Gc Edicion 175 Aniversario |
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Caniculante H,
Lo vi morir. Aquí, a esto de mi. A nada. Le ofrecimos tabaco, agua, ayuda, algo de comprensión. Nada. Le dijimos, el bombero y yo, ambos amarrados a la cesta desplegada, que no era la solución, que se dejase ayudar.
Cuarenta grados. Ese calor valenciano, incomparable, pegajoso como el alquitrán que se nos funde bajo las botas. Una torre eléctrica a la que encaramarse entre campos de naranjos. Un viandante. Unas teclas pulsadas que desencadenan y movilizan.
La muerte suena distinta allá. A esa altura. Cables inertes zumban presagiosos, advierten. Quince metros nos separan del resto. Todos miran. Unos mientras despliegan el colchón de seguridad, otros expectantes, equipo en mano, teorizando soluciones.
Anclado a la vida, a la cesta, por un mosquetón prestado y una cuerda atados al cinto, ese cinto made in China, made in CNP, rezo, ateo convencido, para que no me falle ahora. Pierdo el miedo a las alturas cuando me visto el uniforme. De normal, me anclo a la baranda como esos diminutos saurios, de sólo asomarme al balcón de cualquier casa.
Lo vi morir, ya sabes el final. Ya sabes su final. Decidió asir el cable, a metro y medio de la vida, de la cesta, de nosotros. Los técnicos de la hidroeléctrica corrían desesperados hacia nosotros. Apenas un par de minutos y lo hubiesen logrado. Tarde, tardío fue su sino.
El hijo de la Vicenta, Tina para todos, familia y desconocidos, ha visto más muertos de los que quiso y querrá. De eso, de carne tumefacta, de cascarones, carcasas, depósitos de almas y vainas del sentir sin sentimientos, va despachado y listo para un par de décadas, gracias.
Lo peor no fue la altura. Ni el calor, ni el ansia por solucionar la situación. Ese chorro adrenalitico que nutre tus neuronas aportando ideas, unas absurdas, otras vitales. Ni la impotencia del “todo esto para que”, ni siquiera ver a una persona encenderse literalmente ante tus ojos y posteriormente precipitarse al vacío.
Lo peor, H, lo que más me impactó de todo, lo que más me jode y asusta es que no me impactó, no me jodió, no me asustó. Lo vi morir, ahí, a esto, y me quedé igual.
Espero, Heini, mi Heini, que todo sea un mecanismo de autoprotección, algo inconsciente, cerebral y primigenio que aísle sentimientos en momentos de estrés y tensión.
No vuelvas a subir, me dijo tiempo después mi “padre policial”, podríais haber muerto los tres, suicida, bombero y tu. S
i el arco voltaico os toca, no lo contáis. Lo siento, lo siento mucho………….., pero, volveré a subir. Volveré a arriesgar, volveremos a meternos en mares embravecidos, volveremos a tirar esa puerta abajo, volveremos a reducir silueta y abrir fuego, seguiremos descolgándonos por los balcones, perdiendo pie sobre tejados de uralita, entrando a ciegas en inmensidades oscuras, volveremos a volar, ahora y siempre, cuando tu madre o la mía, la Tina, marquen esos tres dígitos. Pese a quien pese, pese a todo. A pesar de los pesares que, hoy más, nos pesan. Lo intento, pero………eso no lo puedo cambiar. Somos así, simples policías.
Tuyo, no sé ahora mismo en que, si en la estadística dinamitada, en las bocinadas ante Delegación de Gobierno, en los gritos de rabia y frustración o en ese viaje al paraíso que se aproxima, despacito, a finales de mes. Pero tuyo, que es lo que importa. S.