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AQMI, una caja registradora en medio del desiertoluis de vega / madrid
Día 18/01/2013 - 05.16h
La principal vía de financiación de los terroristas del Sahel es el cobro de rescates por liberar rehenes de países occidentales
¿Se imagina usted una máquina de contar billetes y confirmar su autenticidad en medio del desierto? Los terroristas de Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI) las tienen en el que es desde hace aproximadamente una década su santuario, en medio de la nada. Es el instrumento necesario para que nos les den gato por liebre cuando cobran las descomunales cantidades de dinero en forma de rescates que obtienen por liberar a sus rehenes occidentales.
Ese dinero se ha convertido en la principal fuente de financiación de la banda, según especialistas en la materia. España es de los que ha negociado para lograr sacar de aquel infierno a los cinco ciudadadanos de nuestro país que han pasado por él entre 2009 y 2012.
De forma paralela, los terroristas participan de las redes de delincuencia organizada que se hallan tejidas por toda la región. Todo vale para tratar de imponer por la fuerza su sueño de estado islámico bajo la «sharía» (ley islámica).
La opacidad con la que se llevan a cabo los pagos tras intensas negociaciones de meses de idas y vueltas desde capitales africanas a lugares remotos en medio del desierto impide saber con exactitud cuánto han ganado los terroristas con los secuestros.
Millones de euros
Algunas fuentes entienden que con los últimos pagos podrían haber elevado el total de lo ganado a entre 50 y 100 millones de euros. En 2010 Souleimou Boubeye Maiga, ex ministro de Defensa y ex jefe de los servicios secretos de Malí, calculaba en una entrevista con ABC que habían obtenido entre diez y doce millones de euros. Desde entonces la cifra no ha dejado de subir. Todo eso les ha servido para adquirir armamento, reforzarse, sobrevivir como grupo y llevar a cabo nuevas acciones.
El origen del actual entramado de AQMI se remonta a la guerra civil que costó la vida a unas 200.000 personas en Argelia de los años noventa del pasado siglo. El sanguinario Grupo Islámico Armado (GIA) se convirtió en el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), que se hizo fuerte en los maquis norteños del gigante magrebí antes de extender sus tentáculos hacia el sur internacionalizando sus actividades con el envío de sus hombres a las inmensidades sahelianas, especialmente al norte de Malí.
Osama Bin Laden había dado uno de sus grandes golpes en África con los atentados a las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania en 1998, solo tres años antes de los ataques en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. El fulgurante ascenso de la empresa terrorista de Bin Laden sirvió para que el GSPC pasara a llamarse AQMI en el quinto aniversario de aquel infausto 11-S.
Chechenia y Afganistán
Muchos de los terroristas se habían hecho fuertes en la región del Magreb y el Sahel habían pasado por las escuelas yihadistas de Chechenia y Afganistán. Estaban formados y preparados para sobrevivir en unas duras condiciones de vida como las del desierto o para llevar a cabo operaciones de comando como la del asalto a una planta de gas efectuado este miércoles en Argelia.
Se calcula que son entre 1.000 y 1.500 hombres los que en la actualidad se agrupan en diferentes células y grupos en el norte de Malí, pero el conflicto abierto en ese país hace un año ha servido, sin duda, para que se refuercen con elementos llegados de otros países y de bandas afines. La porosidad de las fronteras les lleva a veces a cambiar con frecuencia de país.
El primer gran secuestro fue el de 32 europeos en 2003. La mitad de ellos fueron liberados en el norte de Malí tras el pago de una cantidad de dinero que nunca se ha hecho oficial. Pero hay otras vías de financiación.
Cualquiera que conozca a un musulmán pío sabe que no consume drogas, pero, según fuentes diplomáticas malíes y occidentales, los cabecillas de AQMI no son ajenos al tráfico de importantes cargamentos de droga que necesitan atravesar su territorio para llegar, principalmente, a Europa. No la tocan, pero sí se lucran de ella. Y también obtienen beneficios de otros tráficos como el de tabaco, coches, armas y, en algunos casos, hasta de emigrantes sin papeles.
Nómadas en todoterreno
Su radio de acción va desde Mauritania a Libia pasando por Malí, Argelia, Túnez y Níger, esencialmente. Sus células se han convertido con el paso de los años en una especie de tribu nómada a bordo de vehículos todoterreno –con frecuencia de modelo pick-up- que no tienen problemas en alimentar a pesar de que no hay ni una gasolinera en cientos de kilómetros a la redonda.
Además de los bidones con el combustible llevan agua –los pozos son contados-, algo de comida y lo justo para a veces montar unas cuantas jaimas a modo de pequeño campamento. De vez en cuando pasan épocas en la retaguardia, bien en pequeñas localidades o en compañía de otros nómadas de la región con los que han trabado relaciones.
Navegan sin problemas por las inmensidades del desierto. Como todo habitante de la zona acostumbrado a conducir pueden moverse sin problemas incluso de noche y en medio de la nada el teléfono satélite se ha convertido en una herramienta fundamental con la que comunicarse o poner precio a los rehenes.
Internacional
Una ingeniera española que trabajó en la planta de Argelia: «Es una profesión de alto riesgo»Los expatriados del sector del gas o petróleo en Libia y Argelia reciben grandes sueldos por eternas jornadas laborales en centros que parecen cárceles en medio del desierto
Llamadas y más llamadas. El teléfono echa humo desde que se hizo pública la noticia del secuestro múltiple en la planta de gas al sur de Argelia. «Todos quieren saber si estoy bien, esto le podía haber pasado a cualquiera de nosotros», asegura una profesional que trabaja en el mundo de las plantas de gas y petróleo que pide mantener el anonimato.
Hace un año y medio de su última visita a Argelia, donde conocía personalmente la planta de In Amenas, y también ha trabajado en Libia, de donde tuvo que salir con urgencia tras el estallido de la revolución en 2011, o en los países del Golfo.
«En cuanto llegas al aeropuerto, te plantan un chaleco antibalas»
«La forma de trabajo en Libia o Argelia es la misma. Llegas al aeropuerto de la capital en vuelo comercial y allí te plantan un chaleco antibalas y en vehículo o avión privado, según la distancia, te llevan hasta la planta, que es una especie de cárcel en mitad del desierto, en mitad de la nada. Tienen un perímetro de seguridad y torres con vigilantes armados, estás en sus manos», cuenta esta ingeniera. Destaca asimismo la gran diferencia entre «la seguridad que existe en las explotaciones del Golfo y las del norte de África, son dos mundos diferentes».
Los expatriados del sector reciben grandes sueldos a cambio días y días de trabajo sin descanso hasta la llegada del avión que les lleve de vuelta a la ciudad.
«La mano de obra es siempre personal local o de emigrantes llegados de países asiáticos en el caso del Golfo, ellos forman la comunidad principal en cada planta. Luego estamos los profesionales enviados por las multinacionales, y nuestra situación y trabajo no tiene nada que ver», apunta esta profesional. La ingeniera española sigue los acontecimientos de Argelia muy de cerca porque «esto afecta directamente a nuestro sector que, como se ha comprobado, es también una profesión de alto riesgo en estos países»