Grandes batallas de la historia

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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Dom Dic 30, 2012 2:57 pm


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Batalla de Medina de Rioseco

La Batalla de Medina de Rioseco o Batalla del Moclín fue una batalla que se produjo en los inicios de la Guerra de Independencia Española el 14 de julio de 1808 en las inmediaciones de Medina de Rioseco (Valladolid) que se saldó con la derrota del Ejército español comandado conjuntamente por los generales españoles García de la Cuesta y Joaquín Blake frente al Mariscal Jean-Baptiste Bessières.

Tras la victoria francesa del 12 de junio en la Batalla de Cabezón, una porción de los galos entró en Valladolid, evacuado tres días más tarde. Bessières poco sobrado de efectivos, amontonando en su mesa decenas de informes relativos a alistamientos, concentración y movimientos de tropas españolas, desembarco de las inglesas, etc., desguarneció Valladolid, lo cual incita a García de la Cuesta a tratar de recuperar posiciones en la llanura castellana.

Vencido en Cabezón, García de la Cuesta condujo a su hueste hacia el norte de la provincia, a Benavente, donde se le unen los reclutas locales, los leoneses y dos regimientos expedidos, a regañadientes, por la Junta asturiana; el Regimiento Covadonga y el Regimiento de Cangas de Tineo. Unos 10.000 soldados de infantería de nuevo cuño, mal reglados, en quienes por su cantidad y calidad no podía fiar las esperanzas de una maniobra ofensiva. La salvación radicaba en el Ejército de Galicia, relativamente importante, dirigido por Joaquín Blake, dependiente de la Junta del Reino de Galicia, para la cual Cuesta despacha a Zayas Chacón. Los políticos gallegos transigieron en enviar a su gente a Castilla, aunque en privado desconfían del capitán general-presidente, razón de que condicionasen la ayuda a la autonomía de mando.

A principios de julio los dos ejércitos se dan la mano en el valle del Bierzo. Cuesta y Blake conciertan un plan de ataque: lanzarse sobre Valladolid para ascender en dirección a Palencia y separar a Lasalle del resto de unidades del Cuerpo de Observación. Bessières, que tiene al corriente al emperador de la agrupación de contingentes españoles, no aparta los ojos del prioritario tramo Burgos-Valladolid, y recibe refuerzos.

Los ejércitos de Galicia y Castilla marchan sobre Valladolid. Los franceses hacen lo propio mirando a Benavente. Cuesta, tan desorientado como Blake, pasa a una veintena de kilómetros de las columnas francesas. Al tiempo que dubita, llama en auxilio a los gallegos, y permanece inmóvil, augurando un inverosímil ataque imperial desde Valladolid, planteamiento secundado por el Ejército de Galicia que se situó en la meseta de Valdecuevas, en tanto que el de Castilla quedó en el llano frente a Rioseco, sancionando el desatino.

Enterado del movimiento de las tropas españolas, Bessières organizó un ejército de campaña de unos 14 000 hombres que marchó rápidamente a detener a los españoles. El choque se produjo en Medina de Rioseco, con las tropas españolas divididas en dos partes muy distantes, situadas sin protección en los flancos y con una línea de retirada muy reducida. Bessières decidió atacar por el medio, envolver y aplastar a los gallegos primero y después a los castellano de Cuesta que, al comienzo de la batalla, habían sido contenidos. La operación fue un éxito francés: Blake perdió cerca de 3 000 hombres y toda su artillería, mientras que los franceses sufrieron menos de 500 bajas y aseguraron el camino a Madrid para José I que se había detenido en Burgos. Para el emperador esta batalla suponía la solución definitiva de los asuntos de España, y para el pueblo español, conocer los horrores de la guerra, pues los prisioneros fueron ejecutados y el pueblo de Medina de Rioseco saqueado.

La derrota española supuso la ocupación de Castilla por las tropas francesas, empezando por la ciudad de Valladolid, y de Santander unos días después. Sin embargo, la victoria de Bessières no acaba con la rebelión de Zaragoza, que pronto contagia a Logroño. En Cataluña, las tropas francesas son derrotadas dos veces en el Bruc, mientras que la sublevación de Gerona corta las líneas de suministro con Francia. En Oporto, las tropas españolas devuelven la autoridad a las instituciones portuguesas y prenden a sus hasta entonces aliados franceses. En Andalucía, Dupont sufre la derrota de Bailén 5 días después de Medina de Rioseco (19 de julio) frente a las tropas del general Castaños: la Guerra de la Independencia se extendía a todo el país.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Lun Ene 07, 2013 10:23 pm


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Batalla de Tudela

La Batalla de Tudela fue un enfrentamiento bélico de la Guerra de la Independencia Española disputado en los alrededores de dicha ciudad el 23 de noviembre de 1808. El resultado del combate fue la completa victoria francesa, al mando del Mariscal Lannes, sobre las tropas españolas, mandadas por el General Castaños.

Cerca de 33.000 soldados y milicianos españoles intentaron cercar a los 30.000 franceses de Lannes, pero fueron severamente derrotados. Las bajas españolas se calculan en torno a los 4.000 muertos y 3.000 prisioneros, mientras que por parte francesa no llegan a 600 los muertos y heridos.

Esta es una de las batallas cuyo nombre fue grabado en el Arco de Triunfo parisino.

El campo de batalla es la zona comprendida entre Tudela y los montes cercanos que se encuentran a su poniente, el frente español sería: cerro de Santa Bárbara, Tudela, Torre Monreal, Santa Quiteria, Cabezo Maya, cerro donde se encontraba la ermita de San Juan de Calchetas, y las poblaciones de: Urzante (desaparecida), Murchante, Cascante. Y como foso natural entre los franceses y los españoles está el río Queiles, afluente del Ebro.

Los franceses avanzaron desde los montes que se encuentran enfrente de las líneas españolas, los Montes de Cierzo, hacia las tropas españolas (éstas estaban parapetadas), no fue una batalla a campo descubierto.

Quedaba por aniquilar la derecha española, el ejército de Castaños que llamaban «del Centro» y que unido al de reserva de Palafox ocupaban con el primero Calahorra y a la derecha del Ebro hasta cerca de Lodosa, y el segundo la línea del Arga y confluencia del Aragón, frente a Falces, Peralta y Milagro, donde estaban situadas las fuerzas de Moncey.

Napoleón ordena el 18 de noviembre a Jean Lannes que avance hacia Tudela con el siguiente plan: el 21 a Lodosa, el 22 a Calahorra y el 23 a Tudela. Cuando llega a Logroño, ordena a Moncey que atraviese el Ebro por Lodosa para juntarse con él y unir las fuerzas. Una vez en Lodosa, organiza las fuerzas de las que dispone.

Mientras el enemigo organizaba su ofensiva tan rápida y cautelosamente, nuestros ejércitos del Ebro se encontraban en las peores condiciones para aspirar a la victoria. «Ni por su calidad, ni por su fuerza pueden competir con las aguerridas y numerosas tropas del enemigo»,[3] esto en cuanto a las tropas, por lo que hace a los jefes entre Castaños y Palafox había grandes desavenencias: no lograban ponerse de acuerdo en las operaciones. Palafox, orgulloso por la defensa de Zaragoza, se creía tanto o más que su compañero.

Castaños había reclamado el mando único a la Junta Suprema Central que ésta tarda en otorgarle. Cree que el frente que ha pensado entre las faldas del Moncayo y el Ebro, unos 50 km, puede parar el avance del ejército francés, pero en lugar de los 80.000 hombres prometidos, sólo contaba con 26.000 soldados.

Juan O'Neylle poseía el resto de las fuerzas españolas, pero éstas se encontraban en Caparroso y Villafranca. Castaños manda un emisario con una carta a este general pidiéndole que vengan a Tudela lo antes posible, ya que los franceses están en marcha y llegarán de un momento a otro. El emisario llega a Caparroso a las 5 de la tarde del 21 de noviembre. O'Neylle lee la carta y le responde:

«Comprendo bien lo crítico de la situación, pero mi jefe natural es Palafox y este me ordenó que mantuviera esta posición; no obstante, estoy dispuesto a marchar hacia Tudela con mis 20.000 hombres, pero será mañana, ya que ha anochecido. Ahora mismo mando un despacho a Palafox para que me diga a qué órdenes he de atenerme».

El 22 de noviembre se distribuyeron las fuerzas españolas:

  • En Tarazona estaba Grimarest al mando de tres divisiones de 13.000 a 14.000 soldados en total, con su vanguardia destacada en la ruta de Ágreda por donde se supone que vendría el enemigo de un momento a otro.
  • En Cascante se encontraba la 4ª división del general Lapeña con 8.000 hombres, andaluces en su mayoría, que habían participado en la Batalla de Bailén.
  • En Ablitas establece su cuartel general Castaños, piensa cubrir el espacio desde Cascante al Ebro con su 5ª división y con los refuerzos de Mariscal O'Neylle y Felipe Augusto de Saint-Marcq, cuya llegada espera con nerviosismo.

Aquella misma tarde, las unidades de Aragón comenzaron a concentrarse en el término llamado Traslapuente (al otro lado del Ebro de donde se situaba el ejército de Castaños), pero no cruzaron el puente, acamparon allí mismo, pues tenían órdenes de no cruzarlo... hasta que Palafox no se lo ordenase. Castaños se encolerizó, no podía ser, los franceses a punto de llegar y los refuerzos no estaban en su puesto de combate.

Palafox, apremiado, calla, pero no otorga. Castaños ante esta actitud que pone en peligro la defensa y la vida de miles de hombres, convoca un consejo de guerra en Tudela, en el palacio del Marqués de San Adrián, donde se reunieron Palafox (que llegó el día anterior de Zaragoza), que se juntó con su hermano Francisco Palafox, el general Coupigny y un observador inglés, Sir Thomas Graham.

Hubo de todo menos consenso: «En aquella noche fatal», dijo un historiador, «hubo juntas, choques, y todo menos una providencia capaz de salvar los ejércitos».

Palafox se oponía al establecimiento de la línea del Queiles, basándose en que no disponían de los suficientes hombres para resistir al enemigo. Lo mejor era retirarse a Zaragoza y defender Aragón. «¡España, hay que defender a España!», exclamó Castaños. «Tenemos que estar unidos ante el enemigo».

Así estuvieron gran parte de la tarde noche del 22 de noviembre. Al filo de media noche reciben los primeros avisos de que los franceses habían tomado ya Corella y Cintruénigo. La noticia cae como una bomba entre los reunidos, y enseguida cundió por toda la ciudad y, a decir por los testigos, fue de constante alarma.

«¡Que O'Neylle pase ya el Ebro inmediatamente, el enemigo viene hacia nosotros!». Palafox, terco, se aferraba en sus trece. Entonces Castaños le llamó cobarde, empezaron los reproches, uno y otro se apostrofaban con los epítetos más crudos. «Espectáculo bochornoso», dice un historiador, no atreviéndose a detallar la escena.

Al final, Palafox, con un gran dolor en su estima, cede y ordena que pasen el Ebro las fuerzas, pero que quede escrita la opinión de cada uno.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Lun Ene 07, 2013 10:26 pm


23 de noviembre, la batalla

Con los primeros rayos de luz, comienzan a cruzar los 360 m del puente sobre el río Ebro las fuerzas del ejército de reserva, aragoneses en su mayoría, con algunos voluntarios navarros. «Su ropa pardusca, y equipada a la buena de Dios, con más ardor que disciplina y más aspecto de pueblo en armas que de ejército regular». Unas semanas antes, el coronel de uno de los batallones, se quejaba de que «Su gente solo tenía camisa y calzoncillos y de que los fusiles eran inservibles».

Al atravesar las tropas Tudela aún de noche, y al ser las calles del casco antiguo muy estrechas, fue una ardua tarea, se armó un gran jaleo, obstruyeron las callejuelas. Por estas y por la tardanza en entrar en la ciudad, los soldados tardaron en ocupar las posiciones a las que habían sido asignados, es decir, entre Santa Quiteria y Cabezo Maya, una gran extensión de terreno que estaba sin proteger.

Mientras el mariscal francés, Lannes, que no perdía el tiempo, se acercaba ya a las inmediaciones de la ciudad, desde los Montes del Cierzo el sol despuntaba ya. Lannes se extrañó de que no hubiera ningún tipo de vigilancia y de que el enemigo no apareciese por ninguna parte.

Un informe español de la época decía: «En Tudela no había un cuerpo avanzado, ni un solo centinela». A lo que añade el historiador José Muñoz Maldonado: «Se sabía con certeza la aproximación del enemigo y no se tomó ninguna providencia, ni para dar ni para evitar la batalla».

Mientras el refuerzo terminaba de cruzar el puente y se arreglaba algo el «tráfico» de tropas, carruajes, cañones y caballería por las calles de la ciudad, se oyeron los primeros estruendos de fusilería y cañonazos por parte del ejército francés. Esto puso fin a la disputa de Castaños y Palafox: ¿Resistir? ¿Retirarse?. A toda prisa fue preciso adoptar disposiciones defensivas.

«Eran las 7 de la mañana», dice un testigo, «cuando los primeros franceses aparecían dueños del castillo» (monte de Santa Bárbara, un cabezo que está sobre la ciudad). Según Yanguas (historiador de aquella época), fue a las 8 cuando se tuvo en la ciudad el primer aviso de la cercanía de los franceses y de los preparativos de la lucha.

Las primeras acciones

Según comentó el general Castaños en su informe: «Francisco Palafox quiso salir con su ayudante por la calleja que le pareció más corta para descubrir al enemigo y se encontró de manos a boca con una patrulla de Dragones franceses, al revolver la última esquina, por lo que tuvo que volver grupas muy aprisa».

Gracias a que las callejuelas estaban llenas de soldados españoles, aún tardaron en entrar a la ciudad. Según otro testigo: «El ejército de reserva empezó la acción dentro de la ciudad. Los levantinos de la división Roca acometieron bravamente a la bayoneta, consiguieron desalojar a las patrullas enemigas de la cumbre de Santa Bárbara».

Una vez dueños del cabezo que domina Tudela, los batallones Caro y Pinohermoso desplegaron por las faldas del mismo, tomando posiciones en los cerros cercanos, frente a la meseta denominada Puntal del Cristo, donde ya para entonces se descubría el grueso de las fuerzas francesas de Maurice-Mathieu.

Los voluntarios de la división de Saint-March se disponían a ocupar las alturas de la vega del río Queiles (Monte San Julián, hoy cementerio y el cabezo de Santa Quiteria).

O'Neylle con la mayor parte de las tropas aragonesas trataba de organizarse a espaldas de la ciudad, sobre la carretera a Zaragoza, en espera de las órdenes del general Castaños en quien resignaron el mando en este momento supremo.

Entre las ocho y las nueve se sucedieron en Tudela la sorpresa y la reacción, La sorpresa fue audaz, la confusión atroz, pero la reacción fue rabiosa y enérgica, aún hecha en las peores condiciones.

A este frustrado golpe del enemigo siguió una tregua de relativa calma. Fue al cabo de esta tregua cuando el mariscal galo concibió el plan de batalla, en vista de sus observaciones sobre el campo español, y en vista de todo de la gran cantidad de fallos, que fueron muchos y garrafales.

Despreció al ejército que se encontraba en Tarazona y se centró en la línea que va desde Tudela a Cascante, el más vital y desguarnecido.

Las primeras decisiones de Lannes se centraron estos objetivos: Atacar parcialmente el flanco derecho español (Tudela); reconocer y profundizar el centro (montes de la orilla del Queiles hasta Urzante), para lo cual dejó en reserva las divisiones Morlot y Granjean, y tercero: lanzar la masa de su caballería contra los de Cascante para evitar que el general Lapeña corriese hacia Tudela sus líneas y para dar tiempo a que llegara la División Lagrange que pensaba enfrentar a los andaluces.

La división Maurice-Mathieu fue la primera en atacar las posiciones españolas: la colina de Santa Bárbara donde se encuentran los restos del castillo medieval, residencia de monarcas navarros y que se alza a los pies de Tudela, mientras se quedó en reserva la División Musnier en la meseta denominada Puntal del Cristo.

Conforme a tales órdenes, los generales Mauricie-Mathieu y Habert formaron en columna de ataque y acometieron a los españoles, precedidos de un batallón de tiradores. Mathieu iba a la cabeza de un regimiento del Vístula y Habert al frente del 14º de línea. Eran dos viejos regimientos que habían combatido en Eylau, «para los cuales las batallas contra los españoles no suponía cosa espantable», decía Thiers.

El choque sobrevino poco después de las 9 de la mañana. Tuvo lugar en los tres cerros de las estribaciones de Canraso que se extiende frente a Tudela.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Lun Ene 07, 2013 10:28 pm


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Ante este ataque, Castaños reforzó el castillo (Santa Bárbara) con aragoneses que habían cruzado el puente. «Los aragoneses» —escribe Thiers— «más bravos y entusiastas que el resto de la nación, comprometidos por anteriores demostraciones, estaban obligados a mantenerse y luchar con encarnizamiento». Y añade: «Tras de haber empleado muy bien su artillería contra los franceses, les disputaron una a una las alturas, matándoles un elevado número de hombres».

Al cabo de una hora de intenso fuego, los batallones Caro y Pinohermoso, muy diezmados, se replegaron, despacio y ordenadamente, al abrigo del resto de la División que ocupaba la cumbre del Castillo. Los que los perseguían fueron recibidos desde ésta con fuego de fusil y con el de dos piezas de artillería, y desistieron de su intento.

En esta acción y en las que siguieron por esta parte a lo largo del día participó activa y valerosamente la mujer tudelana. «Viéronse muchas de ellas ayudar a nuestros soldados animándolos a la defensa: otras, ya que no otra cosa podían hacer, les subieron cántaros de agua desde el Ebro para mitigar la sed que les devoraba, y todo entre las mismas filas y allí donde se oía el silbido de las balas y peligraban sus vidas».

Esto consigna Yanguas y Miranda en honor de «aquellas animosas canéforas que desde el Henchidor de junto al puente trepaban, con su cántaro a la cabeza, hasta lo alto del castillo, sin miedo de morir».

Entretanto los defensores del cabezo de Santa Bárbara rechazaban las acometidas de la División de Maurice-Mathieu, el grueso de las fuerzas de Lannes, descendiendo por los Montes de Cierzo por la Cerrada y el Pilar de Santo Domingo, se disponía a atacar el centro de los españoles, mientras su artillería cambiaba algunos disparos con la nuestra, emplazada en las faldas de Santa Quitería.

Ya para entonces la caballería de Dijéon acosaba a Lapeña, cuyas fuerzas cubrían la ciudad de Cascante desde lo alto de la Basílica del Romero hasta el Convento de la Victoria, lugares ambos donde emplazó su artillería (18 piezas), mientras que sus jinetes se hallaban desplegados por las huertas de las inmediaciones. El general de los andaluces se había puesto en alarma a las ocho.

A esta hora una partida de caballería enemiga se presentó en el Prado de la ciudad, por el lado del Aspra: pero, reconocida por los dragones de Pavía, se retiró. Seguidamente Lapeña puso en movimiento su División, pues desde primera hora Castaños le dio orden de maniobrar para cubrir el hueco entre Cascante y las alturas de la orilla del Queiles que las tropas aragonesas no habían ocupado, debido a lo tardío de su entrada en Tudela y a la sorpresa del francés.

Lapeña, creyendo tener ante sí más enemigo del que tenía, estuvo muy remiso en avanzar y sólo consiguió destacar a Urzante dos batallones y un destacamento de Granaderos provinciales. Más tarde, apoyado por dos piezas de artillería que llevaron éstos consigo, adelantó un batallón hacia las planas de Murchante para hacer frente a la caballería de Dijéon que acosaba por este lado.

Quedaba, pues, sin ocupar Murchante y, sobre todo, una gran brecha entre Urzante y los montes de Tudela, vacía totalmente de defensores. Lannes, que acababa de descender al valle con su Estado Mayor, y lanzó contra ella la División Morlot (recién llegada al lugar del combate) apoyada por la de Grandjean.

Las «jóvenes y ardientes» tropas de Morlot, dificultadas en su avance por los obstáculos del terreno, lleno de acequias y olivares, y tras de algunos amagos infructuosos, consiguieron reunirse al abrigo del espeso olivar de Cardete, y desde él se lanzaron a la altura de Cabezo Malla, monte grande y rojizo, el más alto de los que ondulan a la orilla derecha del Queiles. Al mismo tiempo que los franceses coronaban la estratégica altura, la División Saint March llegaba al monte Santa Quiteria.

Era cerca del mediodía. Se nos habían adelantado. Castaños se da cuenta del peligro terrible. La ocupación por Morlot de Cabezo Malla supone el corte de nuestra línea, la derrota. Urge arrojarle a toda costa de tan preciosa posición, y para ello nuestro general echa mano de la División O'Neille que, como ya se ha dicho, permanecía esperando órdenes en las afueras de Tudela. Sobre la carretera de Zaragoza. Precipitadamente O'Neille mueve sus batallones y atravesando Huerta Mayor, se dirige al Cabezo Malla. «¡Aprisa! ¡A toda prisa!», es la consigna que le han dado.

Las tropas llegan, jadeantes, a las estribaciones del cabezo. El enemigo las esperaba a la mitad de la ladera que desciende a Huerta Mayor. Fue entonces cuando O'Neille ensaya una maniobra táctica, la única que se llevó a efecto aquel día. Mientras parte de sus soldados acometen con brío la subida de frente, dirige por la izquierda al tercer Batallón de Guardias Españolas para coger al enemigo por la espalda. Esta vieja unidad cargó tan impetuosamente a la bayoneta que las noveles tropas de Morlot, amagadas de envolvimiento, cedieron atropelladamente dejando el monte lleno de heridos.

En lo más recio de la lucha, Saint March había secundado muy oportunamente la operación enviando desde Santa Quiteria dos de sus batallones (Castilla y Segorbe), los cuales, en unión de las tropas de O'Neille, persiguieron a los franceses por el llano del Queiles, rechazándolos hasta la punta del olivar de Cardete, donde mayores fuerzas contuvieron el ardor de los vencedores.

Toreno fija en las 3 de la tarde la hora de este glorioso encuentro. Sin embargo, tuvo que ser bastante antes, entre la 1 y las 2.

La tropa que recuperó Cabezo Malla a costa de valor y de sangre se encontraba rendida por la rápida marcha desde Tudela y llevaba —dicen sus jefes— la impresión desmoralizada de la sorpresa y el desorden dentro de la ciudad. De poco había servido la bravura. Desde su posición hasta las arboledas del poblado de Urzante, donde se encontraban las avanzadillas andaluzas, hay más de media legua.

El alto de San Juan de Calchetas y el pueblo de Murchante no estaban ocupados. Grave error, el mayor error, del que muy pronto habrá de aprovecharse el enemigo. Si el Ejército de Cascante acude a tiempo a rellenar aquel vacío, hubiérase logrado prolongar el combate, hacerle pagar cara su victoria al francés y efectuar, en el peor de los supuestos, una retirada decente. Nada de esto se pudo conseguir. Todos los esfuerzos de Castaños se dirigen, en balde, a tratar de soldar nuestras líneas.

Todas sus órdenes de las primeras horas de la tarde van dirigidas a Lapeña. Pero éste no consigue desenredarse de los caballos enemigos, de los viejos dragones de Alemania, de los veloces coraceros que le amagan sin exponerse. Apenas tuvo bajas la caballería francesa. No se da cuenta que sólo se trata de tenerlo en jaque, de inmovilizarlo. Y no se atreve a maniobrar con el grueso de sus unidades.

Él confía en que Grimarest, al advertir por el tronar de los cañones dónde se localiza la pelea, se decida a volar en su auxilio desde Tarazona. Grimarest, sin embargo, no da señales de movimiento, y Lapeña abriga el temor de que se corre a rellenar el hueco a su derecha abra otro muy profundo a su izquierda.

Para nuestra desgracia hay un hombre a quien no se le escapan nuestros fallos. Es Lannes que da por suya la partida y ve llegada la hora del golpe decisivo. Lo que más le interesa por el momento es tomar el Castillo para ocupar Tudela y aquel puente, llave de Zaragoza, que tanto le ha ponderado Napoleón. A esto van dirigidas sus miras y sus órdenes. Pero a la vez, tiene que aprovechar la brecha que se acusa en nuestra línea, antes de que andaluces y aragoneses acudan a llenarla.

Por eso da a Morlot la consigna implacable de que ataque de nuevo, y a Musnier la de que entretenga a los de Lapeña, mientras llega Lagrange el rezagado. Pronto se nota la orden del Mariscal. Los franceses, a la vista de nuestras tropas, ocupan el alto de San Juan de Calchetas y llegan en su acometida hasta cerca, muy cerca de Urzante. Nuestra línea está rota de nuevo. Son las 2 de la tarde. Si a esta hora dirigimos la vista hacia Tudela, asistiremos a un desenlace de la lucha tan imprevisto como desastroso. Maurice-Mathieu, apretado por las órdenes de su Mariscal, viendo que desde hace cuatro horas no consigue con asaltos frontales desalojar a los del alto de Santa Bárbara, ha concebido una atrevida estratagema. Mientras el grueso de sus tropas ataca la vertiente del cabezo que mira a Alfaro, destaca parte de sus fuerzas por el barranco del Cristo para que envuelvan a los de la cumbre.

Estas fuerzas avanzan sigilosas y desapercibidas (otro fatal descuido nuestro) por la falda norte del monte, por el camino angosto que desde el Cristo corre, entre la alta escarpa y el cauce de la acequia molinar, al par de la Mejana. Cuando menos se lo esperaban, los de la cumbre viéronse amenazados por lo que, a tiros y en gritería, trepaban por la ladera del Molino, donde hoy se encuentra el jardinillo de la Junta de Aguas. Entonces se produjo en nuestras filas una de esas reacciones del pánico, tan difíciles de evitar. Aquel súbito ataque por la espalda hizo que huyeran todos en el mayor desorden y penetrando en la ciudad la contagiaran de pavor, arrastrando en su fuga las unidades de reserva que había prevenidas. Faltó allí Palafox, único hombre capaz de contener aquella desbandada. Pero el caudillo aragonés, irritado contra Castaños, viendo perdida la batalla, abandonó Tudela en las primeras horas de la lucha en las calles. Acompañado de su amigo Doyle marchó al Bocal, y allí tomó una barca que por el Canal de Aragón le llevó a Zaragoza. Su obsesión era defenderse en la capital aragonesa, como si presintiese que le aguardaba allí la gloria que en Tudela no podría encontrar.

Volviendo al centro de nuestro frente, el nuevo avance del enemigo colocaba al Ejército aragonés de Cabezo Malla ante el peligro de ser envuelto por los del cerro de Calchetas. ¡Si los de Cascante se resolviesen a atacar! Todavía puede ser tiempo de reparar la falta, y Castaños, extrañando de que sus divisiones de la izquierda no acudan a su llamamiento, y temeroso por su suerte, decide ir en persona a inyectar ánimos a Lapeña, y conseguir que en un supremo esfuerzo, ataque el flanco.

Entre las 2 y las 3 de la tarde, acompañado de Francisco Palafox, de su Estado Mayor y su escolta, emprendía la marcha hacia Cascante. Aquella decisión, tardía como todas la de esta trágica jornada, iba a poner a nuestro Mando en un trance de apuro. Cuando Castaños y su séquito cabalgaban al abrigo de nuestra línea, creyendo que las tropas de Saint-March cubrían una loma que divisaban a su derecha, se vieron de improviso acometidos por un grupo de jinetes franceses.

El general y sus acompañantes hubieron de apelar a la huida y consiguieron esquivar el peligro ocultándose en la espesura de un olivar cercano. Castaños se apercibe con estupor de que Lefèbvre y su caballería han logrado abrir una brecha en nuestra línea de los montes. Algo grave e irremediable ha tenido que suceder. Se lo explicó poco más tarde cuando uno de los emisarios de su escolta llega a galope al olivar y, jadeante, le informa que los defensores del Castillo huyen en desbandada por la carretera de Zaragoza y que el francés era ya dueño de Tudela. Todo estaba perdido.

Poco después fueron llegando al olivar los primeros dispersos de la División Roca. Castaños, iracundo ante la deserción de aquella muchedumbre, trata de contener a los huidos, de organizarlos para una última resistencia. Todo inútil. Los franceses, que han roto nuestra línea por el centro, se desparraman por los campos y rondan ya las cercanías de su observatorio. La campiña resuena con sus gritos de triunfo. Unas fuerzas de caballería que nuestro general consigue reunir para rechazar a las del enemigo que le acosan de cerca, al aproximarse a éstas, volvieron grupas y huyeron descaradamente.

Por los campos, hasta donde alcanzaba la vista, se veía correr a los soldados, arrojando sus armas, fatigados, sin pizca de moral, en el más deplorable desconcierto. Fue aquel el trance más amargo y cruel para nuestro general. El mismo se vio envuelto en la avalancha de la retirada, y, casi atropellado por el enemigo, escondiéndose a ratos y cambiando de ruta, pudo acogerse, ya de noche, a Borja, donde se le reunieron Roca, Caro y O'Neille.

Antes de retirarse, O'Neille y Saint-March realizaron prodigios de valor para neutralizar el desastroso influjo que la fuga de la 5ª División causó en las tropas aragonesas, las cuales presenciaron desde sus puestos esta trágica fase de la lucha. Pero el temor a verse cortados en su retirada por los de San Juan de Calchetas, por los que acababan de ocupar Tudela, y por una gran masa de caballería que consiguió colarse entre Santa Quiteria y Cabezo Malla (era Lefèbvre con la caballería de Colbert y los lanceros de Polonia, seguramente los que sorprendieron al Estado Mayor de Castaños en su marcha a Cascante) les forzó a abandonar tan ventajosas posiciones. Saint-March se puso al frente de la caballería de Numancia, y con ésta y el batallón de Valencia fue resistiendo el empujón del enemigo hasta bajar al llano. Allí, a pesar de sus esfuerzos, sobrevino la desbandada. Eran las 3 de la tarde. Sólo los voluntarios de Alicante, capitaneados por su coronel Camps, siguieron retirándose con orden hasta el anochecer.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Dom Mar 24, 2013 11:54 pm



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Batalla de Elviña

Fue una batalla de la Guerra de la Independencia Española enmarcada dentro de las Guerras Napoleónicas. Tuvo lugar el 16 de enero de 1809 entre 14.000 soldados británicos bajo el mando de Sir John Moore, y 16.000 soldados franceses bajo el mando de Nicolas Jean de Dieu Soult.

Después de la desastrosa Convención de Sintra, en la cual se permitió la repatriación de las tropas francesas derrotadas en la Batalla de Vimeiro, los comandantes del ejército británico (incluido Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington) fueron llamados a su patria para enfrentarse a una investigación. De esta forma, las tropas expedicionarias británicas en España y Portugal fueron dejadas al mando de Sir John Moore, un militar conocido por su reforma en las tácticas de la infantería ligera.

Sin embargo, la campaña subsecuente estuvo marcada por las privaciones y por las condiciones invernales que costaron la vida de 6.000 soldados británicos. La retirada posterior, realizada durante un severo invierno, fue un completo desastre. Las marchas agotadoras, el tiempo gélido y las frecuentes escaramuzas con la vanguardia de las tropas francesas provocaron una caída en el alcoholismo de numerosas tropas, y su consiguiente abandono ante el avance francés.

Estas condiciones, unidas a la sorpresiva llegada del propio Napoleón con un ejército a España, forzaron a Moore a iniciar la retirada completa hacia el puerto de La Coruña, en la esquina noroccidental de España. Razones políticas y una serie de acciones británicas tenaces y sorpresivas en la propia retaguardia francesa hicieron que Napoleón decidiera dejar la persecución en manos del mariscal Soult

El encuentro entre los dos ejércitos se produjo en el llano de Elviña, en las inmediaciones de la ciudad de La Coruña, en la que se hallaban fondeados los barcos de la Royal Navy dispuestos para la evacuación. Lejos de actuar como un ejército derrotado y diezmado, las tropas británicas se propusieron proteger la evacuación rechazando los ataques franceses, normalmente mediante la propia infantería ligera creada por Moore.

Cogiendo lo mejor que quedaba de sus tropas (entre ellos los regimientos 51st Highlanders y 95th Rifles), Moore se enfrentó a los franceses y consiguió evitar la destrucción total, dando a sus exhaustas tropas el tiempo necesario para embarcar en los transportes anclados en el puerto. El propio Moore fue herido en el pecho por un proyectil de cañón durante la batalla, falleciendo poco después en la ciudad de La Coruña, pero con la satisfacción de ver cómo su ejército se salvaba de la destrucción.

El fuego de cobertura de los barcos de guerra mantuvo a Soult a distancia permitiendo a los británicos embarcar sin problemas y retornar sanos y salvos a Gran Bretaña. Los sucesivos ataques franceses fueron rechazados y el ejército británico se retiró con aproximadamente 900 bajas (entre muertos y heridos) incluyendo al propio Sir John Moore. Las bajas francesas ascendieron a 2.000 hombres aproximadamente. El Mariscal Soult pudo tomar la ciudad poco después de que la abandonaran las tropas británicas y, al encontrar el cuerpo del comandante británico, decidió enterrarlo con los honores que merecía.

El ejército británico, a pesar de su retirada de la Península Ibérica, había combatido exitosamente contra un enemigo mayor y mejor aprovisionado. A pesar de la pérdida de Sir John Moore, un comandante muy popular, la tropa tenía la sensación de haber conseguido un triunfo moral (similar a lo que significó Dunkerque en la Segunda Guerra Mundial), lo que ayudó a mantener la reputación de los soldados británicos en las subsiguientes contiendas dentro de las guerras napoleónicas.

Los británicos regresaron a la península por Portugal en abril de ese mismo año, con tropas de refresco, nuevos aprovisionamientos y un nuevo comandante, Sir Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington y que, años más tarde, derrotaría definitivamente a Napoleón en la Batalla de Waterloo.

La campaña y la batalla de Elviña presagiaron muchos de los problemas que encontraría el ejército británico en la guerra peninsular. Primero y sobre todo, mostró la necesidad de un método fiable de suministro. Los sufrimientos del ejército británico en la retirada fueron terribles, pero lo peor de todo es que forzaron a muchos soldados al saqueo y la rapiña de la campiña española. Esto, desde luego, no contribuyó a mejorar las relaciones de los británicos con sus aliados españoles. Subsecuentemente, el futuro comandante Arthur Wellesley planeó un sistema logístico en conjunción con los españoles, los portugueses y las unidades británicas. Este sistema fue muy eficiente y aseguró que los británicos pagaran a los suministradores y comerciantes locales. También se pusieron de manifiesto las dificultades de emprender una campaña en invierno, lo que contribuyó en gran manera a las privaciones sufridas por el ejército.

Finalmente, la falta de comunicación entre los aliados contribuyó al desastre global. El rol del ejército británico bajo las órdenes de Moore era dar soporte a los ejércitos españoles en su lucha con Napoleón. Sin embargo, cuando Moore llegó a Salamanca, no era consciente de que Napoleón ya había derrotado a los españoles. Después de estos hechos, muchos esfuerzos fueron llevados a cabo para centralizar el mando y la comunicación, la mayoría de las veces bajo el mando de comandantes británicos, como Wellesley y Beresford.
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Notapor Juanete » Lun Mar 25, 2013 12:05 am



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Batalla de Roliça

En la Batalla de Roliça (17 de agosto de 1808), también conocida como de Roleia, las fuerzas aliadas británicas y portuguesas bajo el mando de Sir Arthur Wellesley derrotaron a las tropas francesas al mando del general Henri François Delaborde en las cercanías del pueblo de Roliça en Portugal, en la primera batalla librada por las fuerzas británicas durante la Guerra Peninsular.

En diciembre de 1807 las fuerzas del general Jean-Andoche Junot ocupaban Lisboa mientras la corte portuguesa se replegaba a Río de Janeiro, Brasil. Tras ocupar Portugal, las fuerzas de Napoleón Bonaparte extendieron el control sobre el territorio de su aliada España y su casa real. Tras el levantamiento de mayo de 1808 que daría origen a la Guerra de Independencia Española y consiguientemente a la Guerra Peninsular, la resistencia española obtuvo inicialmente varios triunfos, el principal el 23 de julio en la Batalla de Bailén.

Gran Bretaña, aprovechando el levantamiento español y el repliegue francés, había enviado a Wellesley con una fuerza de intervención de 8.740 hombres para abrir un nuevo frente en Portugal en conjunto con una fuerza portuguesa de 4.750 hombres que marchaba desde Andalucía donde había combatido junto a los españoles. El 30 de julio Wellesley recibió una nota del secretario de guerra Lord Castlereagh en la cual le comunicaba que estimando las fuerzas de Junot en 25.000 hombres había resuelto enviar 15000 hombres de refuerzo, compuestos de una división al mando del general John Moore y otra al mando del gobernador de Gibraltar Sir Hew Dalrymple, general de avanzada edad involucrado en la desastrosa campaña de Flandes de 1794, secundado por el general Sir Harry Burrard.

El mando sería asumido por Dalrymple, secundado por los generales Burrard, Moore, John Hope, Alexander Mackenzie Fraser, y Lord Henry Paget, todos con prioridad de mando sobre Wellesley, por lo que éste decidió aprovechar el escaso tiempo restante y adelantar sus operaciones. El mismo día dio órdenes a la escuadra al mando del almirante Sir Charles Cotton de dirigirse a Bahía Mondego, considerado el punto más seguro para un desembarco cercano a Lisboa.

El 1 de agosto se efectuó el desembarco y el 10 las fuerzas de Wellesley con 6.000 portugueses al mando de Freire estaban listas para marchar. Wellesley deseaba marchar hacia el sur siguiendo la costa pese a la opinión en contrario de Freire, por lo que el 11 inició la marcha sobre la capital acompañado por 1.700 portugueses al mando del coronel Nicholas Trant, un oficial británico al servicio de Portugal.

Junot destacó una división de 4.350 hombres al mando del general Henri François, conde Delaborde, para hostigar y demorar el avance aliado hasta que pudiera enfrentarlo con todas sus fuerzas. Pero la vanguardia británica, compuesta principalmente por el regimiento de élite 95° de rifleros, avanzó rápidamente. Para el 14 de agosto llegaba a Alcobaça y a Óbidos, donde dio alcance a la retaguardia de las fuerzas francesas en retirada.

El pueblo de Roliça esta ubicado en un valle de una milla de ancho y dos de profundidad, con empinadas y boscosas colinas que lo rodean en forma de herradura. El único extremo abierto se abre hacia Óbidos, al nor noroeste.

Wellesley al mando del grueso de las tropas aliadas se reunió con su vanguardia en Óbidos el 16 de agosto y el 17 avanzó a Roliça. Las fuerzas aliadas estaban compuestas de 6 brigadas británicas al mando de los generales Rowland Hill (Brigada N°1, regimiento N° 5 de Infantería, N° 9 y N° 38), Ronald Ferguson (N°2, 36°, 40° y 71° de Infantería Ligera), Miles Nightingale (N°3, 29° y 82°), Barnard Bowes (N°4, 6° y 2°), James Catlin Craufurd (N°5, 45°, 50° y 91°), y Henry Fane (N°6, un batallón del 60° y fuerzas del 95°), y las tropas portuguesas al mando del coronel Trant, compuestas de unidades de los regimientos 6, 11 y 12 de caballería, 12, 21 y 24 de infantería de línea y 6° de cazadores.

Las fuerzas de Delaborde estaban compuestas de 2 batallones franceses del regimiento 70 de línea, otros 2 de infantería ligera (uno del 2nd Légère Regiment y otro del 4th Légère Regiment), 250 hombres del 26° de Coraceros, 1 batallón suizo del regimiento N°4 y una compañía de artillería con 5 piezas. Eran superados en efectivos por 3 a 1, aunque tenían superior caballería, lo cual no era útil en ese teatro de operaciones pero sí tras la batalla, cualquiera fuera su resultado. Delaborde ocupó inicialmente con sus fuerzas una posición al nor noroeste de la villa, en el camino que la unía a la localidad de Pó.

Wellesley intentó envolver a los franceses envió al grueso de los portugueses al mando de Trant y 50 hombres de caballería al oeste y a las brigadas Ferguson y Bowes, junto a tres compañías de rifleros y seis cañones para flanquearlo por el este y cubrir la posible llegada de refuerzos al mando del general Loisson. Por su parte, a las nueve de la mañana con las brigadas Hill, Nightingale, Craufurd, Fane y algunas fuerzas portuguesas, parte de la artillería y algunas fuerzas de caballería, inició un movimiento de distracción por el centro.

Sin embargo, las fuerzas francesas seguidas por Wellesley retrocedieron hacia Columbeira, ocupando las alturas de una colina una milla al sur de la villa de Roliça, con la esperanza de sostener una posición segura desde la cual resistir lo suficiente para recibir refuerzos si eran atacados o amenazar el avance aliado hacia Lisboa si Wellesley optaba por no demorar su ofensiva. Con los accesos rodeados de desfiladeros y las escarpadas laderas de los barrancos cubiertas de cantos rodados, la posición era en principio defendible pese a la superioridad de los efectivos aliados.

Cuando Wellesley formó su división al pie de las posiciones francesas, el regimiento N° 29 de Infantería al mando del coronel George Lake se lanzó anticipadamente a un valiente pero inútil ataque sobre el centro consiguiendo alcanzar sus líneas pero con enormes pérdidas, incluyendo al comandante, tras lo cual, mientras los sobrevivientes del 29° se retiraban, el asalto se generalizó cuando Wellesley lanzó a fuerzas del 95° y a los regimientos 5° (flanco izquierdo), 9°, 82° y 45° (derecho) a un ataque frontal.

Delaborde resistió tres ataques, hasta que a las 16:00 horas, al iniciarse el cuarto cuando Wellesley mantenía ya posiciones en la cima de la colina y Ferguson ocupaba las colinas del este flanqueando sus posiciones, ordenó la retirada. El repliegue iniciado en orden se convirtió luego en desbande, con los coraceros cubriendo la retirada y efectuando repetidos ataques contra las avanzadas ligeras británica en el curso de los cuales murió su comandante, mientras la caballería portuguesa rehusaba por su parte enfrentarlos.

Los aliados carecian de caballería para perseguirlos, por lo que los franceses pudieron cruzar el paso a Zambugeira, retirarse con éxito a Montachique, cerca de Torres Vedras, y cuatro días después combatir nuevamente en la batalla de Vimeiro.

Las pérdidas aliadas sumaron 487 hombres, de las cuales más de la mitad correspondían al 29°. Los franceses perdieron 700 hombres y tres de sus cañones. El propio general Delaborde resultó herido.

Al día siguiente Wellesley supo que 4.000 soldados británicos del refuerzo esperado habían llegado y marchó con sus hombres para cubrir su desembarco.
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Notapor Juanete » Jue Mar 28, 2013 5:12 pm



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Guerra de los Treinta Años

La Guerra de los Treinta Años fue una guerra librada en la Europa Central (principalmente Alemania) entre los años 1618 y 1648, en la que intervino la mayoría de las grandes potencias europeas de la época. Esta guerra marcará el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores.

Aunque inicialmente se trató de un conflicto religioso entre estados partidarios de la reforma y la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, la intervención paulatina de las distintas potencias europeas gradualmente convirtió el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión: búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario europeo, enfrentamiento con una potencia rival, etc.

La Guerra de los Treinta Años llegó a su final con la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos, y supuso el punto culminante de la rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo (el Imperio español y el Sacro Imperio Romano-Germánico) por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a guerras nuevas entre ambas potencias.

El mayor impacto de esta guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de territorios enteros que fueron esquilmados por los ejércitos necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas y enfermedades diezmaron la población civil de los estados alemanes, y en menor medida, los de los Países Bajos e Italia, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas. Aunque la guerra duró 30 años, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo.

Durante el curso de la misma, la población del Sacro Imperio se vio reducida en un 30%. En Brandeburgo se llegó al 50%, y en otras regiones incluso a dos tercios. La población masculina en Alemania se redujo a la mitad. En los Países Checos la población cayó en un tercio a causa de la guerra, el hambre, las enfermedades y la expulsión masiva de checoslovacos protestantes. Solo los ejércitos suecos destruyeron durante la guerra 2.000 castillos, 18.000 villas, y 1.500 pueblos en Alemania.

La larga serie de conflictos que forman la guerra pueden dividirse en cuatro etapas diferenciadas:

  • La revuelta bohemia.
  • La intervención danesa.
  • La intervención sueca.
  • La intervención francesa
.

A mediados del siglo XVI, la frágil Paz de Augsburgo, un acuerdo firmado por el emperador Carlos V de Alemania (Carlos I de España) y los príncipes luteranos en 1555, había confirmado el resultado de la primera Dieta de Espira y en realidad había hecho acrecentar con el tiempo los odios entre católicos y luteranos. En dicha paz se había establecido que:

  • Los príncipes alemanes (alrededor de 360 de ellos), podían elegir la religión (luteranismo o catolicismo) en sus señoríos de acuerdo con su conciencia. Era el principio de cuius regio eius religio.
  • Los luteranos que viviesen en un estado eclesiástico (bajo el control de un obispo), podían continuar siendo luteranos.
  • Los luteranos podían mantener el territorio que habían tomado a la Iglesia Católica desde la Paz de Passau (1552).
  • Los obispos de la Iglesia Católica que se convirtiesen al luteranismo tenían que entregar su diócesis.

En los inicios del siglo XVI se incrementaron las tensiones entre las naciones de Europa. España estaba interesada en los principados alemanes, debido a que Felipe II (hijo de Carlos V) era un Habsburgo y tenía territorios alrededor de la frontera oeste de los estados alemanes (Flandes, el Franco Condado). Francia también estaba interesada en los estados alemanes porque deseaba recuperar la hegemonía a costa del poder de los Habsburgo, como había tenido durante la Edad Media. Suecia y Dinamarca estaban interesadas por razones económicas en los estados germánicos del norte que rodeaban al Mar Báltico.

Durante la segunda mitad del siglo XVI las tensiones religiosas también se habían hecho más intensas. La paz de Augsburgo tuvo sus consecuencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, ya que los obispos se negaban a abandonar sus obispados. De hecho, los términos del tratado de Augsburgo fueron utilizados para un resurgimiento del poder católico. Las tensiones y resentimientos entre católicos y protestantes no habían hecho sino crecer desde el tratado, y en muchos lugares de Alemania se destruían iglesias protestantes y había limitaciones y obstáculos al culto protestante. A disminuir estas tensiones no ayudó nada el calvinismo que se extendía por toda Alemania, lo que añadió otra religión a la región; los católicos de Europa central (los Habsburgo de Austria o los reyes de Polonia) estaban tratando de restaurar el poder del catolicismo.

Los Habsburgo estaban principalmente interesados en extender su poder, así que estaban a veces dispuestos a transigir y permitir el protestantismo. A la larga esto hizo mayores aún las tensiones. Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y su hermano y sucesor, Matías I, no practicaban una política católica agresiva, ya que estaban más interesados en incrementar el poder y las posesiones de los Habsburgo. Eran también muy tolerantes (como su abuelo y su padre, Fernando I y Maximiliano II), lo que permitió que diferentes religiones se extendieran a su aire y que chocasen entre sí libremente. Suecia y Dinamarca (que querían controlar los estados alemanes del Mar Báltico) eran estados de confesión luterana.

Estas tensiones estallaron con violencia en la ciudad alemana de Donauwörth en 1606. La mayoría luterana obstaculizó los intentos de los residentes católicos de hacer una procesión y provocaron así una revuelta violenta. Los católicos de la ciudad solicitaron la intervención del duque Maximiliano I de Baviera en su apoyo.

Una vez hubo cesado la violencia, en Alemania los calvinistas, cuya religión estaba todavía en su infancia y constituían una minoría, se sintieron amenazados, y se agruparon en la Liga de la Unión Evangélica (también conocida como Liga Protestante), creada en 1608, bajo el liderazgo de Federico IV, el Príncipe elector del Palatinado. Este príncipe tenía en su poder el Palatinado de Renania, uno de los estados que España deseaba para sí a fin de proteger el camino español. Esto provocó que los católicos también se agrupasen en la Liga Católica, bajo el liderazgo del duque Maximiliano I.

El emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia,1619, pero habiendo testado a favor de su primo-hermano, Fernando III de Estiria. Fernando, que al convertirse en rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio pasó a llamarse Fernando II, era un católico convencido que había sido educado por los jesuitas y quería restaurar el catolicismo. Por ello era impopular en Bohemia, la cual era predominantemente calvinista. El rechazo de Bohemia a Fernando fue el detonante de la Guerra de los 30 años.
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Notapor Juanete » Sab Nov 02, 2013 4:34 pm


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Guerra de Arauco

La Guerra de Arauco fue un prolongado conflicto que enfrentó a las fuerzas militares de la Capitanía General de Chile pertenecientes al Imperio español y aliados indígenas, contra facciones mapuches y algunos aliados pertenecientes a los pueblos cunco, huilliche, pehuenche y picunche.

La zona del conflicto estaba comprendida entre el río Mataquito y el seno de Reloncaví, situándose la mayor parte de ella entre Concepción, la zona costera de la actual región del Biobío y la región de la Araucanía.

Este conflicto duró aproximadamente tres siglos, entre 1536 y 1818, pero con diferentes grados de intensidad —llamándose «guerra armada» propiamente tal alrededor de la mitad de ese período— y con distintos períodos de paz —gracias a la realización de «parlamentos»—. Posteriormente, traería como consecuencia el conflicto chileno-mapuche conocido como «Pacificación de la Araucanía».

Según palabras de Felipe II, este conflicto costó la mayor cantidad de vidas españolas en el Nuevo Mundo, por lo que empezó a ser conocido como el «Flandes indiano».

Cuando los conquistadores españoles, dirigidos por Pedro de Valdivia, llegaron a la región del Bío Bío tenían un vago concepto sobre la belicosidad de los indígenas. Al no tener noticias de grandes civilizaciones o imperios como en México y Perú, esperaban un pronto y fácil sometimiento por las armas de estos pueblos a la Corona y su posterior evangelización.

Sin embargo, no fue así. Los conquistadores se enfrentaron con una dura oposición de Pehuenches, Mapuches, Huilliches, Picunches y Cuncos, quienes no siempre actuaban de manera cohesionada y que, no obstante, colocaron en los más duros aprietos los procesos de conquista y colonización de sus territorios.

Los mapuches tenían experiencia previa en el enfrentamiento de ejércitos extranjeros, por cuanto unos 80 años antes de los españoles, habrían enfrentado a las tropas incas enviadas por Túpac Yupanqui presuntamente en la zona del río Maule, en la llamada Batalla del Maule,[2] estableciéndose luego, según algunas fuentes, los límites del Imperio inca en la ribera de este río, a unos 250 km al sur de la actual capital de Chile, zona habitada por los picunches.

Según varios cronistas españoles y la posterior tradición popular chilena, los mapuches ("gente de la tierra" en idioma mapudungun) mantuvieron un espíritu de lucha permanente, lograron aprender rápido cómo enfrentar a los españoles, aprovecharon su geografía llena de bosques y montañas para organizar guerrillas, además de ser demográficamente superiores a los pueblos picunches y diaguitas, sometidos a los españoles y aliados de éstos. Estos conceptos se resaltan en la obra épica "La Araucana", escrita a principios de la colonia por Alonso de Ercilla.

Estas razones ocasionaron una reñida guerra de guerrillas, sin mostrar un vencedor evidente, pues tras la resistencia mapuche, los conquistadores se vieron obligados varias veces a despoblar y retirarse de las zonas territoriales indígenas. La explicación a comportamientos militares tan distintos está en la geografía; el paisaje de estepa del Valle Central de Chile en la zona de Santiago no permitía la lucha de guerrillas ni se disponía de alimentos en la cordillera para refugiarse ahí. No era la misma situación en la zona austral, donde los montes y la selva valdiviana favorecían la lucha guerrillera y hacían difícil el triunfo hispano.

Hubo más de un momento en que la colonización de Chile estuvo a punto de detenerse.

La Guerra de Arauco fue un quebradero de cabeza para los reyes Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y el Virreinato del Perú, por su irresuelta situación constante en el tiempo y su alto costo pecuniario y de vidas.

Hubo muchos combates en que, alternativamente, la victoria se pasaba de bando a bando. Asimismo hubo intentos y períodos de paz aparente, seguidos de largos períodos de estado de guerra. Los españoles se convencieron finalmente de que cualquier intento de paz era inútil y que sólo obtendrían la victoria por la fuerza.

Las pestes tales como el tifus, la viruela, el denominado "chavalongo" y otras enfermedades traídas por los europeos, afectaron gravemente a los indígenas, entorpeciendo su participación en la guerra.

La guerra se fue desgastando en el último tercio debido, en parte, al mestizaje entre los ibéricos y mapuches, ya que el indígena en sus malones secuestraban mujeres españolas; y los conquistadores españoles, que no tenían muchas mujeres consigo, en sus "malocas" hacían lo mismo. En el fondo, los hombres de ambos bandos raptaban a las mujeres del enemigo. Por eso, es difícil hablar de una "raza" pura predominante en Chile.
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Notapor Juanete » Sab Nov 02, 2013 4:38 pm


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Batalla de Alarcos

La batalla de Alarcos (en árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak), acontecimiento también conocido como el desastre de Alarcos, fue una batalla librada junto al castillo de Alarcos (en árabe: al-Arak الأرك), situado en un cerro a cuyos pies corre el río Guadiana, cerca de Ciudad Real (España), el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II), saldándose con la derrota para las tropas cristianas, la cual desestabilizó por completo al Reino de Castilla y frenó todo intento de reconquista hasta la batalla de Las Navas de Tolosa.

En 1177, el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre Al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en la taifa de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla) en la Península. Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya'qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

«En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: “Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse”. Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.»

El 1 de junio de 1195, desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade. El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de 300.000 hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro "el Castellano", señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, a los pies del de Calatrava. Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con Al-Andalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Aun así e imprudentemente, Alfonso VIII decidió presentar batalla al día siguiente de llegar finalmente las tropas a los alrededores de Alarcos (el 17 de julio). Tal vez por confiar en la fuerza de la caballería pesada castellana, en vez de retirarse a Talavera donde habían llegado las tropas leonesas y que les separaban tan sólo unos pocos días de distancia. Abū Yūsuf no aceptó dar batalla ese día (el 18 de julio), prefiriendo esperar el resto de sus fuerzas. Al día siguiente, la madrugada del 19 de julio el ejército almohade formó alrededor de la colina "La cabeza" y a dos tiros de flecha de Alarcos como citan las fuentes árabes.

Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10.000 hombres) al mando de Don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.

Ya'qub siguió los consejos del qā'id andalusí Abū 'abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad aplastante del ejército almohade, el agotamiento y bochorno del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.

El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la poderosa vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de Al-Andalus mandadas por el popular qā'id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la fuerte guardia negra de los esclavos. Se trata de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.

La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Sólo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de Al-Andalus al mando de ibn Sanadid.

Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla, siendo en ese momento mediodía. El calor y la fatiga comenzaron a afectar a la caballería cristiana. Aun tras sufrir numerosas bajas, los musulmanes no tardaron en reagruparse, cerrando la salida a la caballería enemiga. Estos, haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y fueron atacados por la retaguardia, lo que, junto a la labor de los arqueros y a las maniobras de desgaste, acabó por cerrar el cerco. Fue entonces cuando Ya'qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica y finalmente se vio en la necesidad de huir, sufriendo así una tremenda derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa, teniendo finalmente que refugiarse en el inacabado castillo, que tras haber sido cercado por 5.000 hombres, tuvo que rendir. En cuanto a Pedro Fernández "el Castellano", cuyas fuerzas apenas combatieron durante la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A los pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar y se retuvieron 12 caballeros como rehenes para el pago del rescate.[7] Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza, Ordoño García de Roda, Pedro Ruiz de Guzmán y Rodrigo Sánchez; así como los Maestres tanto de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemus, como de la portuguesa Orden de Évora, Gonçalo Viegas. Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No sólo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla o como consecuencia de las heridas sufridas.

Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Prefería morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que, muy en contra de su voluntad, le sacaron del campo de batalla, hubiera sucumbido.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Mar Feb 11, 2014 9:59 pm


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Guerra de la independencia en Asturias

1808

27 o 29 de abril.- Michel Lagonier, Cónsul francés en el Puerto de Gijón, arroja panfletos contra la monarquía española. Intento de asalto por parte de la muchedumbre. El Coronel de la Milicia Provincial de Oviedo acantonada en Gijón, pone a su disposición una Compañía para su protección. Huida de Lagonier a La Coruña, donde embarca con su familia rumbo a Francia. Naufraga frente a Santander con el archivo del Consulado.

9 de mayo.- Llegada a Oviedo del correo con los sucesos del dos y tres de mayo en Madrid. Con él, un bando del Consejo de Castilla firmado por Joaquín Murat, informando de las penas por rebelión, posesión de armas y acciones contra las tropas francesas. El intento de publicación de dicho bando por la Audiencia es frustrado por la muchedumbre. Una columna de estudiantes y maestros armeros vizcaínos se apoderan de los fusiles de la fábrica de armas e intentan asaltar la Audiencia, que esa noche envía un correo urgente al Gobierno de Madrid dando cuenta de lo sucedido. Reunión de urgencia de la Junta que decide la insurrección contra el Gobierno de Madrid y el armamento general de la Provincia.

11 de mayo.- La Junta envía comisionados a las provincias limítrofes de León, Galicia y Cantabria, con el encargo de moverlas a la insurrección conforme lo acordado el día 9.

13 de mayo.- Los Magistrados de la Audiencia asisten a la Junta y exigen el desarme del populacho de acuerdo con las instrucciones del Gobierno. La Junta accede a la suspensión y recogida de armamento conforme a “la pública tranquilidad que desean el Gobierno de Madrid y la Audiencia”. Los comisionados informan de las reticencias de León en unirse a la rebelión. En Cantabria son perseguidos para su arresto por el Provincial de Laredo, aunque consiguen huir. No se tienen noticias de la comisión de Galicia.

19 de mayo.- Llega de Madrid un correo extraordinario con las disposiciones adoptadas por el Gobierno central. Entre ellas, la marcha sobre Oviedo del Batallón 1º de Hibernia acantonado en Bilbao, y un escuadrón de Carabineros Reales apostado en Valladolid. Se decreta el desarme de la población en el plazo de 24 horas bajo pena de muerte. El edicto es publicado y arrancado por José García Busto. Esa misma noche, Ponte, Agustín de Argüelles y Cifuentes parten de Oviedo en diferentes direcciones para reclutar y reunir el mayor número de hombres.

21 de mayo.- Llegada a Oviedo con un correo, de un Coronel de la Legión de Honor (Ayudante de Campo de Murat). Le acompañan ocho Guardia de Corps. El correo contiene la orden para el Comandante General de la Provincia Juan Crisóstomo La Llave, de pasar por las armas a 58 miembros de la Junta, por haber acordado el armamento popular el día 9.

24 de mayo.- Llegada de Ponte a Oviedo, quien comunica a Busto que ha reunido 2.000 hombres que acantona en San Lázaro, y que Argüelles y Cifuentes han reunido igual fuerza en San Cristóbal y Otero. Se abre la Fábrica de armas, se reparten fusiles a la tropa, y se divide en tres columnas que se distribuyen por la Ciudad. La primera sorprende a la guarnición de La Llave compuesta por 20 provinciales, y éste resulta detenido.

25 de mayo.- El Principado de Asturias declara la guerra “al tirano de Europa”. Sesión de la Junta que se declara soberana ejerciendo las funciones de jefe supremo del estado y cabeza de la nación. Se acuerda el levantamiento de un ejército de 20.000 hombres y se nombra General en Jefe del Ejército del Principado a Joaquín Navia Osorio y Miranda Marqués de Sta. Cruz. Se decreta la prisión de La Llave y del Coronel francés. Se declara la Paz con Suecia y Gran Bretaña, así como el envío de una legación al Rey Jorge III.

Se crea la 1ª División de Voluntarios de Asturias con una fuerza de 1500 hombres dividida en tres compañías de a 500 hombres. La Junta Suprema de Asturias decide enviar la División a León como fuerza expedicionaria al mando del Coronel Pedro C. Méndez de Vigo, con el objeto de incitar a la población del viejo reino a sublevase.

26 de mayo.- Llega a Oviedo el Escuadrón de Carabineros Reales enviado desde Valladolid por el Gobierno Central. Todos sus hombres se adhieren a la rebelión y acatan las órdenes de la Junta, pero su comandante Manuel Ladrón de Guevara es recluido en la fortaleza para su seguridad.

27 de mayo.- Salen de Oviedo con destino a la frontera de Cantabria dos compañías del Provincial de Oviedo. El objetivo, además de proteger una posible incursión de Bessieres, es el de incitar a aquélla Provincia a unirse a la rebelión. (Nota: hacen la ruta Villaviciosa-Infiesto-C. de Onís. Es evidente que dan un rodeo sorteando Pola de Siero, donde se encontraría el batallón de Hibernia) La Junta de Cantabria se declara soberana.

29 de mayo.- Tras 5 días retenidos en Pola de Siero con prohibición de entrar en Oviedo, y ante la indecisión de su coronel Carlos Fitzgerald, los soldados del Batallón 1º de Hibernia llegados desde Bilbao, desertan y se unen a la insurrección.

30 de mayo.- La legación asturiana zarpa del puerto de Gijón con destino a Gran Bretaña, a bordo del bergantín corsario Satce Brik comandado por un tal capitán Fooll. La Junta de Galicia se declara soberana.

1 de junio.- La 1ª División de Voluntarios de Asturias (posteriormente Regimiento Covadonga) de 1500 hombres al mando del Coronel Pedro C. Méndez de Vigo entra en León. La Junta de León se declara soberana “auxiliada de 800 hombres armados, enviados por el Principado de Asturias”. Tras ello, la 1ª y 2ª compañía de la División son enviadas a Valladolid para unirse al Ejército de Castilla dirigido por Cuesta. La 3ª compañía permanece en León.

5 de junio.- El bergantín que conduce a la embajada asturiana echa ancla en el puerto de Falmouth.

6 de junio.- La embajada asturiana es recibida en Londres por el secretario del Almirantazgo Welerley Pooll, y por el ministro de exteriores George Canning. Entran en Oviedo dos comisionados de la Junta de Galicia ofreciendo tropas, artillería y municiones. En los días siguientes se desembarcan en Gijón provenientes de aquél Reino, 18 cañones de a ocho y doce, dos obuses, municiones y piedras de chispa.

7 de junio.- El Escuadrón de Carabineros Reales abandona el Principado para incorporarse al Ejército de Castilla, bajo las órdenes del General Gregorio García de la Cuesta. Sin embargo, su comandante Manuel Ladrón de Guevara continúa recluido en Oviedo.

9 de junio.- Se crea el Regimiento de Avilés, siendo su primer coronel el capitán retirado José Valdés Solís. Se crea el Regimiento de Villaviciosa, siendo su primer coronel el teniente de fragata Carlos Rato Ramírez. Se crea el Regimiento de Llanes, siendo su primer coronel Sancho Victorero de Junco.

11 de junio.- Arriba a Llanes la Brigada de Nicolás Llano Ponte (granaderos de Hibernia, cuerpo de Literarios) enviada por la Junta, y que unida al Provincial de Oviedo allí acantonado, corre en auxilio de Santander que había sido ocupado por el General Merlé.

12 de junio.- John Hunter, antiguo Cónsul General de G.B. se instala en Gijón tras la ocupación de Santander y tras ser expulsado de Madrid por el Gobierno Central el 14 de abril. Se crea el Regimiento de Gijón, siendo su primer coronel el teniente de navío Pedro Castañedo.

14 de junio.- Nicolás Llano-Ponte, de acuerdo con el Capitán General de Cantabria Juan M. de Velarde, deciden efectuar un ataque combinado y retomar Santander, pero cuando dicha vanguardia al mando del sargento mayor Francisco Manglano efectúa el avance para verificar el ataque y posesionarse de la capital, el General Merlé abandona la ciudad. (El mariscal Bessières teniendo noticia de la insurrección de Valladolid y ante el riesgo de ruptura de la ruta militar y de postas de Francia a Madrid, dio prioridad a despejar la vía de las desconocidas fuerzas de Cuesta. En consecuencia, las operaciones de los generales Merle la Montaña fueron desviadas en favor del teatro meseteño). La brigada asturiana regresa a Oviedo por el puerto de San Isidro.

17 de junio.- Se crea el Regimiento de Castropol, siendo su primer coronel José Mª de Navia Osorio. Se crea el Regimiento de Oviedo, siendo su primer coronel José Mª Quipo de Llano. Vizconde de Matarrosa.

18 de junio.- Arriba en Oviedo el recién formado Regimiento de Castropol. Se crea el Regimiento de Salas, siendo su primer coronel Gregorio Cañedo.

19 de junio.- Uno de los comisionados, salido de Portsmouth, presenta a la Junta los resultados de la legación. Intento de fusilamiento en el Parque San Francisco de los prisioneros retenidos en la fortaleza entre los que se encontraban Carlos Fitzgerald y Manuel Ladrón de Guevara. Por su implicación en los hechos, la Junta dispone que ese mismo día el Regimiento de Castropol, bajo la supervisión del Teniente general Vicente Mª Acevedo parta con destino a la Mesa. Llegados a Grado, promueven un altercado con los Cazadores de Montaña que dirigía Gregorio Jove.

20 de junio.- Dimisión de Capitán General del Marqués de Santa Cruz y nombramiento en su lugar de Vicente Mª Acevedo. Se crea el Regimiento de Siero, siendo su primer coronel Menendo de Llanes Cienfuegos. Se crea el Regimiento de Luarca, siendo su primer coronel Juan Cañedo. Se crea el Regimiento de Grado, siendo su primer coronel José Jove, caballerizo de su Majestad. Se crea el Regimiento de Cazadores de Montaña, siendo su primer coronel Gregorio Jove.

21 de junio.- Se crea, sobre la base de la 1ª y 2ª compañìa de la 1ª división de Voluntarios de Asturias, el Regimiento de Infantería Ligera Covadonga, siendo su primer coronel Pedro C. Méndez de Vigo. Capitán agregado al Provincial de Oviedo.

23 de junio.- Se crea el Regimiento de Navia, siendo su primer coronel con grado de brigadier, José Gabriel Trelles, Guardia de Corps. El General Pierre Hugues Victoire Merlé entra en Santander.

27 de junio.- Arriba a Gijón el bergantín Scorpión con la comisión militar y diplomática designada por el Gobierno Británico para de supervisar la ayuda destinada a Asturias Está compuesta por el Mayor General Thomas Dyer, el mayor Roch y el capitán Patrik, que habían zarpado del puerto de Falmouth el día 24. John Hunter, es encargado para recibir y entregar los recursos que lleguen a Gijón.

28 de junio.- Se crea, sobre la base de la 3ª compañìa de la 1ª división de Voluntarios de Asturias, el Regimiento de Línea de Cangas de Tineo, siendo su primer coronel José Pesci, capitán del Regimiento de Infantería de línea de León. Se crea la Guardia de Honor de la Junta Suprema del Principado de Asturias', siendo su primer coronel Guillermo Livessay, capitán de la compañía de granaderos del 1er batallón del Regimiento de Infantería de línea Hibernia.

8 de julio.- Se crea el Regimiento de Cangas de Onís, siendo su primer coronel Salvador Escandón y Antaño. Teniente de Fragata.

9 de julio.- Se crea el Regimiento de Candás y Luanco, siendo su primer coronel Juan Cienfuegos, Vizconde de la Vega del Rey. Se crea el Regimiento de Ribadesella, siendo su primer coronel Juan de Dios Bernardo de Quirós.

12 de julio.- Entra en León, desde Pola de Gordón donde se encontraba, el Regimiento de Cangas de Tineo con las órdenes de unirse al ejército de Castilla reorganizado en Benavente, bajo el mando de Cuesta.

14 de julio.- Batalla de Medina de Rioseco. Derrota conjunta del ejército de Castilla comandado por García de la Cuesta y el de Galicia comandado por Joaquín Blake, a manos del Cuerpo de ejército francés de Bessiéres. Blake se retira a Galicia, Cuesta a Salamanca. Los franceses ocupan León. Los Regimientos asturianos Covadonga y Cangas de Tineo se repliegan sobre Pajares y La Mesa respectivamente, por temor a una invasión francesa en el Principado.

julio.- Carlos Fitzgerald se une a la causa de la Junta, y obtiene el mando del Regimiento de Infiesto con el grado de Brigadier. Debido al rechazo de la tropa es trasladado a la División del Eo, pero en el camino es asesinado por los lugareños.

5 de agosto.- Se crea el Regimiento de Lena, siendo su primer coronel Juan Dringol, capitán de granaderos del Regimiento de Hibernia.

8 de agosto.- Se crea el Regimiento de Infiesto, siendo su primer coronel Juan Galdiano, capitán del Regimiento de la Victoria. Se crea el Regimiento de Pravia, siendo su primer coronel Sancho Valdés. Capitán retirado.

12 de agosto.- Se crea el Regimiento de Colunga, siendo su primer coronel Martínez Casavieja, Capitán retirado.

14 de agosto.- El mayor Roch parte de Gijón con destino a Bilbao a bordo de un bergantín escoltado por la fragata Sien,. Traslada 12 cañones, 5.000 fusiles, 1.000 pistolas y 500 barriles de pólvora.

17 de agosto.- Conocido el levantamiento de Bilbao, y por recomendación de Dyer, sale para Reinosa la 3ª División del Ejército del Principado; unos 5.000 hombres a cargo del Mariscal de Campo Francisco Ballesteros.

1 de septiembre.- El Capitán General Acevedo ordena el regreso a Asturias de la 3ª División del Ejército. Gaspar Melchor de Jovellanos es nombrado representante del Principado ante la Junta Central del Reino.

25 de septiembre.- Plan de reforma para los Regimientos asturianos que conformarán la división expedicionaria que ha de unirse al ejército de la Izquierda. Cada Regimiento constará de poco más de 1.000 hombres en 2 batallones de 5 compañías cada uno (una de granaderos). La División se compone de los siguientes regimientos: Provincial de Oviedo, Primer batallón de Hibernia, Lena, Grado, Pravia, Cangas de Tineo, Salas, Villaviciosa, Luarca, Castropol, Covadonga, Pola de Siero, y Candás, con una total de 12.000 hombres divididos en 2 brigadas de 5.000 hombres a las órdenes del Jefe de Escuadra Cayetano Valdés Flórez y del Mariscal de Campo Gregorio Bernardo de Quirós, más 2.000 hombres de reserva al mando del Mayor General Nicolás de Llano Ponte.

29 de septiembre.- Motín contra la Junta Suprema. Inducidos por sectores de la Iglesia, de la Real Audiencia y algunos propietarios, varios vecinos exigen que se nombre un representante del pueblo con voz en la Junta. Con intención de disolverla se convoca a la muchedumbre armada a reunirse en la Vega y en el Parque San Francisco. El llamamiento tiene éxito en Sograndio y San Cláudio. Sin perder tiempo se pone en armas las tropas de la guarnición y se encarga a Ballesteros el mando y conservación del orden público. Distribuye este las tropas con piezas de artillería volante en los lugares de concentración de la multitud, cruza las calles con sus columnas y realiza varios arrestos.

La totalidad de los regimientos asturianos acantonados en Llanes y destinados a formar la 3ª división del ejército de la Izquierda emprende la marcha hacia Vizcaya.

11 de octubre.- El Ejército expedicionario asturiano llega a Quincoces de Yuso (Burgos) y establece allí su Cuartel General.

19 de octubre.- Los regimientos de Luarca, Castropol, Candás y Luanco, Grado y Villaviciosa, se destinan a la localidad de Traspaderne al mando del Mariscal de Campo D. Gregorio Bernaldo de Quirós.

23 de octubre.- El General Acevedo recibe orden de trasladarse a Respaldiza, cuya marcha verifica en la mañana del día siguiente llevando consigo al Regimiento de Luarca y los restantes cuerpos de su brigada.

26 de octubre.- Encontrándose en Respaldiza, el General Acevedo recibe nueva orden para trasladarse a la villa de Orduña con el objeto de observar las avanzadas de Murguía y los movimientos que pueda hacer el enemigo sobre Orduña.

3 de noviembre.- El Regimiento de Luarca, al igual que los demás cuerpos de la 1ª brigada al mando del Brigadier Cayetano Valdés Flórez, se halla en el ataque de Menagaray, viéndose seriamente comprometidas las fuerzas, si no fuera por la intervención de los otros cuerpos asturianos que componían la 2ª brigada mandada por el General Bernaldo de Quirós que acudió en su auxilio.

8 de noviembre.- Acción de Valmaseda. La División Asturiana del General Acevedo resulta atrapada en las montañas al sur de Bilbao, donde había sido enviada para proteger el flanco derecho de Blake. Cuando recibie las órdenes de retirarse, los franceses han ocupado Bilbao bloqueando su ruta de reencuentro. Blake, en superioridad numérica, ataca la vanguardia francesa y expulsa a los franceses de Valmaseda, permitiendo la fuga de la división que es sostenida por dos compañías del Regimiento de Cangas de Tineo. Durante la retirada francesa, los asturianos encuentran el tren de equipaje del General Jean-Louis Villatte que capturan en su mayor parte.

10 y 11 noviembre.- Batalla de Espinosa de los Monteros. A la altura de la villa de Espinosa de los Monteros se presenta una fuerza enemiga considerable, que obliga a las tropas del Ejército de la Izquierda a ocupar las alturas dominantes para facilitar la defensa ante un previsible ataque. Tras dos horas de agotadora lucha fue rechazado el enemigo. Por la tarde el General Acevedo resuelve atacar las posiciones enemigas, batiéndose con extraordinario valor los cuerpos asturianos, pero la acción queda indecisa por sobrevenir una densa niebla. Entre las tropas asturianas se contabilizan varios muertos y heridos. Al día siguiente, resuelto el enemigo a concluir la acción emprendida el día anterior, decide acometer el ala izquierda y se lanza al ataque directamente. Cae muerto el General Quirós, resultando heridos de importancia los generales Acevedo y Valdés, así como el Coronel del Regimiento de Cangas de Tineo y los tenientes coroneles de los de Lena y Provincial de Oviedo. El resultado fue decisivo, las fuerzas asturianas que ocupaban este punto (alturas de Las Peñucas), sorprendidas por el inesperado movimiento del enemigo y viéndose privadas de sus jefes, ceden, lo que produce el desorden general y la completa dispersión del Ejército de Blake.

12 de noviembre.- La división asturiana arriba a Torrelavega y sus inmediaciones, en donde toma el mando de todo el ejército de la izquierda el Marqués de la Romana. Se ordena al general Ponte, que con su cuerpo de ejército continuase replegándose hasta San Vicente de la Barquera.

19 de noviembre.- Acción de S. Vicente de la barquera.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Mar Feb 11, 2014 10:01 pm


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1809

6 de febrero.- Arriban al puerto de Gijón 4.000 uniformes británicos compuestos de casaca roja, chaleco y pantalón blanco o gris, completos, con gorros, penachos y demás surtidos en proporción. Los cuerpos más beneficiados con el vestuario fueron aquellos que constituyeron la División del Eo, puesta bajo las órdenes del general D. José Worster, e integrada por los regimientos de Pravia, Lena, Salas, Grado, Llanes, Fernando VII, Navarra y medio batallón del 2º de Voluntarios de Cataluña, reforzado éste con dos compañías del de Castropol.

13 de mayo.- Una columna al mando del mariscal Michel Ney formada por unos 5.000 hombres de infantería, pertenecientes a los regimientos de línea 27º, 39º y 59º y el 25º ligero; unos 300 jinetes del 3º de Húsares y 25º de Dragones y ocho piezas de artillería de montaña, sale desde Lugo con dirección al Principado de Asturias. El día 17 la columna llega a Salas y su vanguardia, con el objeto de asegurar los vados y paso de barcas sobre el río Narcea, es adelantada hasta Cornellana.

17 de mayo.- Pedro Caro y Sureda Marqués de la Romana, se entera de la invasión y de su amenazante aproximación a Oviedo. Comisiona a Gregorio Jove Valdés para desplazarse a Grado y organizar el dispositivo defensivo. La fuerza disponible, unos 500 hombres, estaba formada por 26 soldados del Regimiento de la Princesa, 80 granaderos del Regimiento de Gijón, cuatro compañías del 2º Batallón del Regimiento de Luarca y dos piezas de artillería de montaña de a seis.

18 de mayo.- Acción del Puente de Peñaflor. A la una de la madrugada la vanguardia enemiga, al mando del General Maurice Mathieu, cruza el río Narcea por Cornellana. Se decide establecer la defensa sobre la altura de El Fresno. Tres compañías (alrededor de 80 hombres cada una) del Regimiento de Luarca, apoyadas por unos 40 paisanos, se encontraban desplegadas en las alturas de El Fresno, mientras que el resto del regimiento, unos 100 hombres de la 4ª compañía, permanecía en Grado, junto con la compañía de granaderos del Regimiento de Gijón y el piquete del Regimiento de La Princesa. Tras un breve intercambio de disparos, y vencida esta primera línea de contención, las tres compañías del Regimiento de Luarca y los paisanos armados se repliegan sobre Grado. Alcanzado este último punto, se retiran a Teverga. Los granaderos del Regimiento de Gijón, junto con el piquete de la Princesa, lo verifican sobre Oviedo, mientras que la 1ª, 2ª y 3ª compañías del 2º Batallón del Regimiento de Luarca, con una pieza de artillería, lo hacen al puente de Peñaflor, en cuyo punto se decide hacer frente a las tropas de Ney. Jove, y los coroneles Trelles y Cañedo deciden organizar la resistencia en el desfiladero de Peñaflor. Las tropas que aún quedan (las tres compañías del Regimiento de Luarca, a cuyo frente se encontraba el coronel D. Juan Cañedo) se replieguan sobre el puente de Peñaflor con fin de organizar en este punto la defensa y acortar así las distancias con el resto de las fuerzas que aún permanecían acantonadas en Oviedo. Tras anular la resistencia en el puente, que duró unas tres horas, el enemigo regresa a Grado y somete a la villa a toda clase de pillaje.

24 de mayo.- Combate sobre los Escobios de Margolles. En las inmediaciones de Llueves, Ballesteros despliega cuatro batallones y otro de reserva en San Juan de Parres, de los que entran en acción los regimientos de Ribadesella y Villaviciosa, produciendo al enemigo considerables bajas. Tanto por el desarrollo favorable de la acción táctica como por la retirada sostenida por el Regimiento de Cangas de Onís, se logra la salida de toda la división de Ballesteros con dirección a Covadonga, salvando todas las tropas e impedimenta.

1 de julio.- El Mariscal de Campo D. Francisco Ballesteros, reúne las dispersas tropas en el Campamento de Contrueces, con los regimientos de Lena, Grado, Villaviciosa, Candás y Luanco, Infiesto, Cangas de Tineo, Provincial de Oviedo, Pravia, Covadonga y Castropol, más el de Navarra, reorganiza la división asturiana que, bajo su mando, debe ponerse a las órdenes del marqués de La Romana, General en Jefe del nuevo Ejército de la Izquierda (antiguo Ejército de Galicia).

17 de julio.- Los cuerpos que constituyen la división reciben en el Campamento de Contrueces nueva uniformidad de procedencia británica enviada por la Junta de Sevilla el mes anterior. Este vestuario estaba compuesto de casaca blanca, cuello y vuelta encarnada, forro blanco y botón dorado, calzón corto de lo mismo y gorro blanco con vuelta encarnada. Los cuerpos que habían quedado fuera de la división de Ballesteros y que, por lo tanto, permanecieron en el Principado constituyendo su guarnición (Divisiones de Vanguardia y Oriente), estaba compuesta, fundamentalmente, por los regimientos de Salas, Fernando VII, Infante D. Carlos, Gijón, Luarca, Llanes, Navia, Cangas de Onís, Ribadesella, y Siero, los cuales seguían vestidos con la casaca de color rojo.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Juanete » Mar Feb 11, 2014 10:04 pm


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1810

20 de enero.- Napoleón Bonaparte ordena al general Bonet que, desde Santander, se dirija de nuevo a Asturias y ocupe Oviedo.

25 de enero.- Bonet ataca el dispositivo defensivo establecido en torno a Colombres y vence la resistencia ofrecida por las tropas asturianas bajo el mando del General Llano Ponte.

26 de enero.- Las tropas de Bonet son retenidas en el puente de Purón, pero al cabo de cinco horas la posición es forzada. Los franceses cruzan río Sella por el vado de Llovio y ocupan Ribadesella sin apenas resistencia. Desbordado todo el dispositivo, las tropas asturianas, se repliegan sobre Infiesto.

31 de enero.- Bonet entra en Oviedo.

1 de febrero.- Los franceses ocupan Gijón.

12 de febrero.- Bonet abandona Oviedo y se repliega a Pola de Siero al ver comprometida su línea de suministros por las fuerzas de Juan Díaz Porlier.

13 de febrero.- El general Llano Ponte interpreta el repliegue francés como una retirada. Pedro de la Bárcena, al frente de sus tropas, recibe el encargo de salir en persecución del enemigo, mientras que Llano Ponte irrumpe en Oviedo.

14 de febrero.- Acción del Puente de Colloto. Las fuerzas de Bárcena, y sin el apoyo de Llano Ponte, se encuentran aisladas en el puente de Colloto. En medio de una densa niebla y de fuerte nevada, el enemigo se concentra sin ser visto lanza una ofensiva que sorprende a las tropas de Bárcena, precipitando la general dispersión y su posterior reagrupamiento en Oviedo, en cuya ciudad contagian el pánico a las propias fuerzas de Llano Ponte. Consecuencia de lo anterior, las fuerzas supervivientes del puente de Colloto, junto con las acantonadas en Oviedo, efectúan una retirada precipitada a la línea del Nalón y establecen la defensa en la cabeza del puente de Peñaflor.

15 de febrero.- Segunda acción del Puente de Peñaflor. Bonet ordena al coronel Gauthier que, con fuerzas del regimiento 119º marche sobre Peñaflor en cuyo punto deberá atacar y desalojar a las fuerzas asturianas allí establecidas. Al mismo tiempo participa al comandante Bouthmy su resolución de mantener expedito el puente. El enemigo cruza el río por este punto y desborda a los defensores pese a una tenaz resistencia.

4 de abril.- La Junta acuerda que el Regimiento de Cangas de Onís se denomine de ahora en adelante Primer Batallón de Tropas Ligeras. A pesar de la nueva denominación, aún se le seguía nombrando, indistintamente, con el nombre de regimiento o batallón de Cangas de Onís. Mantenido siempre firme entre los montes de Covadonga, Infiesto y Cangas de Onís, comenzará una serie de ataques durante el verano sorprendiendo al enemigo y atacando las guarniciones repartidas por los concejos del litoral, tales como Colunga, Ribadesella y Llanes.

junio.- Los franceses sorprenden en el concejo de Nava a un capitán y cuatro soldados del Batallón de Cangas de Onís. Los cinco prisioneros son conducidos a la casa que ocupaba el general Bonet en Oviedo para someterlos a interrogatorio. Posteriormente, son pasados por las armas detrás del convento de San Francisco.

9 de agosto.- El ahora Primer Batallón de Tropas Ligeras ataca al enemigo entre Colunga y Ribadesella, causándole importante número de bajas.

14 de agosto.- Desde Ceceda hasta Nuestra Señora de los Remedios, en el concejo de Nava, el coronel Escandón con sus hombres del Primer Batallón de Tropas Ligeras ataca y arrolla a los franceses.

18 de agosto.- El Primer Batallón de Tropas Ligeras ataca cerca de Margolles a fuerzas enemigas superiores al mando del general.

1811

1 de marzo.- La Junta de Asturias acuerda la creación del Regimiento de Voluntarios de Asturias con los efectivos que constituían el extinguido Batallón de Cangas de Onís. bajo el pie de un único batallón de a seis compañías de 120 hombres cada una.

11 de abril.- Reorganización del ejército asturiano con la disolución de 13 regimientos, que se reúnen dos meses más tarde en tres cuerpos de nueva planta que retoman el antiguo nombre de "Asturias"; es decir, 1º de Asturias, 2º de Asturias y 3ª de Asturias; el de Voluntarios de Asturias (antiguo Cangas de Onís), también de reciente creación, así como en el Provincial de Oviedo, ya existente.

Regimiento de Línea 1º de Asturias (Covadonga y Grado)

Regimiento de Línea 2º de Asturias (Candás y Luanco, Llanes, Siero y Luarca)

Regimiento de Línea 3º de Asturias (Gijón, Salas, Ribadesella y Navia)

Regimiento Ligero Voluntarios de Asturias (Cangas de Onís)

Regimiento Provincial de Oviedo (Provincial de Oviedo)

23 de junio.- Batalla de Cogorderos.
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Re: Grandes batallas de la historia

Notapor Insigne » Jue Feb 13, 2014 7:56 am


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Batalla de Pensacola


La dura guerra entre Gran Bretaña y sus trece colonias rebeldes de América del Norte se saldó con la victoria de los independentistas y con el nacimiento de USA, pero que esto no habría sido posible sin la intervención de Francia y también de España cuya contribución aún no ha sido debidamente estudiada.

Habitualmente el protagonismo se lo lleva Francia. Los relatos de muchas películas se basan en la historiografía anglosajona y se evita poner de manifiesto el papel que tuvo la Corona española en la Guerra de la Revolución Americana ( 1775 - 1783)

El propio George Washington reconoció, poco antes de que España decidiera su intervención la importancia que tendría la participación de la Corona española en la guerra de independencia americana: "Con España en guerra, Inglaterra seguro que se vería obligada a renunciar a sus proyectos americanos"

Por supuesto que la colaboración de España y Francia con los rebeldes americanos no fue desinteresada. Ambas potencias deseaban desgastar la capacidad de militar de Gran Bretaña y lo iban a conseguir en sus colonias americanas además de vengarse por la derrota de la Guerra de los Siete Años.


Imagen




http://es.wikipedia.org/wiki/Espa%C3%B1 ... dos_Unidos


http://www.grandesbatallas.es/batalla%2 ... acola.html


http://www.abc.es/20121102/espana/abci- ... 11743.html


http://www.militar.org.ua/foro/yo-solo- ... 18122.html




Comentario personal del usuario Insigne para dicho hecho histórico :
Bueno decir que en las películas del país amigo como es Estados Unidos
de América no se observa una clara participación, es más casi nula u
olvidada para garantizar una visión general y algo neutral de tal
importancia en el mencionado país amigo.


Bernardo de Gálvez, parece ser, según algunos documentos encontrados
fue la mano derecha de G.W. e invitado de honor en las ceremonias y
actos protocolarios de la nueva creación de nación de USA.


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