Guantes Anticorte Policiales |
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¡Diles, pagliaccio!Papá Williams arrojó los dados y salieron ases otra vez. Habló amarga y elocuentemente de la cuestión, mientras veía que Whitey Harper tomaba los dos cuartos de dólar y el negro que estaba junto a él las dos monedas de diez centavos.
Papá alargó la mano hacia los dados y luego miró hacia su mano izquierda, para ver cuánto capital restaba. Tenía allí una moneda de diez y una de veinticinco centavos.
Arrojó la moneda de un cuarto y Whitey la cubrió.
Tiró un cinco tres.
- Ocho de Decatur - exclamó - Dispara.
Dejó caer la otra moneda que tenía en la mano y el negro la cubrió. Papá murmuró palabras suaves a los cubos y los hizo rodar.
Cuatro y tres, para hacer siete.
Gruñó y se levantó.
Valenti, el temerario, había estado apoyado en un poste, observando divertido el juego.
- Papá, no debías esforzarte con esos dados de Whitey - dijo.
Whitey, con los dados en la mano, levantó la mirada furiosa y abrió la boca y la volvió a cerrar, al ver los hombros de Valenti. Hombros cuyos músculos se abultaban debajo de la delgada camisa de polo que llevaba. Valenti habría partido en dos a Whitey Harper, quien vendía novedades baratas, y en tres a papá Williams.
Pero Valenti dijo:
- Sólo estaba bromeando, Whitey.
- No me gustan esa clase de bromas - replicó Whitey. Pareció por un momento que iba a agregar algo más y después volvió la espalda y atendió al juego.
Papá Williams salió de la tienda y se apoyó en la cerca de la exhibición de monstruos y miró hacia el sendero del circo. La mayor parte de los frentes estaban a oscuras y los aparatos se encontraban cerrados. Cerca de la puerta principal, seguían funcionando algunos de los juegos de pelota y de las ruedas, para unos pocos bobos trasnochados.
Valenti se detuvo junto a él.
- ¿Perdiste mucho, Papá?
Papá movió la cabeza.
- Unos pocos dólares.
- Es mucho - comentó Valenti -; si era todo lo que tenías. Sólo entonces es divertido jugar. Yo jugaba a los dados como loco. Ahora tengo unos pocos de a mil ahorrados y otros pocos en eso... - señaló los aparatos para la función gratuita, en el centro del circo -, así que no me divierte jugar veinticinco dólares.
Papá gruñó.
- Sin embargo, no puedes decir que no juegas, cuando te lanzas así, desde tan alto, a una pecera, prácticamente.
- Oh, esa clase de juego, sí. ¿Cómo está la vieja?
- ¿Lil? Muy bien. Ese maldito viejo Tepperman...
Continuó farfullando.
- ¿El patrón te ha estado molestando otra vez por ella?
- Sí - contestó Papá -. Sólo porque ha estado de mal humor unos días. Seguro, ella se pone de mal humor algunas veces. Los elefantes son humanos y cuando Tepperman tenga setenta y cinco años, no va a ser tan dócil como la vieja Lil, maldito sea.
Valenti rió.
- No es gracioso - dijo Papá -. Esta vez no. Está hablando de venderla.
- Ya ha hablado de eso otras veces, Papá. Puedo ver su punto de vista. Un tractor...
- Ha tenido tractores - lo interrumpió Papá amargamente -. Y ninguno de ellos puede sacar del lodo un vagón como Lil. Y un tractor no puede tampoco atraer al público. Tú no ves detenerse a la gente a mirar un tractor. Y un tractor no luce en los desfiles, no como un macho.
Para los trabajadores del circo y de las ferias, todos los elefantes son machos, sin importar su sexo. Valenti movió la cabeza afirmativamente.
- Es cierto. Pero mira lo que sucedió en el último desfile. Se salió de la línea, entró a un estacionamiento de automóviles y…
- Ese maldito Shorty Martin. No sabe cómo manejar a un macho, pero sólo porque es moreno y le ponen un turbante y parece un mahout, el patrón lo sube a Lil para el desfile. Lil no puede aguantarlo. Ella me dijo... oh, tonterías.
- Necesitas un trago - sugirió Valenti -. Toma.
Le tendió un frasco plateado. Papá bebió.
- Es suave - comentó Papá -. Pero un poco débil, ¿no?
- Escocés ciento por ciento. Debes haber estado bebiendo ese veneno que venden en la tienda de los negros, a dos litros por veinticinco centavos.
Papá movió la cabeza afirmativamente.
- Éste no tiene suficiente vitriolo o algo así. Pero gracias. Creo que iré a ver si Lil está bien.
Dio vuelta por atrás del Remolino hasta donde estaba el macho atado a una estaca. Lil se hallaba allí, pacíficamente dormida.
Sin embargo, abrió sus ojillos porcinos, cuando Papá se acercó.
- Hola, muchachita - saludó -. Vuelve a cerrar los ojitos. Mañana tendremos que tirar todo. Entonces no dormirás mucho.
Metió la mano en su bolsillo y sacó los dos pedazos de azúcar que había robado de la cocina.
El extremo suave, inquisitivo de su trompa, acarició su palma y tomó el azúcar.
- Maldita seas - dijo Papá afectuosamente.
Miró la enorme masa borrosa del macho. Había cerrado los ojos otra vez.
- La dificultad contigo - comentó -, es que tienes temperamento. Pero oye, vieja, ya no puedes tener temperamento. Eso es para prima donnas y tú eres un macho de trabajo.
Pretendió que el animal contestaba algo.
- Sí, lo sé. No lo eras... Pero yo tampoco fui siempre un machero. Yo fui payaso en un tiempo. ¿Recuerdas, nena?
»Y ahora eres nada más una máquina para empujar carros; y yo mismo, ya no soy tan joven. Tengo cincuenta y ocho años, Lil. Sí, ya sé que tienes quince años más que yo y tal vez más, si se supiera la verdad, pero tú no te emborrachas como yo.
Le palmeó la trompa y sus grandes orejas aletearon una vez, en perezoso agradecimiento.
- Ese Shorty Martín - continuó Papá -. ¿Te atormenta o algo así, nena? Quisiera poderte montar en los desfiles, maldita sea. Entonces te portarías bien, ¿verdad, nena?
Sonrió.
- ¡Entonces, ese Martin sería mahout de una máquina!
Pero comprendió que Lil no apreciaba los chistes. Y las bromas no cambiaban el hecho de que muy pronto, él mismo estaría sin empleo, porque Espectáculos Tepperman iba a vender a Lil. Si podían encontrar un lugar para venderla. Si no podían... bueno, él no quería pensar en eso.
Desconsolado, caminó hasta la aldea de negros, atrás del Casino de Harlem.
- Hola, señor Papá - saludó Jabez, el monstruo -. Parece un poco aplastado.
- Jabez - replicó Papá -, ando tan bajo, que podría usar zancos y caminar abajo de la banqueta, sin levantarla.
Jabez rió y Papá consiguió dos litros a crédito.
Tomó un trago y se sintió un poco mejor. Esa cosa tenía autoridad. Mientras más pagaba uno por el licor, más débil era. Aun había probado una vez la champaña y sabía como soda. Esto...
- Gracias, Jabez - dijo -. Nos veremos.
Volvió al juego de dados. Whitey Harper se levantó cuando entró Papá.
- Quebrado - anunció Whitey -. Cuida esos dados por mí, Bill. Hola, Papá, ¿me invitas una taza de café?
Papá movió la cabeza negativamente.
- Pero tengo un trago de lo que es bueno para tu enfermedad. Toma.
Whitey tomó el trago ofrecido y se dirigió a la cocina. Papá pidió prestados veinticinco centavos a Bill Rendelman, el hombre del tiovivo, quien estaba ganando en el juego de dados. Apostó a dos jugadas, una por quince y una por diez y las perdió ambas.
No, ésa no era su noche.
En algún lugar, en dirección a la ciudad, un reloj sonó la medianoche. Papá decidió que sería mejor retirarse. Podía terminar en su jergón con lo que restaba de los dos litros.
Estaba sintiéndose muy bien. Y corno siempre, cuando se hallaba en aquella primera etapa alegre y feliz de ebriedad, cantó la canción más lúgubre que sabía, al cruzar el circo desierto. El aria de Pagliaccio.
-...y sólo se burlan de tu llanto
y tus lágrimas.
Anda... ríe, pagliaccio,
del corazón que está roto;
¡Ríe del dolor que has vivido en tus años!
Sí, ese tipo Pagliaccio también era un payaso, y sabía todo. La vida era bellamente triste para un payaso; era más bellamente triste para un ex payaso y más bellamente triste que nada para un ex payaso borracho.
- Debo reír para librarme... de mi desdicha...
Terminó de repetir el aria completa por tercera vez cuando, todavía vestido, excepto por los zapatos, se metió a su jergón, bajo el carro número seis, atrás del espectáculo de Hawai. Olvidó todo al terminar lo que restaba del licor.
Arriba, la luna opaca y gibosa se ocultó tras las nubes caprichosas y el anillo exterior del lote, ocultado por las tiendas a los pocos arcos que seguían ardiendo, se convirtió en un misterio negro, negrura de la cual se levantaban las carpas, como monstruos grises, en la noche silenciosa y sofocante. La noche de asesinato...
Alguien estaba sacudiéndolo. Papá Williams abrió un ojo soñoliento. Dijo:
- 'Ta bien. ¿Qué hora es?
Y cerró los ojos otra vez.
Pero siguieron sacudiéndolo.
- ¡Papá! ¡Despierta! ¡Lil mató...!
Entonces se sentó como impulsado por un resorte. Tenía los ojos desorbitados, pero fuera de foco. La cara que tenía frente a él era un borrón, pero la voz era la de Whitey Harper.
Se apoyó en el hombro de Whitey.
- ¿Eh? ¿Dijiste...?
- Tu macho mató a Shorty Martin. ¡Papá! ¡Despierta!
¿Despierta? Diablos, estaba más despierto que nunca en su vida. Saltó de la cama, casi cayendo sobre Whitey, mientras éste bajaba de la litera superior. Metió los pies en sus zapatos y las lengüetas se doblaron hacia adentro: no se detuvo a atar las cintas. Y salió corriendo.
Otras personas iban corriendo también. Pocos de ellos. Algunos venían de los carros dormitorio, otros de las tiendas, donde dormían muchos en la estación calurosa. Algunos corrían desde la cocina brillantemente iluminada.
Cuando llegó al espectáculo de Hawai. Papá miró en torno suyo, para ver si Whitey Harper estaba a la vista. No se encontraba por ningún lado.
Así que Papá se metió por abajo de un lado de la tienda, en lugar de entrar por el frente y regresó hacia el remolque privado de Tepperman. Por supuesto, la esposa de Tepperman podía estar allí, pera había algo que Papá debía hacer, y hacerlo pronto. antes de ir hasta el macho. Y para hacerlo, tenía que esperar que el remolque del patrón estuviera desocupado.
Lo halló vacío. Y sólo le tomó un minuto encontrar el rifle de alta poder que buscaba. Llevándolo apretado a su cuerpo, se escurrió bajo la tienda del espectáculo de Hawai, sin ser visto. Y ocultó el arma bajo la tela de la plataforma.
No era un escondite muy bueno. Alguien encontraría el rifle antes del mediodía, pero para entonces no importaría. Para entonces, habrían podido conseguir otra arma. Pero ésa era la única disponible esa noche, con poder suficiente.
Y un minuto después. Papá estaba abriéndose paso entre el círculo de personas que rodeaban a la vieja Lil. Un círculo que se mantenía a una distancia muy respetuosa del elefante.
La primera mirada de Papá fue para Lil y ella estaba bien. Cualquier explosión de temperamento o mal humor que hubiera tenido, Había desaparecido. Sus ojos rojos se veían indiferentes y mecía la trompa suavemente. El doctor Berg se hallaba inclinado sobre algo que yacía en el suelo, a tres o cuatro metros del macho. Tepperman se encontraba parado, mirando. Alguien dijo algo a Papá y Tepperman se volvió.
- Te dije que ese maldito macho...
Se interrumpió y siguió mirándolo furiosamente.
- ¿Qué sucedió? - preguntó Papá con timidez.
- ¿No puedes ver lo que sucedió?
Bajó la mirada lucia el doctor Berg y los lentes del médico reflejaron la luz de la linterna sorda de alguien, al mover la cabeza.
- Tres costillas - dijo -. El cuello dislocado y el cráneo aplastado, en donde golpeó contra el poste. Cualquiera de esas cosas podía haberlo matado.
Papá movió la cabeza, aunque no supo si lo hizo en expresión de dolor o de negativa.
- ¿Qué sucedió? - preguntó otra vez -. ¿Estaba atormentándola Shorty?
- Nadie lo vio - replicó Tepperman.
- Mmmm. ¿Allí fue donde lo hallaron? - inquirió Papá -. No parece probable que Lil lo haya lanzado hasta allí, si lo hizo.
- ¿Qué quieres decir? ¿Si lo hizo? - interrogó Tepperman fríamente -. No, estaba tirado, con la cabeza pegada al poste, si quieres saberlo.
- Debe haber estado molestándola - insistió Papá -. Lil no es ninguna asesina. Tal vez le dio pimienta a comer, o...
Se acercó a Lil y le acarició la trompa.
- No debiste hacerlo, vieja. Pero... maldita sea, quisiera que pudieras hablar.
El propietario del circo resopló.
- Mejor no te acerques a ese macho, hasta que lo matemos.
Papá se sobresaltó. Ésa era la palabra que estaba esperando y al fin había surgido.
Pero no arguyó; sabía que no tenía objeto. Quizá después, cuando la cólera de Tepperman se hubiera enfriado, habría una posibilidad. Una leve posibilidad.
- Lil es buena, señor Tepperman - dijo -. No haría daño a una mosca. Si ella... eh... lo hizo, con seguridad tuvo alguna razón. Una buena razón. Ese Shorty era malo. Nunca debió dejar que la montara en los desfiles. A ella nunca le gustó...
Y al comprender que, al enfatizar la antipatía de Lil hacia Shorty dañaba su propia causa, Papá calló.
A la distancia, se oyó el sonido de la campana de una ambulancia.
Tepperman se había vuelto nuevamente hacia el médico.
- ¿Estaba borracho Shorty, doctor? - preguntó.
Pero Berg negó con movimientos de cabeza.
- No parece tener olor a alcohol.
Las esperanzas de Papá se hundieron más. Si Shorty hubiera estado borracho, habría sido más probable que hubiera estado atormentando al macho de propósito. Y aunque no fuera así, ¿por qué fue a ese lugar? Sobre todo, a esa hora de...
- ¿Qué hora es? - inquirió Papá.
- Casi la una.
Fue el médico quien contestó. Más temprano de lo que pensaba Papá: escasamente debió haberse ido a dormir, cuando sucedió. No era extraño que tantos cirqueros estuvieran despiertos todavía.
Llegó la ambulancia, recogió la cosa del suelo y partió otra vez. Algunos de los cirqueros ya estaban alejándose.
Papá hizo un nuevo intento:
- De cualquier modo, ese Shorty era un pillo, señor Tepperman. ¿No fue arrestado cuando estuvimos en Brondale, hace pocos días?
- ¿Qué quieres insinuar, Papá?
Papá Williams se rascó la cabeza. No lo sabía. Pero dijo:
- Sólo que si Lil le hizo algo, debe haber tenido una razón, seguramente. No sé cuál, pero...
El dueño del circo lo miró furiosamente, en silencio.
- Espera aquí - ordenó -, y vigila ese macho. Voy a matarla, antes que asesine a alguien más.
Se alejó.
Papá acarició la piel áspera del brazuelo de Lil.
- No te preocupes, vieja. No lo hallará.
Habló en voz baja, para que ninguno de los otros cirqueros lo oyera. Trató de hacer jovial su voz, pero sabía que sólo había retrasado la ejecución de Lil. Si Tepperman no encontraba el rifle por la mañana, con facilidad podría conseguir otro en una de las tiendas locales.
Alguien gritó:
- Será mejor que no te acerques a ese macho.
Fue la voz de Whitey Harper.
- Tonterías - replicó Papá -. Lil no haría daño a una mosca -. Después, para no tener que gritar, caminó hasta donde estaba parado Whitey, a distancia segura del macho -. Whitey, ¿por qué fue capturado Shorty Martin en Brondale, al principio de esta semana?
- Por nada. Sospechas, eso es todo. Lo dejaron libre inmediatamente.
- ¿Sospechas de qué?
- Hubo un secuestro y todos los policías estaban excitados por él. Detuvieron a todos los desconocidos que vagaban por la calle principal. Muchos cirqueros fueron interrogados.
- ¿Encontraron al tipo que fue secuestrado?
- Es un niño... el hijo del banquero. No lo han hallado todavía, que yo sepa. ¿Por qué?
- No sé - contestó Papá. Estaba tratando de encontrar una paja para aferrarse a ella, pero no sabía cómo explicarlo a Whitey. Preguntó -: ¿Tenía enemigos Shorty? Quiero decir, en el circo.
- No, que yo sepa, Papá. A menos que fuera Lil. Y tú.
Papá gruñó, disgustado y volvió hasta Lil.
- No te preocupes, vieja - dijo innecesariamente. Lil no Parecía estar preocupándose. Pero Papá Williams sí.
Tepperman regresó. Sin el rifle.
- Algún tal por cual robó mi rifle - dijo -. No podré hacer nada hasta mañana, Papá. ¿Puedes permanecer aquí, cuidando al macho?
- Seguro, señor Tepperman. Pero, oiga, ¿tienen que...?
- Sí, Papá, tenemos que hacerlo. Cuando un macho mata una vez, no conviene correr más peligro. Sin embargo, no fue culpa tuya, Papá; puedes seguir aquí, ayudando con las lonas, o...
- No - lo interrumpió Papá Williams -. Creo que renuncio, señor Tepperman. Soy un machero. Renuncio.
- ¿Pero aguardarás hasta mañana?
- Sí - replicó Papá -. Estaré aquí hasta mañana.
Vio alejarse a Tepperman.
Sí, se quedaría hasta mañana. Que alguien tratara de sacarlo del lote, mientras hubiera una oportunidad de salvar a la muchacha. Una ligera oportunidad.
Después... Oh, diablos, ¿por qué preocuparse por lo que sucedería después de eso?
Los arcos del circo estaban haciéndose un poco borrosos y pasó una manga por sus ojos. Y entonces, como sabía que Tepperman tenía razón y porque tenía que culpar a alguien, farfulló:
- ¡Ese maldito Shorty! ¿Qué tenía que hacer Shorty cerca de Lil, por la noche, cuando ella estaba durmiendo y qué le había hecho a la muchacha?
Se volvió a mirarla y la vio dormida como un bebé. ¿La vieja Lil, una asesina?
- ¡Oh, espera! ¡Tal vez no lo era! - Arguyó contra eso, pero repentinamente, descubrió qué en realidad había creído, en el fondo, que ella mató a Shorty.
Pero, ¿lo habría hecho? Lil tenía temperamento, sí. Pero cuando enfurecía, Lil barritaba. Y esa noche no lo hizo. Borracho o sobrio, dormido o despierto, él la hubiera oído.
- Lil, ¿lo hiciste...? - preguntó.
Lil abrió sus ojillos rojos, soñolientos y luego volvió a cerrarlos. Maldita sea, si sólo pudiera hablar...
¿Quién halló el cadáver de Shorty y dónde había estado él antes de eso y qué estaba haciendo? Tal vez las respuestas a esas preguntas fueran importantes. Nadie más las hacía. Todos aceptaban las..., ¿cómo las llamaban los policías...? Evidencias circunstanciales.
Papá buscó en torno suyo alguien a quién hacerle esas preguntas y no encontró a nadie. Se hallaba solo, con Lil.
En algún lugar, un reloj sonó las dos.
Examinó la cadena de Lil y la estaca a la que se encontraba asegurada. Ambas cosas estaban bien.
Avanzó en la oscuridad, caminando silenciosamente, como para no despertarla, dio vuelta en torno al Remolino y salió al sendero central. Se encaminó hacia la cocina.
Media docena de cirqueros se hallaban sentados en torno a mesas o ante el mostrador.
Whitey se encontraba allí y lo saludó:
- Hola, Papá. ¿Quieres una taza de café?
Papá movió la cabeza afirmativamente y se sentó. Descubrió que lo hizo como si el asiento estuviera ardiendo y comprendió que era porque temía que Tepperman lo viera allí, cuando había prometido permanecer con el macho. Pero, ¿qué importaba que el patrón lo viera allí? De cualquier modo, ésa sería su última noche en el circo, ¿no? Un hombre que ya ha renunciado, no puede ser despedido.
Trató de serenarse y el café caliente lo ayudó.
- ¿Alguien vio lo que sucedió allí? - preguntó -. Quiero decir, ¿qué estaba haciendo Shorty al macho o por qué se acercó a Lil, en primer lugar?
- No - contestó Whitey Harper -. Shorty estuvo en la tienda de los monstruos, poco después que te fuiste. Ésa fue la última vez que lo vi.
- ¿Jugó? - inquirió Papá.
- No. Nada más vio por unos minutos. Vamos a ver: yo vine, pedí prestado un dólar y regresé. Encontré entonces a Shorty allí. Salió pocos minutos más tarde, alrededor de medianoche. No sé a dónde fue de allí.
Uno de los muchachos de los aparatos que se encontraba ante el mostrador informó:
- Entonces debe haber sido cuando lo vi. Salió de la tienda de los monstruos y fue hacia la rueda. Pete Boucher estaba trabajando en el diesel. Creo que iba a hablar con Pete.
- ¿Iba sobrio?
- Hasta donde pude ver.
Papá terminó su café y fue en busca de Pete Boucher. No fue difícil encontrarlo; Pete continuaba trabajando todavía con el motor recalcitrante.
- Hola, Papá - saludó -. ¿Van a matar al macho?
- Creo que sí - contestó Papá -. Tepperman no pudo hallar su rifle, o lo habría hecho esta misma noche. Shorty se detuvo a hablar contigo poco después de medianoche. ¿No, Pete?
- Sí. Creo que era poco después de medianoche.
- ¿Dijo algo respecto al macho, o a que iría hacia allá?
Boucher movió la cabeza negativamente.
- Nada más hablamos de mañana, si iba a hacer buen día, o no. Y no estuvo aquí mucho tiempo. Unos pocos minutos.
- ¿Tal vez dijo hacia dónde iba?
- No. Pero yo lo vi. Atravesó el camino y cortó entre la exhibición de perros y la tienda de los monstruos. El remolque de Valenti está por allí, detrás de la carpa de los monstruos. Creo que tal vez iba hacia el remolque de Valenti.
Papá movió la cabeza afirmativamente. Estaba acercándose, pensó. Del remolque, Shorty debió ir hacia Lil y nadie lo vio hacer esa última etapa del viaje. Quizá dio vuelta a la curva del final del camino, en la oscuridad de atrás de las tiendas.
- No puedo imaginar por qué Lil... Pete, ¿de qué humor se encontraba Shorty cuando habló contigo?
- Alegre. Bromeando. Dijo que mañana sería rico.
- Él no... eh... pareció querer decir nada con eso, ¿verdad?
- No. ¿Qué podía querer decir? Oye, Papá, ¿qué vas a hacer después que maten a Lil?
- No sé, Pete, no sé.
Papá atravesó el camino y pasó junto al gran tanque, bajo la torre de veinticinco metros, desde donde se lanzaba todas las tardes Valenti. No levantó la mirada hacia la torre. Padecía un poco de acrofobia... temor a las alturas. Lo suficiente para ponerlo nervioso al pensar en aquel salto.
Regresó, pasando la exhibición de perros, hacia el remolque de Valenti. Estaba oscuro y titubeó. Tal vez Valenti y Bill Gruber, su compañero, se habían retirado y se hallaban dormidos. Para entonces, debían ser más de las dos y media.
El mismo remolque, era una sombra negra en la oscuridad.
Papá se detuvo ante la puerta, preguntándose si se atrevería a llamar o a tocar. Quizá todavía no se encontraban dormidos.
- Valenti - dijo suavemente.
No lo dijo con fuerza suficiente para despertar a nadie, pero con la suficiente, esperaba, para ser oído, si Valenti o Gruber se hallaban allí, todavía despiertos.
No obtuvo respuesta. Escuchó con atención y oyó un sonido que nunca habría notado en otras condiciones. Era una respiración suave e irregular, que no sonaba como la de un adulto. Parecía la de un niño. Pero ni Valenti ni Gruber tenían hijos. ¿Qué podría estar haciendo un niño en el remolque?
Aquella respiración tampoco era normal, o no hubiera podido oírla, aun en el silencio profundo de la noche. Pero, ¿por qué...?
No había oído los pasos detrás de él.
- ¿Quién está…? Oh, eres tú, Papá - demandó la voz de Valenti -. ¿Qué quieres?
- ¿Hay un niño en el remolque, Valenti? - preguntó Papá -. Suena como un niño enfermo de tos ferina o algo así.
Valenti rió.
- Estás oyendo cosas raras, Papá. Es Bill. Tiene un resfriado endiablado, con asma. Espera a que le diga que creíste que era tos ferina. ¿Qué quieres?
Papá movió los pies, intranquilo.
- Yo... nada más quería hacerte una o dos preguntas respecto a Shorty - bajó la voz -. Oye, tal vez no debíamos estar hablando aquí. Si Bill está enfermo o dormido, será, mejor que no lo despertemos.
- Seguro - aprobó Valenti -. ¿Quieres que vayamos a la cocina?
- Acabo de estar allí, Será mejor que regrese con el macho. Vamos a caminar hacia allá.
Valenti movió la cabeza afirmativamente y juntos avanzaron por entre la hierba alta y húmeda de atrás de las tiendas, siguiendo quizá el mismo camino que había tomado Shorty una o dos horas antes. Tal vez, pensó Papá, Valenti pudiera decirle...
Se detuvieron ante el elefante dormido.
- Todavía estoy tratando de imaginar qué sucedió esta noche, Valenti - explicó Papá -. ¿Por qué vino Shorty Martin hasta aquí y qué hizo que lo agarrara Lil... si fue eso lo que sucedió?
- ¿Qué quieres decir con eso?
- No sé - contestó Papá sinceramente -. Nada más que... bueno, ella nunca había hecho nada así hasta ahora. Pete Boucher dijo que Shorty fue hacia tu remolque poco después de las doce. ¿Lo viste entonces?
Valenti afirmó con movimientos de cabeza.
- Quería saber si Bill y yo iríamos con él hacia la parte alta de la ciudad. Ninguno de nosotros quiso hacerlo. Después vino hacia acá; fue la última vez que lo vi. Creo que la última vez que lo vio alguien.
- ¿Dijo por qué iba...?
Cuando empezó la pregunta, Papá estaba mirando hacia más allá de Valenti, hacia la orilla del lote. Alguien venía de esa dirección y no podía distinguir quién era.
Y entonces, a media pregunta, su voz quedó flotando en el aire y sus ojos se desorbitaron por el asombro. Valenti le había mentido. Bill Gruber, el compañero de Valenti, no estaba dormido en el remolque. Era Bill quien iba atravesando el lote Hacia ellos.
- ¿Qué sucede, Papá? - preguntó Valenti -. Parece que viste...
Y entonces se volvió para ver qué miraba Papá.
La voz de Bill cortó el silencio repentino, despreocupadamente:
- Hola, Papá, ¿como estás? Al fin encontré abierta una droguería, Val. Compré... Oigan, ¿qué sucede con ustedes?
Valenti rió, mientras se volvía.
- Papá, estaba bromeando respecto a...
Y esas pocas palabras cubrieron el tiempo que tardó en volverse y tuvo a Papá desprevenido durante el segundo en que debió gritar pidiendo auxilio o. echar a correr. Y ese segundo había terminado y la enorme mano de Valenti cubrió la boca de Papá, mientras lo hacía darse vuelta.
Y entonces, mientras el brazo de Valenti oprimía aplastantemente sus costillas y su mano le doblaba la cabeza hacia atrás, Papá supo lo que había sucedido a Shorty y por qué. Ahora, demasiado tarde, supo por qué Shorty esperaba ser «rico» mañana. Shorty descubrió que Valenti tenía prisionero al niño en el remolque y le exigió una parte del rescate.
Sí, todo cayó en su lugar al mismo tiempo. El niño del banquero, secuestrado en Brondale. Prisionero, probablemente narcotizado, en el remolque. Valenti, el único hombre del circo que tenía fuerza suficiente para asesinar, en la forma en que fue asesinado Shorty. Y en la que Papá Williams iba a morir ahora. Y la culpa caería en Lil.
¿Por qué no pensó en Valenti; cuando no creyó en realidad que Lil hubiera matado a Shorty? Valenti, quien no jugaba a los dados porque era una apuesta demasiado pequeña para él. Quien era bastante fuerte para retorcerle el cuello a un hombre como un granjero retorcería el de un pollo. Quien tenía el valor de lanzarse todos los días desde veinticinco metros de altura, a un tanque poco profundo...
Y sólo un segundo antes, podría haber gritado. Podría haber despertado a Lil y ella hubiera arrancado la estaca y hubiese corrido a defenderlo.
Era demasiado tarde. La mano que tenía sobre la boca parecía de hierro. Sus costillas y su cuello...
Nada más estaban libres sus pies. Pateó frenéticamente hacia atrás, con sus talones. Trató de hacer algún ruido bastante fuerte para despertar a Lil.
Un tacón pegó con fuerza en el tobillo de Valenti, pero el zapato cayó del pie de Papá. Aún no había tenido tiempo de atarlos, después de aquella carrera desesperada para saltar del jergón y esconder el rifle de Tepperman.
A medida que aumentaba la presión aplastante en torno a sus costillas, trató otra vez de gritar. Pero fue nada más un chillido débil, no tan fuerte corno sus voces que, en conversación normal, no perturbaron el sueño del elefante.
La ayuda adecuada estaba a tres metros, directamente frente a él... pero dormida.
Y Valenti se encontraba parado, con las piernas muy separadas. Papá no podía patear los tobillos del hombre que iba a asesinarlo. Lo intentó y casi perdió su otro zapato.
Entonces, en extremo, una última esperanza desesperada.
Lanzó una patada hacia adelante, en lugar de hacia atrás, con toda la fuerza que le restaba. Al final del movimiento, estiró el pie y dejó que el zapato saliera volando.
Como por milagro, el zapato salió en dirección recta. Lil gruñó y despertó, cuando el zapato golpeó su trompa.
Sus ojillos brillaron irritados por un instante, mirando la escena que se desarrollaba frente a ella. Colérica por haber sido despertada en aquella forma tan ruda.
Y entonces, tal vez por los movimientos desesperados de los pies descalzos de Papá, o posiblemente por puro instinto animal, o porque Papá nunca le pegaba, comprendió que Papá, a quien amaba, estaba en dificultades.
Resopló y trompeteó. Y atacó, arrancando la estaca del suelo como si hubiera estado clavada en manteca. Valenti dejó caer a Papá Williams y corrió. Hay un límite a las cosas a las que aun un hombre temerario puede enfrentarse y un elefante que atacaba, con los ojos enrojecidos, se hallaba más allá de ese límite. Mucho más allá.
- Ésa es mi muchacha - logró jadear Papá, mientras Lil pasaba sobre él sin tocarlo, con esa habilidad de los elefantes, de pasar sobre cosas que no pueden ver, sin pisarlas -. Ésa es mi muchacha. Agárralo...
Papá se levantó y la siguió con pasos vacilantes.
En torno al Remolino y por un lado del espectáculo de Hawai, Valenti corría sólo unos metros más adelante, hacia el camino central. Valenti, inclinándose para pasar bajo las cuerdas y Lil atravesándolas como si fueran telarañas. Barritó nuevamente, una explosión de sonido que atrajo a cirqueros corriendo de todas partes del lote y de los carros que estaban en el apartadero de ferrocarril, detrás de él.
Había terror en la cara de Valenti, cuando llegó al camino central abierto. Tenía el aliento cálido de la muerte en la nuca, cuando llegó al área del centro del camino, donde se encontraban el tanque y la torre. Subió la escalera, escapando por centímetros de la trompa que se levantó para arrastrarlo.
Después llegaron Tepperman y el policía del circo, con un revólver en la mano. Y Papá explicó todo, después de que hizo que Lil recobrara la calma. Alguien llevó la noticia de que Bill Gruber se hallaba detrás de la tienda del espectáculo de Hawai, frío y sin conocimiento. Al parecer, tropezó con la estaca de una tienda y chocó de cabeza contra un baúl de utilería.
Doc Berg dio unos pasos hacia allá, pero Papá ya había explicado bastante de lo sucedido y Tepperman envió al médico al remolque de Valenti. No debía tener prisa para revivir a un hombre que, de cualquier modo, iba a ser quemado; el niño estaba primero.
El policía gritó a Valenti que bajara y se rindiera.
Pero Valenti ya había recuperado el valor. Papá sospechó lo que iba a suceder después y aprovechó la excusa de llevar a Lil a su lugar. Lo hizo, mientras Valenti contestaba al policía con una seña obscena y antes que tomara su posición para saltar de la plataforma... para lanzarse al tanque vacío, que estaba veinticinco metros más abajo.
- Sonríe, entonces, pagliaccio, del corazón que está roto...
La voz desafinada y temblorosa de Papá Williams, pero bastante fuerte, lo precedió por el sendero del lote hasta los carros de la feria. Casi había amanecido, pero, ¿qué importa eso a un hombre a quien el patrón le había dicho que podría dormir hasta que quisiera? ¿Y a quien le dio un adelanto de diez dólares, sobre un aumento de sueldo y que lo había gastado todo? El escocés no era malo, después de todo, aunque se necesitaba tomar mucho.
Whitey estaba con él y también tornó su parte de escocés.
- ¿Quién es ese p-palli-acho por quien siempre estás aullando, Papá? - preguntó Whitey.
- Un payaso, como yo, Whitey. ¿Te dije que Tepperman va a permitirme montar en Lil en el desfile, vestido de payaso?
- Nada más me lo has dicho cincuenta veces.
- Oh.
La voz de Papá sonó otra vez potentemente:
- Cambia en risa toda su pena silenciosa...
Un bello sentimiento, sin duda, pero no era verdadero. Nunca se sintió tan feliz desde hacía cincuenta años.