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La Música Militar es una manifestación artística que acompaña a los Ejércitos desde la Antigüedad, que ha evolucionado y se ha desarrollado. Se trata de una actividad que ha llegado hasta nuestros días dejando un amplio testimonio documental que revela su importancia. A lo largo del tiempo, nuestros Ejércitos no se han limitado a marchar y cantar acompañados de piezas musicales, sino que éstas han sido producidas e interpretadas por profesionales de las Fuerzas Armadas.
En la actualidad el patrimonio histórico que representa la música militar es de enorme interés y permite conocer la realidad y la historia de los Ejércitos. Este patrimonio musical constituye un fondo de gran importancia cultural que está depositado en diferentes centros dependientes del Ministerio de Defensa y se va incrementado con la actividad profesional musical de las Fuerzas Armadas en la actualidad.
Hoy día existen 26 agrupaciones o Unidades de Música cuyos integrantes pertenecen al Cuerpo de Músicas Militares, incluido dentro de los Cuerpos Comunes de las Fuerzas Armadas. Su labor profesional se refleja en la celebración de conciertos, en la grabación de discos y en su participación en diversos actos castrenses.
La Escuela de Músicas Militares es un centro docente donde se imparten enseñanzas de formación y perfeccionamiento a los miembros del Cuerpo de Músicas Militares.
El Cuerpo de Músicas Militares se crea dentro de los Cuerpos Comunes por la Ley en 1989. Este hecho supuso la necesidad de que los músicos militares obtuvieran una formación específica en un centro docente de las Fuerzas Armadas.
Surge así la primitiva Unidad de Enseñanza de Música Militar y actualmente integrada en el Grupo de Escuelas de la Defensa.
Durante más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las "actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de Roma y que fue educada en el, cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel." Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?" Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.