Chaleco Balistico Sioen Sk1-6 |
790? |
materialpolicial.com |
Centinelas de la pazDE uniforme, desarmados y con su inconfundible boina azul de Naciones Unidas, los observadores militares están desplegados en las entrañas de algunos de las regiones más conflictivas del mundo. Son un total de 2.200, de un centenar de países, y están integrados en 14 misiones administradas por el Departamento de Operaciones de Paz de la ONU. Manuel Navarro, capitán de Infantería de Marina, es uno de ellos. Encuadrado en MONUSCO (la misión de estabilización de Naciones Unidas en la República Democrática del Congo), está destinado en North Kivu, en la frontera con Ruanda y Uganda, escenario de masacres desde 1994, y uno de los mayores centros del tráfico ilegal de minerales en el corazón de África. La del Congo es su tercera misión en el extranjero, después de Bosnia, donde también estuvo como observador, y Haití, al frente de una compañía de fusiles, pero no cree que sean experiencias comparables: «En esas misiones contaba con el amparo y protección de unidades militares, pero aquí, en el Congo, me tengo que desenvolver solo, en unas condiciones de vida a las que no estamos acostumbrados. Eso sí, con más independencia y flexibilidad a la hora de trabajar».
Desde el punto de vista personal, la experiencia le ha permitido «conocer y aprender, no como espectador sino como actor, de una sociedad tan ajena. He aprendido —señala— lo que significa vivir con inseguridad, he visto la gran capacidad de resistencia y de adaptación que tiene la naturaleza humana y he conocido hasta qué punto el hombre puede ser indiferente al sufrimiento que le rodea», comenta este militar de 35 años.
En la misión trabaja otro oficial español, el capitán Fernando Fernández de la Cigoña. Destinado en la capital, Kinshasa, afirma que lo que más le sorprende es la capacidad de sufrimiento y superación de la gente:
«Trabajan como animales, caminan descalzos, apenas comen una vez al día y casi nadie se preocupa de ellos. Están endurecidos por una vida de guerras pero, a pesar de ello, pueden ser agradecidos y sonrientes».A punto de cumplir seis meses en el país, tiempo que dura la misión de un observador, el capitán Fernández de la Cigoña admite haber sentido cierta frustración «por todo lo que se podría hacer y lo poquísimo que se hace». Destinado dos veces en Líbano y otras dos en Kosovo, ahora, en el Congo, este oficial español forma parte de un pequeño equipo multinacional, junto a otros cinco boinas azules de cinco países —Uruguay, Suecia, Rusia, Bosnia y Sri Lanka— y un intérprete congolés.
En la Carta de las Naciones Unidas, las misiones de observadores militares nacieron con el objetivo de prevenir y salvaguardar la paz, y cuentan siempre con el beneplácito de las partes contendientes. Es un concepto distinto al de las operaciones de mantenimiento de la paz, pensadas para contingentes de gran envergadura y con capacidad para imponer el orden en una zona en conflicto. MONUSCO es la misión de paz más numerosa de Naciones Unidas, con más de 17.000 soldados, 1.200 policías y 576 observadores militares. Se inició en julio del pasado año como continuación de una operación anterior, que se prolongó durante una década. Tras el conflicto interétnico que enfrentó en una cruenta guerra civil al gobierno de Kinshasa contra más de 20 grupos armados congoleses, en 1999 las partes alcanzaron un acuerdo de alto el fuego que el Consejo de Seguridad de la ONU se comprometió a verificar con la creación de una misión de observadores, bautizada como MONUC. A finales de 2001, un oficial español se incorporó a la misión y, al año siguiente, se sumó un segundo militar.
Alcanzados los objetivos iniciales, la nueva misión trata de apoyar al gobierno congolés a consolidar la paz.
OBSERVAR E NFORMARLos observadores militares son los ojos y oídos de la ONU en la zona. «Nos encargamos de observar e informar sobre cualquier incidente. Principalmente, de aspectos militares, como despliegues de las fuerzas congolesas y de los grupos armados y violaciones a los derechos humanos », comenta el capitán Navarro. Como resultado de una de sus investigaciones,
este oficial logró descubrir un punto de extracción ilegal de minerales controlado Los observadores españoles se han ganado el reconocimiento de la ONU y de los países donde han estado destacados por las fuerzas gubernamentales donde se cometían extorsiones y los niños eran empleados como mano de obra. Los observadores también informan sobre aspectos sociales. Hablan con autoridades locales, con la población y conocen de primera mano sus necesidades para elevar propuestas de desarrollo o de infraestructuras que contribuyan a mejorar su vida.
«Cada día salimos de patrulla para entrevistarnos con los representantes de pueblos y aldeas », señala Fernández de la Cigoña.
Estar al día de lo que sucede en la zona exige muchas horas de conducción. «Es una zona montañosa —explica el capitán Navarro—. Las carreteras son casi todas de tierra y en mal estado por las lluvias torrenciales, la vegetación que las invade y la falta de mantenimiento». Son zonas de difícil acceso y los medios logísticos escasean. Solucionar en lo posible esta carencia es parte del trabajo del subteniente Vicente Valencia, otro observador militar español destinado en el Congo (en este caso, bajo bandera de la Unión Europea). Está encuadrado en EUSEC, una misión que persigue apoyar a las autoridades congolesas para la reforma del sector de seguridad, tarea en la que España participa desde 2009.
Desde su puesto, en la célula logística de EUSEC, en Kinshasa, el subteniente Valencia se ocupa de gestionar el mantenimiento de vehículos y grupos electrógenos y otras necesidades de personal y material. «Resulta sorprendente para un
europeo comprobar las pésimas infraestructuras que existen en este país», afirma.
«Las calles están llenas de agujeros y zanjas, y cuando llueve se inundan por la falta de alcantarillado. La ciudad no está preparada para albergar a sus 10 millones de habitantes, que viven en condiciones infrahumanas. Los cortes de luz son continuos y sólo unos pocos con poder adquisitivo disponen de grupo electrógeno en sus casas».
La mayoría de los observadores de la ONU desarrollan su misión en las zonas más deprimidas de África. Pero también en Europa ha sido habitual su presencia durante los últimos veinte años, particularmente en los Balcanes. Actualmente, un oficial español, el capitán de corbeta José Poole Torres, forma parte de UNMIK, en Kosovo, misión que coordina las acciones de diversos organismos internacionales para conseguir la estabilización del país, el respeto de los derechos humanos y el cumplimiento de los acuerdos de Rambouillet.
A mediados de enero dejó su puesto en la Flotilla de Aeronaves, donde era jefe de operaciones, para calarse la boina azul de la ONU y ampliar su experiencia profesional y personal participando en una misión tan distinta a las que habitualmente podría realizar en la Armada. Tiene su puesto en Pristina y forma parte de un grupo de ocho observadores de diversos países. «Nuestro cometido —explica— es asesorar al representante especial del secretario general en asuntos militares y auxiliar en el análisis de riesgos que afecten a la seguridad del personal de las organizaciones internacionales presentes en Kosovo».
La selección de los observadores militares se hace de forma muy cuidadosa. En una misión donde es frecuente la existencia de dos facciones enfrentadas, la imparcialidad es imprescindible, así como su capacidad de decisión e iniciativa. Una vez designados, y antes de viajar a la zona, reciben una completa formación. Se les adiestra en técnicas de negociación, protección contra explosivos y conducción con vehículos todo terreno. Reciben también información complementaria sobre topografía, manejo de GPS y sanidad, entre otros aspectos. El trabajo de observador se adapta bien a la mentalidad y el carácter abierto de los españoles. «Somos cercanos en el trato con la población, les tocamos sin aprensión, jugamos con sus niños, acudimos a sus fiestas y funerales y probamos material. «Resulta sorprendente para un europeo comprobar las pésimas infraestructuras que existen en este país», afirma. «Las calles están llenas de agujeros y zanjas, y cuando llueve se inundan por la falta de alcantarillado. La ciudad no está preparada para albergar a sus 10 millones de habitantes, que viven en condiciones infrahumanas. Los cortes de luz son continuos y sólo unos pocos con poder adquisitivo disponen de grupo electrógeno en sus casas».
La mayoría de los observadores de la ONU desarrollan su misión en las zonas más deprimidas de África. Pero también en Europa ha sido habitual su presencia durante los últimos veinte años, particularmente en los Balcanes. Actualmente, un oficial español, el capitán de corbeta José Poole Torres, forma parte de UNMIK, en Kosovo, misión que coordina las acciones de diversos organismos internacionales para conseguir la estabilización del país, el respeto de los derechos humanos y el cumplimiento de los acuerdos de Rambouillet. A mediados de enero dejó su puesto en la Flotilla de Aeronaves, donde era jefe de operaciones, para calarse la boina azul de la ONU y ampliar su experiencia profesional y personal participando
en una misión tan distinta a las que habitualmente podría realizar en la Armada.
Tiene su puesto en Pristina y forma parte de un grupo de ocho observadores de diversos países. «Nuestro cometido —explica— es asesorar al representante especial del secretario general en asuntos militares y auxiliar en el análisis de riesgos
que afecten a la seguridad del personal de las organizaciones internacionales presentes en Kosovo».
La selección de los observadores militares se hace de forma muy cuidadosa. En una misión donde es frecuente la existencia de dos facciones enfrentadas, la imparcialidad es imprescindible, así como su capacidad de decisión e iniciativa. Una vez designados, y antes de viajar a la zona, reciben una completa formación. Se les adiestra en técnicas de negociación, protección contra explosivos y conducción con vehículos todo terreno. Reciben también información complementaria sobre topografía, manejo de GPS y sanidad, entre otros aspectos. El trabajo de observador se adapta bien a la mentalidad y el carácter abierto de los españoles. «Somos cercanos en el trato con la población, les tocamos sin aprensión, jugamos con sus niños, acudimos a sus fiestas y funerales y probamos su comida. Nos perciben con sorpresa y casi cariño», asegura el capitán Fernández de la Cigoña. Los congoleses, añade, «responden inmediatamente con una sonrisa si se les habla cordialmente, a pesar de que en el fondo desconfían un poco del mzungu (hombre blanco, en lengua swahili)». Sin horarios, disponibles las 24 horas del día, los observadores militares españoles han dejado su impronta en más de 20 misiones, en ocasiones expuestos a todo tipo de riesgos, una colaboración que les ha valido el reconocimiento de organismos internacionales y el aprecio de los países en los que han permanecido destacados.