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Si lo deseáis, como ejercicio de homenaje y recuerdo, os animamos a publicar a continuación las circunstancias en las que os enterabais de la triste noticia...
“El niño que quería ser gasolinero”
Es la crónica de una muerte anunciada. Narra las exiguas 48horas de un dramático secuestro, vividas desde la perspectiva intimista del interior de una furgoneta policial, cuya dotación, un oficial y seis policías, son elegidos por el destino para que desde la soledad de su limitada condición humana, intenten evitar aquello que se antoja inevitable. Se trata, en definitiva,de esa contraposición de fuerzas opuestas pero complementarias, el bien y el mal, que a la vez que engrandece a nuestros protagonistas, pone en evidencia su frágil naturaleza, sometida a los avatares de esa ancestral compañía, la esperanza, y de su díscola hermana, la desesperación.
(El autor)
Madrid. Centro Policial de Moratalaz. 08.00 horas del 11 de Julio de 1997.
Las furgonetas se van colocando una detrás de la otra. Tienen las puertas abiertas. Se ultiman preparativos y el personal se prepara para salir. Mientras, algún conductor con cara aún somnolienta, realiza las últimas comprobaciones en el motor de su vehículo. Los más madrugadores aprovechan para despedirse de sus compañeros:
--¡Hasta la vista!…
--¿Cómo lo lleváis?
--Por cierto, ¿Habéis escuchado algo de un secuestro?
--¿Qué me dices? ¿ Y cuando ha sido eso?
-- Pues parece ser que ayer por la tarde...creo que han hablado de un concejal del partido popular de un pueblo.
-- Pues ya nos enteraremos ¡Hasta otra compañero! cuídate…
Los vehículos encienden motores -- ¿Estamos todos? --Se empiezan a escuchar por la emisora los comunicados de rigor:
--Equipos dependientes de “Raya 30”, control de escucha…”Raya 31” al completo, le recibe bien y listo para salir…igualmente el 32…y el 33…también el “Raya 34”.
La barrera de seguridad se levanta y el convoy empieza a moverse, la calle es estrecha, plagada de vehículos. Hasta incorporarse a las circunvalaciones, “Seve”, el oficial del 33, no está tranquilo del todo, siempre dice lo mismo:
-- ¡Que mal rollo pasar entre todos estos coches y contenedores! Cualquier día nos van a dar un disgusto.
Chema, un asturiano de su equipo se ríe:
-Je-je, ¿Y lo bien colocada que iba a quedar la parienta con el 200 por cien de tu sueldo al ser en acto de servicio?
Se escuchan carcajadas en la parte de atrás.
Circulamos ya por la A-6, a nuestra espalda la silueta de Madrid y por delante mucho camino hasta llegar a Galicia, base de la unidad. La gente se arrellana en sus asientos. Son principalmente gallegos, leoneses y asturianos. “Cuco”, con los cascos puestos escucha su música, Tadeo va pertrechado de sus periódicos futboleros, otros dormitan.
Cuando ya llevamos unos kilómetros, se vuelve a escuchar la voz del jefe:
-- Equipos dependientes de “Raya 30”, cambio de planes. Hemos recibido la orden de trasladarnos a Pamplona. De momento es todo lo que hay. ¡Denme el recibido!
La cadena de respuestas, con la monotonía de un eco, no se hace esperar…
--¡Recibido “Raya 31”…y el 32…33…recibido el “Raya 34”!
Imagino el revuelo en las furgonetas, una mezcla de queja y curiosidad se desliza por todas ellas:
--¡No te digo yo! Después de quince días a piñón en Madrid, otros tantos vaya usted a saber donde.
Otro asiente:
--Pues ya verás la gracia que le hace a mi mujer cuando se lo diga.
Un tercero se muestra tajante:
-- ¡Pues ya sabéis donde estáis! Esto no es ni un colegio ni una O.N.G., al que no le guste, que pida la baja en la unidad y se vaya a una tranquila Comisaría.
“Seve”, el oficial, dice:
-- Esto seguro que tiene que ver con lo del secuestro que comentaban. Poned la radio a ver que dicen.
Los más indiferentes, hechos a la idea de que esta salida de base se va a prolongar, se preparan en la parte de atrás de la furgoneta para dar comienzo a uno de sus pasatiempos de viaje favoritos. Cambian de posición los asientos, de modo que los de en medio, quedan encarados a los de atrás, colocando un chaleco antibalas apoyado en sus rodillas a modo de mesita, una baraja, y ya está todo listo para empezar una partidita de cartas.
Está empezando la tarde cuando entramos en el corazón de Pamplona. Unas cuantas calles más y nos acercaremos al Centro Policial de Beloso-Alto. Ya se puede vislumbrar el edificio de ladrillo rojo cara vista, aislado y rodeado de muros, focos, cámaras y alambradas. La verdad que es muy distinto a otras edificaciones oficiales que podemos ver en otras ciudades de España, mas alejadas de lo que entre nosotros se conoce como “el norte”.
A la entrada, un furgón blindado a modo de parapeto protege el habitáculo y al policía que presta servicio en el mismo. Nos ve llegar y abre la barrera al convoy. Es un hombre mayor, que parece que viene de vuelta de todo. Nos saluda con la mano y pregunta a la furgoneta de cabeza:
--¿Cómo va eso?, ¿De donde sois? Ahh!!! Galleguiños. Bienvenidos!
Una vez dentro aparcamos los vehículos.
--De momento no bajéis nada hasta que nos asignen los vehículos blindados.
Esa frase y la placa conmemorativa que hay en el patio al lado del aparcamiento, nos indican que no estamos en casa. En el frio mármol se pueden leer los nombres de los policías muertos en acto de servicio en Pamplona. Poco tiempo después dan la orden de bajar el material. También debemos buscar acomodo. Una litera y una taquilla es todo lo que necesitamos. Otras unidades han llegado también. Puedo ver gente de la unidad de intervención de Barcelona (los “jaguar”), también de Valladolid, los conocidos como “reno”. Todos se entremezclan con la unidad autóctona que tienen el indicativo “león”. El bar está lleno de gente que busca un lugar para comer algo y aprovecha para saludar a viejos amigos. Las mesas escasean, varios policías de Barcelona intentan hacerse con una, pero otros de Pamplona tienen la misma intención:
-- No pasa nada compañeros. Donde comen seis, comen ocho.
--Además, ¡No nos vamos a pisar el rabo entre grandes felinos!
-Ja, ja ,ja…todos ríen.
La verdad es que hay buen ambiente entre estas gentes, tan distintas, tan parecidas.
Al cabo de un rato hay “briefing”. Se nos confirma lo que sospechábamos. Estamos aquí para intentar liberar a un concejal de un pequeño pueblo de Vizcaya que ha sido secuestrado por E.T.A., es bastante joven, la banda terrorista ha dado un ultimátum de 48 horas, si no se cumple, acabarán con su vida. Nuestro trabajo consistirá en realizar controles de carretera para localizar algo que nos pueda llevar a donde se encuentra. Trabajaremos contrarreloj desde ya. El resto de servicios policiales, cada uno en el ámbito de sus competencias están manos a la obra.
Cogemos el equipo necesario, subimos a nuestro blindado y nos ponemos en marcha. No hay tiempo que perder. La gente está pensativa y reina el silencio en el vehículo. Chema, el asturiano sentencia:-- Me parece que tenemos poco que hacer. Ese pobre hombre va listo.
-- ¿Qué dices? Nosotros estamos aquí para impedirlo. Ya veréis como de una forma u otra… lo conseguiremos! Dice “Seve” mirando hacia atrás al resto del equipo, como intentando convencernos.
Llegamos a la zona de Etxalar, en las cercanías de la frontera con Francia. Por el camino nos hemos tropezado con unidades de la Guardia Civil que están a lo mismo que nosotros. Nos saludamos con la mano, con la complicidad de quien pone su empeño en algo imposible pero sin embargo no se resigna. Ya estamos cerca de nuestro objetivo.
Casi anochece ya. ¡Vamos allá! Detenemos el tráfico. Cada policía sabe bien lo que debe hacer. Unos dan seguridad con armas largas y chalecos anti-bala, otros delimitan con conos y señales la zona del control, otro prepara el “rastrillo” con sus amenazadores pinchos por si alguien tiene la tentación de no parar cuando se le ordene. “Seve” se encarga de la selección de vehículos. Ponemos los cinco sentidos en la tarea. Los del inicio del control escudriñan a distancia cualquier movimiento sospechoso en los vehículos que se acercan al mismo. “Seve”, observa con una mirada mitad desconfiada, mitad ansiosa, intentando descubrir en los ojos del conductor del vehículo que se acerca, algún mensaje oculto que nos lleve por el buen camino.
No hay suerte, llevamos media docena de controles y nada. Lo único novedoso fue un hombre ya mayor, que bien presa del nerviosismo o de un despiste, no paró en el punto de selección, obligando a los compañeros a encañonarle y a desplegar el “rastrillo” a lo largo de la calzada… menudo susto se llevó. La verdad es que la gente está tensa y la torpeza del pobre hombre no ha ayudado a calmar los ánimos. Después del correspondiente “rapapolvo” por parte de “Seve”, el anciano se muestra apesadumbrado por las consecuencias que pudo tener su comportamiento. Balbuceando pedía disculpas llegando a decir:
--Si quieren doy para atrás y vuelvo otra vez a pasar, ¡Esta vez bien!
“Seve” sonríe y le dice:
--¡No hombre no! Por hoy ya es suficiente, váyase usted para casa y tenga cuidado.
Regresamos de vuelta a Pamplona. Estamos cansados y algo desmoralizados. No ha habido suerte. Mientras bajamos el material, alguna gente de otras unidades se dispone a cenar algo y darse un pequeño garbeo por la ciudad para desconectar un rato.
Aunque lo habíamos olvidado, estamos en plenos Sanfermines. La ciudad bulle, cientos de foráneos ataviados de blanco y con el pañuelico rojo al cuello, se entremezclan con los pamplonicas. A algunos les cuesta mantener el equilibrio. Otros están tumbados por los jardines de la fortaleza, durmiendo y reservando fuerzas para lo que queda de fiesta. Es curioso, pero así como los que tienen aspecto de extranjeros viven despreocupados, muchas personas del lugar no disfrutan de la fiesta como otros años. Un halo de fatalidad se palpa en el ambiente.
La condena a muerte del joven concejal de Ermua pesa en el ánimo de muchos, que después de horas de fiesta, no dejan de ver los informativos y volver a la realidad. La gente lo comenta en los bares y en algunos corrillos que se ven en las plazas y calles. Definitivamente estos Sanfermines no son como los de otros años.
Sábado, 12 de Julio de 1997.
Por la mañana, bien temprano, empiezan a salir furgonetas, cada una a su zona de influencia. Saludamos a los “reno” que salen al mismo tiempo que nosotros:
--¡Buena caza! ¿A dónde vais?
--¡A Irún!
La verdad es que quedan apenas unas horas para que se acabe el plazo. Si por lo menos esos canallas lo prolongaran unos días, quizás las unidades especiales antiterroristas ya tengan algo de lo que tirar. Quien sabe, a veces los uniformados somos los últimos en enterarnos de lo que pasa.
La misma rutina toda la mañana y sin resultado. Un control y otro….hablamos por la emisora con otras unidades. Nada de nada.
Son ya las 14 horas, una vez finalizado el último control, Tadeo, pasándose la mano por el estómago dice:
--¡Qué! Habrá que comer algo…. hay que ver estos oficiales nuevos que no velan por la tropa. Los veteranos si que controlan. Mi antiguo jefe solía decir que el equipo ha de estar siempre comido, cagado y meado.
--¡Pero qué bruto eres, cazurro! Dice “Seve”.
Tadeo le replica:
--¿Bruto? Para que lo sepas, ya Don Quijote decía; ”Amigo Sancho, no se puede llevar el peso de las armas sin el buen gobierno de las tripas.”
--Ja, ja, ja…que aficionado a la literatura cuando te conviene.
Para comer, lo mejor es ir a un cuartel de la Guardia Civil de la zona rural por donde nos movemos. Es la única forma de tener los vehículos vigilados y comer relativamente seguros y relajados todos juntos. Cuando entramos, varios niños pequeños se acercan a las furgonetas para pedirnos pelotas de goma, de las que se usan cuando hay disturbios. Pobrecillos, les hace mucha ilusión. Seguro que en su inocencia, ignoran para qué se utilizan realmente.
“Cuco”, cuando se van, dice:
--No me gustaría que mis hijos crecieran en este ambiente, criaturas…
Tras la comida nos toca establecer otro control. Es una zona boscosa y de difícil acceso, limítrofe con Francia. Tenemos mala suerte, no pasa ni un alma. Estamos cada uno en nuestro puesto, callados; nos podemos ver los unos a los otros. Tras un rato de espera, “Seve” rompe el silencio reflexionando en voz alta:
--¿Sabéis lo que quería ser yo cuando era pequeño?..Pues gasolinero.
El resto del equipo se mira con una expresión entre sorprendida e hilarante. “Seve” continua:
--¡Si, gasolinero! Veréis, tendría cinco o seis años, no me gustaba nada el colegio. Cuando iba camino de clase pasaba delante de una pequeña gasolinera a la salida del pueblo. Casi nunca había nadie y allí estaba aquel hombre, tranquilo, feliz, apoyado en un surtidor, viendo pasar el tiempo…yo lo envidiaba y me decía a mi mismo que cuando fuera mayor, trabajaría en algo así.
Una enorme sonrisa se dibuja en los allí presentes. Chema disimula la risa y encoge la cabeza entre los hombros. Ramirez apoya el dedo índice en la sien y lo gira.
Levantamos el control. Bajamos de la frontera hacia la carretera general que une Guipúzcoa y Navarra. Es media tarde. El tiempo transcurre inexorablemente. La hora fatídica ya está cumplida. Por la emisora nos llama un equipo “jaguar” de Barcelona. Nos preguntan si sabemos algo. Parece ser que hay rumores de que el concejal secuestrado ha aparecido gravemente herido en un monte cercano a Lasarte. Nos miramos sin decir nada.
Transcurrida media hora, se recibe un nuevo comunicado:
--“Raya 33”, si me recibe regresen a base.
--¡Recibido “Raya 33”! Nadie habla pero todos pensamos lo mismo. Se acabó. Todo aquel esfuerzo e ilusión que llenaba las últimas horas, se había convertido en un enorme vacio.
La carretera es estrecha y sinuosa, va pegada al rio Bidasoa. Observo a mis compañeros. Me fijo en Iñaki. Junto a el se sienta Ramirez. Son muy distintos, sin embargo se entienden a la perfección. En realidad Iñaki se llama Jesús, pero se ha ganado ese nombre adoptivo a base de llamarnos “Iñaki” al resto de los compañeros del equipo. Lo hace sobre todo cuando realizamos alguna intervención con personas poco recomendables y dice: ¡Iñaki, cachea a éste...y tú, Iñaki identifica a esos dos…Iñaki, mueve la furgona!…. lo cual provoca una estudiada confusión entre los susodichos. Siempre explica:
--¡Al enemigo ni agua! Nadie ajeno a nosotros tiene por qué saber como nos llamamos ni tú ni yo. Nunca sabe uno a quién tiene delante, ni qué intenciones alberga.
A Ramirez, por el contrario, se le conoce como “pitbull”. Tiene un aspecto duro y fiero, pero en el fondo, todo es pantalla, en realidad tiene un gran corazón, le gusta aparentar lo que no es, sobre todo para incomodar al Subinspector del Subgrupo, un tipo un tanto estricto que no tolera ni la incorrección ni los malos modos. En una ocasión, estábamos en una zona acotada de una calle, esperando el paso de una manifestación de radicales de izquierda. Él estaba con ambos brazos estirados y las manos apoyadas en una valla, con sus grandes gafas de sol y una expresión poco amigable. De repente, un abuelo de los de boina y bastón, se le acercó y le preguntó:
--Buenos días Sr. Guardia. ¿ Y esto, por qué es?
Ramirez le miró y le dijo:
--Nada. Una manifestación, abuelo.
--¿Y de quién?
Ramirez miró a su izquierda, cerciorándose de que el Subinspector estaba lo suficientemente cerca para oírle:
--Pues…de guarros, okupas, perro-flautas….usted ya me entiende.
El abuelo, con cara de no haberlo entendido muy bien, pero con expresión de complicidad asintió:
--Ahh! Ya, yaa…hale, que tengan un buen servicio.
Seguimos camino. Hemos abandonado la Comunidad Autónoma Vasca y un cartel nos da la bienvenida a la Comunidad Foral de Navarra. El Bidasoa nos sigue acompañando en el trayecto. No llevamos radio en la furgoneta. Estamos ansiosos por conocer como está la situación. Al llegar a base, nos apresuramos a bajar el material para a continuación acercarnos al bar. Los policías se arremolinan alrededor del televisor.
Miguel Ángel Blanco está muy grave, pero aguanta. Las imágenes son explicitas, todo el país está en la calle, las manifestaciones y muestras de dolor e indignación son multitudinarias. Se puede ver a dos ertzainas encapuchados que protegen una sede de los radicales abertzales que está cerrada a cal y canto mientras la multitud grita: ¡Asesinos! Y les piden que salgan y den la cara. Una mujer se abraza a los policías provocando una salva de aplausos. Los agentes corresponden a las muestras de cariño quitándose los “verduguillos” y mostrando sus rostros visiblemente emocionados.
Nos ponemos a comer algo ya que parece que el servicio aún no ha terminado, se prevé que el joven concejal no sobreviva y se desaten serios altercados.
Después de la comida, nos tumbamos un rato en la litera, meditando y reponiendo fuerzas. Los “leones” ya patrullan la calle. Nosotros entraremos por la noche.
23.00 horas :
--Indicativo “León”, aquí “Raya”. Dense por relevados.
--Recibido “León”. Buen servicio.
Nos colocamos estratégicamente en los lugares más sensibles de Pamplona. Nuestro equipo está desplegado en la emblemática Plaza Castillo, el discurrir de gente con sus ropas blancas y su pañuelo rojo es continuo, es una mezcla de fiesta y tragedia, de alegría y pesar. Algunos charlan con nosotros. Nos dan las gracias. Ni rastro de los radicales que siempre se hacen notar, parece que hayan desaparecido.
Son las dos de la mañana y la gente está cansada y sentada en las aceras. De repente, un rumor recorre la plaza, la gente se alborota, algunos lloran. La noticia es un autentico mazazo. Miguel Ángel Blanco Garrido no ha aguantado más. Ha muerto en el hospital hace apenas unos minutos. Se avecina una jornada dura. Sobre las cuatro de la mañana nos retiramos a Beloso Alto, la unidad de Barcelona se dispone ya a salir de servicio.
12.00 horas. Hemos dormido poco y mal. Los oficiales empiezan a reagrupar a su personal. Hay incidentes en las cercanías del Ayuntamiento y debemos apoyar a los compañeros de servicio. Cuando estamos próximos, la multitud impide que los vehículos avancen con normalidad. Los jefes de equipo gritan:
--¡Todos abajo!. Poned el casco y en columna.
Nos movemos con dificultad. Un equipo de otra Unidad está en el umbral de la puerta de la sede de “Herri Batasuna” en un lateral de la Plaza del Ayuntamiento.
La escena que vimos en televisión se repite, pero esta vez con más virulencia, la gente está muy alterada, intentan acceder al interior enfrentándose incluso a los policías que a duras penas contienen a la multitud.
En el balcón del primer piso, donde está ubicada la sede, un hombre y una mujer se asoman y se mueven compulsivamente de un extremo al otro, casi tropezándose. Su rostro refleja temor. No saben qué hacer. Reforzamos la entrada pero la situación empeora. Un joven furioso trepa por el canalón del agua, la multitud empuja con más fuerza, logrando desencajar de sus goznes el antiguo y enorme portalón de madera. Llega otro equipo en apoyo, sacamos las defensas y las blandimos sin golpear consiguiendo separar un poco a la gente… imagino a los de arriba sin saber donde meterse ni que hacer, presas del pánico, salvados de momento por un puñado de “txakurras”… ¡Paradojas tiene la vida! Poco a poco la gente se va calmando, pero nadie abandona el lugar.
A base de esperar, conseguimos que la tensión se rebaje y la gente circule. La Policía Municipal se hace más visible en los aledaños del Ayuntamiento. Ya no somos tan necesarios.
--Todo el personal sobre vehículo. Nos retiramos.
Ordenadamente vamos abandonando la zona. Volvemos a base. Una vez allí nos recibe el Jefe de Unidad y su equipo de mando con aspecto serio y circunspecto:
--Señores, se acabó nuestro trabajo aquí… lamentablemente, el resultado no fue el esperado. Les felicito por el esfuerzo en nombre de la superioridad y en el mío propio. En una hora, todos listos para salir. Volvemos a casa.
La gente se dispersa mascullando comentarios. Se dejan libres las literas y taquillas, se traspasa el material de los blindados a nuestros vehículos, los equipajes se van amontonando en el patio. Comienzan las despedidas de los conocidos.
15.30 horas y el convoy está listo para salir. Han sido apenas dos días pero pareciera que han pasado dos meses. Echamos un último y respetuoso vistazo a la placa de mármol con todos aquellos nombres... hasta la vista compañeros, donde quiera que estéis.
Iniciamos la marcha despacio, el policía de seguridad nos despide con un gesto.
Vamos dejando Pamplona atrás. Poco a poco la gente vuelve a su rutina, “Cuco” con su música, Tadeo, esta vez sin sus periódicos deportivos. Iñaki, Ramirez y Chema, de momento no están por la labor de hacer una “timba”.
“Seve” está absorto en sus pensamientos, casi puedo adivinar lo que piensa, seguro que en el concejal asesinado. Al fin y al cabo tenía casi su misma edad, sus padres también eran gallegos, probablemente de un pequeño pueblo de vida tranquila y tal vez algo monótona, muy parecido al suyo. Quizás nunca debieron abandonarlo, aunque no hubiera grandes oportunidades, por lo menos nadie les odiaría tanto como para querer matarles, ¿Qué puede pasar por la cabeza para hacer algo así?, ¿Cómo se puede nublar tanto el sentido? ¿Acaso no saben los asesinos que como dijo aquel poeta, la verdadera patria de todo hombre es su infancia? Aquellos perdidos recuerdos de un niño, de alguien tan inocente que sólo quería ser gasolinero, sin mayores problemas, apoyado en su surtidor, viendo la vida pasar…sin prisa.
* * * *
“ El hombre de paz era una fortaleza. Para matar al hombre de paz, para golpear su frente limpia de pesadillas, tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de paz, tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte y matar más para seguir matando, y condenarse a la blindada soledad.
Para matar al hombre que era un pueblo, tuvieron que quedarse sin el pueblo.”
(Mario Benedetti)
Autor: Dr. Murguinson