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03/03/2009
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Cazadores de contrabandistas
Los agentes de Vigilancia Aduanera controlan por tierra, mar y aire las actividades de quienes pretenden introducir droga por el litoral, pero también persiguen el alcohol ilegal y el blanqueo.
PABLO MARISCAL. El ritmo de trabajo era frenético hace una década. Los narcos que intentaban introducir droga por la costa granadina sabían que, como mínimo, tendrían que esquivar la patrullera de Vigilancia Aduanera y enfrentarse al instinto de sus funcionarios. Forman parte de un cuerpo armado que investiga y detiene a traficantes de droga y alcohol. Pinchan teléfonos –previa autorización judicial– para destapar casos de blanqueo de dinero y luchan contra el fraude fiscal con la ventaja de estar adscritos a la Agencia Tributaria.
En Granada hay treinta agentes que viven sin horario pendientes de que suene el teléfono para combatir el contrabando por tierra, mar y aire. Su trabajo se divide en varias áreas especializadas. Hay marineros curtidos tras cientos de persecuciones con ‘gomas’ cargadas con toneladas de hachís; vigilantes que escrutan el mar y los recodos del litoral de noche y desde el aire con las cámaras térmicas instaladas en los helicópteros de Vigilancia Aduanera; investigadores que se pasan la noche en vela y a la intemperie con dispositivos de visión nocturna que detectan cualquier movimiento sospechoso entre los cañaverales de Granada por si de una pandilla de alijadores se tratara.
Arturo Pérez Reverte los retrató a la perfección en su libro ‘La Reina del Sur’. Los definía como “cazadores” por el reto de enfrentarse cada día a lo inesperado. Ese tiempo que describía el autor en el libro que todos los aduaneros tienen siempre a mano ha pasado. Ahora las noches son más tranquilas, nada que ver con las de las décadas de los 80 y 90. La implantación del SIVE en Granada los ha dejado en dique seco. Pese a ello siguen saliendo cada madrugada, turnándose los servicios con los efectivos del Servicio Marítimo de la Guardia Civil para dejar cubierta la costa noche tras noche, semana tras semana, con mar gruesa u olas insignificantes.
Los agentes de Vigilancia Aduanera no están acostumbrados a la publicidad. Casi nunca salen en la prensa pese a que son los primeros en actuar, como ellos mismos reconocen, en muchos de los casos de pateras o aprehensiones de droga en aguas granadinas. Son pocos y precisamente por eso el que los malos conozcan sus caras o sus nombres juega notablemente en su contra. El jefe, sin ir más lejos, está amenazado de muerte.
Y todo porque las actuaciones de esta unidad echan por tierra negocios de cientos de millones, bien sea en fardos de droga que se arrojan al mar cuando la patrullera enfila la popa de las lanchas de los narcos o por la incautación de toneladas de alcohol ilegal que llega a la provincia procedente de las destilerías clandestinas de Murcia. Los agentes dedican el día a las investigaciones, a los seguimientos y a las operaciones planificadas. La noche la dejan para vigilar. Desde la base operativa del Puerto de Motril salen varias unidades, cada una con un destino diferente.
Dos o tres coches camuflados se dirigen a un punto del litoral granadino para instalar en una colina la cámara térmica que cubrirá un impresionante perímetro de vigilancia. Por motivos obvios solicitan que no se aporte dato alguno sobre el lugar exacto de ubicación del sistema ni del área que abarca el rastreo. La cámara presenta el horizonte en tonos blancos. Cualquier actividad que genere calor (desde los motores de una embarcación sospechosa hasta la cabeza y extremidades de dos atrevidos pescadores furtivos que prueban suerte en una cala protegida) sobresale con una nitidez deslumbrantemente negra en la pantalla del sistema.
Desde el monitor se puede detectar una planeadora que pretenda entrar en la playa a varias millas de distancia, el tiempo suficiente para recoger los bártulos y salir pitando (con sirenas incluidas) monte abajo con los coches camuflados para cerrar el perímetro de la zona donde se va a producir el alijo. Esta tarea es coordinada desde el mar con la patrullera.
Cinco agentes trabajan en un barco dotado con todo tipo de aparatos de seguimiento y comunicaciones. Los 2.400 caballos de potencia de esta lancha no servirían de nada sin la pericia de su patrón –un vasco al que recurren cada vez que el Petrel sale de misión– , la habilidad de dos jóvenes agentes y la experiencia de otros dos ‘lobos de mar’ que llevan décadas enfrentándose a los ‘pantocazos’ de la patrullera en plena persecución.
Cuando detectan una planeadora en el radar la siguen en contra del aire para evitar que les descubran por el ruido de los motores y cuando enfilan su estela se meten literalmente detrás de ellos, confundiendo su sonido con el de la lancha de los narcos. Así van detrás de ellos hasta que llegan a tierra. Entonces los cercan e impiden su huida mientras los de tierra –que han bajado de la montaña– intentan atrapar a los huidizos delincuentes.
El triángulo operativo se cierra desde el aire con el helicóptero que vuela de noche y que marca la posición de la planeadora. Un equipo perfecto, y muy desconocido, que cada noche sale de ‘caza’ en busca de contrabandistas.