Vivan los guardias
Mucho se ha hablado de los guardias civiles desde que, hace unos días,
se manifestaron de verde en Madrid. Mucho y, como siempre, muy enconado,
aunque para un observador imparcial la discusión haya tenido su punto
divertido.
Se podía por ejemplo leer (y escuchar) a esforzados comentaristas de
la izquierda más progre pedir poco menos que la cabeza (tricornio incluido)
de los allí congregados. Uno hubo que reclamaba para ellos pena de cárcel
por (agárrense) ¡sedición! Como si los civiles se hubieran juntado allí para
tomar por asalto La Moncloa. Mientras, desde el otro lado, tertulianos de la
derecha más rancia defendían, qué curioso, el derecho a la manifa y a la libre
expresión. Libre expresión contra ZP, se entiende.
¿Saben lo que pasa? Que según transcurre el fogueo partidista de
nuestros partidistas medios, a uno le va quedando la sensación de que lo
que menos importa es lo que, de verdad, importa. O sea: las condiciones en
las que desarrolla su labor un grupo de personas de las que tanto dependen
la tranquilidad, el bienestar, la seguridad de tantos otros.
Tras el rifirrafe, aún no he escuchado una razón que se acerque a válida
para explicar por qué este cuerpo tan nuestro ha de ser militar. Que los
generales lo defiendan tiene su motivo: ningún otro sistema les daría tanto
poder sobre sus subordinados. Imagínese, lector, que su jefe de usted tuviera
el poder de mandarle a la cárcel. A mí me da tembleque.
Así están los guardias, sí señor. Con pocos medios y menos sueldo,
con los mandos más despóticos y una regulación del siglo pasado, sin otra
manera legal de exigir sus derechos que cogerse la baja o pegarse un tiro.
Puteados, expedientados, les pedimos que nos salven, que detengan a los
villanos, que mueran bajo las bombas de ETA. Y que se callen.
«Viva honrada la Guardia Civil», termina el himno de la Benemérita. Y
digo yo: vivan honrados los guardias. Civiles.
PABLO ÁLVAREZ/02/02/07
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