El segurataMe aburro mucho en el trabajo por regla general. Los médicos somos en nuestra gran mayoría unos muermos y unos pelmas de impresión. Echo de menos encontrar un enfermero que de verdad valga la pena y aliarnos para por ejemplo vaciarle encima un extintor entero a un residente y quedarnos limpiando el Centro de Salud hasta las 4 de la mañana. O hacer comidas en las guardias de Primaria con la Termomix. O carreras en sillas de ruedas.
Hay solamente dos figuras que me sirven de cordón umbilical con la realidad: una son algunos pacientes, otra son los seguratas (vigilantes de seguridad).
Un buen segurata siempre ha tenido un pasado bien turbio por el que debes ser cuidadoso a la hora de preguntar. O bien en la trena o bien en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. O de buscavidas en un país en vías de desarrollo. O en la noche. O en deportes épicos como boxeo o artes marciales o en la pura musculación en el gimnasio. Tú si quieres saber algo sobre esteroides o metabolismo proteico lo primero que debes de hacer es consultar con tu segurata.
Un buen segurata sabe muy bien marcar las distancias con los trabajadores del centro y sabe calar de qué palo va cada uno. Llevan grabado a fuego el tema de la jerarquía. Cuando les muestras que no estás dispuesto a ejercerla es cuando se relajan y cuando la sabiduría del segurata puede comenzar a fluir. Su trabajo suele estar muy infravalorado entre los sanitarios y en muchas ocasiones se les mira con desprecio y desdén. Yo siempre les trato con generosidad, incluso intento que dentro de unos límites razonables, vengan al trabajo a descansar de la vida.
Los seguratas del medio sanitario están muy adaptados y saben actuar muy bien en base al modelo biopsicosocial. Por ejemplo, no reducen igual a uno que viene intoxicado, que a un trastorno límite de la personalidad, que a un psicótico, que a un exaltado que quiere montarla porque sí. Tienen maniobras muy personalizadas.
En otro orden, los seguratas de Atención Primaria llevan impresos valores como la longitudinalidad (a un paciente que ya la ha montado no le quitan el ojo de encima), integralidad (reducen todo tipo de pacientes sin discriminación por raza, sexo o religión) y se saltan las barreras geográficas (como se les cruce uno, van a buscarlo hasta su casa). La única que no trabajan es la accesibilidad, porque en toda la semana te vienen tres horas. Si el problema se tiene en las 32 horas semanales restantes: ah, ¡se siente! Dicen que buscan con estos turnos el efecto disuasorio; que se les vea para que aunque no estén se sienta su presencia. Es lo que les pasa a las muelas que les suelen faltar: el agujero define a la pieza. O al miembro fantasma.
Un buen segurata debe tener la boca hecha un cristo. Comer todos los días bocadillos y comidas precocinadas. Un buen segurata tiene una madre viuda muy mayor a la que cuidar y por la que ser de alguna manera cuidado, calcetines blancos, un café ya frío por tomar y un puñado de historias divertidas que contar. Un buen segurata te pone las esposas cuando no vienen pacientes o te ayuda a reducir a un compañero y a ponérselas a él. Te deja blandir en el aire la porra.
Un segurata de Centro de Salud tiene un perfil distinto al del Hospital, aunque esta diferencia guarde relaciones inversamente proporcionales con la realidad. Mientras la gente que entra en un Centro de Salud se parece más la población general y la gente que acude al hospital tiene unas patologías muy infrecuentes, los conflictos en el hospital son lo más parecido a los conflictos de la calle, mientras los conflictos en los Centros de Salud son una rareza.
Los seguratas siempre tienen una nueva ruta por hacer, un sueño que recuperar, una almohada que buscar para poder apoyar el cuerpo y el alma en un sofá mientras los demás duermen en las camas, un bote de refresco que abrir, un turno que cambiar, un autobús que coger, una pensión a la que llegar, una residente a la que entrar, el mismo libro que leer, un pensamiento que rumiar, un cigarrillo que encender, un uniforme que planchar, una empresa a la que criticar, la foto de un niño en la cartera, un nombre de mujer tatuado en el deltoides, un país del Este al que no regresar ya, un tupper en la mochila, y un ibuprofeno que pedirte para el dolor de cabeza o el catarro.
El padre del engendro, futuro matasanos porrero, por que la pinta que tiene es de desayunarse todos los días sus tres o cuatro porritos de chocolate con su infusión cannábica... para las recetas no tendrá problemas.http://www.sietediasmedicos.com/index.php/actualidad/opinion/item/3329-el-segurata