la sutura de la herida en el antebrazo, etc. Resuelto lo anterior, el objetivo inmediato de cualquier intervención tras un intento de suicidio es conseguir la seguridad del paciente.

La actitud ante el paciente suicida puede ser diferente a la tradicional entre el terapeuta y el enfermo47. El médico podrá mostrarse más empático, más activo, haciendo ver su intención de comprender la situación del paciente. No es momento para parecer frío, neutral o crítico, y merece la pena implicarse más de lo habitual. Esto, sin embargo, no excluye mantener una actitud firme que inspire confianza.

El médico deberá haber hecho un primer diagnóstico de la enfermedad psiquiátrica del paciente si ésta existe. Por tanto resulta obvia la idoneidad de iniciar, recuperar o corregir el tratamiento psicofarmacológico de la enfermedad psiquiátrica. En este sentido los antidepresivos serán los fármacos más empleados, en especial los de acción serotoninérgica48 en cuanto son capaces de disminuir la impulsividad y la agresividad además del humor depresivo. También conviene elegir antidepresivos cuya peligrosidad en el caso de una intoxicación sea menor, inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, sobretodo.

Será necesario contar con la colaboración de la familia a la hora de almacenar y administrar correctamente la medicación.
En general, toda persona que presenta ideación suicida o ha realizado algún tipo de conducta suicida debería ser valorada por un psiquiatra. El plazo en el que el médico procurará la valoración psiquiátrica dependerá de las características clínicas del paciente y de las posibilidades asistenciales.

En una cantidad grande de casos, el acto suicida no tiene la intencionalidad de la muerte y es de muy baja letalidad, entrando a formar parte de los llamados “parasuicidios”. Puede, además, suponer un acto catártico que mejore el estado del paciente o dar lugar a una situación familiar o de pareja más favorable. En esas ocasiones el médico deberá entender que la urgencia de la evaluación especializada no existe.

En los casos en los que la letalidad es mayor, el enfermo deberá ser valorado por un psiquiatra de forma urgente. Entonces, la decisión más importante a tomar es la de hacer o no el ingreso hospitalario. En general, se diría que la hospitalización de un paciente suicida provocará problemas asociados y, además, el médico no puede ser ajeno al hecho de que nunca habrá suficientes camas como para ingresar a todo el que presenta ideas suicidas.

Además de la evaluación del riesgo suicida presente en el paciente en función de todo lo anterior, el principal factor a tener en cuenta a la hora de mantener un tratamiento ambulatorio es la capacidad del paciente de comprometerse a pedir ayuda si llega a un punto crítico.

También es fundamental contar con el apoyo de la familia o de personas importantes para el enfermo.

Como reconoce la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es un problema mayor deb salud pública. En nuestro país, la tasa de suicidio, tradicionalmente baja, se incrementa con el paso del tiempo. Existen datos sociodemográficos relacionados estadísticamente con un mayor riesgo de suicidio. El suicidio es más frecuente entre los hombres y el intento entre las mujeres. El suicidio tiene lugar más habitualmente entre las personas mayores y el intento entre los jóvenes. Tienen más riesgo estadístico de suicidio las personas solteras, separadas, divorciadas o viudas. También tienen más riesgo los desempleados o las personas con menor formación. El suicidio es más frecuente en los originarios del norte de Europa y en los que viven en ciudades. El dato que mejor predice el suicidio es la presencia de intentos autolíticos previos. En un alto porcentaje, los suicidas padecen enfermedades orgánicas y suponen un riesgo importante las crónicas o incapacitantes.

Toda persona que intenta el suicidio se encuentra en una situación de dificultad psíquica y/o social. Sin embargo, muchos de ellos no padecen ningún trastorno mental. Sí la mayoría de los que se suicidan. El diagnóstico psiquiátrico más frecuente es el de depresión mayor.

Al fenómeno suicida se han acercado investigadores pertenecientes a todos los paradigmas científicos. Han sido realizadas investigaciones biológicas: genéticas de diversos tipos o neurobioquímicas, sobre todo en relación con la serotonina; psicoanalíticas que centran el problema en la agresividad inconsciente; o psicosociales, sobretodo las influyentes teorías de Durkheim. Hoy, se proponen modelos “multidimensionales” que intentan integrar varias teorías.

En la valoración de un paciente suicida es básico controlar la angustia que provocan a menudo estos enfermos para evitar actuaciones erróneas. Será necesario recoger los antecedentes físicos y psiquiátricos, indagar sobre la posible psicopatología previa al intento, conocer los detalles del acto suicida si se ha producido y realizar una buena exploración psicopatológica, haciendo hincapié en la presencia y peligrosidad de la ideación suicida.

Para valorar el riesgo suicida y prevenirlo el médico tendrá en cuenta la presencia de datos sociodemográficos y conductuales que se asocian estadísticamente con alto riesgo, pero no olvidará considerar la letalidad de la ideación o del intento en función de los factores intrapsíquicos del paciente. Para ello se servirá de los indicios del posible suicidio ofrecidos por el paciente, del grado de intencionalidad suicida o de la existencia de las características 16 psicológicas típicas de la ideación suicida. Para la valoración así como para el tratamiento, resulta muy importante la participación de la familia.

La actitud terapéutica ante el enfermo suicida será empática, comprensiva y firme. Tratado el daño orgánico si existe, el objetivo inmediato es conseguir la seguridad del paciente. Muchos actos autolesivos no suponen verdaderas urgencias psiquiátricas y no deben tratarse como tales. Si existe una enfermedad psiquiátrica deberá ser tratada, a medio o largo plazo. En los intentos autolíticos de alta letalidad, un psiquiatra decidirá si se indica el ingreso hospitalario o se realiza un tratamiento ambulatorio.
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