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Capbreton, el dolor más secreto
Los compañeros de Raúl Centeno y Fernando Trapero recuerdan a los dos guardias civiles en el lugar donde fueron asesinados por ETA hace un año
02.12.08 - ÓSCAR B. DE OTÁLORA| CAPBRETON.
A lo largo de la mañana, hombres encapuchados se acercan a la cafetería Les Ecureils, en Capbreton. Ocultan su rostro con bufandas oscuras, gorras negras y pasamontañas grises. Se acercan a una señal de tráfico y se detienen el tiempo justo para depositar un ramillete de flores. Luego desaparecen. Apenas es posible verles los ojos empañados por las lágrimas.
Los encapuchados son los compañeros de Raúl Centeno y Fernando Trapero, los dos guardias civiles asesinados ayer hace un año por ETA en el aparcamiento de una cafetería de Capbreton. Quienes acuden a recordarles en medio de una discreción absoluta son los agentes españoles destinados en Francia. En los últimos meses ellos han descabezado a la banda terrorista, han arrestado a comandos dispuestos a pasar a España y han evitado decenas de atentados, pero nadie puede verlos ni reconocerlos. Son la élite de la lucha antiterrorista española. Trabajan con tales medidas de clandestinidad que incluso para colocar una flor en recuerdo de sus compañeros asesinados deben adoptar las mismas precauciones con las que garantizan su superviviencia frente a los terroristas.
Los dos guardias civiles fueron asesinados a las nueve y veinte de la mañana dentro de su coche. Tres etarras reconocieron a Trapero y Centeno como miembros de las fuerzas de seguridad en las mesas de la cafetería, donde desayunaron. Les siguieron hasta el vehículo y, tras comprobar que eran agentes españoles, les dispararon en la cabeza. Fue el primer atentado contra la Guardia Civil cometido en Francia en toda la historia de ETA. Un año después, a las nueve en punto de la mañana, cinco jóvenes entran en la cafetería. Dos se llaman Javier y el resto Raúl, David y Óscar.
Son amigos de Raúl Centeno y han viajado desde Madrid para pasar unos minutos en el lugar exacto donde mataron a su compañero. Y a la hora exacta. Como la víctima, ellos tienen 25 años. En la cafetería piden cafés y zumos de naranja. El 1 de diciembre de 2007 recibieron la noticia de la muerte de su amigo como si fuese una pesadilla. «Era sábado y el viernes habíamos estado de marcha. Es de esas cosas que no te las puedes creer aunque te las repitan. Fue terrible», asegura David. Cada vez que el agente regresaba a Madrid de permiso quedaba con ellos para jugar al fútbol. Raúl no tenía novia y en cuanto llegaba a casa corría a llamar a sus amigos. «Sabíamos que era un guardia con una gran vocación. Cuando desaparecía éramos conscientes de que estaba en una misión», afirma.
Una fotografía
«¿Qué si nos ha aliviado la detención de Txeroki? No. Para nada. En absoluto. Eso no nos devuelve a Raúl. Te puedes quedar más tranquilo, pero no te alivia del dolor», insiste David. Los cinco se emocionan cuando se acercan las nueve y veinte, la hora en que asesinaron a su mejor amigo.
En la calle, el temporal agita los árboles. La lluvia helada empapa el asfalto y repiquetea en las ventanas de la cafetería. Los jóvenes se preguntan cómo hacer para colocar la foto de su amigo en el lugar donde murió sin que el viento y la lluvia la destruyan. Deciden ir a un hipermercado cercano para comprar cinta americana y una funda de plástico para proteger la instantánea. Por el momento, en la señal de tráfico que anuncia una rotonda sólo hay un ramo de flores que una mano invisible -otro hombre encapuchado- ha dejado por la noche y una pequeña velita dentro de una burbuja de cristal que el viento ha apagado hace horas.
Tras conseguir la cinta y el plástico, se dirigen a la señal. David comienza a llorar mientras introduce la fotografía de su amigo en la funda transparente. «Era como mi hermano», acierta a decir. En la imagen, Centeno se cubre la mirada con unas modernas gafas de sol y sonríe con un gesto que desprende las ganas de vivir de un chaval de 25 años. «...mi hermano». Los otros cuatro amigos, con lágrimas en los ojos, abrazan a su compañero. Tienen todavía cinco horas de viaje para regresar a Madrid y asistir a una misa en honor a Raúl y a Fernando Trapero.
El aparcamiento de la cafetería se queda vacío. Los vecinos de Capbreton entran y salen de Les Ecureils indiferentes al drama. Pero alrededor de las once de la mañana una anciana francesa se acerca a la señal de tráfico. Intenta poner un ramo de flores junto a las que ya decoran el poste. El viento quiere arrancarle el paraguas de las manos y ella no acierta a anudar el ramillete. «Me acuerdo mucho de estos españoles. Mi sobrino era gendarme y murió en accidente de tráfico. Imagino lo que habrán pasado las familias de estos chicos», explica cuando logra dejar su recuerdo.
Bandera francesa
Alas dos de la tarde, comienzan a acercarse las unidades especiales de la Gendarmería gala. Los agentes, con perros adiestrados en la detección de explosivos, examinan todos los alrededores de la cafetería. Lentamente, los mandos de la lucha antiterrorista en Francia comienzan a acercarse a la cafetería. Su intención es rendir un homenaje privado a Centeno y a Trapero. Junto a ellos comparece el alcalde de Capbreton y diputado, el socialista Jean Pierre Dufaut. Los gendarmes, los únicos que van de uniforme, le saludad militarmente. Los siguientes en aparecer son mandos de la Guardia Civil, vestidos de paisano. Entonces llega el subprefecto de Dax, Jacques Delpey, una de las máximas autoridades del departamento. Asu alrededor, refugiados entre los coches, hay más hombres con la cara cubierta y de los que únicamente se distinguen los ojos. Son compañeros de Raúl y Fernando.
«Es un acto privado. Nada oficial, simplemente queríamos recordarles», explica uno de los mandos policiales. Las autoridades se colocan junto a la señal, ahora ya cubierta de flores, y comienzan a depositar coronas. En una de ellas, con una banda tricolor de la bandera francesa, se puede leer. «A Raúl et Fernando». El improvisado acto de homenaje concluye después de que el subprefecto de Dax reclame un minuto de silencio.
«Fue un choque absoluto. Luego pensé en la familia de los dos guardias y en el irreparable daño sufrido. Yme pregunté: ¿Qué se ha conseguido con esto? Nada», afirma el alcalde Dufaut.
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