por Humberto » Sab Abr 19, 2014 9:36 pm
Hola, Equinoccio:
LAMENTO haber tardado en contestar pero, aparte de obligaciones varias, me daba una pereza enorme hacerlo pues hace ya un par de años que rehúyo debatir, me cansa, sobre todo cuando entiendo que entre dos personas hay un hiato de desentendimiento insalvable, y que por muchos ladrillos de letras que se escriban e intercambien es un ejercicio inútil, condenado al enroque, y más cuando al darme la réplica lo que se hace es abrir cuatro o cinco frentes más, que implican que nos alejemos del asunto que se trataba en el hilo para, al final, terminar hablando de si el hombre llegó a la luna o fue todo un montaje de la CIA y enmarañándolo todo.
Y no hace falta enmarañarlo, pues en el fondo pelágico siempre es más simple todo, de lo que nos creemos. Qué más dará saber si a Felipe, por mal nombre «el Hermoso», lo mataron envenenándolo (su suegro, su mujer, o el cardenal Cisneros) o si se murió él solito, de un corte de digestión. Lo cierto es que la diñó y su primogénito, Carlos, fue el que le sucedió.
Es usted muy libre de hacer lo que crea oportuno, pero ha de saber que el que se crea atacada porque le midan por error el costillar con una «porra», el que lo crea fervientemente no va a convertir su acción posterior atentatoria contra un policía «en legítima defensa». En eso está usted equivocada. Es ocioso hablar de por qué sí o por qué no se produce una carga policial, amén de por qué se producen unas algaradas. Podríamos irnos de viaje por la historia para descubrir similitudes o remontarnos al abuelo de Bush y al imperio yanqui en busca de analogías conspirativas. Daría igual. Lo único que hay que saber es que cuando empiezan es porque la otra fiesta de la manifestación digna y legal, hacía rato que se había acabado y sonaban las campanadas, por lo que tocaba irse o si no apechugar con lo que pasase a continuación: con el baile. Hasta donde se sabe hay siempre dos opciones: irse o quedarse. Si uno elige la segunda opción debe asumir el riesgo. Puede pasar que no, que se vista uno de pacifista y que los policías se lo crean, pero también puede pasar que sean incrédulos y ocurra que sí y se amanezca con un frenazo en la espalda, como un ladrillazo por error del «fuego amigo» o un pelotazo a corta distancia (no a quemarropa ni a bocajarro) por interponerse en la línea de tiro. Si uno se queda a ver pasar la cabalgata de reyes, en Navidad, es muy probable que reciba un ‘caramelazo’, no es concebible una Cabalgata sin que se arrojen caramelos, lo que no parece sensato es, apelando a la legítima defensa, subirse a la carroza, cogerle por las solapas de la túnica y darle la del pulpo a Baltasar, como usted propone, o irse al juzgado a denunciarlo por una lesión ocular intencionada, como así hizo aquella señora, en Huelva. Que de tan listos que nos hemos vuelto los españoles con los «derechos inalienables», aprendidos en cuatro recortes de prensa y un par de manuales que circulan por internet (sin saber quién los cuelga ni de que rincón salen), al final va a resultar que somos más tontos que nuestros abuelos que no tenían instrucción alguna pero tenían claro que las guerras como los disturbios: sólo ha habido un modo de librar unas y sofocar otros: mediante el uso de la fuerza. Guste o no es así. Una y otra son estados excepcionales. No entiendo, por tanto, que nadie se quede parado mirando un bombardeo artillero o un lanzamiento de pelotas de la policía, por considerar que está siendo vulnerada su libertad deambulatoria. «Y aquí me quedo, hermanas ¡Quién es nadie para decirme a mí cuando termina esto!». Menos aún que parodiando a Manuela Malasaña, se vaya a por ellos en «legítima defensa». Cualquier guerrillero lo sabe: una cosa es defenderse, otra atacar, y otra más, contraatacar. Y cualquier jurista le dirá que no cabe la legítima defensa contra la legitimada acción de la policía en su no menos legítimo uso de la fuerza. Si fuera poeta, que no lo soy ni lo pretendo, diría algo así: ponen con amor, sobre espinas de dolor, rosas de conformidad. Ahora bien, si uno decide quedarse en lugar de irse, y no asume que está donde no debe, por el contrario interioriza tanto su densa doctrina del código de Hammurabi, predispuesto al ojo por ojo, a la defensa o el ataque, llegados a ese punto de convencimiento, lo mejor es hacer uso de las losas y adoquines que de forma deliberada fueron dejados allí por Ana Botella, ―que, casualmente, fue a la conclusión a la que también debieron llegar ese millar de cabrones liberticidas―, ya que estos de delante llevan los muy ‘jodíos’ protecciones y cascos, y crear un nuevo concepto de la legítima defensa, consistente en atacar.
Y lo mejor de todo, es hacer responsable a Ana botella de un complot orquestado por la derechona para reventar la manifestación y dejar en evidencia a la izquierda y la ultraizquierda, quienes por axioma y definición no son violentas y en toda la historia jamás han dado motivos para que así lo pensemos, pero que confluyen en las manifestaciones sin que a los que se dicen pacifistas les dé miedo estar con ellos. Resultando curioso que de quienes únicamente confiesen tener miedo sea de la policía. Esos esbirros. Que no saben sino medir los costillares de manifestantes-pacifistas y manifestantes-periodistas, que nunca «hacen nada», quizá desobedecer un poco, pero solo un poco, tal vez, resistirse, pero una miaja nada más y a lo mejor atacar un pelín, primero con improperios y después con algún objeto que, ya se sabe, impactará en las protecciones que llevan sin que les pase nada. Pero qué es todo esto comparado con las posibilidades de denunciar tanta iniquidad, poniendo en solfa a los responsables de la crisis y de las injusticias, y de predicar las bondades de un mundo mejor que traerán consigo los cambios que planteamos. Nimiedades.
¿Alguna vez has tomado como ejemplo a todos aquellos que se manifestaron siempre sin disturbios? Imagínate si cuando lo de MIGUEL ANGEL BLANCO, en Madrid, que congregó a cerca de millón y medio de personas (estuvieron de acuerdo las tres administraciones y los organizadores por primera y última vez en las historia), pidiendo clemencia, la emprendieran al saber el fatal desenlace de su ejecución anunciada contra todo lo que, según entendiesen ellos, les pareciera batasuno. ¿Estarían legitimados a armarla por muy injusto que fuera el asesinato? ¿Podrían enfrentarse a la policía que justamente los tratara de contener? Y lo harían, fíjate tú, porque es su obligación defender a todos, incluida cierta chusma. ¿Te parecería normal que uno de los que se enfrentara adujese lo de la legítima defensa?, ¿Y la conspiración? ¿A quién habríamos echado la culpa?
No me responda, estimada amiga, son preguntas retóricas.
No pasó porque fue justamente eso, una manifestación en el amplio sentido de la palabra. No hubo algaradas ni disturbios porque todos allí, a pesar de lo que se cocía, eran como debían ser. La policía estaba presente en un número que ni le cuento, y no tuvo que actuar porque no hubo motivos para ello. Y por mucho participante, por mucho que se coreó esto y aquello y por mucha indignación gastada la triste verdad fue la que fue. No otra. Eso son y en eso consisten las manifestaciones: No cambian el curso de los acontecimientos (de ser así no se nos hubiera recortado a los policías y sustraído una paga extra, pues también nos manifestamos) ni revierten el statu quo. Las revueltas y las revoluciones, eso ya son harina de otro costal. Y ahí sí que se parecen a las guerras, en el sentido de que lo único que se sabe es cuándo empiezan pero no quiénes las provocan, ni cuándo ni en qué forma terminarán.
Un saludo.
PD: Dijo Machado: ¿Tu verdad? No, la verdad/ Y ven conmigo a buscarla...