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Haz bien y no mires a quien y añadiría de como el tiempo y la reflexión nos hacen ver las cosas de otra manera.
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Humberto escribió:Avelino Buendía subió una tarde de 1986 al coche de Línea que hace el recorrido de León a Cistierna. Vivía allí, en este último, desde que en 1982 decidió regresar a su tierra, la madre patria, para pasar los últimos años alejado de unos «milicos» que tomaron el poder allá, en el país que lo acogió y adonde escapó cuando, cincuenta antes, los «milicos» de acá lo buscaban para fusilarlo. A su lado hay sentado un joven con el que, a falta de mejor cosa que hacer, se pone a charlar. El arrugado anciano se ha dirigido a él como «pibe» y eso despierta el interés: La vida de un argentino a esa edad es a la fuerza puro tango. Se suceden las preguntas de rigor, ¿Estudiante? ¡Qué bueno! ¿Asturiano? ¡Qué lindo! ¿De vacaciones? ¡Macanudo! En un momento dado pregunta por el destino. ¿Adónde te diriges? A Pelchas responde. ¡Pelchas! Al oír el nombre súbitamente es ahora él quien se interesa, y pregunta por sus ascendientes, conoció a muchos del valle en sus días de minero. Claro que, comenta, ya estarán todos fallecidos. Soy el último. Parece escrutar los rasgos del pibe, como buscando un parecido. Pronuncia los de los abuelos maternos y luego los paternos. ¿Fernandón? ¿Eres nieto de Fernandón? ¡Claro!, suspira cuando se lo confirma. Sus ojos adquieren una viveza inusitada bajo las cejas que se arquean sorprendidas. Sonríe como enternecido. El mundo es un pañuelo y las casualidades después de todo existen, parece decir su expresión. Se lo queda mirando un segundo. Al final lo suelta: Él me salvó una vez, hace mucho tiempo. Y comienza a contarlo. En media hora desentierra del fondo de su memoria, lo que Fernandón les ocultó a los suyos. Le quita el polvo a los fragmentos de anécdotas dispersas que cobran sentido: la medalla, Marruecos, la caseta de la era, la carta de Argentina… hasta ese instante oculto todo en el cajón inexistente del olvido expreso.
Fernandón no hablaba nunca de miserias, solo contaba historias alegres. Era así. Un infarto sobrevenido en la noche de un invierno de 1976 lo envió a reagruparse con los veteranos de la guerra del Rif, los del Cuerpo de seguridad y los mineros de la segunda galería.
Gracias a que su nieto se subió a un autobús y, olfateando una buena historia que siempre puede haber tras unas arrugas y un acento extranjero, charló con el viajero de al lado, se supo; y así, algo novelada, con los nombres cambiados, nos ha dado por escribirla.
Un saludo
PD: Es un borrador. Le faltan correcciones.
Cartera porta placa CNP |
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Humberto escribió:Avelino Buendía subió una tarde de 1986 al coche de Línea que hace el recorrido de León a Cistierna. Vivía allí, en este último, desde que en 1982 decidió regresar a su tierra, la madre patria, para pasar los últimos años alejado de unos «milicos» que tomaron el poder allá, en el país que lo acogió y adonde escapó cuando, cincuenta antes, los «milicos» de acá lo buscaban para fusilarlo. A su lado hay sentado un joven con el que, a falta de mejor cosa que hacer, se pone a charlar. El arrugado anciano se ha dirigido a él como «pibe» y eso despierta el interés: La vida de un argentino a esa edad es a la fuerza puro tango. Se suceden las preguntas de rigor, ¿Estudiante? ¡Qué bueno! ¿Asturiano? ¡Qué lindo! ¿De vacaciones? ¡Macanudo! En un momento dado pregunta por el destino. ¿Adónde te diriges? A Pelchas responde. ¡Pelchas! Al oír el nombre súbitamente es ahora él quien se interesa, y pregunta por sus ascendientes, conoció a muchos del valle en sus días de minero. Claro que, comenta, ya estarán todos fallecidos. Soy el último. Parece escrutar los rasgos del pibe, como buscando un parecido. Pronuncia los de los abuelos maternos y luego los paternos. ¿Fernandón? ¿Eres nieto de Fernandón? ¡Claro!, suspira cuando se lo confirma. Sus ojos adquieren una viveza inusitada bajo las cejas que se arquean sorprendidas. Sonríe como enternecido. El mundo es un pañuelo y las casualidades después de todo existen, parece decir su expresión. Se lo queda mirando un segundo. Al final lo suelta: Él me salvó una vez, hace mucho tiempo. Y comienza a contarlo. En media hora desentierra del fondo de su memoria, lo que Fernandón les ocultó a los suyos. Le quita el polvo a los fragmentos de anécdotas dispersas que cobran sentido: la medalla, Marruecos, la caseta de la era, la carta de Argentina… hasta ese instante oculto todo en el cajón inexistente del olvido expreso.
Fernandón no hablaba nunca de miserias, solo contaba historias alegres. Era así. Un infarto sobrevenido en la noche de un invierno de 1976 lo envió a reagruparse con los veteranos de la guerra del Rif, los del Cuerpo de seguridad y los mineros de la segunda galería.
Gracias a que su nieto se subió a un autobús y, olfateando una buena historia que siempre puede haber tras unas arrugas y un acento extranjero, charló con el viajero de al lado, se supo; y así, algo novelada, con los nombres cambiados, nos ha dado por escribirla.
Un saludo
PD: Es un borrador. Le faltan correcciones.
Tronco escribió:Os voy a contar como descubrimos a un asesino (sin ser del CSI)...
Resulta que en uno de mis primeros destinos por esos pueblecitos perdidos de la sierra, y acompañado de un eventual (recien salido de la academia), sobre las 3,00 de la mañana y en pleno invierno, cuando las carreteras están desiertas y en los pueblos no se ve ni un gato, nos avisa la central de que en una de las calles del pueblo había un señor mayor tirado en mitad de la calle, nos dirigimos a toda pastilla, y a los minutos nos presentamos en el punto indicado, observamos el cadaver de un hombre de unos 80 años en mitad de una calle, de esas que casi no cabe ni un coche, en medio de un gran charco de sangre y con muestras de haber recorrido unos metros sangrando, al lado una vecina, (viva, pero muerta de miedo), y el juez de paz del pueblo.
Al ver la situación, comunicamos los hechos y se inicia el tipico protocolo estipulado en estos casos, y encontrándonos a la espera de la personación de la comitiva judicial, Policía Judicial, etc... encontrándonos solos en la calle con el juez de paz, pasa un chico jóven por allí, (vecino del pueblo), y aún con el muerto en mitad de la calle, ni lo mira, y nos saluda con un simple "buenas noches", le contestamos y nos miramos todos perplejos... preguntándonos... joer.. el tio este ni ha mirado el muerto, ni pregunta, ni se extraña... esto no es normal...
Le pregunto al juez de paz (que conoce a todo cristo), ¿quien es ese?... y dice... que era un chaval del pueblo, le pregunto... ¿se conocían el chaval y el muerto?, y dice... siii... si tienen unas cuantas denuncias por amenazas y todo hace años...
Le digo al juez... pues este es el primer sospechoso... y pienso... y casi que seguro que el autor.
Nada más llegar Policía Judicial y examinar el cadaver y demás... se lo comento a los compañeros y al rato ya estaba detenido, se le encontró el cuchillo, y confesó el crimen...
En cuestión de una hora los compañeros se presentaron en su domicilio y quiso aparentar que llevaba toda la noche durmiendo... en un principio hasta se montó su película para hacernos creer que no había sido el.
Vamos... que en los pueblos todo se sabe... y no se escapa ni el gato...
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Juramentado escribió:Pues yo tengo una anécdota de cuando era crio, íbamos en el coche de mi hermana, ella, su hijo y yo, camino de su casa,sobre las ocho de la tarde, era invierno y estaba oscuro, cuando, pasando por un conflictivo barrio de mi ciudad, pasamos junto a una tienda, y vimos a dos hombres,dentro, con las manos levantadas y apoyados sobre el cristal, y detrás, otro hombre con un arma en la mano. Rápidamente,una vez en casa, mi hermana, asustadiza de por sí, llama totalmente alarmada a comisaría, avisando que un hombre armado con lo que parecía una pistola o una recortada (que era lo más usual por ése barrio), encañonaba a dos hombres en una tienda, y les daba la dirección. Ni decir tiene que se prepara un operativo acorde con la situación, pues la policía conocía muy bien como se las gastaban en ése barrio. Al rato, mi hermana, curiosa como ella sola, me dice que quisiera saber como ha quedado lo del asalto, así que ni corta ni perezosa llama de nuevo a comisaría y pregunta por el caso. Cuando se identifica como la autora de la llamada del asalto, el policía, aguantando la risa, le dice: "No se preocupe señora, no era un asalto, es que estaban los cristaleros cambiando el cristal del escaparate que la noche antes le rompieron para robarle, y había dos operarios aguantando el cristal, mientras otro con una pistola de silicona lo sellaba", jajaja, y para terminar dice, ya sin poder aguantar la risa, "no se imagina el susto que se han llevado los pobres cristaleros cuando han llegado los patrullas a toda ostia y con las pistolas gritando que tirara el arma, uno de ellos hasta se tuvo que cambiar los pantalones",jajaja. Todavía me rio cuando lo cuento.
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