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Trágico mayo barcelonés
Ante el ambiente que se registraba en la Ciudad Condal, el Gobierno prohibió la celebración del 1º de Mayo, que tradicionalmente era una jornada de fiesta. La fecha transcurrió en silencio, pues la UGT y la CNT acordaron suspender los desfiles, que inevitablemente habrían ocasionado tumultos. El 2 de mayo, Prieto telefoneó a la Generalitat desde Valencia. El telefonista, que era anarquista, replicó que en Barcelona no había gobierno sino sólo un “comité de defensa”. El gobierno y los comunistas estaban convencidos desde hacía tiempo que la CNT registraba sus llamadas, pues estaba en condiciones de hacerlo
En las primeras horas de la tarde del 3 de mayo, el comisario general de Orden Público, Eusebio Rodríguez Salas, miembro del PSUC, con tres camiones de guardias de Asalto y por orden del consejero de Seguridad Interior del Gobierno de la Generalitat de Cataluña, Artemi Aiguadé i Miró, fueron llevados ante la Telefónica, edificio situado en la Plaza de Cataluña, para tratar de ocuparlo. De conformidad con el decreto de colectivización y control por los trabajadores dictado por el gobierno catalán el 24 de octubre de 1936, que legalizaba la incautación o el control de las grandes empresas comerciales e industriales de que se habían apoderado los sindicatos durante los primeros días del conflicto, la oficina central de teléfonos, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional de España, filial de la “International Telephone and Telegraph Corporation”, estaba controlada por un comité de la CNT y la UGT, repartida por pisos entre los dos sindicatos, si bien los auténticos dueños eran los anarcosindicalistas, y su bandera roja y negra, que había ondeado en lo alto de la torre del edificio desde el mes de julio, daba testimonio de su supremacía. Desde aquí se controlaba incluso las comunicaciones de la Generalitat y las del presidente de la República, Manuel Azaña, que estaba residiendo en el Palacio del Parlamento en el Parque de la Ciudadela de la Ciudad Condal. Tanto era el control que se establecía desde la Telefónica, que se contaba la anécdota, aunque de veracidad no muy segura, que un telefonista cortó una conversación de Manuel Azaña de la siguiente forma: “No puede usted continuar hablando de esas cosas. Está prohibido”. “¿Por quién?”. “Por mí”. “¿Cómo no voy a hablar si soy el Presidente de la República?”. “Razón de más. Sus deberes son mayores”.
Se adueñaron de la planta baja, pero desde el segundo piso abrieron fuego otros confederados, creyendo que el edificio estaba en poder de la Generalitat. La CNT exigió la destitución inmediata de Rodríguez Salas y de Aiguadé, a lo que se negaron los de la Generalitat. El tiroteo originado en la Plaza de Cataluña, se extendió rápidamente desde Gracia a las Ramblas. Todas las organizaciones políticas habían sacado las armas que tenían ocultas y empezaron a levantar barricadas, se dieron las alarmas en las fábricas y se cerraron las puertas y los escaparates de los comercios. A las ocho de la tarde, el presidente Azaña, visiblemente angustiado, se quedó aislado en su palacio, llamando a Companys, que acababa de regresar de Benicarló donde había mantenido una reunión con Largo Caballero. Con voz trémula, Azaña manifestó a Companys que “sin duda hay anarquistas alrededor de los jardines”, a lo que el presidente de la Generalitat, contestó: “No le harán ningún daño. Se lo prometo. Está usted protegido por las autoridades catalanas y, por tanto, no corre ningún peligro”. Dominado por el pánico, Azaña enfurecido le respondió: “Es más fácil decirlo que probarlo. Mi situación es intolerable. El presidente de la República no debiera pasar por estos trances”. Más tarde, Companys envió a los consellers Josep Tarradellas y Antonio María Sbert, con la intención de tranquilizar a Manuel Azaña.
La ciudad quedó dividida en sectores. De un lado se encontraban las juventudes libertarias y trotskistas, y de otra parte figuraban la Generalitat, los guardias de Asalto y los más exaltados del Partido Socialista Unificado, del Estat Català y de la Esquerra.
El 4 de mayo, Aiguadé reiteró su petición de refuerzos a Valencia, pero Largo Caballero y el ministro de Gobernación, Ángel Galarza se resistieron a intervenir. Se luchó en Sans, San Andrés, Pueblo Nuevo, Gracia, Vía Layetana, Plaza Palacio y Plaza Urquinaona. A las cinco de la tarde llegaron a la Generalitat los ministros cenetistas del Gobierno central, Federica Montseny y Juan García Oliver, con Abad de Santillán, Alfredo Martínez y Mariano R. Vázquez, todos ellos de la CNT-FAI, junto con Pascual Tomás y Hernández Zancajo de la UGT. El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, mandó un angustioso mensaje a Largo Caballero, que decía así: “Me esforzaré conciliación; pero paréceme CNT querrá condiciones que le permitan salir reforzada lucha. Usted conoce métodos y caracteres. Conviene tenerlo todo preparado”.
García Oliver propuso un “Consell” de urgencia, designado por los Comités Nacionales de la CNT y de la UGT, pero Companys y Tarradellas lo rechazaron.
El Ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, ordenó al jefe de la aviación, Hidalgo de Cisneros, que se presentase en Reus con destacamentos preparados para intervenir en Barcelona. Mientras tanto, Azaña reclamaba histéricamente por telégrafo que lo “rescatasen”, por lo que Prieto dispuso que fuesen a Barcelona los destructores “Lepanto” y “Sánchez Barcaíztegui”. Sobre estos hechos, el general Ramón Salas Larrázabal escribió: “Azaña aparece constantemente aterrorizado, víctima de unos acontecimientos que no controla ni intenta controlar, perdida la serenidad y el dominio de sí mismo, cobarde y suplicante, sin personalidad suficiente para tomar las decisiones, que según él se imponían en tan dramática situación”. (En la madrugada del viernes 7 de mayo, Azaña y su familia fueron trasladados al aeropuerto del Prat y desde allí volaron a Valencia. En el aeropuerto de Manises, aguardaban al presidente de la República el Consejo en pleno. Manuel Azaña dejó de ser un “prisionero de la revolución...”).
El 5 de mayo prosiguieron los combates callejeros. Los extremistas y los agentes provocadores siguieron azuzando a los luchadores. A media mañana se aplicó, por comunicación del Gobierno central, la incautación de servicios de Orden Público lo que supuso un gravísimo revés a la autonomía de la Generalitat. El jefe de la guardia nacional republicana, el coronel Escobar, recibió el nombramiento de delegado de Orden Público y el general Sebastián Pozas sustituyó al general Aranguren en la jefatura de la Cuarta División Orgánica, o sea que tomó el mando de las fuerzas de Cataluña y del frente de Aragón.
Companys nombró un Gobierno provisional con cuatro consejeros, y ni Tarradellas ni Aiguadé figuraron en él. Carles Martí Faced desempeñó la “Conselleria” de Finanzas y Cultura en nombre de la Esquerra. Antonio Sesé, de la UGT, reunió las carteras de Abastecimientos, Trabajo, Obras Públicas y Justicia. Valeri Más, de la CNT, fue el titular de Economía, Servicios, Asistencia y Sanidad. Joaquín Pou, de la “Unió de Rabassaires”, se hizo cargo del Departamento de Agricultura.
Cuando a la una de la tarde del miércoles 5 de mayo, Antonio Sesé se dirigía a la Generalitat en coche oficial para jurar su cargo, fue tiroteado y muerto en la calle Caspe, frente al Sindicato de Espectáculos Públicos de la CNT. Los anarquistas afirmaron que Sesé había sido víctima de un disparo procedente de las barricadas de la Esquerra, en el Paseo de Gracia. Una hora después, muy cerca de allí, en la calle Cortes, caía combatiendo Domingo Ascaso Budría, de la CNT. Era hermano de Francisco, máximo líder, junto con Buenaventura Durruti y García Oliver, del anarcosindicalismo español. Rafael Vidiella, de la UGT y del PSUC, sustituyó a Sesé en el Gobierno de la Generalitat.
Al atardecer del día 5, la insurrección anarquista había fracasado. De ello se dieron cuenta los jefes de la CNT, y fue en la noche del 5 al 6 cuando dieron a sus militantes la orden de retirada de las barricadas. Gran parte de los obreros se rindieron, pero los elementos más avanzados, reunidos en la agrupación “Amigos de Durruti”, se negaron a aceptar la rendición y decidieron proseguir la lucha. Un gran número de los militantes del POUM se unieron a ellos, pero era materialmente imposible restablecer esta situación tan comprometida. En las horas nocturnas tuvieron lugar algunas “discretas” desapariciones, como las de los anarquistas italianos Camillo Berneri y Francesco Barbieri, así como la de doce miembros de las Juventudes Libertarias, cuyos cuerpos mutilados y casi inidentificables fueron hallados en el edificio de “La Pedrera”, en el Paseo de Gracia, ocupado por los comunistas.
El jueves 6 de mayo, la rebelión pudo considerarse vencida, pero aún hubo 42 muertos. En el día anterior se habían registrado 55 víctimas. El alcalde accidental de Barcelona, Hilario Salvador, concedió una rueda de Prensa en el Ayuntamiento, y haciendo uso de un gran sarcasmo manifestó que no hablaría de los “disturbios”, si bien quería recordar el buen funcionamiento de los servicios sanitarios en la recogida de heridos y cadáveres. En la UGT se eligió el sucesor de Sesé, siendo designado José del Barrio. Cursaron una noticia, mediante la que expulsaban del sindicato a todos los miembros del POUM por ser ésta “la organización impulsora del movimiento contrarrevolucionario de éstos días”, comenzando de esta forma una persecución contra aquel partido, marxista y antiestalinista, cuyas consecuencias serían gravísimas para la Generalitat y para la República.
En la tarde del 6, llegaron ochenta camiones desde Valencia con 5.000 guardias de Asalto, desfilando por la ciudad al grito de UHP (¡Unios, hermanos proletarios!) que la Revolución de Asturias propagó tres años antes por la cuenca minera. También llegaron a la Ciudad Condal los carabineros del doctor Juan Negrín, con lo que se reunieron más de 12.000 hombres de las fuerzas del Orden Público en Barcelona. También desde la capital del Turia llegó el recién nombrado jefe superior de Policía de Barcelona, por el Gobierno central, Emilio Torres. Cataluña empezó a cobrar el aire de una tierra militarmente ocupada, mientras el 8 de mayo de 1937, la población se lanzó a la calle, hambrienta de sol y de libertad...