Órdenes Militares

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Órdenes Militares

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 4:44 am


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Órdenes militares españolas

Las órdenes militares españolas son un conjunto de instituciones religioso-militares que surgieron en el contexto de la Reconquista, las más importantes surgidas en el siglo XII en la Corona de Castilla (orden de Santiago, orden de Alcántara y orden de Calatrava) y en el siglo XIV en la Corona de Aragón (orden de Montesa); precedidas por muchas otras que no han perdurado, como las Militia Christi aragonesas de Alfonso I el Batallador, la Cofradía de Belchite (fundada en 1122) o la orden de Monreal (creada en 1124), que tras ser reformadas por Alfonso VII de León tomaron el nombre de Cesaraugustana y en 1149, con Ramón Berenguer IV, se integran en la Orden del Temple. La portuguesa Orden de Avis respondía a idénticas circunstancias, en el restante reino cristiano peninsular.

Durante la Edad Media, al igual que en otros lugares de la cristiandad, en la península Ibérica aparecieron órdenes militares autóctonas, que, si bien compartían muchas similitudes con otras órdenes internacionales, también presentaban peculiaridades propias, debido a las especiales circunstancias históricas peninsulares marcadas por el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos.

El nacimiento y expansión de estas órdenes autóctonas se produjo fundamentalmente en la fase de la Reconquista en que se ocuparon los territorios al sur del Ebro y del Tajo, por lo que su presencia en esas zonas de la Mancha, Extremadura y el Sistema Ibérico (Campo de Calatrava, Maestrazgo, etc.) vino a marcar la característica principal de la repoblación, en grandes extensiones en las que cada Orden, a través de sus encomiendas, ejercía un papel político y económico similar al del señorío feudal. La presencia de otras órdenes militares foráneas, como la del Temple o la de San Juan fue simultánea, y en el caso de los caballeros templarios, su supresión en el siglo XIV benefició significativamente a las españolas.

La implantación social de las órdenes militares entre las familias nobles fue muy significativa, extendiéndose incluso a través de órdenes femeninas vinculadas (Comendadoras de Santiago y otras similares).

Después del turbulento periodo de la crisis bajomedieval, en que el cargo de Gran Maestre de las órdenes era objeto de violentas disputas entre la aristocracia, la monarquía y los validos (infantes de Aragón, Álvaro de Luna, etc.); Fernando el Católico, a finales del siglo XV consiguió neutralizarlas políticamente al obtener la concesión papal de la unificación en su persona de ese cargo para todas ellas, y su sucesión conjunta para sus herederos, los reyes de la Monarquía Hispánica posterior, que las administraba a través del Consejo de Órdenes.

Perdida paulatinamente toda función militar a lo largo del Antiguo Régimen, la riqueza territorial de las órdenes militares fue objeto de desamortización en el siglo XIX, quedando reducidas éstas a partir de entonces a la función social de representar, como cargos honoríficos, un aspecto de la condición nobiliaria.

Nacimiento y evolución

Aunque la aparición de las órdenes militares hispánicas puede interpretarse como pura imitación de las internacionales surgidas a raíz de las cruzadas, tanto su nacimiento como su posterior evolución presentan rasgos diferenciales, pues jugaron un papel de primer orden en la lucha de los reinos cristianos contra los musulmanes, en la repoblación de extensos territorios, especialmente entre el Tajo y el Guadalquivir, y se convirtieron en una fuerza política y económica de primera magnitud, teniendo además gran protagonismo en las luchas nobiliarias habidas entre los siglos XIII a XV, cuando finalmente los Reyes Católicos lograron hacerse con su control.

Para los arabistas, el nacimiento de las órdenes militares españolas estuvo inspirado en los ribat musulmanes, pero otros autores opinan que su aparición fue fruto de un proceso de fusión de hermandades y milicias concejiles teñidas de religiosidad que, mediante absorción y concentración, dieron lugar a las grandes órdenes en un momento en que la lucha contra el poderío almohade requería de todos los esfuerzos posibles por parte del lado cristiano.

Tradicionalmente se admite que la primera en aparecer fue la de Orden de Calatrava, nacida en esa villa del reino castellano en 1158, seguida de la de Orden de Santiago, surgida en Cáceres, en el reino leonés, en 1170. Seis años después se creó la Orden de Alcántara, en principio denominada de San Julián del Pereiro. La última en aparecer fue la Orden de Montesa que lo hizo más tardíamente, durante el siglo XIV, en la Corona de Aragón debido a la disolución de la Orden del Temple.

Organización jerárquica

A imitación de las órdenes internacionales, las españolas adoptaron su organización. El maestre fue la máxima autoridad de la orden, con un poder casi absoluto, tanto en lo militar, como en lo político o en lo religioso. Era elegido por el consejo, compuesto por trece frailes, de donde les viene a sus componentes el nombre de «Treces». El cargo de maestre es vitalicio y a su muerte los Trece, convocados por el prior mayor de la orden, eligen al nuevo. Cabe la destitución del maestre por incapacidad o por conducta perniciosa para la orden. Para llevarla a cabo se necesita el acuerdo de sus órganos superiores: consejo de los trece, «prior mayor» y «convento mayor».

El capítulo general es una especie de asamblea representativa que controla toda la orden. Lo forman los trece, los priores de todos los conventos y todos los comendadores. Se debe reunir anualmente un día determinado en el convento mayor, aunque en la práctica estas reuniones se celebraron donde y cuando el maestre quiso.

En cada reino existió un «comendador mayor», con sede en una localidad o fortaleza. Los priores de cada convento eran elegidos por los canónigos, pues hay que tener en cuenta que dentro de las órdenes existían freyles milites (caballeros) y freyles clérigos, monjes profesos que instruían y administraban los sacramentos.

Organización territorial

Dado su doble carácter de instituciones militares y religiosas, en lo territorial las órdenes desarrollan una doble organización separada para cada una de estas esferas, aunque a veces no totalmente desligadas.

En lo político-militar se dividían en «encomiendas mayores», existiendo una encomienda mayor por cada reino peninsular en el que estuviera presente la orden en cuestión. Al frente de ellas estaba el comendador mayor. Le seguían las encomiendas, que eran un conjunto de bienes, no siempre territoriales ni agrupados, pero que generalmente constituían demarcaciones territoriales. Las encomiendas eran administradas por un comendador. Las fortalezas, que por cualquier tipo de causa no estaban bajo el mando del comendador, tenían a su frente un alcaide nombrado por aquél.

En lo religioso se organizaban por conventos, existiendo un convento mayor, que constituía la sede de la orden. En el caso de la orden de Santiago estuvo radicado en Uclés, tras las desavenencias de la orden con el monarcas leonés Fernando II. La orden de Alcántara lo tuvo en la villa cacereña que le dio nombre.

Los conventos no eran sólo lugares donde vivían los monjes profesos, sino que constituían prioratos, demarcaciones territoriales religiosas donde los respectivos priores con el tiempo tuvieron las mismas atribuciones que los obispados, resultando que las órdenes militares se sustrajeron al poder episcopal en extensos territorios.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 4:44 am


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El ejército

El mando del ejército lo ejercían las más altas dignidades de cada orden. En la cúspide se hallaba el maestre, seguido de los comendadores mayores. La figura del alférez fue destacada en un principio, pero en la Baja Edad Media había desaparecido. El mando de las fortalezas estaba en manos del comendador o de un alcaide nombrado por él.

El reclutamiento se solía hacer por encomiendas, contribuyendo presumiblemente cada una de ellas con un número de lanzas u hombres relacionado con el valor económico de la demarcación.

Hay que destacar la sorprendente belicosidad de las órdenes y su rigurosa promesa de combatir al infiel, lo que en muchos casos se manifestó en la continuación de auténticas «guerras privadas» contra los musulmanes cuando, por diversas causas, los reyes cristianos abandonaron la lucha, debido a la firma de treguas o bien por dirigir sus acciones bélicas en otros sentidos, como cuando Fernando III, coronado rey de León, abandonó los intereses de este reino para dedicarse a la conquista de Andalucía en beneficio de la Corona de Castilla.

Repoblación y política social

Con ser importante el papel militar jugado por las órdenes militares, no lo fue menos su papel repoblador, económico y social. Porque no bastaba con arrebatar territorios al enemigo si éstos no se poblaban suficientemente como para ocuparlos y explotarlos, facilitando así su defensa.

Las órdenes recibieron grandes extensiones de terreno, cuya repoblación les reportó gran poder político y económico. Para atraer pobladores a las tierras adquiridas, utilizaron métodos similares a los usados por otras instituciones. Uno de ellos consistía en otorgar fueros a las villas de su jurisdicción que las hicieran atractivas a gentes del norte. En general se copiaron los modelos de fueros más generosos, como el de Cáceres o el de Sepúlveda. Un ejemplo de esta generosidad fue el de las exenciones fiscales por nupcialidad, tomadas del fuero de Usagre.

Por otra parte, unas tierras improductivas resultaban inútiles, por lo que se preocuparon de su desarrollo económico. En este sentido, y además de las ventajas dadas a los nuevos pobladores, como las donaciones de baldíos, se consiguieron ferias para sus villas o se realizaron importantes obras de infraestructura en la red de comunicaciones. Las ferias tenían la ventaja de estar libres de impuestos, lo que fomentaba el comercio, que también era impulsado por la mejora de comunicaciones (puentes, caminos, etc.).

Relaciones con otras instituciones

Las relaciones de las órdenes militares hispánicas con otros poderes e instituciones fueron diversas. En general gozaron del apoyo papal, pues constituían una base sólida para la reconquista y dependían directamente de su autoridad. Los papas otorgaron atribuciones episcopales a los priores de las órdenes en su pugna con los obispos, lo que les dio una gran independencia.

En cuanto a la relación con los reyes, siguió varias etapas. Al principio los monarcas impulsaron las Órdenes porque llegaron a considerarlas el «florón más preciado» de sus coronas. Conscientes de sus enormes posibilidades en la tarea reconquistadora, y repobladora después, los reyes las fomentaron e introdujeron en sus respectivos reinos. Como ocurrió con Alfonso I el Batallador, cuando en 1122 fundó la hermandad de Belchite, o con Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León, quienes ofrecieron posesiones a las órdenes de Santiago y Calatrava, respectivamente, para atraérselas a sus reinos. Aunque las donaciones reales en su mayor parte estuvieron constituidas por territorios, para hacerlas eficaces en la lucha contra los musulmanes, también recibieron de los monarcas otro tipo de donaciones de carácter no estrictamente militar o político, tales como las motivadas por razones de caridad, merced, hospitalidad o amistad. A menudo el favor de los reyes también se manifestó en los numerosos pleitos que se plantearon con otros poderes, en los que generalmente los monarcas fallaron a favor de las órdenes. Los privilegios tributarios o de otro tipo fueron igualmente frecuentes, lo que a veces ocasionó la irritación de los concejos de realengo, cuyos vecinos tributaban en mayor medida.

A cambio del favor real, las órdenes llevaban a cabo las misiones que tenían encomendadas y eran leales a los monarcas, en cuyo bando se situaron desde que a finales del siglo XIII las disputas nobiliarias se hicieron tan frecuentes. A partir de entonces, los reyes tomaron consciencia del enorme poder de las órdenes y del peligro que podía suponer el tenerlas en contra, de ahí que con Alfonso XI comenzase una pugna por conseguir su control, a través de la designación del maestre. Esta pugna continuó a lo largo de toda la Baja Edad Media hasta la consecución absoluta de los propósitos regios por parte de los Reyes Católicos, quienes lograron ostentar el maestrazgo de todas ellas a perpetuidad. Con sus descendientes este maestrazgo se convirtió en hereditario.

Más problemática resultó la relación con los concejos de realengo (los municipios en territorio regio), sobre todo con aquellos dotados de extensos dominios de difícil control y ocupación. A menudo sufrieron la depredación de zonas despobladas por parte de las órdenes, hasta que los reyes pusieron fin a las usurpaciones, aunque a partir del siglo XIV estos concejos sufrieron la misma depredación por parte de señores laicos. También hubo pleitos con los colindantes, a veces prolongados e incluso tan vehementes que llegaron a producir enfrentamientos físicos.

Igualmente diversa resultó la relación con el resto del clero. El concurso de éste fue fundamental para la configuración de las órdenes, como ocurrió con el apoyo del arzobispo de Santiago de Compostela respecto de la orden santiaguista o con el obispo de Salamanca respecto de la de Alcántara. Pero más adelante hubo de todo, desde piadosas donaciones a pleitos y refriegas interminables, e incluso algún hecho de armas, como el ataque a los obispos de Cuenca y Sigüenza por parte del comendador santiaguista de Uclés. Y es que las tensiones con los obispos fueron frecuentes en la lucha por la jurisdicción eclesiástica, a la que se sustrajeron los priores, quienes recibieron finalmente el apoyo papal.

La hermandad y coordinación fueron las actitudes dominantes en las relaciones entre órdenes. Calatrava y Alcántara estaban unidas por relaciones de filiación, sin que ello supusiera falta de autonomía de Alcántara. Hubo pactos entre órdenes de ayuda mutua y reparto de lo conquistado. Incluso acuerdos, como el tripartito de amistad, defensa mutua, coordinación y centralización firmado en 1313 por la de Santiago, Calatrava y Alcántara.

Disolución

Las Órdenes militares quedaron disueltas el 29 de abril de 1931 por mandato del gobierno republicano. Durante la persecución religiosa sufrieron martirio una buena parte de sus caballeros, pereciendo diecinueve de la Orden Militar de Santiago, quince de la Orden Militar de Calatrava, cinco de la Orden Militar de Alcántara y cuatro de la Orden Militar de Montesa.

El balance de caballeros de 1931 a 1935 es el siguiente:

  • Orden Militar de Santiago, 68 de 116.
  • Orden Militar de Calatrava, 89 de 139.
  • Orden Militar de Alcántara, 19 de 42.
  • Orden Militar de Montesa, 51 de 70.

En 1985 tan sólo vivían 19 caballeros de los que profesaron antes de 1931.

Finalizada la guerra civil española se iniciaron conversaciones con el dictador Francisco Franco, invitando al obispo-prior Emeterio Echeverría Barrena, no obtuvieron resultado alguno, por lo que durante estos años subsitieron marginalmente, hasta que el 2 de abril de 1980 fueron inscritas por separado en el registro de asociaciones del Gobierno Civil de la provincia de Madrid. El 26 de mayo de ese mismo año se inscriben como federación. La Orden de Santiago, junto con las de Calatrava, Alcántara y Montesa, fueron reinstauradas como asociaciones civiles en el reinado de Juan Carlos I con el carácter de organización nobiliaria honorífica y religiosa y como tal permanecen en la actualidad.

El 9 de abril de 1981, y tras cincuenta años de larga vacante, el rey de España, Juan Carlos I, nombra a su padre Juan de Borbón presidente del Real Consejo de las Órdenes Militares.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 11:20 am


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Orden de Santiago

La Orden de Santiago fue una orden religiosa y militar surgida en el siglo XII en el Reino de León. Debe su nombre al patrón nacional de España, Santiago el Mayor. Su objetivo inicial era proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y hacer retroceder a los musulmanes de la península Ibérica.

Tras la muerte del gran maestre Alonso de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos incorporaron la Orden a la Corona de España y el papa Adriano VI unió para siempre el maestrazgo de Santiago a la corona en 1523.

La I República suprimió la Orden en 1873 y, aunque en la Restauración fue nuevamente restablecida, quedó reducida a un instituto nobiliario de carácter honorífico regido por un Consejo Superior dependiente del Ministerio de la Guerra, que quedó a su vez extinguido tras la proclamación de la II República en 1931.

La Orden de Santiago, junto con las de Calatrava, Alcántara y Montesa, fue reinstaurada como una asociación civil en el reinado de Juan Carlos I con el carácter de organización nobiliaria honorífica y religiosa y como tal permanece en la actualidad.

La insignia de la Orden es una cruz gules simulando una espada, con forma de flor de lis en la empuñadura y en los brazos. Los caballeros portaban la cruz estampada en el estandarte y capa blanca. La cruz del estandarte tenía una venera en el centro y otra al final de cada uno de los brazos.

Las tres flores de lis representan el honor sin mancha, que hace referencia a los rasgos morales del carácter del Apóstol.

La espada representa el carácter caballeresco del apóstol Santiago y su forma de martirio, ya que fue decapitado con una espada. También puede simbolizar, en cierto sentido, tomar la espada en nombre de Cristo.

Se dice que su forma tiene origen en la época de las Cruzadas, cuando los caballeros llevaban pequeñas cruces con la parte inferior afilada para clavarlas en el suelo y realizar sus devociones diarias.

Historia

Entre 1157 y 1230, la dinastía real se dividió en dos ramas opuestas, por lo que la rivalidad tiende a oscurecer los inicios de la Orden. Aunque Santiago de Compostela, en Galicia, es el centro de la devoción a este apóstol, no es ni la cuna ni la principal sede de la Orden. Dos ciudades lucharon por tener el honor de ser la sede de la Orden, León, en el reino de ese nombre, y Uclés en el antiguo reino de Castilla.

Algunas fuentes apuntan a que la Orden de Santiago fue creada a raíz de la victoria en la batalla de Clavijo (La Rioja, año 844). Aunque la atribución a la creación de la Orden tras dicha batalla se debe a la devoción hacia el Apóstol, a quien los cristianos creyeron ver combatiendo en su favor en dicha batalla, pese a que la representación de esta batalla se repite constantemente en cuadros, esculturas, miniaturas y relieves pertenecientes a la Orden.

Fundación militar

El origen de esta orden militar es confuso, debido a la doble fundación que tuvieron las órdenes militares. La primera fundación fue militar, cuando en el año 1170 el rey Fernando II de León y el obispo de Salamanca, Pedro Suárez de Deza, encargaron a un grupo de trece caballeros, conocidos como los Fratres o Caballeros de Cáceres, la defensa de la ciudad de Cáceres (que tuvieron que abandonar al ser conquistada por los musulmanes).

Este grupo de caballeros estaba encabezado por Pedro Fernández de Fuentencalada, que era descendiente de los reyes de Navarra, por línea paterna, y de los condes de Barcelona, por la materna. Del resto de caballeros destacan: Pedro Arias, el conde Rodrigo Álvarez de Sarriá, Rodrigo Suárez, Pedro Muñiz, Fernando Odoarez, señor de la Varra y Arias Fumaz, señor de Lentazo.

Según relata la bula fundacional, estos caballeros, arrepentidos de la vida licenciosa que hasta entonces habían llevado, se habían unido previamente bajo unos mismos Estatutos y decidieron formar una congregación para defender a los peregrinos que visitaban el sepulcro de Santiago Apóstol en Galicia y para guardar las fronteras de Extremadura.
Estatua de Alfonso VIII de Castilla en los Jardines de Sabatini de Madrid (J. Villanueva, 1753).

Anteriormente a 1170, los primeros que tuvieron la idea de acudir al socorro de los numerosos peregrinos que se dirigían a Compostela, fueron los canónigos regulares de San Agustín. Vivían bajo la obediencia de un prior elegido y confirmado por ellos en el convento llamado de San Loyo o San Eloy de Loio, cerca de Compostela, fundado a ejemplo de los caballeros de la Orden de Calatrava, que también estaba destinada a proteger la seguridad de los caminos.

Con los años se fueron erigiendo muchos hospitales para albergar a los peregrinos, desde los Pirineos hasta la citada ciudad de Compostela. Para una defensa eficaz, los Freires (o Caballeros) de Cáceres determinaron asociarse a aquellos religiosos y se obligaron por voto solemne a guardar y defender aquellos caminos. Los canónigos, aceptando el ofrecimiento de los caballeros, convinieron en recibirlos en su Orden, vivir con ellos en comunidad y ser sus capellanes para dirigirlos espiritualmente y administrarles los sacramentos. Fue entonces cuando los Freires de Cáceres cambiaron su nombre al de Freires de Santiago, organizándose así la Orden.

En la fundación de la Orden participaron Don Cerebruno y Don Pedro Gundestéiz, arzobispos de Toledo y Santiago de Compostela; Don Juan, Don Fernando y Don Esteban, obispos de León, Astorga y Zamora, respectivamente, así como el legado papal, cardenal Jacinto.

El 29 de julio de 1170, quedó fundada, organizada y establecida la Orden de Santiago, y en 1172 se había extendido a Castilla. Aunque la Orden de Santiago había nacido en el reino de León, también se extendió por los reinos de Portugal, Aragón, Francia, Inglaterra, Lombardía y Antioquía, pero su expansión fundamental se limitaría a los reinos de León y Castilla. Los Caballeros de Ávila se agregaron a su Regla.

Fundación religiosa

Alejandro III aprobó la creación religiosa de la Orden mediante una bula otorgada el 5 de julio de 1175.

La fundación religiosa hay que atribuírsela al rey Alfonso VIII de Castilla, con la aprobación del papa Alejandro III mediante una bula otorgada el 5 de julio de 1175 en Ferentino, cerca de Roma, con el fin de que fueran criados en temor a Dios:
...y para remedio de la flaqueza humana, se permite el matrimonio a los que no pudieran ser continentes; guardando a la mujer la fe no corrompida y la mujer al marido, porque no se quebrante la continencia del tálamo conyugal, según la institución de Dios y la permisión del Apóstol San Pablo.

En dicha bula aprobó sus constituciones y la hizo exenta de la jurisdicción de los frailes ordinarios o comunes, cuya gracia ratificaron más adelante los papas Lucio III, Urbano III e Inocencio III por diferentes bulas que arreglaron igualmente el estado de los caballeros y el de los religiosos. A partir de este momento se les conoció con el nombre de Caballeros de Santiago, pues el de Caballeros o Freires de Uclés, que aparece en algunos documentos antiguos, no prevaleció.

Como efecto de este doble acto fundacional -institución real y aprobación pontificia- la Orden quedó constituida, como una Militia Christi, con vocación tanto religiosa como militar, cuya misión era el «servicio de Dios, el ensalzamiento y defensa de la Christiana religion, y Fee catholica y la defensa de la Republica Christiana».

Nombre

El nombre definitivo de la Orden tiene su fundamento en la devoción que durante los siglos medievales se tuvo en España al apóstol Santiago. Toda España considera a Santiago el Mayor como el primero en predicar el evangelio a los habitantes de Hispania. Más tarde, volvió a Jerusalén, donde fue el primero de los apóstoles en derramar su sangre por mandato de Herodes Agripa I y, según la tradición, sus discípulos trasladaron su cuerpo a España y lo depositaron en Iria-Flavia (Galicia) a principios del siglo IX. Sus reliquias fueron descubiertas durante el reinado de Alfonso II el Casto y trasladadas después al lugar que luego recibió el nombre de Compostela.

Es natural que los caballeros se encomendasen de un modo especial al patrocinio de Santiago al entrar en batalla, y es lógico que creyeran sentir en muchas ocasiones la protección celestial gracias a la intervención favorable del Apóstol. Por esto, de acuerdo con el segundo arzobispo de Compostela, don Pedro Godoy, en 12 de febrero de 1171 don Pedro Fernández y toda su milicia se consagraron vasallos y caballeros del apóstol Santiago, nombrando al Maestre y sus sucesores canónigos de la iglesia compostelana y el arzobispo y los suyos frailes de la nueva orden de caballería. Así todos se nombrarían en lo sucesivo Caballeros de Santiago y así los nombraría el papa en su bula.

Todavía se conserva un cuadro de grandes proporciones que representa el momento en que don Pedro Fernández, acompañado de los primeros caballeros vistiendo sus capas blancas con la cruz roja de Santiago como emblema de la Orden, presenta al papa Alejandro la regla para su confirmación. Dicho cuadro estuvo colgado durante muchos años en la parte izquierda de la nave de la iglesia del monasterio de Uclés. Hoy se conserva en la sacristía del monasterio hasta que sea restaurado.

Uclés, sede de la Orden

Los Caballeros de Santiago tenían posesiones en los siguientes reinos de la Península Ibérica: León, Castilla, Aragón y Portugal; pero Fernando II de León y Alfonso VIII de Castilla ponían la condición de que la sede de la Orden debía estar en sus respectivos estados: en San Marcos de León y Uclés. De ahí surgió un largo conflicto que sólo terminó cuando, en 1230, Fernando III el Santo, unió ambas coronas. Desde entonces, Uclés, en la provincia de Cuenca, es considerada como la sede de la Orden, Caput ordinis.

Tras la salida de los Frates de Cáceres del reino de León, obligados por la pérdida de Cáceres, su primitiva sede, y de los lugares que habían adquirido en territorio de Badajoz, ante el empuje de los almohades, pasaron a Castilla, donde fueron bien recibidos por su rey Alfonso VIII. Éste, entregó el castillo de Uclés a los Caballeros de Santiago para que defendiesen aquella comarca y la de Huete de los ataques musulmanes. El castillo había pertenecido desde 1163 a los caballeros de San Juan, pero el rey estaba descontento por su actuación (ya que en el período en el que lo ocuparon no hicieron nada notorio) y les retiró la posesión de dicho castillo fronterizo en favor de los santiaguistas.

El 9 de enero de 1174 tuvo lugar en Arévalo el acto solemne por el cual Alfonso VIII entregaba el castillo y la villa de Uclés, con todas sus tierras, viñas, prados, pastizales, arroyos, molinos, pesquerías, portazgos, entradas y salidas, al Maestre de la Orden, don Pedro Fernández de Fuentencalada. El acto contó con la presencia de los prelados y nobles del reino y de Alfonso VIII junto con su esposa Leonor de Inglaterra.

A finales de aquel mismo mes los caballeros de la Orden de Santiago tomaron posesión de la villa y fortaleza donadas por Alfonso VIII, acto al que asistió el arzobispo de Santiago. La bandera de Santiago, que el arzobispo les había entregado en Compostela, ondeó por vez primera en la torre del homenaje. La iglesia de Santa María del Castillo cambió su nombre por el de Santiago hasta que se construyó el convento con una nueva iglesia adecuada a las necesidades de la Orden.

En Uclés se hallaba el monasterio donde el Gran Maestre de la Orden residía habitualmente, este monasterio fue derruido en el siglo XVI para construir el actual monasterio que comenzó a construirse en 1529 y se terminó en 1735. Los aspirantes pasaban un año y un día de prueba en el monasterio. Los archivos de la Orden que estaban en Uclés pasaron en 1869 al Archivo Histórico Nacional en Madrid.

La Orden recibió su primer artículo en 1171 del cardenal Jacinto (más tarde papa Celestino III) y en 1175 la bula papal de Alejandro III.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 11:28 am


Gc Edicion 175 Aniversario

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Principales acontecimientos

Los caballeros santiaguistas estuvieron presentes en todas las acciones guerreras de la Reconquista y sus territorios se extendieron principalmente por La Mancha. A esta Orden pertenecían pueblos de las actuales provincias de Ciudad Real, Cuenca, Toledo, Madrid, Guadalajara, Jaén y Murcia.

La primera acción militar notoria en la que intervinieron fue para ayudar al ejército de su protector Alfonso VIII en la toma de la ciudad de Cuenca, en 1177. Su contribución en dicha conquista fue tan importante que el rey añadió, en el terreno recién conquistado, nuevas donaciones a la Orden, entre ellas:

Dos casas cerca de las de Aben-Mazloca, en el mismo alcázar de Cuenca, dos solares, un molino en el río Moscas y un huerto próximo a este río.

Con las donaciones hechas a Tello Pérez y a Pedro Gutiérrez, que estos a su vez donaron a Pedro Fernández, el fundador de la Orden, se creó al poco tiempo el Hospital Santiago Apóstol en Cuenca. Una de las trece collaciones en que se dividió la ciudad se llamó también Santiago, quedando su iglesia dentro del recinto de la misma catedral.

Alfonso VIII cedió también Uclés a Pedro Fernández para que se estableciera allí y defendiera la frontera, según Escritura Real extendida en Arévalo el 3 de enero de 1174, siendo desde entonces la casa principal de la Orden. Asimismo cedió a la Orden Moya en 1211, a las que se unirían posteriormente Ossa de Montiel, Campo de Criptana, Pedro Muñoz, Montiel y Alhambra. La congregación prosperó, adquiriendo bienes y territorios y llegó a formar una especie de diócesis con capital en Uclés, cuyo prior tenía autoridad casi episcopal.

La rápida propagación de la Orden se debió a que su Regla era menos rígida que las de las demás órdenes (es la única orden militar cuyos caballeros podían casarse), eclipsando a las más antiguas de Calatrava y Alcántara y cuyo poder fue reputado en el extranjero incluso antes de 1200. La primera bula de confirmación, la de Alejandro III, ya enumeró un gran número de dotaciones. La Orden de Santiago sola tenía más posesiones que las órdenes de Calatrava y Alcántara juntas. En España, estos bienes incluían 83 encomiendas, de las cuales 3 fueron reservadas a los grandes comendadores, 2 ciudades, 178 condados y aldeas, 200 parroquias, 5 hospitales, 5 conventos y la Universidad de Salamanca. Los caballeros eran entonces 400 y se podían reunir más de 1000 lanzas. Tenían posesiones en Portugal, Francia, Italia, Hungría e incluso Palestina. Abrantes, su primera encomienda en Portugal, data del reinado de Alfonso I, en 1172, y pronto se convirtió en una orden distinta, ya que el papa Nicolás IV, en 1290, la libera de la jurisdicción de Uclés.

Gonzalo Ordóñez fue elegido Gran Maestre de la Orden en León, al mismo tiempo que Gonzalo Rodríguez (1195). Se marchó a Castilla y sirvió a Alfonso VIII. A la muerte del anterior Maestre en 1203, fue elegido en Uclés y sólo vivió dos años más.

En tiempos del tercer maestre, Sancho Fernández de Lemus, los almohades comandados por el califa Abu Yaqub Yusuf al-Mansur (Yusuf II), vencedor en la batalla de Alarcos en 1195 frente a Alfonso VIII y donde encontraron la muerte diecinueve santiaguistas, realizaron una ofensiva general por tierras de Castilla, llegando hasta Uclés dos años más tarde. El maestre, en medio del desconcierto de los reinos cristianos, resistió en el castillo ucleseño con sus gentes, mientras otras fortalezas, como las de Madrid y Guadalajara, se sometieron a Yusuf II.

Los caballeros de Santiago participaron en la reconquista de las comarcas de Teruel y Castellón y combatieron en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que el maestre Pedro Arias murió junto a un gran número de caballeros santiaguistas.

Tras la muerte de Alfonso VIII en 1214 acontecieron disturbios en la Orden. En 1233 sus caballeros acudieron a la batalla de la toma de Jerez de la Frontera y, tres años más tarde, a las conquistas de Úbeda y Córdoba. Pelayo Pérez Correa fue el Maestre que mayor esplendor dio a la Orden, induciendo a Fernando III el Santo a que pusiera sitio a Sevilla. Durante dicho sitio, 270 caballeros dirigidos por su Maestre se internaron demasiado en la sierra y al llegar la noche sin haber logrado la derrota completa de los enemigos, se les apareció la Virgen María, a la que pidieron que detuviese el curso del sol pronunciando la deprecación: «Santa María, detén tu día». En recuerdo de este suceso se edificó más tarde, en aquel lugar, la ermita de la Virgen de Tentudía (Detén-tu-día), donde dicen que fue sepultado dicho Maestre en 1275. Pérez Correa fue sucedido por Gonzalo Ruiz Girón, quien murió a causa de las heridas recibidas en Alcaudete en 1280.

Tras la muerte de Vasco Rodríguez de Coronado, Maestre de la Orden entre 1327 y 1338, el consejo de los Trece, así llamado porque lo componían trece caballeros designados de entre los gobernadores y comendadores de la Orden, eligieron como Maestre al sobrino de éste, Vasco López. Por intervención personal del rey Alfonso XI de Castilla con el fin de retener el cargo para su hijo bastardo, el infante Fadrique Alfonso de Castilla, hijo de Leonor Núñez de Guzmán y sobrino de Alonso Meléndez de Guzmán, este último fue nombrado Maestre en 1338 y se anuló la elección de Vasco López aduciendo defectos en la elección.

La intromisión del Rey en las reglas sucesorias de la Orden provocó grandes disputas, ya que legalmente los Maestres eran elegidos entre los freires con voto de castidad, con consentimiento y nombramiento posterior por el Papa. Los comentarios de éste acerca de don Alonso y, sobre todo, de doña Leonor le convirtieron en enemigo del rey.

Alonso de Guzmán luchó al lado del Rey en la conquista del Reino de Algeciras, pero fue asesinado por él para nombrar finalmente al infante Fadrique, de 8 años de edad, como Maestre de la Orden en 1342.

En 1358, Fadrique fue mandado asesinar en Sevilla por su hermanastro, el rey Pedro I de Castilla, que nombró en su lugar a Juan de Padilla, hermano de la favorita del Rey, María de Padilla. Sin embargo, los caballeros de la Orden se negaron a reconocerle y le derrotaron cerca de Uclés, falleciendo Padilla durante la lucha. Los Maestres posteriores (Fernando Osórez, Pedro Fernández y Pedro Muñiz) murieron en la guerra con Portugal, pero la Orden se repuso durante el prolongado maestrazgo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que fundó el Convento de Santiago de Sevilla.

Los monarcas castellano-leoneses concedieron privilegios a la Orden que permitieron repoblar extensas regiones de Andalucía y Murcia. Durante el siglo XV, la Orden trasladó su radio de acción a Sierra Morena y tomó la población de Llerena (Badajoz) como lugar habitual de residencia de sus maestres, proporcionando un alto crecimiento tanto en esta población como en sus alrededores.

En 1453, Enrique IV de Castilla se hizo cargo de la administración de la Orden hasta que Alfonso de Castilla alcanzara la mayoría de edad. Entre 1462 y 1463 nombró Maestre provisional a Beltrán de la Cueva. En 1463, cuando fue mayor de edad, es nombrado como Maestre titular el infante Alfonso de Castilla.

En 1474, Juan Pacheco, marqués de Villena, abdicó en favor de su hijo Diego después de siete años de gobierno. Esta decisión disgustó a la mayor parte de los caballeros y provocó un cisma en la Orden y grandes luchas, ya que, al mismo tiempo, Rodrigo Manrique y Alonso de Cárdenas pretendían el maestrazgo. Fue nombrado Rodrigo por Uclés y Alonso por San Marcos. A la muerte de Rodrigo Manrique, los Reyes Católicos pusieron término a las disputas quedándose con la administración durante un tiempo y nombrando Maestre a don Alonso, quien les acompañó en la Guerra de Granada.

Incorporación a la Corona de España

Con el paso del tiempo y la finalización o ralentización de la Reconquista, la Orden de Santiago se vio implicada en las luchas internas de la Corona de Castilla. Al mismo tiempo, los inmensos bienes de la Orden la obligaron muchas veces a sostener las encontradas pretensiones de la Corona. El título conllevaba gran poder, tanto territorial (se podía ir desde Uclés a Portugal sin pisar fuera de los territorios de la Orden) como económico (el Maestre de la Orden llegó a obtener una renta anual de 64.000 florines de oro).

Siendo el cargo de Gran Maestre de tal influencia, las luchas y banderías internas también eran frecuentes para alcanzar semejante dignidad. Hasta tal punto habían desacreditado a la Orden estos escándalos, que a la muerte del gran maestre Alonso de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos hallaron una excusa para pedir a la Santa Sede una providencia capaz de poner término a los escándalos, al tiempo que subrayaban los grandes gastos que la guerra de Granada había supuesto a la Corona. Así, los Reyes pidieron a Alejandro VI que les concediese la administración del gran maestrazgo de la Orden, medida que podía considerarse como de necesidad y, al mismo tiempo, como una especie de recompensa de sus grandes sacrificios por la fe católica. El Papa accedió a la demanda y con bula del mismo año otorgó la administración de la suprema dignidad de la Orden de Santiago a los Reyes Católicos.

Tras la muerte de Fernando el Católico, le sucedió en la administración el emperador Carlos I, en cuyo tiempo el papa Adriano VI unió para siempre a la Corona de España los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara en 1523. Hasta entonces, el gran Maestre de Santiago era elegido por el consejo de los Trece.

Siglo XVII

Ser miembro de la Orden de Santiago formaba parte de las aspiraciones más codiciadas por los hombres del siglo XVII, por lo que el ingreso en esta Orden tan elitista no era camino sencillo en este siglo.

Miembros de la alta nobleza, como Gregorio María de Silva y Mendoza, Duque de Pastrana, u otros de la familia real, tenían el camino más fácil frente a aquellos que no podían certificar paso a paso el limpio origen de cristiano viejo de sus antecesores o que sus ingresos económicos no procedían del trabajo de sus manos. Muy conocido es el juicio al que tuvo que someterse Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, donde tuvieron que testificar amigos suyos, como Francisco de Zurbarán, para dar fe de que sus raíces limpias eran ciertas y que su arte no se veía motivado por la obtención de ganancias económicas de forma manual que enturbiasen su forma de vida, sino que tenía un carácter intelectual.

Francisco de Quevedo también fue miembro de la Orden. Su ingreso se hizo oficial el 29 de diciembre de 1617 y fue firmado por Alonso Núñez de Valdivia, secretario de cámara del rey Felipe III, tras presentar y verificar su genealogía.

José de Armendáriz y Perurena, marqués de Castelfuerte, ingresó en la Orden de Santiago en 1699. Tras mandar las tropas reales en la batalla de Lagudina (1708) y en una acción decisiva en Villaviciosa (1710), fue premiado con la Orden de Santiago y, en tal virtud, beneficiado con las encomiendas de Montizón y Chiclana de Segura, además de otorgársele el título de marqués de Castelfuerte (30 de junio de 1711).

Organización interna. Requisitos para el ingreso en la Orden

En sus comienzos, el ingreso en la Orden no fue dificultoso, pero a partir de mediados del siglo XIII cada vez fue más complicado.

Una vez finalizada la Reconquista, el pretendiente que deseara ingresar en la Orden de Santiago debía aprobar en sus cuatro primeros apellidos ser hidalgo (o hijodalgo) de sangre a fuero de España y no hidalgo de privilegio, cuya prueba debía de referirse asimismo a su padre, madre, abuelos y abuelas. Además debía probar, de la misma manera, que ni él ni sus padres ni sus abuelos habían ejercido oficios manuales ni industriales.

Tampoco podían obtener el hábito de la Orden aquellas personas que tuvieran raza ni mezcla de judío, musulmán, hereje, converso ni villano, por remoto que fuera, ni el que hubiera sido o descendiera de penitenciado por actos contra la fe católica, ni el que hubiera sido o sus padres o abuelos procuradores, prestamistas, escribanos públicos, mercaderes al por menor, o hubieran tenido oficios por los que hubieran vivido o vivieran de su esfuerzo manual, ni el que hubiera sido infamado, ni el que hubiera faltado a las leyes del honor o ejecutado cualquier acto impropio de un perfecto caballero, ni el que careciera de medios decorosos con los que atender a su subsistencia. El aspirante tenía que pasar después a servir tres meses en las galeras y residir un mes en el monasterio para aprender la Regla.

Posteriormente el Rey y el Consejo de las Órdenes abolieron cierta cantidad de estos requisitos.

Regla monástica

A diferencia de las contemporáneas órdenes de Calatrava y Alcántara, que siguieron la dura Regla de los benedictinos de la Abadía de Cîteaux, la Orden de Santiago aprobó la Regla más suave de los canónigos agustinos. De hecho, en León han ofrecido sus servicios a los canónigos regulares de San Eloy en esa ciudad para la protección de los peregrinos a Santiago y los hospicios de los caminos que conducen a Compostela. Esto explica el carácter mixto de su Orden, que es hospitalaria y militar, como la Orden de Malta.

Los caballeros de la Orden fueron reconocidos como religiosos por Alejandro III, cuya bula de 5 de julio de 1175 fue confirmada posteriormente por más de veinte de sus sucesores. Estos actos pontificios, recogidos en el Bullarium de la Orden, garantizaban todos los privilegios y exenciones de otras órdenes monásticas. La Orden estaba compuesta por varias clases de afiliados: canónigos, encargados de la administración de los sacramentos; comendadoras, ocupadas del servicio de los peregrinos; caballeros religiosos, que viven en comunidad; y caballeros casados.

Los caballeros de la Orden de Santiago aceptaron los votos de pobreza y obediencia. Sin embargo, al organizarse por la regla de los agustinos, sus miembros no estaban obligados a hacer voto de castidad y pudieron contraer matrimonio (casados estaban algunos de sus fundadores); sólo prometían la castidad total antes del matrimonio o acabado éste, y la castidad y fidelidad conyugal mientras permanecieran casados. La bula del papa Alejandro III recomendaba el celibato. En los Estatutos de la fundación de la Orden se precisaba:

En conyugal castidad, viviendo sin pecado, semejan a los primeros padres, porque mejor es casar que quemarse.

El derecho a contraer matrimonio, que otras órdenes militares sólo obtuvieron al final de la Edad Media, se les concedió desde el principio, con determinadas condiciones (como la autorización del rey), la obligación de observar la continencia durante el Adviento, la Cuaresma y en determinadas festividades del año. Los caballeros santiaguistas, con licencia del maestre, podían contraer matrimonio y vivir con sus esposas e hijos en los conventos de la Orden. La Orden de Santiago fundó conventos femeninos de comendadoras, apelativo utilizado para designar a las monjas. La presencia femenina en la Orden es mayor que en otras órdenes de la época. Aquí, las mujeres asumieron la función educar a las hijas de los caballeros, aunque hubo algunas mujeres que estuvieron al frente de una encomienda.

Entre las obligaciones de sus miembros se encontraban la misa diaria, rezar veintitrés Padre nuestros por día, tomar el sacramento de la Eucaristía los domingos y ayunar dos Cuaresmas.

Los conventos

Otro elemento importante de la infraestructura de la Orden de Santigado fueron los conventos, tanto los masculinos como los femeninos.

Además de los conventos para freiles de Uclés y San Marcos de León, la Orden tuvo otros conventos en Villar de Donas (León), Palmella (Portugal), Montánchez (Cáceres), Montalbán (Aragón) y Segura de la Sierra en Jaén.

En 1275 la Orden también contaba con seis conventos de monjas, que se denominaban comendadoras. En ellos se podían alojar las mujeres y familiares de los freiles, cuando éstos iban a la guerra o morían. Las freilas sólo profesaban castidad conyugal, pero no perpetua, por ello podían salirse del convento y casarse. Los conventos mencionados son: Santa Eufemia de Cozuelos (Palencia), fundado en 1502; Convento de Sancti Spiritus de Salamanca, concedido a la Orden en 1233; San Vicente de Junqueras (Barcelona), fundado en 1212; San Pedro de la Piedra (1260), en Lérida; Santos-o-Velho (1194), en Lisboa y la Destiana (León). Posteriores a estas fechas son los conventos de Membrilla (Ciudad Real) y las Comendadoras de Madrid (1650).

Los Trece

El nombre de Trece era dado al caballero nombrado por el Maestre y demás caballeros para algún capítulo general. En la bula de confirmación de la Orden, expedida por el papa Alejandro III en 1175, se estableció que hubiese trece frailes, a cuyo cargo estaría la elección del Maestre y el ayudarle con su consejo. Algunos historiadores afirman que el significado de estos trece se corresponde con el número de los primeros caballeros que se reunieron para fundar la Orden. (Otros dicen que representa el número mágico de los 12 apóstoles más Cristo). Los Trece constituyen las primeras dignidades de la Orden, después de los priores de Uclés y de San Marcos de León. Los Comendadores Mayores de Castilla y de León siempre fueron Trece, aunque no con carácter nato por razón de tales encomiendas, puesto que consta que lo fueron muchas veces por elección como todos los otros.

Hasta el año 1212 no se menciona documentalmente a los Trece. Su cargo no era perpetuo, ya que se advierten frecuentes cambios que obedecían a renuncias al cargo debido a que este conllevaba gran trabajo y responsabilidad por la frecuencia con que se celebraban los capítulos y la obligación de asistir en sus funciones rectoras al Maestre. La falta de un Trece, que se hallara ausente por legítima causa, se suplía mediante otro caballero elegido únicamente para aquel acto y se llamaba enmienda, aunque de este uso no hay referencias anteriores a 1350. Por lo común, quienes habían sido enmiendas en el capítulo eran elegidos Trece en propiedad a medida que se producían vacantes.

Los Treces asistían a los capítulos con capas negras y bonetes (como los priores), y su autoridad y prerrogativas han sido distintas según los tiempos. En 1246 fueron fuertemente restringidas por el papa Inocencio IV, a instancia del maestre Pelayo Pérez Correa, y restablecidas más tarde por Alejandro IV. Sin embargo, siempre ha estado en vigor la facultad de deponer al Maestre, junto con el prior, si se juzgase inútil o dañino. En uso de tal atribución, en el capítulo de Ocaña de 1338 depusieron al maestre Vasco López, y fue práctica en todos los capítulos tenidos antes de la administración dejar a los Maestres las insignias, entregándolas al prior, el cual al día siguiente se las devolvía de acuerdo y con consentimiento de los Trece. Este acto se llevaba cabo en una ceremonia pública, dejando entrar al pueblo para que presenciara el capítulo, y en ella el Maestre daba las gracias por la restitución de las insignias de su jerarquía.

El juramento que realizaba un caballero cuando era elegido Trece era el siguiente:

¿Vos Don... juráis a Dios ya Santa María ya esta señal de Cruz, ya estos Santos Evangelios, que tocáis corporalmente con vuestras manos, que cuando muriese el Maestre, que vos escogiereis persona idónea y suficiente para ser Maestre, que sea para reedificar y para defender y adelantar la Orden y mantener los frailes, según la Regla y Establecimientos de nuestra Orden y que no sea talla destruya?

Respuesta: Sí, juro.

¿Item que si viereis que el Mestre es inútil y pernicioso e incorregible y sin provecho, y que destruye la Orden más que la aprovecha, que vos le depondréis del Mestrazgo, según forma de derecho?

Respuesta: Sí, juro.

¿Item que si alguna cuestión naciese entre él y el Cabildo, que vos intervendréis entre ellos?

Respuesta: Sí, juro.

¿Otrosí, que por este poder que tenéis no obedezcáis menos al Maestre, en tanto que será Maestre, de modo que no le desobedezcáis en contrario de lo que habéis jurado?

Respuesta: Sí, juro.

La dignidad de Trece cayó en desuso por mucho tiempo, hasta que se volvió a restablecer el 8 de junio de 1906 por bula del papa Pío X
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 11:39 am



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Jerarquía

Desde sus comienzos, la Orden estuvo formada por tres clases de miembros: freires o caballeros casables; caballeros estrechos, de vida más rigurosa, que profesaban el celibato y vivían en comunidad; y los religiosos y religiosas (canónigos regulares o monjes santiaguistas), cuyo cometido era la celebración del culto, la asistencia espiritual de los demás miembros y regentar las parroquias del priorato. Los primeros tenían por jefe directo al Gran Maestre, mientras que los otros vivían bajo la inmediata dirección de sus superiores eclesiásticos y de los priores de Uclés y de San Marcos de León, y bajo la autoridad del Gran Maestre de la Orden.

En honor de esos primeros trece hermanos se establecería el Trecenazgo de la Orden: trece freires electores que en su época de esplendor, y junto con los obispos priores de Uclés y San Marcos de León, los comendadores mayores de Castilla, León y Montalbán (Aragón), el Prior del monasterio de Santiago de la Espada en Sevilla, el secretario y el tesorero, integrarían las dignidades principales que participarían en la elección del Maestre.

Todos los miembros de la Orden recibían el nombre de freyles para distinguirlos de los miembros de las órdenes religiosas, los frayles. Los freyles religiosos milites hacían la guerra para defender la Cristiandad, y los freyles religiosos clérigos se dedicaban al culto divino para pelear mediante la oración, el ayuno, la abstinencia y otras obras religiosas. Tanto los milites como los clérigos eran reputados por verdaderos religiosos. Por eso, además de las obligaciones monásticas gozaban también de los privilegios de los monjes: exención de la jurisdicción real, exención de la jurisdicción del clero secular y sometimiento directo a la Santa Sede.

Entre los milites existían diferencias: los llamados comendadores, que administraban una encomienda, y los caballeros, que no la tenían. Entre los clérigos también existían diferencias: los priores, que disponían del «beneficio formado», los curas o rectores, que poseían «beneficio curado», y los conventuales, que no poseían beneficio.

Dentro de la jerarquía de la Orden de Santiago, las dignidades inmediatas al Gran Maestre eran los priores de los dos conventos de Santiago de Uclés y San Marcos de León. Hasta 1502 la duración de sus mandatos fue perpetua, después fue trienal, siendo elegidos por los frailes de la respectiva provincia de forma alternante: el de Uclés en Castilla un trienio por la parte llamada de La Mancha y el otro trienio por la llamada Campo de Montiel; y el de San Marcos en León alternando la provincia de León y la de Extremadura. Por último (desde 1794 hasta 1844) hubo priores perpetuos, nombrados por la Corona al igual que los obispos.

Los priores, en virtud de las concesiones papales, usaban roquete, mitra y demás insignias pontificales. Inicialmente, el único prior era el de San Marcos; pero tras la división del reino de León, los caballeros de Santiago fueron acogidos en sus estados por Alfonso VIII de Castilla, quien les dio en 1174 la villa y castillo de Uclés (entre otras posesiones), y allí establecieron la sede de la Orden.

Tras serias disputas suscitadas entre el convento de San Marcos y el de Uclés debido a cuestiones de antigüedad y preeminencia, el conflicto terminó cuando el prior de San Marcos quedó a cargo del gobierno de los conventos de León, Galicia y Extremadura, mientras que los conventos restantes fueron controlados por el prior de Uclés, en cuyo convento debían pasar el año de prueba y hacer la profesión todos los novicios de la Orden. Los superiores de los demás conventos religiosos tenían igualmente el título de priores, pero estaban bajo la dependencia de aquellos prelados.

A los priores de Uclés y de León seguían los Trece, luego las Grandes Cruces de Castilla, León y Montalbán, después los Comendadores, y por último los caballeros y frailes, clérigos o religiosos.

De las encomiendas de la Orden dependían hasta doscientos prioratos, curatos y beneficios simples que, con dispensa del Papa, podían darse a personas no religiosas. También existían trece vicarías con jurisdicción espiritual y, por último, se nombraban cuatro caballeros para visitar las cuatro provincias de Castilla la Nueva, León, Castilla la Vieja y Aragón, cuyas facultades se extendían no sólo a los demás caballeros, sino a cuantos poseían beneficios en territorio de la Orden.

Sucesión en el Maestrazgo

Tras el fallecimiento del Maestre, el prior de Uclés se encargaba del gobierno de la Orden y de convocar a los Trece para elegir un nuevo Maestre. Muchas de las atribuciones que tenían los Trece las perdieron tras la creación del Consejo de las Órdenes, luego de su incorporación a la Corona con autorización de Adriano VI.

Desde el siglo XIV la elección del Maestre recayó en un personaje de la familia real o próximo a la corte. A partir del siglo XV la elección era considerada un derecho de la Corona y a lo largo de dicho siglo el maestrazgo recayó sobre nobles y validos de los reyes: Enrique de Aragón, hijo del regente de Castilla, Fernando de Antequera; Álvaro de Luna, privado de Juan II; el infante don Alfonso; Beltrán de la Cueva y Juan Pacheco, marqués de Villena, privados de Enrique IV; y Diego López Pacheco, marqués de Villena, quien no fue reconocido como Maestre al no haber sido nombrado ni en León ni en Uclés.

Más adelante, Carlos I y Felipe II dieron a la Orden de Santiago la forma que posee en la actualidad: compuesta por un presidente, ocho ministros togados, un fiscal, un secretario, un contador general, un alguacil mayor y un tesorero, con cuatro procuradores generales y cuatro fiscales, correspondientes a cada una de las cuatro órdenes militares de España.

División territorial

La Orden estaba dividida en varias provincias, siendo las más importantes las de Castilla y León por su número de propiedades y vasallos. Al frente de cada provincia había un Comendador Mayor, con sede, respectivamente, en Segura de la Sierra (Castilla) y Segura de León (León). La provincia de León estaba dividida en dos partidos, Mérida y Llerena, y en cada una de ellas existían varias encomiendas.

La subdivisión interna más importante de las órdenes militares eran las llamadas encomiendas, que eran unidades de carácter local dirigidas por un comendador. La encomienda podía asentar la sede o residencia del comendador en un castillo o fortaleza o en una villa y era un centro administrativo o económico en el que se cobraban y percibían las rentas de los predios y heredades atribuidas a esa encomienda; era el lugar habitual de residencia del comendador y de algún otro caballero.

Cada encomienda debía sostener con sus rentas no sólo al comendador y a los otros caballeros residentes en ella, sino que también debían pagar y armar a un determinado número de lanzas, que debían acudir a los llamamientos de su Maestre perfectamente equipados para tomar parte en aquellas acciones militares que quisiera emprender. Todos ellos formaban la mesnada o ejército de la Orden, que respondía a las órdenes de su Maestre. Las rentas de las tierras, pastos, industrias, portazgos y derechos de paso, junto con los impuestos y el diezmo, constituían los ingresos que servían para mantener a la Orden. Los ingresos se repartían entre rentas de la encomienda respectiva y rentas de la Mesa maestral que financiaban al Maestre de la Orden.

División eclesiástica

La Orden de Santiago estaba dirigida desde dos prioratos: el de Uclés para Castilla y el de San Marcos de León para León. En esta última provincia, al estar muy alejado el convento de San Marcos del grueso de las posesiones santiaguistas en Extremadura, el convento se trasladó primero a Calera de León y luego a Mérida. Finalmente regresó de nuevo a su ubicación inicial en San Marcos de León.

El priorato de León estaba dividido en tres vicarías con sedes en Mérida, Llerena-Tentudía y Jerez de los Caballeros. Los pueblos y encomiendas de la Orden eran atendidos por curas presentados por el maestre y colacionados por el prior.

Dos visitadores de la Orden acompañados de un vicario, debían realizar cada cuatro años una visita de inspección por todas las encomiendas y territorios para comprobar el estado de las propiedades, rentas y gobierno de las posesiones. De estas visitas se levantaba el acta en los llamados Libros de Visitas.

Maestres de la Orden de Santiago

Don Álvaro de Luna con la capa de la Orden y cruz de Santiago al pecho, del retablo de Sancho de Zamora en la capilla de Santiago en la Catedral de Toledo. Fue Gran Maestre de la Orden desde 1445 a 1453.
Fernando el Católico, administrador de la Orden de 1476 a 1477.

1. Pedro Fernández de Castro "potestad" (1170-1184)
2. Fernando Díaz (1184-1186)
3. Sancho Fernández de Lemus (1186-1195). Fallecido en la batalla de Alarcos.
4. Gonzalo Rodríguez (1195-1203)
5. Gonzalo Ordóñez (1203-1204)
6. Suero Rodríguez (1204-1205)
7. Sancho Rodríguez (1205-1206)
8. Fernando González de Marañón (1206-1210)
9. Pedro Arias (1210-1212). Fallecido en la batalla de Las Navas de Tolosa.
10. García González de Arauzo (1212-1217)
11. Martín Peláez Barragán (1217-1221)
12. García González de Candamio (1221-1224)
13. Fernán Pérez Chacín (1224-1225)
14. Pedro Alfonso de León (1225-1226). Se le supone hijo ilegítimo de Alfonso IX de León.
15. Pedro González (1226-1237)
16. Rodrigo Íñiguez (o Yáñez) (1237-1242)
17. Pelayo Pérez Correa (1242-1275)
18. Gonzalo Ruiz Girón (1275-1280). Falleció como consecuencia de las heridas recibidas en el desastre de Moclín.
19. Pedro Núñez (1280-1286)
20. Gonzalo Martel (1286)
21. Pedro Fernández Mata (1286-1293)
22. Juan Osórez (1293-1311)
23. Diego Muñiz (1311-1318)
24. García Fernández (1318-1327)
25. Vasco Rodríguez de Coronado (1327-1338)
26. Vasco López (1338)
27. Alonso Meléndez de Guzmán (1338-1342)
28. Fadrique Alfonso de Castilla (1342-1358)
29. Garci (o García) Álvarez de Toledo (1359-1366)
30. Gonzalo Mejía (1366-1371)
31. Fernando Osórez (1371-1383)
32. Pedro Fernández Cabeza de Vaca (1383-1384). Muerto en el cerco de Lisboa.
33. Rodrigo González Mejía (1384). Su elección no fue canónica. Murió en el cerco de Lisboa.
34. Pedro Muñiz de Godoy (1384-1385). Muerto en la batalla de Valverde.
35. García Fernández de Villagarcía (1385-1387)
36. Lorenzo Suárez de Figueroa (1387-1409)
37. Enrique de Aragón (1409-1445)
38. Álvaro de Luna (1445-1453)
39. Juan II (1453) Administrador
40. Enrique IV de Castilla (1453-1462) Administrador
41. Beltrán de la Cueva (1462-1463)
42. Alfonso de Castilla (1463-1467)
43. Juan Pacheco (1467-1474)
44. Alonso de Cárdenas (1474-1476 en León) (primera vez)
45. Rodrigo Manrique (1474-1476 en Castilla)
46. Fernando el Católico (1476-1477) Administrador
47. Alonso de Cárdenas (1477-1493) (segunda vez)
48. Reyes Católicos (1493-...) Administradores. Incorporación definitiva a la Corona de España bajo el reinado de Carlos I.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 11:49 am


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Orden de Alcántara

Nació en las riberas del Río Côa, en la Beira Alta (Portugal) bajo el nombre de Ordem de São Julião do Pereiro (Orden de San Julián del Pereiro), fundada en 1093 por el Conde D. Henrique de Portugal.

Tras su conquista a los musulmanes, la defensa de la ciudad de Alcántara fue otorgada a la Orden de Calatrava en 1214, pero cuatro años más tarde renunciaron por la lejanía a Calatrava. Entonces Alfonso IX de León encomendó la defensa a la recientemente formada orden de los Caballeros de Julián de Pereiro a cambio de cierta dependencia de filiación con respecto a la orden de Calatrava, de ahí que adoptasen también la regla del Císter. A raíz del establecimiento de su sede central en la villa recibida, el primitivo nombre de orden de San Julián fue desapareciendo paulatinamente, hasta que en 1253 sus maestres se titulaban «maestres de la orden de Alcántara», quedando reducida San Julián Pereiro a ser una simple encomienda de la orden.

Posesiones

Sus primeras posesiones se ubicaban más al norte de lo que luego sería el núcleo principal de asentamiento. Comenzaron a crecer cuando, a la recibida villa de Alcántara, se sumaron Santibáñez y Portezuelo, tras ganar un pleito a la orden del Temple, así como Navasfrías, donada por Alfonso IX, y Valencia de Alcántara, conquistada por los caballeros de la orden en 1220. De esta forma quedó configurado su bloque fundamental de posesiones en el partido de Alcántara, al oeste de la provincia de Cáceres.

El comienzo de su asentamiento en el este de la provincia de Badajoz, en la comarca de La Serena, que sería el otro gran núcleo del señorío de la orden, tiene lugar en 1231 cuando conquista Magacela, que sería donada definitivamente a la orden tres años después por Fernando III el Santo como compensación por ciertos derechos alegados sobre la villa de Trujillo. Magacela se constituye en encomienda y se crea un priorato con jurisdicción en el territorio vecino. Al mismo tiempo la orden recibe el encargo del rey de repoblar Zalamea, conquistada por esos años.

Tras la conquista de Córdoba en 1236 por Fernando III, se puede decir que la orden completó en la práctica sus posesiones. Entonces les fueron donadas Benquerencia y Esparragal, esta última conquistada por los templarios. Su señorío, no obstante, no se redondearía hasta comienzos del siglo XIV, cuando consiguió la donación del castillo de Eljás en 1302 y de Villanueva de la Serena un año después. Aunque la orden participó en la conquista de Andalucía, apenas recibió donaciones en esta región, limitadas a los castillos de Morón y Cote y el lugar del Arahal, que le fueron donados por Sancho IV en 1285, pero permutados con Pedro Girón en el siglo XV (1461) a cambio de Salvatierra, Villanueva de la Barcarrota y el castillo de Azagala.

Siglo XV

En 1492 el Rey Católico Fernando II de Aragón consiguió del Papa Alejandro VI la concesión del título de Gran Maestre de la orden con carácter vitalicio. Entonces, los territorios de los alcantarinos abarcaban parte de la actual provincia de Cáceres en su límite con Portugal, las estribaciones de la Sierra de Gata y gran parte de la zona oriental de la provincia de Badajoz (la comarca de La Serena). Una extensión aproximada de 7000 km², sin incluir algunas posesiones aisladas en Andalucía y Castilla.

En ese siglo la potencia militar de la orden de Alcántara es menor que la de Santiago y la de Calatrava, debido a sus menores posesiones territoriales y, en consecuencia, su menor poder económico.

Declive de la orden

En 1522, Adriano VI fue más allá, al conceder a Carlos I los títulos de Gran Maestre de las tres órdenes militares de España con carácter hereditario.

Maestres

Antonio de Nebrija impartiendo una clase de gramática en presencia de Juan de Zúñiga Introducciones Latinae, 1486. Biblioteca Nacional. Madrid.

1. Suero Fernández Barrientos (1156-1174)
2. Gómez Fernández Barrientos (1174-1200) (c.1175-1216)
3. Benito Suárez (1200-1208) (1200-1216)
4. Nuño Fernández de Temes (1208-1219) (1218-1219), recibió los bienes calatravos en el reino de León, y al frente de ellos la importante fortaleza de Alcántara en 1218,[3] padre de Fernán Núñez de Témez.
5. Diego García Sánchez (1219-1227)
6. Arias Pérez(1227-1234), conquista Magacela
7. Pedro Yáñez (Pedro Ibáñez) (1234-1254)
8. García Fernández de Barrantes (1254-1284)
9. Fernando Páez (1284-1292)
10. Fernando Pérez Gallego (1292-1294) (1292-1298)
11. Gonzalo Pérez (1296-1312) (1298-1316)
12. Ruy Vázquez de Quiroga (Rodrigo Vázquez)(1312-1318) )(1316-1318)
13. Suero Pérez Maldonado (1318-1334) (1318-1335)
14. Ruy Pérez Maldonado (1334-1335)
15. Fernando López (1335)
16. Suero López (1335)
17. Gonzalo Martínez de Oviedo (1337-1338)
18. Nuño Chamizo (1338-1343)
19. Pedro Alonso Pantoja (1343-1346)
20. Fernando Pérez Ponce de León (1346-1355). Tataranieto del rey Alfonso IX de León.
21. Diego Gutiérrez de Ceballos (1355)
22. Suero Martínez Aldama (1355-1361)
23. Gutierre Gómez de Toledo (1361-1364)
24. Martín López de Córdoba (1364-1369)
25. Pedro Muñiz de Godoy (1369)
26. Melendo Suárez (1369-1371)
27. Ruy Díaz de la Vega (1371-1375)
28. Diego Martínez (1375-1383)
29. Diego Gómez Barroso (1383-1384)
30. Gonzalo Núñez de Guzmán (1384-1385)
31. Martín Yáñez de la Barbuda (1385-1394)
32. Fernando Rodríguez de Villalobos (1394-1408)
33. Sancho de Aragón y Castilla (1408-1416)
34. Juan de Sotomayor (1416-1432)
35. Gutierre de Sotomayor (1432-1453)
36. Gómez de Cáceres y Solís (1457-1470)
37. Alonso de Monroy (1471-1473)
38. Juan de Zúñiga (1473-1492) [37]-(1477-1494)

* Monarquía Española (1492-...)

Carlos de Ayala Martínez considera 37 maestres.

Territorio

En el siglo XVI las localidades que pertenecían a la Orden figuran en[5] la relación que a continuación se expresa, remitida por el Gobernador de Alcántara el 14 de julio de 1571:

El partido de Alcántara, con 14 pilas y 3580 almas.

El partido de Villanueva de la Serena, con 19 pilas y 5710 almas.

El partido y gobernación de Valencia de Alcántara, con 6 pilas y 1920 almas.

El partido de Sierra de Gata, con 15 pilas y 2695 almas.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 11:59 am


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Orden de Calatrava

Su origen se debe a un gesto heroico. La ciudad de Calatrava, junto al río Guadiana, había sido arrebatada a los árabes por Alfonso VII en 1147. Dada la importancia estratégica del lugar como baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de ciertos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola en 1150 a la Orden del Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares, ni era fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje islámico, el Temple dio la empresa por perdida, y devolvió la fortaleza al sucesor de Alfonso, el rey Sancho III.

Ante la situación creada y el inminente peligro, éste reunió a sus notables y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y las bromas de los nobles, Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, alentado por el monje de su monasterio Diego Velázquez, que había sido anteriormente guerrero, aceptó el reto. Al no haber alternativa, el rey cumplió su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero mediante donación realizada el 1 de enero de 1158 en Almazán. Ellos, por su parte, formaron en poco tiempo un ejército de más de 20.000 monjes y soldados, uniendo, a los que había conseguido organizar fray Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava, los que había reclutado Don Raimundo en el reino de Aragón. Ante tal multitud, los árabes rehusaron entrar en batalla, retirándose hacia el sur.

Como el compromiso de defender Calatrava se mantenía y resistiéndose con el tiempo los caballeros a tener por superior a un Abad del Císter y vivir entre los monjes, decidieron elegir un Maestre de la Orden. Los monjes se retiraron a Ciruelos y los caballeros a Ocaña, donde se convirtieron en una Orden militar, la primera hispana, que adoptó el nombre propio del lugar. El primer Maestre de la Orden fue Don García, que obtuvo del Císter y del Pontificado la primera regla. Esta regla, modelada sobre las costumbres cistercienses para hermanos laicos, impuso a los caballeros, además de las obligaciones de los tres votos religiosos (obediencia, castidad y pobreza), las de guardar silencio en el dormitorio, refectorio (comedor) y oratorio; ayunar cuatro días a la semana, dormir con su armadura, y llevar, como única vestimenta, el hábito blanco cisterciense con una sencilla cruz negra (luego roja, a partir del siglo XIV) «flordelisada»: una cruz griega con flores de lis en las puntas, que en el siglo XVI se configuró definitivamente como hoy se conoce.

La fortaleza de Zorita de los Canes y todo su alfoz fueron concedidas a los calatravos por Alfonso VIII en 1174, para proteger, tras dos años de incursiones de los almohades, toda la frontera este del Tajo. En abril de 1180 el mismo rey concedió fuero a Zorita.

En 1179 Alfonso II de Aragón cedió el castillo de Alcañiz a la Orden de Calatrava en premio a sus servicios contra los moros.

La Dehesa de Abenójar y su término fueron concedidos en 1183 por Alfonso VIII a esta orden y hasta 1814 —que el término fue recuperado por el Infante Don Carlos— el pueblo pasó a llamarse Abenójar de Calatrava. Como constancia de este hecho, se puede ver la Cruz de Calatrava realizada en forja en uno de los tejados de la iglesia del pueblo.

Desde su fundación hasta principios del siglo XIII la Orden experimentó una serie de altibajos. Tras la derrota cristiana sufrida por Alfonso VIII en la Batalla de Alarcos (1195), incluso tuvo que evacuar sus posesiones y retirarse a Ciruelos (Toledo). Tras un golpe de mano, varios caballeros de la Orden tomaron por sorpresa el castillo de Salvatierra, casi a las puertas de Sierra Morena, que mantuvieron en su poder, totalmente aislado de socorros, hasta 1211. Por ello, durante esos pocos años, la Orden adoptó el nombre de Orden de Salvatierra.

La Orden alcanzó su afianzamiento definitivo tras la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando fijó su sede en la nueva y más segura fortaleza de Calatrava la Nueva (1218) (en el antiguo castillo de Dueñas, por frente del castillo de Salvatierra), que fue construida por prisioneros musulmanes en su mayor parte, y que ya nunca abandonaría.

La antigua sede de Calatrava, origen de la Orden, junto al río Guadiana, pasó a convertirse en la sede de una Encomienda, y desde ese momento pasó a ser conocida como Calatrava la Vieja.

En poco tiempo, sus grandes recursos humanos y económicos dieron a la Orden un enorme poder político y militar, que duró hasta el final de la Reconquista. Disponía de tierras y castillos a lo largo de toda la frontera de Castilla y Aragón, ejercitando un señorío feudal sobre miles de vasallos. Era capaz de aportar, a título individual, hasta 2000 caballeros al campo de batalla, una fuerza considerable en la Edad Media. Además, disfrutaba de autonomía, lo cual trajo consigo diversos enfrentamientos con los reyes, dado que la Orden no les obedecía a ellos, sino al Maestre. Sólo se reconocían superiores espirituales: el abad de Morimond (Francia) y, en último término, el Papa.

A partir del año 1228 la Orden de la Calatrava pasó a contar con encomiendas en Andalucía tras serle concedidas por el rey Fernando III las plazas de Martos, Porcuna, Víboras y Alcaudete, en agradecimiento por los servicios prestados en la Reconquista. Asimismo a lo largo de los siglos XIV y XV, los calatravos fueron extendiendo sus dominios andaluces con la creación de nuevas encomiendas en Jaén (Lopera, Jimena, Arjona, etc.), Córdoba (Fuente Obejuna, Belmez, Villafranca de Córdoba, etc.) y Sevilla Osuna.

Fernando el Católico logró ser elegido Maestre de la Orden en 1477 por una bula papal, y a partir de él todos los reyes de España revalidaron el título.

Bajo el mando de los sucesivos monarcas, y con la reconquista de la península finalizada, gradualmente fueron desapareciendo tanto el espíritu militar como el religioso. Con el tiempo, su única razón de existir era la generación de ingresos, procedentes de sus grandes dominios, y la conservación de sus reliquias.

Confiscados los bienes de la Orden por disposición de José I en 1808, fueron restituidos en 1814 por Fernando VII, para acabar definitivamente secularizados en 1855 por Pascual Madoz. La Primera República Española suprimió la Orden, que se restableció en 1875 con el Papado como encargado de regular su disciplina interna. En la actualidad, la orden es una institución honorífica.

Dignidades

Las altas dignidades de la Orden fueron apareciendo con el devenir de los años, siendo confirmadas en los estatutos definitivos (1467). Por orden de jerarquía, eran las siete siguientes:

Maestre; autoridad suprema de la Orden. Otorgaba las encomiendas, confería hábitos y prioratos, administraba justicia a todas las personas pertenecientes a la Orden, vasallos incluidos. El cargo era electivo y vitalicio. La Orden tuvo un total de 30 Maestres hasta la fecha de unión con la Corona española.

Comendadores Mayores de Castilla y Aragón; primeras autoridades, después del maestre, en las encomiendas de sus respectivos reinos.

Clavero; su misión era guardar y defender el castillo y convento mayor de la Orden, es decir, su sede de Calatrava la Nueva. También era lugarteniente del maestre.

Prior; encargado de la cura espiritual de los caballeros. Representaba al abad de Morimond.

Sacristán; encargado de la custodia de las reliquias de la Orden, vasos sagrados y ornamentos.

Obrero Mayor; encargado de las construcciones.

Maestres de la Orden

1. Don García (1164–1169)
2. Fernando Icaza (1169–1170)
3. Martín Pérez de Siones (1170–1182)
4. Nuño Pérez de Quiñones (1182–1199)
5. Martín Martínez (1199–1207)
6. Ruy Díaz de Yanguas (1207–1212)
7. Rodrigo Garcés (1212–1216)
8. Martín Fernández de Quintana (1216–1218)
9. Gonzalo Yáñez de Novoa (1218–1238)
10. Martín Ruiz de Cevallos (1238–1240)
11. Gómez Manrique (1240–1243)
12. Fernando Ordóñez (1243–1254)
13. Pedro Yáñez (1254–1267)
14. Juan González (1267–1284)
15. Ruy Pérez Ponce de León (1284–1295)
16. Diego López de Santsoles (1295–1296)
17. Garci López de Padilla (1296–1322)
18. Juan Núñez de Prado (1322–1355)
19. Diego García de Padilla (1355–1365)
20. Martín López de Córdoba (1365–1371)
21. Pedro Muñiz de Godoy (1371–1384)
22. Pedro Álvarez de Pereira (1384–1385)
23. Gonzalo Núñez de Guzmán (1385–1404)
24. Enrique de Villena (1404–1407)
25. Luis González de Guzmán (1407–1443)
26. Fernando de Padilla (algunos meses de 1443)
27. Alonso de Aragón (finales de 1443–1445)
28. Pedro Girón (1445–1466)
29. Rodrigo Téllez Girón (1466–1482)
30. García López de Padilla (1482–1487)

* Monarquía Española (desde 1487 en adelante)

Lugares y monumentos relacionados con la Orden

Situados en la provincia de Navarra:

* Monasterio de Santa María la Real (Fitero). Primera sede de la Orden durante el siglo XII.

Situados en la provincia de Ciudad Real:

* Castillo de Calatrava la Vieja (Carrión de Calatrava). Sede de la Orden durante el siglo XII.
* Ermita-Convento de Nuestra Señora de la Estrella (Miguelturra) (Ciudad Real). fundado por dos marqueses muy influenciados por la orden de calatrava y tomando a la virgen que alberga en su interior la patrona de Miguelturra.
* Castillo de Salvatierra (Calzada de Calatrava). Sede de transición, durante los primeros años del siglo XIII.
* Sacro-Convento Castillo de Calatrava la Nueva (Aldea del Rey). Sede definitiva a partir de 1218.
* Palacio de Clavería (Aldea del Rey). Residencia del Clavero de la Orden desde mediados del siglo XVI.
* Almagro. Principal ciudad de la Orden.
* Santuario de Ntra. Sra. de Oreto y Zuqueca, Granátula de Calatrava. Sede histórica y espiritual de la Orden que le entroncaba con la antigua ciudad y obispado de Oretum.
* Campo de Calatrava. Comarca en la que se encuentran los lugares principales de la Orden (Calatrava la Nueva, Almagro, etc).
* Castillo de Bolaños de Calatrava donde se ubicará el centro de interpretación de la orden de Calatrava.
* Santuario Virgen del Monte (construido por la orden) en la antigua «dehesa de la Moheda» del Campo de Calatrava.

Situados en la provincia de Teruel:

* Castillo de los Calatravos (Alcañiz). Testigo de la importante presencia de la Orden en el Bajo Aragón. Siglo XII.
* Palacio de la Encomienda (La Fresneda). En la comarca del Matarraña. Siglo XVI.

Situados en la provincia de Castellón:

* Albocácer En 1243 se otorgó en su carta-puebla el dominio a la Orden de Calatrava.
* Bejís Jaime I de Aragón la cedió a la Orden de Calatrava en 1245 con el título Encomienda y representación en las Cortes Valencianas, su Carta Puebla conocida data del 18 de agosto de 1276 concedida a hombres de la Comenda de Alcañiz a fuero de Valencia en Segorbe.
* Sacañet El señorío perteneció a la Orden de Calatrava. La localidad logró la independencia de Bejís en 1842.

Situados en la provincia de Jaén:

* Iglesia de Nuestra Señora de la Natividad (Jamilena). Reconstruida hacia 1559 sobre una antigua iglesia medieval por orden de Carlos V, quien inicialmente tenía proyectado hacer un convento de monjas calatravas precedentes de Burgos. Esta iglesia es obra del arquitecto Francisco del Castillo, «el Mozo».
* Castillo de la Peña (Martos). Levantado sobre las ruinas de otros primitivos castillos de origen árabe e ibero-romano. Se sitúa en la cima del peñón que le da nombre, a unos 1000 metros de altitud. Su situación estratégica hace que este castillo fuese el principal bastión defensivo de la Orden frente al reino nazarí. También en este castillo, según una leyenda, Fernando IV de Castilla condenó a muerte injustamente a los Hermanos Carvajales, Comendadores de la Orden, lo que misteriosamente le costó la vida al monarca.
* Castillo de la Villa (Martos). Su origen es anterior a la orden, pero fue con la Orden de Calatrava cuando se produjeron las mayores reformas y ampliaciones en él. El castillo se unía a la peña de Martos mediante murallas, quedando la ciudad resguardada. Junto con el Castillo de la Peña fue muy importante frente al reino nazarí.
* Torre de Boabdil (Porcuna). Es una torre-vivienda medieval, construida por la Orden de Calatrava entre 1411 y 1435, en uno de los extremos de la fortaleza. En ella se dice que estuvo preso varios meses, hacia 1485, el rey de Granada Boabdil «el Chico» tras ser hecho prisionero en la batalla de Lucena. Alcanza 28 m de altura sobre una planta octogonal, con dos estancias superpuestas en el interior, cubiertas con bóvedas góticas. En el exterior presenta unas ventanas mudéjares, finamente labradas. Debajo hay una cruz de Calatrava, con dos eslabones labrados en sus ángulos inferiores y dos relojes de arena a los lados. Posee una terraza con bello mirador a la campiña. Es monumento nacional desde 1982, y contiene el Museo Arqueológico Municipal de Obulco, donde se guardan restos de la época romana.
* Iglesia de San Benito (Porcuna). Sintetiza fielmente el espíritu cisterciense de la Orden de Calatrava. Fue Priorato y Monasterio Benedictino. Se trata de una iglesia gótica con elementos románicos de transición. Posee dos nave en forma de «L» (la principal con bella arquería de arcos y capiteles con motivos vegetales) y campanario con cubierta del siglo XVIII.
* Castillo e Iglesia de la Inmaculada Concepción (Higuera de Calatrava). Del castillo queda en pie la Torre del Homenaje. La antigua Higuera de Martos fue testigo de la «Batalla de la Higueruela» (1431), en la que las tropas de Don Juan II de Castilla causaron 10.000 bajas a los musulmanes. Posteriores incursiones de los musulmanes provocarían la quema del pueblo y el asesinato de clérigos y civiles. El escudo de la Casa de Padilla campea en la cúpula del altar mayor de la iglesia.
* Castillo de Begíjar. Esta fue una de las primeras concesiones que hizo Fernando III a la Orden de Calatrava tras su conquista en 1226, además de otras heredades y pertenencias.

Situados en la provincia de Guadalajara:

* Castillo de Zorita de los Canes. El castillo (de origen andalusí) domina un vado del Tajo y es donado a la Orden por Alfonso VIII en 1174, convirtiéndose en «Cabeza de Encomienda». A lo largo del Medievo, asistirá a luchas entre diferentes facciones de la Orden. Ya en el siglo XVI, Felipe II lo enajena a Ruy Gómez de Silva. Su estado actual es ruinoso, aunque no impide atisbar la grandeza y extensión de lo que un día fue. Aún son visibles la capilla calatrava, aljibe, pozo, torre albarrana septentrional, antiguo albácar islámico, paramentos emirales y califales, etc.

Situado en la provincia de Madrid:

* Iglesia de la Concepción Real de Calatrava. Construida entre 1670 y 1678 junto al antiguo convento de las Comendadoras de Calatrava. Durante la Revolución Gloriosa de 1868 el Gobierno acordó su demolición, pero en una histórica sesión en el Congreso de los Diputados el 9 de marzo de 1870, el diputado don Manuel Silvela, tras un intenso debate, consiguió arrancar al Gobierno el compromiso de respetar esta iglesia que, gracias a él, se conserva en la actualidad.

Situados en la provincia de Valencia

* Masamagrell En 1271 se otorgó en su carta-puebla el dominio a la Orden de Calatrava.
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Notapor Juanete » Vie Ago 19, 2011 5:05 pm


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Orden de Montesa

La Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama es una orden religiosa y militar fundada por el rey Jaime II de Aragón en el siglo XIV.

Fundación

El rey de Aragón cedió a la orden el Castillo de Montesa, enclavado en territorio valenciano, frontera con los sarracenos de esa zona. Fue aprobada por el Papa Juan XXII el 10 de junio de 1317, por bula, aprobando y confirmando la Orden de Montesa como lo había propuesto el rey don Jaime II de Aragón y Valencia, invirtiendo los bienes de la orden de los Templarios extinguida por Clemente V en dotar una nueva orden que pretendía fundar el susodicho rey. La fundación se verificó el domingo 22 de julio de 1319, en la capilla real del palacio de Barcelona, siendo la cabeza y sacro convento de ella el de la villa de Montesa de Valencia, de que el rey hizo donación a la orden, y de la cual tomó nombre.

Por divisa tomó una cruz roja sin flores, y el manto capitular blanco que aprobó Clemente VII el 5 de agosto de 1397. Pero más adelante, con motivo de haberse incorporado a esta orden en 1399 la de San Jorge de Alfama, dejó aquella insignia y adoptó una cruz de gules de color rojo por concesión de Benedicto XIII, otorgada en 1400 y que Martín V confirmó posteriormente.

La orden sufrió numerosas dificultades. Según la bula de fundación, era el maestro de Calatrava a quien le correspondía la creación de la nueva orden, así como la capacidad de armar a los caballeros y hacer vestir los hábitos a los caballeros montesanos. Jaime II, con antelación, había escrito al maestre de Calatrava para que acelerara la acción. El maestre, a quien no le gustaba obedecer órdenes ni de su propio rey, el de Castilla, ni siquiera contestó a las misivas. El rey se dirigió entonces al Papa para que diera la orden al de Calatrava. El Pontífice pasó el encargo al arzobispo de Valencia, que tampoco recibió respuesta por parte del Maestre de Calatrava.

El arzobispo de Valencia envió finalmente hasta Castilla al abad del Monasterio de Nuestra Señora de Benifazá, perteneciente a la Orden del Císter. El Maestre de Calatrava se negó a acudir a Valencia, alegando que sus obligaciones custodiando la frontera se lo impedían, aunque la razón real parece ser que era la poca disposición por parte de la Orden de Calatrava a ceder las posesiones de Aragón a otra orden. Finalmente, cedió y envió a Valencia a un procurador para que obrara en su nombre.

Evolución

Se nombró como primer Maestre de la nueva Orden a Guillermo de Eril, un hombre anciano, gran experto en las artes militares. El cargo le duró muy poco, ya que Eril fallecía setenta días después de haber sido elegido.

El reino de Valencia se encontraba agitado debido a la revuelta conocida como de la Unión, por la que algunos nobles valencianos, apoyándose en el pueblo, deseaban emanciparse de la tutela del Reino de Aragón y constituirse en un reino independiente. El rey de Aragón encargó al Maestre de Montesa, Arnaldo de Ferriol, que controlara a los sediciosos, convirtiéndose así los montesanos en una baza muy importante para que el rey Pedro IV de Aragón derrotara a los sublevados de Valencia. La Orden se convirtió en la principal fuerza militar defensora del trono.

Declive

Sin embargo, los reyes empezaban ya a tomar parte activa en la elección de los Maestres. El rey Fernando II de Aragón (Fernando el Católico) impuso como tal a su sobrino, Felipe de Aragón y Navarra, revocando así el anterior nombramiento.

El último Maestre fue Pedro Luis Garcerán de Borja, hijo del duque de Gandía, hermano de san Francisco de Borja, elegido a los 17 años. En 1572, un tribunal de la Inquisición de Valencia condenó a Garcerán de Borja por sodomía. Parece ser que Pedro Luis Garcerán de Borja había estado enamorado tiempo antes de un tal Martín de Castro, un rufián dedicado a la prostitución y el proxenetismo, tanto de hombres como de mujeres, y que fue sorprendido en la cama con el conde de Ribagorza, Juan II de Ribagorza. Martín de Castro, antes de ser ejecutado en 1574 en la corte, delató a Pedro Luis Garcerán de Borja, dando escabrosos detalles y mostrando su falta de escrúpulos. Garcerán de Borja, que había sido virrey y capitán general de los reinos de Tremecén, Túnez, Orán y Mazalquivir, se vio comprometido por la crisis interna que sufría la Orden de Montesa, dividida en facciones, y por las enemistades creadas al promocionar a sus favoritos. Felipe II, que fue consultado por la Inquisición sobre la conveniencia del juicio, decidió emplear el proceso para dar una lección a la nobleza levantisca, neutralizando a la vez la alianza de los Borja con la familia real portuguesa. Garcerán de Borja fue condenado a 10 años de reclusión en el convento de Montesa y una multa de 6000 ducados, a razón de 1000 ducados al año. Sin embargo, ya en 1583, Garcerán de Borja, tras unas disputas internas por la sucesión del Gran Maestre, supo congraciarse con el Rey y negoció con Felipe II la incorporación a la corona de la última Orden que se mantenía independiente el 8 de diciembre de 1587, gracias a una bula del papa Sixto V expedida en Roma. Como premio obtuvo la Encomienda Mayor de Calatrava y en 1591 el Virreinato de Cataluña, falleciendo en 1592.

El convento de la Orden se encontraba en la villa de Montesa. Un terremoto en 1748 hizo que se desplomara la roca en la que se situaba y mató a muchos de sus miembros. La Orden pasó a tener su centro en Valencia, en la casa del Temple.

Maestres de la Orden

* Guillermo de Eril (1319-1319)
* Arnaldo de Ferriol (1319-1327)
* Pedro de Thous (1327-1374)
* Alberto de Thous (1374-1382)
* Berenguer March (1382-1409)
* Romero de Corbera (1410-1445)
* Gilaberto de Monsavin (1445-1453)
* Luis Despuig (1453-1482)
* Felipe Vivas de Cañamanes y Boll (1482-1484)
* Felipe de Aragón y Navarra (1484-1488)
* Felipe Vivas de Cañamanes y Boll (1488-1492)
* Francisco Sanz (1493-1506)
* Francisco Bernardo Despuig (1506-1537)
* Francisco Llansol de Romaní (1537-1544)
* Pedro Luis Garcerán de Borja (1545-1587)
* Reyes de España (1587-...)
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor ASPIRINA » Lun Ago 22, 2011 2:51 am


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Notapor Juanete » Mié Ago 24, 2011 3:24 am


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Orden del Temple

La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (en latín, Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici), comúnmente conocida como los Caballeros Templarios o la Orden del Temple (en francés, Ordre du Temple o Templiers) fue una de las más famosas órdenes militares cristianas. Esta organización se mantuvo activa durante poco menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista. Fueron reconocidos por el Patriarca Latino de Jerusalén, Garmond de Picquigny, el cual les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.

Aprobada de manera oficial por la Iglesia católica en 1129 durante el Concilio de Troyes (celebrado en la Catedral de Troyes). La Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada. Los miembros de la Orden del Temple se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco, y edificando una serie de fortificaciones por todo el Mediterráneo y Tierra Santa.

El éxito de los templarios se encuentra estrechamente vinculado a las Cruzadas; la pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos de la Orden. Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios creó una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, considerablemente endeudado con la Orden, comenzó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de que éste tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron arrestados, inducidos a confesar bajo tortura y posteriormente quemados en la hoguera. En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe y disolvió la Orden. La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días.

Antecedentes

La cruz patada roja.A finales del siglo X, controladas las invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar o mediante asentamiento, comenzó en la Europa occidental una etapa expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.

La autoridad religiosa, matriz común en la Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como “La paz de Dios” o la “Tregua de Dios”, dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la Iglesia. “Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel, verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la fe”.

Existía, pues, un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores locales, pero el sentimiento religioso, unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas orientales, arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a sus hogares relataban sus penalidades.


Manuscrito en pergamino, sellado con 9 vueltas de hilo de seda y lacre rojo, es visible su lema: Sigillum Militum Xpisti.
Coronación de Balduino I (de la Histoire d'Outremer, siglo XIII).El pontífice Urbano II, tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos, junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos musulmanas.

Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hicieron que príncipes y señores respondiesen pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se movió con un ideario común bajo el grito de “Dios lo quiere” (Deus vult, frase que encabeza el discurso del concilio de Clermont en que Urbano II convocó la I cruzada).

La primera cruzada culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el título de rey.

Fundación y primeros tiempos

Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su segundo rey, tras la muerte de su hermano Godofredo de Bouillon, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Balduino I necesitaba organizar el reino y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, porque no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su cuartel general, sino su nombre.

Además de ello, el Rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la misma en Jerusalén, en 1128 se reunió el llamado Concilio de Troyes que se encargaría de redactar la regla para la recién nacida Orden de los Pobres Caballeros de Cristo.

El concilio fue encabezado por el legado pontificio D'Albano y al mismo acudieron los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades, como Etiene Harding, mentor de San Bernardo, el propio San Bernardo de Claraval, y laicos, como el Conde de Champaña y el Conde de Nevers. Hugo de Payens expuso ante la asamblea las necesidades de la orden, y se decidieron artículo por artículo hasta los más mínimos detalles de ésta, como podían ser desde los ayunos hasta la manera de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.

Por lo tanto, la regla más antigua de la que se tiene noticia es la redactada en ese concilio. Escrita casi seguramente en latín, estaba basada hasta cierto punto en los hábitos y usos previos al concilio; las modificaciones principales vinieron del hecho de que, hasta ese momento, los templarios estaban viviendo bajo la Regla de San Agustín y el concilio les cambió a la Regla Cisterciense (que no era más que la de San Benito modificada) y que era la que profesaba S. Bernardo.

La regla Primitiva constaba de un acta oficial del Concilio y un reglamento de 75 artículos, entre los que se encontraban algunos como:

Artículo X: Del comer carne en la semana. En la semana, si no es en el día de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caigan, basta comerla en tres veces, o días, porque la costumbre de comerla, se entiende es corrupción de los cuerpos. Si el Martes fuere de ayuno, el Miércoles se os dé con abundancia. En el Domingo, así a los Caballeros, como a los Capellanes, se les dé sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno, y den gracias a Dios.

Una vez redactada fue entregada al Patriarca Latino de Jerusalén, Esteban de la Ferté, también llamado Esteban de Chartres, si bien algunos autores estiman que el redactor pudo ser más bien su predecesor, Garmond de Picquigny, que la modificó eliminando doce artículos e introduciendo veinticuatro nuevos, entre los cuales se encontraba la referencia a vestir sólo el manto blanco entre los caballeros y un manto negro para los sargentos.

Después de recibir la regla básica, cinco de los nueve integrantes de la Orden viajaron —encabezados por Hugo de Payens— por Francia primero y por el resto de Europa después, recogiendo donaciones y alistando caballeros en sus filas. Se dirigieron primeramente a los lugares de los que provenían, con la seguridad de su aceptación y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo una cifra cercana a los trescientos caballeros, sin contar escuderos, hombres de armas o pajes.

Importante fue para la Orden la ayuda que en Europa les concedió el abad San Bernardo de Claraval que, debido a los parentescos y las cercanías con varios de los nueve primeros caballeros, se esforzó sobremanera en dar a conocer a la Orden gracias a sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un creyente convencido y hombre de gran carácter, cuya sapiencia e independencia eran admiradas en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede. Reformador de la Regla Benedictina, sus discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época, fueron muy conocidas.

Así pues, era de esperar que San Bernardo aconsejara a la Orden una regla rígida y que les hiciera aplicarse a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1128 en el Concilio de Troyes introduciendo numerosas enmiendas en el texto básico que redactó el patriarca de Jerusalén, Etienne de la Ferté. Y ayudó posteriormente de nuevo a Hugo de Payens redactando una serie de cartas en las que defendía a la Orden del Templo como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a unirse a ella.

Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros Templarios una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo —esto es, las limosnas que se entregaban en todas las Iglesias— una vez al año). Además, estas bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedía atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.

En 1167, o según ciertos estudiosos, en 1187, se redactaron los Estatutos Jerárquicos, especie de reglamento que desarrollaba artículos de la Regla y que regulaba aspectos necesarios que no habían sido tenidos en cuenta por la Regla Primitiva (como la jerarquía de la Orden, detallada relación de la vestimenta, vida conventual, militar y religiosa, o deberes y privilegios de los hermanos templarios, por ejemplo). Consta de más de seiscientos artículos, divididos en secciones.

Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, y, ya que su escaso número (nueve) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud, se instalaron en el desfiladero de Athlit protegiendo los pasos cerca de Cesarea. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas treinta o cincuenta personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.

Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple (en francés: pobres caballeros del templo). Hacia 1170, unos cincuenta años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Templo se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta expansión territorial contribuyó al enorme incremento de su riqueza, que pronto no tuvo igual en todos los reinos de Europa.

Tuvieron una destacada actuación en la segunda cruzada, protegiendo al rey Luís VII de Francia en las derrotas que éste sufrió a manos de los turcos. Hasta tres grandes Maestres Templarios cayeron presos en combate en 30 años: Bertrand de Blanchefort (1157), Eudes de Saint-Amand y Gerard de Ridefort (1187).
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Notapor Juanete » Mié Ago 24, 2011 3:28 am



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El principio del fin

Pero las derrotas ante Saladino les hicieron retroceder en Tierra Santa: así, en la batalla de los Cuernos de Hattin que tuvo lugar el 4 de julio de 1187 en Tierra Santa, al Oeste del Mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun), el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes templarios y hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Châtillon, se enfrentó a las tropas del sultán de Egipto, Saladino. Este les infligió una tremenda derrota, en la que cayó prisionero el Gran Maestre de los templarios (Gérard de Ridefort) y perecieron muchos de sus caballeros, aparte de las bajas hospitalarias, Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó de un manotazo con el Reino que había fundado Godofredo de Bouillón. Sin embargo, la presión de la Tercera Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de Saladino un acuerdo para convertir a Jerusalén en una especie de "ciudad libre" para el peregrinaje.

Después del desastre de Hattin, las cosas fueron de mal en peor, y en 1244 cayó definitivamente Jerusalén, recuperada dieciséis años antes por el Emperador Federico II por medio de pactos con el sultán al-Kamil, y los templarios se vieron obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares: los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.

Las posteriores cruzadas (esto es, la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que evidentemente se alistaron los templarios, o no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa o fueron episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada).

En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, y la lidera, pero no conduciéndola a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior, en el que el propio Luis IX cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.

En 1291 tuvo lugar la Caída de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, Guillaume de Beaujeu, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre, isla que antaño habían poseído tras comprarla a Ricardo Corazón de León, pero que hubieron de devolver al rey inglés ante la rebelión de los habitantes.

Esta convivencia de Templarios y soberanos de Chipre (de la familia Lusignan) fue incómoda, hasta el punto que el Temple participó en la revuelta palaciega que destronó a Enrique II de Chipre para entronizar a su hermano Amalarico II, hecho que permitió la supervivencia del Temple en la isla hasta varios años después de su disolución en el resto de la cristiandad (1310)

Tras su expulsión de Tierra Santa

Los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo hizo, pues tanto los Hospitalarios como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses a diferentes lugares. La isla de Arwad, perdida en septiembre de 1302 fue la última posesión de los templarios en Tierra Santa. Los jefes de la guarnición murieron (Barthélemy de Quincy, Hugo de Ampurias) o fueron capturados, como fray Dalmau de Rocabertí.

Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, una de las razones por las que al parecer Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.

Los templarios en la Corona de Aragón

La orden comienza su implantación en la zona oriental de la Península Ibérica en la década de 1130. En 1131, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III pide su entrada en la orden, y en 1134, el testamento de Alfonso I de Aragón les cede su reino a los templarios, junto a otras órdenes, como los hospitalarios o la del Santo Sepulcro. Este testamento sería revocado, y los nobles aragoneses, disconformes, entregaron la corona a Ramiro II, aunque hicieron numerosas concesiones, tanto de tierras como de derechos comerciales a las órdenes para que renunciaran. Este rey buscaba la unión con Barcelona de la que nacería la Corona de Aragón.

Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón pronto llegaría a un acuerdo con los templarios para que colaboraran en la Reconquista, la concordia de Gerona, en 1143, por la que recibieron los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolins y Corbins, junto con la Orden militar de Belchite de Lope Sanz, favoreciéndoles con donaciones de tierras, así como con derechos sobre las conquistas (un quinto de las tierras conquistadas, el diezmo eclesiástico, parte de las parias cobradas a los reinos taifas). También, según estas condiciones, cualquier paz o tregua tendría que ser consentida por los templarios, y no sólo por el rey.

Como en toda Europa, numerosas donaciones de padres que no podían dar un título nobiliario más que al hijo mayor, y buscaban cargos eclesiásticos, militares, cortesanos o en órdenes religiosas, enriquecieron a la orden.

En 1148, por su colaboración en las conquistas del sur del Patrimonio del Casal de Aragón, los templarios recibieron tierras en Tortosa (de la que tras comprar las partes del príncipe de Aragón y conde de Barcelona y los genoveses quedaron como señores) y de Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongaría hasta 1153, cayeron las últimas plazas de la región, recibiendo los templarios Miravet, en una importante situación en el Ebro.

Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio transpirenaico aragonés, los templarios se convirtieron en custodios del heredero a la corona en el castillo de Monzón. Este, Jaime I el Conquistador, contaría con apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de la ciudad).

Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro III de Aragón, permaneciendo a su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha contra los angevinos de Francia en Italia.

Finalmente los Templarios se asentarán en Aragón gracias a la absorción de la Orden del Santo Redentor, de Teruel, en 1196, que a su vez se había beneficiado de la disolución de la Orden de Monte Gaudio en 1188, fundada en Alfambra.

Los templarios en Castilla

Los templarios ayudaron a la repoblación de zonas conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en los que edificaban ermitas bajo la advocación de mártires cristianos, como es el caso de Hervás, población del Señorío de Béjar.

Ante la invasión almohade, los templarios lucharon en el ejército cristiano, venciendo junto a los reinos de Castilla (Alfonso VIII), Navarra (Sancho VII) y Aragón (Pedro II) en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), siendo el monarca leonés Alfonso IX, el único rey que no acude a la batalla.

En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se había levantado en armas, recibiendo en recompensa Jerez de los Caballeros, Fregenal de la Sierra, el castillo de Murcia y Caravaca.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Mié Ago 24, 2011 3:31 am



sector115.es
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El final de la Orden

El último Gran Maestre, fray Jacques de Molay se negó a aceptar el proyecto de fusión de las órdenes militares bajo un único rey soltero o viudo (Proyecto Rex Bellator, impulsado por el gran sabio Ramón Llull), a pesar de las presiones papales. El 6 de junio de 1306 fue llamado a Poitiers por el Papa Clemente V para un último intento, tras cuyo fracaso, el destino de la Orden quedó sellado. Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido, entre otras cosas, por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la Séptima Cruzada, y su deseo de un Estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que, entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció (o más bien, intimidó) al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).

En esta labor contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII, con lo que el Sumo Pontífice había muerto de humillación al cabo de un mes; del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro de la Orden y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea transferido a la Orden de los Hospitalarios.

Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.

Parece ser que Esquieu le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la Orden. Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"..., así que Esquieu se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pie para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.

Felipe despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de no ser abiertos hasta un día concreto, el anterior al viernes 13 de octubre de 1307, en lo que se podría decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia. En esos pliegos se ordenaba la detención de todos los templarios y el requisamiento de sus bienes.

De esta manera, en Francia, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y ciento cuarenta templarios fueron encarcelados y seguidamente sometidos a torturas, método por el cual consiguieron que la mayoría de los acusados se declararan culpables de los cargos, inventados o no. Cierto es que algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.

Por otra parte, esta misma misiva también arribó a varios reinos europeos incluyendo el Reino de Hungría, donde el recientemente coronado Carlos I Roberto de Hungría, ordenó la detención inmediata de los caballeros templarios. Las razones reales por las cuales Carlos Roberto accedió a obrar contra los Templarios son desconocidas hasta la actualidad, sin embargo pudo haber influido el hecho de que Carlos Roberto y Felipe IV eran parientes lejanos y se criaron juntos en la infancia. El rey húngaro, entonces, les prometió misericordia, pero los caballeros respondieron exigiendo un documento que certificase dicho ofrecimiento. Esto produjo la ira de Carlos Roberto y de inmediato envió sus tropas para que iniciasen el asedio de la fortaleza de Léka, una de las sedes principales de los templarios, donde muchos terminaron masacrados, y otros escaparon.

Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos, pues los templarios habían de ser juzgados con respecto al Derecho Canónico y no por la justicia ordinaria. Esta intervención del poder temporal en la esfera de personas que estaban aforadas y sometidas por ello a la jurisdicción papal, no sólo produjo de Clemente V una enérgica protesta, sino que el Pontífice anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la acusación había sido admitida y permanecería como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes.

Felipe el Hermoso sacó ventaja del "desenmascaramiento", y se hizo otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», y, en los Estados Generales convocados en Tours supo poner a la opinión pública en contra de los supuestos crímenes de los templarios. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la Orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.

La comisión papal asignada al examen de la causa de la Orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la Orden fue efectuada deficientemente,[cita requerida] no se pudo probar que ésta, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la Orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).

El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la Catedral Notre Dame de París fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, Molay recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su destino, y fue quemado junto a Geoffroy de Charnay atados a una estaca frente a las puertas de Notre Dame en l'Ille de France el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.

Quema de templarios en Francia.En los otros países europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la disolución de la Orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los Hospitalarios: en la Península Ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que tomaron el relevo a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, la Montesa (en Aragón), la Calatrava o la Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como "Militia Christi" o Caballeros de Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo, el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.

Actualmente se encuentra en los archivos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios. Aun cuando este documento tiene una gran importancia histórica, pues demuestra la vacilación del Papa, nunca fue oficial y aparece fechado con anterioridad a las Bulas Vox in excelso, Ad providam y Considerantes, donde se procedió a la disolución de la Orden y la distribución de sus bienes. Así, según el texto de Vox in excelso: "Nos suprimimos (...) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión". En concreto, el Manuscrito de Chinon está fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas (agosto de 1308), el Papa emite la Bula Facians Misericordiam, donde confirma la devolución de la jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula Regnans in coelis, por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero "borrador" de gran importancia histórica, pero escasa importancia jurídica.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Mié Ago 24, 2011 3:39 am


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Templarios en la actualidad

Debido al misterio con que se ha adornado siempre la historia de la Orden del Temple, después de su disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores de la misma.

A principios de 1981, la Santa Sede se tomó el trabajo de confeccionar una lista de organizaciones que se declaraban sucesoras de los templarios y encontró más de cuatrocientas.

Cierto que la inmensa mayoría de ellas no son sino grupos de pantalla para cubrir otros fines, con prácticas que bordean el límite de lo lícito, y, algunas otras, con un claro comportamiento sectario (como la famosa secta Orden del Templo Solar). Incluso existen organizaciones delictivas.

Algunas asociaciones de esta lista, sin embargo, dedican su trabajo a fines altruistas (los Caballeros de la Alianza Templaria, contra la droga, por ejemplo) o a fines menos prácticos pero inocuos (la Orden de los Caballeros del Temple y de la Virgen María y su dedicación a la alquimia) o algunas "Hermandades o Maestrazgos", que en definitiva no son de linaje templario, sino más bien proyectos personales...

Algunas corrientes masónicas también dicen descender de los templarios, como el Rito Masónico Templario y la Estricta Observancia Templaria del Barón d'Hund, y algunos ritos masónicos tienen grados relacionados con los templarios. De hecho, Andrew Mitchell Ramsay, considerado el padre de la masonería escocesa como la conocemos hoy en día, en su "Discurso" afirmaría sin ambages que los cruzados habían fundado la masonería en Tierra Santa, y que dicha masonería no era sino la Orden del Temple. Así, la famosa Capilla Rosslyn sería atribuida sin fundamento a los templarios, dando inicio a leyendas en las que se dice que escondieron en su ornamentación las claves de su supuesto saber hermético y del lugar de su tesoro. También se crea de esta manera una inconexa e indocumentada relación con la masonería.

Pero ninguna de las organizaciones existentes hoy en día puede probar, en manera alguna, su efectiva y legal descendencia de la Orden fundada por Hugo de Payens y sus Pobres Caballeros de Cristo.

Para terminar, fue el inmortal Dante en su magna obra La Divina Comedia, en el «Libro del Paraíso», Capítulo XXX, versos 127-129, el que dio la última noticia real de los Templarios:

"Como al que quiere hablar y no halla acento me llevó Beatriz y dijo: Mira de estolas blancas este gran convento"

Templarios notables. Los Nueve Fundadores

  • Hugo de Payens
  • Godofredo de Saint-Omer
  • Godofredo de Bisol
  • Payen de Montdidier
  • André de Montbard
  • Arcimbaldo de Saint-Amand
  • Hugo Rigaud
  • Gondemaro
  • Rolando

Grandes maestres de la Orden

  • Hugo de Payens (1118-1136)
  • Robert de Craon (1136-1146)
  • Evrard des Barrès (1147-1151)
  • Bernard de Tremelay (1151-1153)
  • André de Montbard (1154-1156)
  • Bertrand de Blanchefort (1156-1169)
  • Philippe de Milly (1169-1171)
  • Eudes de Saint-Amand (1171-1179)
  • Arnaud de Torroja (1180-1184)
  • Gérard de Ridefort (1185-1189)
  • Robert de Sablé (1191-1193)
  • Gilbert Hérail (1193-1200)
  • Phillipe de Plaissis (1201-1208)
  • Guillaume de Chartres (1209-1219)
  • Pedro de Montaigú (1219-1230)
  • Armand de Périgord (1232-1244)
  • Richard de Bures (1245-1247)
  • Guillaume de Sonnac (1247-1250)
  • Renaud de Vichiers (1250-1256)
  • Thomas Bérard (1256-1273)
  • Guillaume de Beaujeu (1273-1291)
  • Thibaud Gaudin (1291-1292)
  • Jacques de Molay (1292-1314)

Templarios en la literatura

Posiblemente la novela histórica romántica de Enrique Gil y Carrasco titulada El señor de Bembibre es la que mejor recoge los usos y costumbres y la historia de los templarios en El Bierzo.

Uno de los personajes del libro El péndulo de Foucault de Umberto Eco, llamado Casaubon, prepara su tesis doctoral sobre los templarios.

Iacobus de Matilde Asensi. La trilogía El legado del Templario de Jan Guillou también refleja una situación probable de los templarios en tierra santa.

En la novela "La Hermandad de la Sábana Santa" de Julia Navarro puede leerse sobre los últimos tiempos de los Templarios.

"El Último Templario" de Edward Burman.

"El Templario" de Paul Doherty


También se habla de ellos en las novelas "El código Da Vinci" de Dan Brown, "El enigma sagrado" y "La lápida templaria", del novelista Nicholas Wilcox (seudónimo del escritor español Juan Eslava Galán).
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Mar Ago 30, 2011 6:54 pm


Acceso al cuerpo de policía autonómica del País Vasco

nola2hurtu.eus
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Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén

Es una orden de caballería católica que tiene sus orígenes en Godofredo de Bouillón, principal líder de la Primera Cruzada. Según las opiniones más autorizadas, tanto vaticanas como hierosolimitanas, comenzó como una confraternidad mixta clerical y laica de peregrinos que gradualmente creció alrededor de los Santos Lugares de la cristiandad en el Oriente Medio: el Santo Sepulcro, la tumba de Jesucristo. Su divisa es Deus lo vult (Dios lo quiere).

Creada en 1098, tras la victoriosa primera cruzada, por Godofredo de Bouillón, duque de la Baja Lorena y Protector del Santo Sepulcro.

Su objetivo fue primordialmente proteger el Santo Sepulcro de los infieles con la ayuda de 50 esforzados caballeros. Balduino I de Jerusalén (hermano de Godofredo) fue quien la dotó oficialmente de su primer reglamento a imitación del Temple y el Hospital. Entre sus hechos más gloriosos, la Orden del Santo Sepulcro luchó valerosamente junto al rey Balduino I de Jerusalén en 1123, participó en el asedio de Tiro en 1124, de Damasco durante la Segunda Cruzada (en 1148) y de San Juan de Acre en 1180.

Tras la toma de la ciudad santa de Jerusalén por parte de los musulmanes de Saladino en 1187, se trasladó a Europa y se extendió por países como Polonia, Francia, Alemania y Flandes. Se dedicó a partir de entonces al rescate de cautivos cristianos de manos musulmanas. También en España obtuvo un afamado protagonismo al intervenir en numerosas batallas de la Reconquista contra los invasores musulmanes.

Los componentes de la Orden han sido siempre distinguidos miembros de la nobleza europea. En 1489, el Papa Inocencio VIII incorporó la Orden a la de los hospitalarios, aunque en algunos lugares (como España) conservó su autonomía para convertirse en una entidad honorífica y dedicada a las obras de caridad, con un régimen especial dentro de la Iglesia Católica. En 1847 el Papa Pío IX le confirió unos nuevos estatutos. Actualmente subsiste dedicada a la caridad y conservando (como la Orden de Malta o la Orden Teutónica) un peso honorífico y particular dentro de la Iglesia Católica.
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Re: Órdenes militares españolas

Notapor Juanete » Mar Ago 30, 2011 6:58 pm


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Historia. Fase canonical

Esta primera fase antecede a la formación de la propia Orden y que se inicia tras la devoción por los Santos Lugares de Santa Elena, madre del emperador Constantino “El Magno”, instaurador del Cristianismo en el Imperio Romano en el año 313, quien llevada por su devoción al Santo Sepulcro viajó a Jerusalén en busca de su ubicación, que le sería descubierta por un piadoso judío llamado Quirino.

A fin de honrarlo mandó se levantara un templo suntuoso, en honor de la Gloriosa Resurrección de Jesucristo, construido alrededor de la piedra del Gólgota y del sepulcro de Cristo. Seguidamente estableció allí un cabildo de Canónigos, llamados así por el “canon” o regla por el que Santa Elena había organizado la subsistencia y deberes de aquellos religiosos. Éstos estaban ayudados por varios hermanos seglares para la custodia y conservación del Santo Sepulcro, a los que dio por insignia una cruz formada por las cinco cruces rojas en recuerdo de las cinco llagas de Nuestro Señor.

La separación de las Iglesias les convertiría en cismáticos y la ocupación por los musulmanes de los Santos Lugares en el año 638 les reduciría a una penosa subsistencia, pero lograron de una forma u otra sobrevivir hasta la conquista de Jerusalén por los Cruzados en el año 1099, tras la que Godofredo de Bouillón los expulsó por cismáticos y substituyó por Canónicos Latinos, fieles a Roma. Pero no conformándose con un simple cambio de canónicos, siguiendo el espíritu guerrero de la época les añadió un grupo de caballeros que pasaron a constituir así una Orden de Caballería, religiosa y militar, pues no sólo con plegarias se protegía el tempo del Santo Sepulcro, y a la vez chocaba con los cánones religiosos el que los clérigos empuñaran las armas, convirtiéndose en unos sacristanes armados. Aunque fuera justa y lícita la guerra contra los infieles que habían ocupado Tierra Santa, se prohibía absolutamente a los clérigos, bajo pena de excomunión, matar a otro hombre con las armas, siquiera fuera un musulmán y en legítima defensa.

Fase heroica

Transcurre en Tierra Santa entre los años 1099 y 1247, encargándose los Caballeros Sepulcristas de proteger el Santo Sepulcro y ayudar militarmente a los reyes de Jerusalén, de quienes dependían directamente, pues en ellos recaía el Maestrazgo de la Orden, si bien lo tenían delegado en el Gran Prior Sepulcrista.

La intención de formar una Orden de Caballería parece ser que la adoptó Godofredo de Bouillon tras la batalla de Antioquía en 1098, en la que al proponérsele que - siguiendo la tradición - armara caballeros sobre el campo de batalla a varios escuderos que se habían distinguido por su arrojo en la misma, prometió a Gontier de l’Aire que esperara, pues le investiría Caballero cuando hubieran conquistado el Sepulcro del Señor.

Según el Conde Alphonse Couret, tras la conquista de Jerusalén por los cruzados en el año 1099, es cuando nace espontáneamente la Orden del Santo Sepulcro, impulsada por la devoción de los cruzados al Santo Sepulcro.

Sería el propio Godofredo de Bouillon quien, tras ser aceptado por todos como Protector de Jerusalén, se encargó de organizar la asistencia religiosa del Santo Sepulcro, encomendándolo a veinte canónigos del clero regular que deberían entonar perpetuamente los oficios divinos y celebrar los Santos Misterios.

Mas no bastaba con substituir unos canónigos por otros, ya que estos pacíficos monjes, cuya vida transcurría entre oraciones y ayunos, eran incapaces de defender de profanaciones el Santo Sepulcro y proteger a los desvalidos que lo visitaban en peregrinación. Las murallas de Jerusalén no eran amparo suficiente, máxime que los Reyes de Jerusalén permanecían en campaña casi siempre, apartados de la capital y sin dejar casi nunca guarnición, por lo que la ciudad quedaba al cuidado de sus habitantes. Era preciso suplir la insuficiencia de los ejércitos cristianos, y para ello era necesario establecer una milicia permanente formada por caballeros escogidos que protegiera Jerusalén, en especial el Santo Sepulcro.

Según el cronista francés André Tavin, la Orden de Caballería del Santo Sepulcro es la primera y más antigua de todas las órdenes de caballería creadas en Tierra Santa. Sus fratres, canónigos y caballeros se distinguieron ya como guardia noble que velaba y protegía el Santo Sepulcro, atrayendo a numerosos príncipes y señores que peregrinaron a Jerusalén y obteniendo el reconocimiento de Reyes y Pontífices cuando no existían aún los Templarios, salidos de sus filas, y los Hospitalarios y Lazaristas no eran más que simples hermanos enfermeros que no salían de sus hospitales y lazaretos; es por ello que la Orden del Santo Sepulcro recibió la primacía en todos los actos religiosos y oficiales sobre las demás Órdenes que goza todavía hoy en día.

Si bien durante unos años se interrumpieron todos los cruzamientos, en el año 1238 un grupo de franciscanos fue admitido en Jerusalén por el Califa y las peregrinaciones pudieron reiniciarse, aunque por pequeños grupos de cristianos desarmados que habían de pagar un peaje para poder entrar. Ello permitía que los cruzamientos ante el Santo Sepulcro volvieran a reanudarse, aunque ya sin la solemnidad de antaño, sino en silencio y en la intimidad de quien se sabe en una ciudad controlada por los infieles, por lo que había que evitar llamar innecesariamente su atención, aprovechando así la tregua con los sarracenos. Tras ello deberán abandonar la Jerusalén ocupada y regresar a sus lugares de origen en Europa, surgiendo así los llamados Caballeros Peregrinos. Tenemos testimonios de peregrinos cristianos llegados a Jerusalén, bajo la tolerancia de los gobernantes islámicos, y que una vez allí se cruzaban caballeros del Santo Sepulcro, surgiendo así los llamados Caballeros Peregrinos.

Desde 1238 a 1496 tenemos numerosos ejemplos de caballeros Sepulcristas armados ante el Santo Sepulcro, pertenecientes a las más ilustres familias europeas. En 1279 tenemos a Jean de Heusden, noble flamenco; en 1309 a Gossin Cabilau, noble flamenco; en 1244 Godefroid de Dive, noble francés; en 1295 el Conde Jean X d’Arkel, tataranieto de Jean V d’Arkel, armado caballero en 1176; en 1325 Roberto de Namur, siguiendo una larga lista de caballeros, condes y príncipes, procedentes de todas las partes del mundo cristiano, que son armados caballeros Sepulcristas ante el sepulcro de Cristo, recibiendo así la más preciada recompensa a su atrevido viaje y a los muchos peligros y privaciones sufridas en el mismo al recibir la más alta muestra de honor que un caballero cristiano podía esperar.

Fase Peregrina

Se inicia así una tercera fase que transcurre ya en Europa, entre los años 1247 y 1847, caracterizada por la fragmentación de la Orden en seis grandes Prioratos: Capua (Italia), Calatayud y Toro (España), Orleans (Francia), Miechow (Polonia) y Warwick (Inglaterra), hasta que a consecuencia de la Bula de Inocencio VIII de 1489 y el cisma inglés de Enrique VIII se redujeron a tres: Calatayud (España), Orleans (Francia) y Miechow (Polonia).

En el año 1484, el Papa Inocencio VIII, ilusionado con la idea de preparar una gran cruzada contra el Islam, dirigida por D’Abbuson, Gran Maestre de la Orden de San Juan, decidió contribuir a la misma incorporando a los Sepulcristas y Lazaristas con todos sus bienes a la Orden de San Juan de Rodas, a fin de resarcir a ésta de los fuertes quebrantos que había sufrido durante el asedio otomano, lo que realizó mediante su Bula “Cum solerti meditatione”, de fecha 28 de marzo de 1489, lo que provocaría la protesta de los reyes de España, Francia y Polonia que resolvieron no obedecer dicha Bula, y que sólo resultó obedecida en los Estados Pontificios.

A instancias del rey Fernando II “El Católico”, el Papa León X por Bula de 29 de octubre de 1513 separó a los Sepulcristas hispanos de la unión con Rodas que Inocencio VIII había hecho de esta orden, mientras que en Francia la citada Bula fue declarada abusiva y contraria a las leyes del reino por decreto del parlamento de París de 16 de febrero de 1547.

Este estado de cosas duraría pocos años, pues el Papa Alejandro VI en 1496, a instancias del emperador Maximiliano I y de los Reyes de España y Francia, considerando que los Caballeros de Malta hacían un voto solemne de castidad que no hacían los caballeros del Santo Sepulcro, anuló dicha Bula y anexionó los Caballeros Sepulcristas a la Santa Sede, ratificando así su doble carácter de Orden ecuestre y pontificia.

El pontífice se declaró él mismo y sus sucesores Gran Maestre de ella, y dio facultad al Guardián del Santo Sepulcro, como Vicario Apostólico en Tierra Santa que era, para conferir la Orden a los peregrinos de Tierra Santa que diesen una ofrenda al efecto y jurasen que eran de noble linaje; se lograba así la supervivencia de la Orden, aunque no fue posible lograr que sus antiguos bienes fueran devueltos por los hospitalarios en aquellos territorios en que los habían usurpado, como Castilla, Portugal e Italia.

En esta fase se observa que la Orden conserva un estricto espíritu nobiliario y su control es disputado por la Santa Sede y por los reyes de las dos monarquías europeas más importantes, España y Francia, que quieren ejercer su maestrazgo. Hasta que en el año 1746 la Santa Sede decide la polémica atribuyéndose en exclusiva el control de la Orden de Caballeros del Santísimo Sepulcro de Jerusalén por Breve de Benedicto XIV.

Fase Protectora

Nos encontramos actualmente en la cuarta fase, que se inició en el año 1847 y llega hasta nuestros días. En dicha fecha se produjo la firma del Concordato entre la Santa Sede y el Sultán otomano que dominaba Tierra Santa, permitiéndose así la Restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén, e inmediatamente se vuelve a tratar de la Orden de Caballeros del Santo Sepulcro, reconociendo sus privilegios y todo lo anteriormente regulado por la Iglesia sobre ella.

La Santa Sede procedió a restaurar la Orden de Caballería del Santo Sepulcro, a la que reconoce “una gran antigüedad” y sigue diciendo el Papa que “le consta por documentos fidedignos” que desde el siglo XV el Padre Guardián del Santo Sepulcro, residente en Jerusalén, admitía ya por concesión apostólica como Caballeros a varones beneméritos en esta Orden de Caballería del Santo Sepulcro y se le ratifica para que pueda seguir ejerciendo dicho privilegio.

Debemos destacar los citados Breves Pontificios, pues en ellos el Papa Pío IX se refiere siempre a la antigua Orden de Caballeros, a los que años tarde se incorporarían también las Damascaballeros, al autorizarse su ingreso en la Orden, según había habido también damas en los primeros tiempos de la Orden.
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