Los Tercios Españoles

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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Vie Oct 14, 2011 10:18 am



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Allí España se veía rodeada y amenazada de enemigos por todos lados, en tierra hostil, donde cada vez se hacía mas difícil establecer rutas para el suministro y abastecimiento de las tropas que allí estaban acantonadas, o bien para los nuevos refuerzos que se solicitaban, de ahí el dicho “poner una pica en Flandes”, dando a entender un hecho que conlleva bastante dificultad para llevarse acabo, en alusión al grave problema que ocasionó a España durante el siglo XVII la recluta y formación de buenos soldados y el poder enviarlos en rutas seguras hasta tierras de los Países Bajos.

La grandeza y efectividad de los Tercios fue decreciendo con el paso del tiempo y con la llegada a la corona española de reyes ineptos y despreocupados de las tropas que tantos títulos, súbditos y tierras les habían otorgado. Atrás quedaron reyes vinculados a sus hombres de armas como fueron el gran Carlos V y su hijo y sucesor Felipe II, que sin tener el carisma de su padre, fue un monarca de buen hacer. Con la llegada al trono de reyes como Felipe III y Felipe IV, despreocupados de los problemas que acuciaban al Imperio y a las tropas españolas que lo sostenían, establecidas en la interminable y desmoralizante guerra de Flandes, crearon un descuido imperdonable en los ejércitos españoles, que yacían mal vestidos y alimentados, descuidados, y en las ocasiones en que permanecían ociosos se dedicaban al saqueo y al pillaje, provocando motines, en muchas ocasiones producidos por la falta o retraso en las pagas, la escasez de alimentos y las duras condiciones de vida, conocido es el tremendo castigo y terror que producía en las poblaciones la llamada “furia española”, como ocurrió por ejemplo en el saqueo de Amberes en 1576.

Este horror y odio que sembraban los soldados españoles fue en detrimento de España que veía como la causa protestante en los Países Bajos se hacía cada vez mas enconada y conseguía mas afectos.

Todas estas desavenencias unidas al estancamiento en las tácticas militares y el avance que sus enemigos habían llevado acabo en el campo militar, provocaron la decadencia paulatina de los Tercios españoles, que fueron dejados a su suerte por unos monarcas despreocupados de sus responsabilidades y que dejaron en manos de validos como en el caso del Duque de Lerma, que bien solo se preocuparon de desangrar aún mas las arcas del Estado para su propio beneficio, y que sin estar capacitado lo mas mínimo para una empresa tan difícil y necesaria como requería España, se comportó mas como enemigo de la Nación que como un soberano del Imperio. En otros casos hubo gobernantes como el Conde-Duque de Olivares que a pesar de tener buenas intenciones en sus actos y de intentar por todos los medios mantener los territorios españoles, las continuas guerras a las que el Imperio estaba sometido, la quiebra económica producida por los enormes gastos de la corona y los continuos levantamientos ya vinieran de fuera o dentro de nuestras fronteras provocaron el descalabro del Imperio español en Europa y su supremacía del Continente en detrimento de Francia.

Siempre se ha hecho creer que la batalla de Rocroi acontecida en Mayo de 1643, frente a los ejércitos franceses, fue la sepultura de los Tercios españoles, pero su ocaso fue paulatino y progresivo y no podemos establecerlo de repente en esa fecha fatídica para las armas españolas y en las que el desenlace de la batalla estuvo muy cerca de ser una victoria para los ejércitos imperiales.

Atrás quedan tiempos de gloria y tiempos de ocaso para nuestros Tercios, que grabaron con el filo de sus picas y espadas y el tronar de sus arcabuces y mosquetes la furia española, la bravura de los hombres de Castilla, de Aragón y de tierras vascongadas, esos gritos de: Santiago! y Cierra España! que aún retumban por tierras de Europa, de África o América donde los infantes españoles lucharon y quedaron imperecederos ante el paso del tiempo, junto a las antiguas legiones de Roma, como los mejores infantes que los campos de batalla han conocido.


España mi natura,
Italia mi ventura,
Flandes mi sepultura.


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Re: Los Tercios Españoles

Notapor TALOS » Vie Oct 14, 2011 11:10 am



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Muchas gracias Juanete. Me suscribo a este hilo, ya que me apasiona el tema.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Vie Oct 14, 2011 11:14 am


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Gracias a ti Talos. Todavía queda mucho que contar. Es fascinante la historia de los Viejos Tercios.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Vie Oct 21, 2011 3:16 pm


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La caballería española de los tercios

La caballería en estos siglos de revolución militar que son el XVI y el XVII, vive una transformación muy importante, debido, principalmente, al desarrollo de las armas de fuego.

La siguiente clasificación de las distintas ramas de este arma en el periodo pretende ser cronológica, tanto en origen, culmen como en declive. Acerca de cada una de ellas realizaremos un detalle describiendo su equipamiento, su modo de combate, sus virtudes y defectos...

Jinetes

El jinete español, que montaba y luchaba a la morisca, se desarrolla como respuesta precisamente a la manera de combatir árabe, en caballos ágiles y armados ligeramente, luchando a "picar" antes que a chocar. En el siglo XVI abandonan definitivamente la adarga [escudo en forma de corazón] pero no se les ve fuera de la península avanzado el siglo, sino es en Berbería o las Indias.

Montan en sillas jinetas [con bridas cortas] y usan lanzas jinetas [asta maciza de sección continua] y siguen el principio de "más vale maña que fuerza", aprendiendo a manejar la lanza a lomos de caballo haciendo blanco en pequeños objetivos - el anillo - en juegos donde lucen sus habilidades.
Esta escuela tuvo una mínima repercusión en los conflictos en Europa, y en España quedó básicamente reservada como arte ecuestre para divertimento de jinetes y espectadores.

Hombres de armas

También llamados gente de armas, se trataba de una caballería de tipo medieval, cuya plenitud tuvo lugar en el siglo XV. Fuertemente armados de los pies a la cabeza, y protegido igualmente el caballo con testeras y bardas, empleaban la gruesa lanza al choque.

Las Guardas de Castilla son su exponente peninsular. Transcurrida la primera mitad del XVI, no veremos movilizada caballería pesada española fuera de la península.

Caballos ligeros

También conocidos como celadas, y referidos simplemente como lanzas con el declinar de la caballería pesada, se trata de una tipología de caballería similar a la precedente, pero que empleaba caballos de menor envergadura, y que no iba tan fuertemente armada, careciendo de protecciones sus monturas, pero jugando la baza del choque al galope empleando sus lanzas para romper a los jinetes contrarios. De los caballos ligeros nos hemos ocupado por extenso en el artículo correspondiente.

En la imagen, una lámina de un manual de caballería escrito por el caballero italiano Ludovico Melzo, y publicado en Amberes en 1611. Podemos ver el aligeramiento en la armadura del soldado [prescindiendo de protección de cintura para abajo] así como la ausencia de protección del caballo.

Arcabuceros a caballo

El arcabucero a caballo es un soldado mixto: puede luchar tanto a pie como a caballo. Empleando el arcabuz [o la carabina] consigue abrir brecha en los escuadrones de caballería enemiga. No el más poderoso, pero sí el más polivalente. En la entrada correspondiente nos ocupamos por extenso de la materia.

Corazas

Posteriormente al periodo que nos ocupa denominados coraceros, los caballos corazas era unos soldados que combatían con pistola y espada, fuertemente armados con una coraza tres cuartos, similar a la empleada por los caballos ligeros. De ellos nos ocuparemos por extenso en un artículo a propósito. Aunque denostados por algunos militares españoles de finales del XVI, fueron el pilar de la caballería en la segunda mitad del siglo siguiente.

En una representación pictórica de la colección Vinkhuizen de la NYPL, dos corazas abriendo fuego contra un enemigo más imaginario que ellos.

Dragones

Tan siquiera merecedores del distintivo de caballería por la orgánica española de la época, estos "mosqueteros a caballo" eran infantes montados, que se desplazaban sobre sus animales, pero que combatían fundamentalmente a pie. Suponen una evolución de los arcabuceros a caballo, que frecuentemente desmontaban para combatir.

Equipados con las peores monturas, los dragones debían desmontar para emplear sus mosquetes, como este dragón idealizado de la misma colección antes señalada.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor TALOS » Lun Oct 24, 2011 6:40 pm


Acceso al cuerpo de policía autonómica del País Vasco

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EL PERRO DE ROCROI

La vida concede ciertos privilegios, y tener algunos amigos leales, sólidos como rocas, es uno de los míos. Entre ellos se cuenta el mejor de los pintores de batallas españoles vivos: se llama Augusto Ferrer-Dalmau, y llegué a su amistad por el camino más corto: la admiración que siento por su obra. Un día fui a una exposición suya y se lo dije. Le hablé de cómo, en mi opinión, su pintura continúa y renueva una tradición clásica que en España, con breves excepciones, tuvo escasa fortuna. Pocos de nuestros pintores se ocuparon de un género que en Francia tuvo a Meissonier y a Detaille, y en Inglaterra a Caton Woodville. Por ejemplo.

Ahora Ferrer-Dalmau ha terminado un cuadro espléndido, que estos días puede admirarse en una exposición que sobre su obra y la de su paisano Cusachs se celebra en el venerable edificio de Capitanía de Madrid, esquina de Mayor con Bailén. Se llama `Rocroi. El último tercio´, y narra -pintar con talento es una forma de narrar tan eficaz como otra cualquiera- la situación en el campo de batalla de Rocroi hacia las diez de la mañana del 19 de mayo de 1643, cuando los veteranos de la destrozada infantería española, formando el último cuadro, esperaban impasibles el ataque final de la artillería y la caballería francesas. Último ataque, éste, que no llegó a producirse. Admirado el duque de Enghien por la resistencia de los españoles -murallas humanas, los llamaría Bossuet- permitió a los supervivientes capitular con todos los honores, en los términos que se concedían a las guarniciones de plazas fuertes.

El cuadro de Rocroi tiene para mí un sentido especial, pues nació de una conversación con el pintor mientras despachábamos un cordero con cuscús en un restaurante de Madrid. Un lienzo crepuscular, fue la idea, que reflejase la soledad y el ocaso, la derrota orgullosa, el impávido final simbólico de la fiel infantería que durante dos siglos, desde los Reyes Católicos a Felipe IV, hizo temblar a Europa. El retrato riguroso de aquellos soldados empujados por el hambre, la ambición o la aventura, que acuchillaron el mundo caminando tras las viejas banderas, desde las junglas americanas a las orillas lejanas del Mediterráneo, de las costas de Irlanda e Inglaterra a los diques de Flandes y las llanuras de Europa central: hombres brutales, crueles, arrogantes, amotinadizos y broncos, sólo disciplinados bajo el fuego, que todo lo soportaban en cualquier degüello o asedio, pero que a nadie -ni siquiera a su rey- toleraban que les alzase la voz.

Mete un perro en el cuadro, sugerí más tarde, cuando el artista me mostró los primeros bocetos: uno que, como sus amos, se mantenga erguido esperando el final. Un chucho español flaco, pulgoso, bastardo, que siguió a los soldados por los campos de batalla y que ahora, acogido también al último cuadro, abandonado por su patria y sin otro amparo que sus colmillos, sus redaños y los viejos camaradas, espera resignado el final. Y píntalo tan desafiante y cansado como ellos.

A Ferrer-Dalmau le gustó la idea. Y ahora he visto el cuadro acabado, y el perro está ahí, en el centro, entre un veterano de barba gris y un joven tambor de trece o catorce años que el artista ha pintado rubio porque, naturalmente, es hijo de madre holandesa y de medio tercio. En el lienzo no figura el nombre del perro; pero Ferrer-Dalmau y yo sabemos que se llama Canelo y es un cruce de podenco y galgo español de hocico largo y melancólico, firme sobre sus cuatro patas, arrimado a sus amos mientras mira las formaciones enemigas que se acercan entre el humo de la pólvora, dispuestas al ataque final. Vuelto a los franceses como diciéndose a sí mismo: hasta aquí hemos llegado, colega. Es hora de vender caro, a ladridos y dentelladas, el zurcido pellejo.El cuadro es soberbio, como digo. O me lo parece.

Retrata a la pobre y dura España de toda la vida: el soldado ciego con una espada en la mano, al que un compañero mantiene de pie y vuelto hacia el enemigo; los que rematan sañudos a los franceses moribundos; el tranquilo arcabucero que sopla la mecha para el último disparo; el desordenado palilleo de picas que eriza la formación, tan diferente a las victoriosas lanzas que pintó Velázquez. Y sobre todo, la expresión de los soldados que miran al enemigo-espectador con rencor asesino. Acércate, parecen decir. Si tienes huevos. Ven a que te raje, ****contraviene las normas del foro ****, mientras nos vamos juntos al infierno. Realmente da miedo acercarse a esos hombres; y uno entiende que les ofrecieran rendirse con honor antes que pagar el precio por exterminarlos uno a uno. Son tan auténticos como el buen Canelo: españoles desesperados, tirados como perros, olvidados de Dios y de su rey. Y pese a todo, arrogantes hasta el final, fieles a su reputación, temibles hasta en la derrota. Peligrosos y homicidas como la madre que nos parió.

Arturo Perez-Reverte


XLSemanal, 23 de Octubre de 2011



Cuadro: "ROCROI, EL ÚLTIMO TERCIO".

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Autor: Ferrer-Dalmau
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Mar Nov 01, 2011 12:54 pm


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La creación de la pistola de rueda en la década de 1520 posibilitó la aplicación de este arma de fuego [de escasa potencia pero fácil de manejar] en el arma de caballería. Parece ser su primera aplicación como arma de complemento para los soldados armados con lanza, pero - según fuentes contemporáneas de la época: Diego Núñez Alba - el nacimiento de la caballería cuya principal arma era la pistola - un par, tres y hasta cuatro - pudo tener lugar en el país de Gueldres a primeros de la década de 1540 [1], pero su desarrollo lo vemos mayormente en Alemania.

Durante un largo periodo denostado este tipo de soldado por considerarlo ineficiente, no formó parte de la orgánica española hasta finales del XVI, principios del XVII, aunque participando en los ejércitos del rey tropas de esa tipología con carácter mercenario, como los reiters [también conocidos como herreruelos] de nación alemana reclutados intermitentemente en Flandes ["contratos" de seis meses de duración: lo que había de durar la campaña a realizar en los meses de verano].

Durante el XVII, sin embargo, vemos un florecimiento de este arma también en los ejércitos habsbúrguicos.

Equipamiento

El arma principal del coraza, como decíamos, es un arma de fuego corta que se empleaba con una sola mano, inicialmente con llave de rueda y posteriormente con llave de chispa [aunque conviviendo ambos tipos durante varias décadas] que según la longitud de su cañón y calibre algunos autores parecían clasificar en pistolas y pistoletes, arcabucejos o arcabucillos de arzón, uniéndose el pedreñal como arma intermedia.
Lo cierto es que esta clasificación no es certera ni mucho menos, pero debemos quedarnos con la idea de que eran armas para ser empleadas con una sola mano, a diferencia de arcabuces, escopetas y carabinas que precisaban de ambas manos para ser usadas.

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Quizás la diferencia la hallemos en el tipo de chuzo [culata de madera] con el cual se sostenía el arma. La pistola de caballería solía tener un cañón de entre dos y tres palmos [hay modelos más cortos para su uso pedestre] y un calibre de entre un cuarto de onza y media onza, existiendo modelos aún de mayores dimensiones. A nivel civil, la pistola y los arcabucillos eran armas prohibidas por las leyes de Castilla, siendo la longitud mínima de cañón para poder escapar a esa prohibición de cuatro palmos de vara castellana.

La armadura solía ser de tres cuartos [protección hasta las rodillas con quijotes para los muslos] cubriendo el resto de la pierna una bota de caballería de cuero. En la cabeza una celada con visera y barbote. Las manos podían llevar guantelete de acero o guantes de cuero, aunque se consideraba recomendable que la mano que asía las riendas estuviera protegida con guante de hierro, pues era objeto de las cuchilladas del enemigo para que así el contrario perdiera el control de su montura.

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Con el paso del tiempo, el soldado de caballería - como el de infantería - fue prescindiendo de piezas de la armadura - por economía y eficacia, y para finales del XVII apenas mantenía peto y espaldar - a prueba de pistola como mínimo - habiendo incluso abandonado en muchos casos la celada, pero el aspecto de la ilustración precedente es bastante correcto para la primera mitad del XVII.

La celada podía llevar un penacho de plumas o no, pero los soldados siempren debían llevar un distintivo rojo que les identificaba como súbditos de la casa de Borgoña. Lo recomendable era una faja [más bien un trozo de tela atado a la cintura, ya que los extremos se dejaban sueltos] antes que una banda, pues esta, quedando suelta podía ser aferrada por el contrario para tirando de ella desestabilizar al soldado o incluso tirarlo de su montura. La celada no solía llevarse puesta, sino que se llevaba colgada del arzón trasero - lo que podía moler las hijadas del caballo - o colgando del brazo, sino se disponían de criados para que la portasen.

El soldado llevaba una espada, y solía llevar un martillo o un hacha de guerra, arma puede que más útil que la espada pues podía penetrar mejor en la armadura.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Mar Nov 01, 2011 12:56 pm


Fundas Para Arma Corta

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Compañías de lanzas [caballos ligeros]

Tiempo atrás dediqué un tiempo a dirimir los nombres dados a las compañías de lanzas, pues albergaba dudas al respecto de la tipología de soldado que se escondía tras tal variedad de nombres [lanzas, caballos ligeros, celadas] y temía confundirlos con la otra escuela de caballos ligeros [a la jineta] eminentemente hispánica, y muy influenciada por la caballería árabe [de lanza y adarga] que entiendo jugo su papel principalmente en la península, berbería e indias [y puede que en el sur de Italia frente a amenazas turcas] pero no se enfrentó a rivales europeos [salvo en la campaña de Portugal de 1580] no siendo estos "jinetes" rivales para caballería pesada [o aún ligera como lo que hemos de tratar en esta entrada] los cuales les hubieran arrollado en choque. Realizada ya esta aclaración, entremos a detallar las cualidades de las compañías de lanzas - caballos ligeros - celadas.

En esencia, el caballo ligero era un versión "adelgazada" del pesado caballero medieval, que había perdido piezas de su armadura personal [protección de las piernas] al tiempo que la montura prescindía totalmente de ellas [bardas y testeras] dotándose asimismo de lanzas más cortas y ligeras [aunque de ristre igualmente] y caballos más pequeños.

La montura más pequeña y la menor protección de jinete y caballo tiene una relación directa: menor peso puede ser llevado por un animal de menor porte, pero asimismo, implica a esta caballería una serie de diferencias - no siempre déficits - contra sus hermanos mayores: hombres de armas o gente de armas [las Guardas de Castilla o los Continos de la familia Luna, por dar algunos ejemplo de caballería pesada peninsular].
Evidentemente, un caballo más pequeño implicaba no solo menor capacidad de carga [y menores defensas] sino menor potencia de choque, aunque se ganaba en movilidad, y sobretodo, en economía.

Durante la edad media, se había producido un proceso de "engorde" de la caballería, hasta que en el siglo XV el hombre de armas a lomos de su caballo en carrera se había convertido en una fortaleza en movimiento, un pequeño tanque que descargaba toda su violencia al choque contra el arversario. Esta ganancia de peso y potencia se había asentado en el uso de caballos criados para tal propósito, pero la exigencia de tales portentos [máxime cuando el hombre de armas debía disponer en todo caso de dobladura, una segunda montura de repuesto] aunque cubierta a base de pagar altos precios por estos animales seleccionados, había descartado al caballo medio de tal uso en la guerra.

Por contra, el desarrollo de las armas de fuego portátiles [ver entrada a propósito] aunado al empleo del escuadrón de picas, había supuesto que un "triste" peón tumbara [y matara] a tan preciadas monturas y distinguidos dueños, a un coste irrisorio, poniendo en entredicho por tanto la inversión que se realizaba en este arma del ejército. Así pues, el siglo XVI amanece con un aviso importante: la caballería había de jugar de aquí en adelante un papel secundario en la batalla, restingido a luchar contra su igual, y a limitar el movimiento de la infantería, pero no a chocar contra esta.

Asimismo, con el paso de la Edad Media a la Moderna, los ejércitos crecen en número, y aunque con su nuevo papel de segunda fila, resultan necesarios más caballos.

Todos estos factores posibilitan el "adelgazamiento" de la caballería pesada medieval, desarrollándose la caballería ligera rivalizando y desplazando a la más potente, pero también más costosa caballería pesada medieval, cosa que se puede apreciar en el caso de Flandes [en la segunda mitad del siglo XVI] donde la caballería pesada que podemos encontrar en el ejército consiste en las "Bandas de Armas" del país, compuesta por la nobleza al modo medieval, pero en ningún caso se recluta otra caballería [armada con lanzas] que no sea ligera, marchando precisamente con Alba desde Milán en 1567, 10 compañías de caballos ligeros y 2 de arcabuceros a caballo. Los manuales de caballería consultados [de principios del XVII] ni siquiera hacen mención a hombres de armas, asumiendo la lanza como caballería ligera.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Mar Nov 01, 2011 12:59 pm


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Protecciones

Por lo general, el armamento defensivo de un caballo ligero [nombre dado al soldado] consistía en una armadura tres cuartos [hasta las rodillas, siendo un pistoletazo en el muslo una herida mortal, como nos recuerda Basta] o en una media armadura [hasta la cintura, o hasta cubrir el bajo vientre]. Eguiluz [1590] nos refiere el empleo del peto volante, o sea, un peto superpuesto al ordinario, aumentando la tan importante protección del torso.

Una armadura de tres cuartos, sin guantes.

La protección de la cabeza se realizaba siempre con una celada con visera y barbote. Las altas botas de caballería podían llegar hasta cubrir parte del muslo [sustituyendo el grueso cuero el cujote metálico] o por el contrario quedar sobre la rodilla. Las manos podían ser protegidas por guanteletes o simples guantes de cuero.

Armamento

El arma principal del caballo ligero era la lanza, de idéntica hechura que la lanza de armas, pero más ligera y corta, la cual se llevaba en una cuja [bolsón de cuero asido a la parte derecha de la silla] y se empleaba en ristre [soporte metálico fijado al peto para sujección de la lanza].

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El alma de este lanza era hueca, y a diferencia de otras armas de asta, tenía una moharra mínima [hierro que une la punta al asta abrazándola] permitiendo que la punta se perdiera en el choque, sin el excesivo compromiso mecánico del asta que le hubiera supuesto una moharra más larga. La hoquedad del asta buscaba su aligeramiento, proporcionándole mayor resistencia su mayor sección, frente a otra tipología de lanzas de cuerpo macizo pero más esbeltas, alcanzando el equilibrio entre peso, maniobrabilidad y resistencia óptima, aunque era frecuente que esta se rompiera en el choque.

El soldado llevaba bien una pistola [también llamada en la época pistolete] o arcabucejo de arzón [para ser manejado en todo caso con una sola mano] en una pistolera el arzón de la silla o un par de estas. Podía llevar igualmente un martillo o un hacha de guerra, y siempre llevaba - como todos los soldados de la época, de infantería y caballería - una espada.

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Podemos ver a este caballo ligero montando: lleva su lanza, su espada, y del arzón delantero pende una pistola enfundada.

La silla de montar era una silla de armas, de arzón alto [para fijar al jinete a su montura y ayudar a transmitir la fuerza de la carrera a la lanza] borrenas [para proteger los muslos, aunque algunas prescindieran de estas] y bridas largas. A diferencia del hombre de armas, no se esperaba que el caballo ligero dispusiera de dobladura, aunque algún autor lo recomendaba.

La montura había de ser tal que permitiera una carga al galope. Aún siendo caballos de menor porte que los de los hombres de armas [como queda dicho] eran superiores en tamaño, potencia y velocidad a los corazas y los arcabuceros a caballo.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Sab Nov 12, 2011 1:40 pm


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Efectividad versus reconocimiento

En su "Teórica y práctica de Guerra" [1595] hacía Bernardino de Mendoza [que había sido capitán de una compañía de lanzas] la súplica a Su Majestad "que de ninguna manera permita que sus milicias de a caballo dejen las lanzas [...] la mejor arma para la gente de a caballo". Argumentaban los detractores de la lanza [que cederá paso al caballo coraza armado con pistolas] que esta era arma de gran embarazo, y que las pistolas podían ofender a mayor distancia. Sus apologetas, entre los que encontramos a Mendoza alegaban como principal virtud de la lanza [majenada por hombres de armas o caballos ligeros] la potencia generada por el choque, censurando la pistola por ser arma que podía únicamente ofender a pocos pasos.

Pocos años después, dos militares al servicio de España [Luis Melzo y Jorge Basta] escriben sendos tratados sobre el arma de caballería, aprovechando el interludio ocioso de la tregua de los doce años, siendo poco elogiosos con las lanzas, aunque incluyéndolas como arma ordinaria de la caballería.

El caso es que frente a los primeras décadas del XVI, donde podemos encontrar que la mayoría de compañías de caballos son de hombres de armas y caballos ligeros [aumentando el porcentaje de los segundos a costa de los primeros] progresivamente las compañías de arcabuceros a caballo, y sobretodo [a finales del XVI] las compañías de corazas, arrebatan el puesto a las lanzas, quedando a partir del segundo tercio del XVII relegadas a efectos de guardas de capitanes generales.

Los defectos de las lanzas eran los siguientes: la potencia de choque que era su virtud requería el uso de caballos de mayor envergadura y calidad, y por tanto, de mayor coste; el uso de la lanza requería de entrenamiento y coordinación para poder permitir asestar golpes certeros al contrario: la preparación de los soldados requería tiempo y dinero; el coste del armamento, pues una lanza era más cara que un par de pistolas, y las lanzas se rompían al choque frecuentemente.

Todos estos factores apuntan a que las corazas [como caballería que podemos entender hacía la competencia al caballo ligero por su lucha a la carga y en melee] siendo más baratas y más fáciles de reclutar [el uso de la pistola no requería un entrenamiento exhaustivo, ni mucho menos] le ganaran la mano a las lanzas, como pieza principal de la caballería.

Combate

Como queda entendido, los caballos ligeros debían combatir al choque, dando las cargas al galope, y llevando la lanza contra sus adversarios, recomendando algunos autores elegir el pecho o el costado del caballo, según la ocasión, por la simple razón de que el blanco era de mayor tamaño, y que al fin al cabo, rota su montura, queda el soldado de caballería desmontado e indefenso para ser atropellado, aunque pueda echar mano de la pistola.

Con la irrupción de las armas de fuego, se recomienda realizar una combinación de escuadrones: primero marcharan arcabuceros a caballo que disparando unos cuarenta o cincuenta pasos a distancia del escuadrón enemigo, ayudarán a desmandarlo, girando la formación sobre su mano derecha y dando paso a las corazas [que harán lo propio con sus pistolas] para posteriormente los caballos ligeros, teniendo el escuadrón enemigo desordenado, daran su carga al galope sobre este, actuando con sus lanzas.

La carrera debía tomarse a no más de sesenta o setenta pasos, pues las distintas calidades de las monturas, harían que unos caballos se adelantaran, no realizando el choque en formación cerrada como conviene, dando el consejo algunos autores de cabalgar rodilla con rodilla, pegados al compañero. Los escuadrones para la carga serán de unos 25 hombres.

Las compañías de lanzas sirven con estandarte, el cual sirve como insignia de la unidad, al tiempo que como hito que los hombres han de seguir para reunirse tras ejecutar la carga. El alférez - que tiene como misión portar el estandarte - cabalga al lado del capitán, mientras que el teniente tiene como misión marchar en retaguardia para "recoger a los rezagados".

Cometidos ordinarios

A diferencia de los arcabuceros a caballo, las compañías de lanzas están exentas de guardias, escoltas y otras acciones menores, para permitir el descanso de sus monturas, y porque carecen de la polivalencia de aquellos.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Sab Nov 12, 2011 1:47 pm


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Arcabucero a caballo

En los ejércitos de los Reyes Católicos existían los ballesteros a caballo y posteriormente los escopeteros a caballo, así que dotar a soldados de a caballo con las nuevas armas de tiro durante el segundo cuarto del XVI no supuso una excesiva innovación técnica respecto a los usos pasados.
Del arcabucero a caballo se esperaba combatiera tanto a pie como a caballo, a diferencia del dragón - de aparición en las armas españolas cien años posterior - cuya montura únicamente la posibilitaba el desplazamiento hasta el punto de combate. Era pues, un soldado de caballería, que combatiría a lomos de su animal con arcabuz, espada y eventualmente pistola, pero que no debía hacer ascos a poner pie en tierra y luchar como infante cuando las circunstancias así lo requiriesen.

Equipamiento: armamento y montura

El arcabucero a caballo llevaba inicialmente peto y espaldar para proteger el tronco, y celada [o morrión] para la cabeza, perdiendo las piezas de protección de espalda y torso con el paso del tiempo, aunque se recomendaba al capitán y teniente que portasen petos y espaldares a prueba de arcabuces. De la necesidad virtud, y por ello, en caso de compañías sueltas que custodiasen puestos fronterizos - o que no combatieran en cuerpos de ejército, sino hubieran de mantenerse por sí - se tenía a bien que de 100 hombres, 40 fueran igualmente armados a prueba, actuando de esa manera como tropa de choque, papel reservado inicialmente para las corazas, pues de otra manera, no hubieran podido frenar el ataque de hombres fuertemente armados.

Martin de Eguiluz, todavía en 1590, recomendaba el arcabuz de mecha frente al de rueda, por ser más fiable el tiro, y por considerar que principalmente, el soldado combatía a pie, pero sin duda, la llave de rueda - así como más tarde la llave de chispa - facilitó - por no decir que posibilitó - el combate a caballo y el disparo al trote o al paso - nunca al galope-.

El arcabucero debía llevar una serie de 10 o 15 cargas [lo que hoy denominamos cartuchos] en una bolsa de cuero, realizadas con pólvora y bala liadas en un papel - Eguiluz refiere hoja de lata - para facilitar la carga. Desconozco exactamente de cuando es esta invención, pero desde luego, no se aplicó regularmente en infantería hasta finales del XVII.

Debía llevar una casaca de faldas largas, de manera que pudiera resguardar el arma y los frascos de la lluvia. De ordinario, los soldados marchaban con un sombrero en la cabeza, y se reservaba la celada - por comodidad o galantería - para las situaciones que lo requirieran. Con el paso del tiempo, la celada llegó a obviarse, mas para protección del cráneo se desarrolló una pieza metálica a modo de cuenco que cubría la parte superior de la cabeza y que quedaba oculta bajo el sombrero... pero de las representaciones pictóricas de la época, no podemos dilucidar si el soldado a caballo con sombrero portaba bajo este tal protección o no.


El arcabuz de caballería podía ser algo más corto que el empleado por la infantería, facilitando por tanto su uso montado. Con el tiempo, surgiría la "carabina" [nombre con el que se bautizaría también al soldado así equipado] un arma con cañón de entre tres y cuatro palmos, y calibre algo menor al del arcabuz [aunque se refieren carabinas de onza y cuarto de pelota] pero para entonces, el arcabucero a caballo armado con armas más rotundas, había derivado al dragón.

No sería infrecuente que los arcabuceros a caballo llevasen una o dos pistolas de arzón, pero no constituía este arma parte de la dotación del soldado.

Hasta el surgimiento del dragón - al que los españoles de la época no dieron consideración de caballería, sino que lo situaron [incluso administrativamente] en cuerpo separado, entre infantería y caballería - el arcabucero a caballo era quien llevaba las peores monturas posibles, tras las lanzas y las corazas por ese orden.
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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Dom Nov 27, 2011 11:31 am


CNP Modelo Squad

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La compañía

El número ordinario era de unos cien hombres, pero a medida que pasa el tiempo - como sucede también en infantería - rara vez vemos las compañías cumplidas, soliendo ser de 40 o 50 hombres.

La primera plana está compuesta por el capitán [y su paje] un teniente, dos trompetas, un furriel, un mariscal y un capellán. Tienes cuatro cabos de escuadra [para 100 hombres] y con plazas de soldado cuentan con un sillero, un armero y un barbero.
No tienen alférez, pues no tienen necesidad de quien lleve su estandarte al carecer de este.

En la jerarquía del ejército, un capitán [y asimismo su teniente] de arcabuceros a caballo tenía menor rango que su equivalente de lanzas y corazas.

Cometidos ordinarios

Al arcabucero a caballo, por su ligereza, se le encomendaban labores ordinarias en el ejército tales como escoltas, guardias, batida de estradas [vigilancia de caminos] toma de lenguas [contacto con informadores locales] exploración, comunicaciones, etc.

En combate

El arcabucero a caballo era el soldado de caballería menos preparado para el choque, y tanto su montura - de inferior calidad y menor porte, por lo tanto, de menor potencia - como sus armas defensivas no le permitían - salvo frente a tropas igualmente equipadas - exponerse en un encuentro cuerpo a cuerpo: "no pueden cerrar a cuchilladas con lanzas y corazas".

Frente a otras tropas de caballería, no obstante, encabezaban el escuadrón atacante. Su labor consistía en dirigirse frontalmente o de costado al enemigo, marchando a "buen paso" [entiendo que al paso, pero sin llegar al trote] para hacer fuego a una distancia de cuarenta o cincuenta pasos - cuanto más cerca mayor efecto, pero menor espacio para la maniobra de retirada - por hileras, girando sobre su mano derecha. Eran seguidas de tropas de corazas o de lanzas - según la época y ocasión - que quedaban encargadas de realizar el choque - corazas solas - o disparos para la dispersión - corazas seguidas de lanzas.

Las compañías para dar esta carga con la que se esperaba se desordenasen los oponentes para facilitar así el choque de quienes le seguían, se ordenaban en tropas de tres o cuatro hileras, a seis soldados por hilera. La primera tropa mandada por el teniente, la segunda por el capitán, y el resto, por cabos, cerrando la formación un cabo u oficial reformado, para mayor disciplina del conjunto, y evitar las ausencias a media cabalgada.

Las tropas de corazas que les seguían no debían llevar estrictamente la misma línea, sino marchar en paralelo a las primeras, para evitar los atropellos en caso de que la primera maniobra resultara inadecuada.

En orden de batalla, la caballería se situaba en alas estando la infantería en los puestos centrales. Dentro de las alas de caballería, se reservaban los puestos menos expuestos a la arcabucería para que estuviera protegida frente a un eventual choque, aunque se dispusieran las distintas tropas de manera que esta pudiera salir primero a dar la carga, tal y como queda dicho.

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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Sab Dic 03, 2011 5:27 pm



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Armas enastadas

Amén de la pica, que tratamos por su importancia en otro lugar, en los tercios se empleban varias armas de asta, todas más cortas que la pica, y que tenían en muchos casos antes un carácter de insignia o emblema del oficial, que de arma ofensiva de uso habitual.

Alabarda

Por su importancia, en primer lugar tendríamos este arma, que amén de ser la insignia del sargento, era el arma empleada por los alabarderos. Se trataba de un arma que tenía un asta de unos dos metros, cuya moharra tenía forma de hacha [hoja ancha en la parte frontal y hoja aguda en la posterior] con una punta metálica saliente en el eje del asta

Partesana

La partesana era un arma similar a la alabarda, pero cuya moharra tenía las dos hojas laterales, o alas, simétricas, generalmente en forma de media luna.

En algún lugar he visto indicado que se trataba de la insignia del cabo de escuadra, mas en el periodo que nos ocupa, no he visto relación alguna que así lo indique.

Corcesca

La corcesca era un arma que tenía una hoja muy similar a la partesana, solo que las alas de la misma eran más agudas y prolongadas - normalmente - en el sentido de la hoja principal a manera de tridente.

Jineta

La jineta era la insignia del capitán, la cual era llevada por el paje de jineta. Era un arma de asta cuya moharra tenía una punta en forma de gota.

Espontón

El espontón era un arma similar a la jineta. Su hoja principal era en forma de lágrima como en esta, pero o bien su filo no era de línea continuo, o en la base - antes de la fijación al asta - tenía un añadido, una "papada" circular.
Jinetas y espontones podían contar con una cruceta, que hacía las funciones de tope, de manera que si se ofendía con el arma, no penetrase tanto en el cuerpo que costase recuperarla. Esta función de tope en las partesanas y corcescas ya la cumplían las aletas.

Chuzo

El chuzo por definición es un arma de asta con una moharra de líneas sencillas, sin salientes ni aderezos. La moharra del chuzo podría ser la de una pica, pero el asta era "corta" como el resto de enastadas aquí nombradas. A diferencia de la pica, cuya sección era variable - más gruesa por donde se aferraba y más fina en los extremos - el asta del chuzo era constante.

Media pica

Mientras que su hermana mayor medía entre 25 y 27 palmos de vara castellana [5.20-5.60 metros] la pequeña tenía unos 12 palmos de longitud. Las moharras anteriores podrían corresponderse también a este arma.

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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Sab Dic 03, 2011 5:31 pm


Cartera Porta Placa Ertzaintza

Fabricado en piel de vacuno
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Espadas y dagas

Amén de, evidentemente, el arma que le daba nombre y sueldo, los piqueros, arcabuceros, mosqueteros y alabarderos portaban la sempiterna espada, generalmente hermanada con una daga.

Se esperaba que en batalla en campo abierto no hubiera el soldado de recurrir al arma blanca, a no ser para dar alcance al enemigo derrotado, pues se confiaba en que el combate quedara resuelto antes, pero era imprescindible disponer de una espada para cualquier lance que pudiera darse, pues no todo era luchar escuadrón contra escuadrón.

La espada no debía ser larga, a lo sumo de cuatro palmos de hoja, para facilitar la movilidad, muy distinta de las roperas, o espadas de duelo, que los matasietes usaban para dirimir sus lances. No había que ir “fingiendo haberle dado a un chulo una mohada con la lengua de un jifero” para obtener el respeto de los camaradas de milicia, antes al contrario, se juzgaba que quien portase uno de estos hierros, propios de tahures y rajabroqueles, era alguien contrario al espíritu del soldado.

Espada ropera, o estoque, de largos gavilanes - en los que apoyando los dedos se podía hacer fuerza - y guarnición de taza para la protección de la mano que la maneja, propia para el duelo, o para la vida civil, pero no para la milicia, pues su longitud suponía un estorbo al movimiento ágil.

La espada en infantería frecuentemente se llevaba en talabarte esto es, cogida al cinto por unas cinchas [tal como el del soldado atravesado de la imagen] antes que en tahalí, o bandolera cruzada, que estorbaría en muchas facciones.

Este arma tenía un gran simbolismo para el hombre de la época. Quien la portase tenía partes de caballero e hidalgo, aunque hubiera nacido hijo de porquero. Tanto era así, que cuando se rendía una plaza fuerte por pactos, existían condiciones de salida de la guarnición rendida, acerca de si llevar o no los arcabuces con las mechas encendidas, o no llevarlos en absoluto. Pero por restrictiva que fuera, no se le negaba a un hombre el derecho a salir portando su espada, por mucho que hubiera sido derrotado.

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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Dom Dic 18, 2011 1:22 pm


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Arcabuz

Evolucionado de la escopeta, el arcabuz era un arma de fuego manual, que no obstante su sencillez mecánica y su complicado manejo, revolucionó el arte de la guerra a principios del XVI, fabricándose hasta inicios del XVIII como arma de guerra.

Arcabuces y mosquetes eran eminentemente armas idénticas, la diferencia radicaba en la distintas dimensiones, siendo más o menos proporcionales a su calibre, si bien el mosquete, debía ser empleado por su enorme peso, con una horquilla.
El calibre del arcabuz, medido en el peso de la bala, solía ser de una onza y media, onza o tres cuartos de onza [*] siendo más comunes los dos últimos calibres, y considerándose onza y media prácticamente un calibre de mosquete.

1 onza = 1/16 libra castellana = 28.75 gramos.

1 bala de plomo de 1 y ½ onza de peso tendría 19.4 mm de diámetro.
1 bala de plomo de 1 onza de peso tendría 17 mm de diámetro.
1 bala de plomo de ¾ de onza de peso tendría 15.4 mm de diámetro.

La longitud del cañón era de entre unos cuatro y cinco palmos de vara castellana [80 - 100cm] y pesaba unas 10 o 12 libras [4-5 kgs]. La pared del cañón tenía un espesor variable, siendo en la boca una tercera parte más o menos, del grosor que tenía en la culata [o recámara] esto es, donde se producía la explosión de la pólvora, y por tanto, donde debía estar más reforzado. La sección exterior del cañón solía ser en muchas ocasiones octogonal [ochavada] lo que indica que los maestros armeros desconocían realmente como actuaban las fuerzas ejercidas por la ignición de la pólvora, pues una sección circular trabaja asumiento la tensión de manera uniforme.

La caja del arcabuz – el fuste y lo que hoy denominamos culata, entonces "mocho" – se debía hacer de madera noble: preferentemente cerezo, o nogal en su defecto, siendo esta última más pesada.

La pelota [bala] debía entrar sobradamente por el cañón, pues entre el diámetro de la bala y el del cañón había una diferencia – a favor de este último claro – que se denominaba viento. Esta holgura permitía que la pelota, pese a las irregularidades propias del interior del cañón – en una época en que la fundición estaba en continuo proceso de mejora – penetrara sin excesiva dificultad, atacada – empujada hasta la recámara – con la ayuda de una baqueta o atacador. Por contra, esta holgura posibilitaba que una parte de los gases producidos por la explosión de la pólvora no actuasen sobre la pelota, perdiéndose parte de su empuje. En piezas de artillería, se solventaba este problema conformando un taco a base de paja atacada, pero en arcabuces y mosquetes quedaba sin resolver.
Este viento era – según Lechuga – de entre 18 y 26 partes del diámetro de la bala.

En el lateral derecho de la recámara, teníamos el oído, por donde se comunicaba el interior del cañón donde se alojaba la pólvora con el exterior. A continuación, se situaba la cazoleta o polvorín, como su nombre indica, un recipiente cóncavo donde se vertía la pólvora que iniciaba la ignición. Sobre esta cazoleta caía el extremo prendido de la cuerda [mecha] que era sostenida mediante una llave accionada por el disparador.

No fue hasta la década de 1670 cuando la más moderna llave de pedernal – que no obstante se venía usando en pistolas y arcabuces de caballería desde principios del XVI – sustituyó a la llave de mecha, más sencilla y económica, aunque de uso más farragoso [pues era necesario retirar y volver a colocar la cuerda en cada uso, por soslayar el riesgo de prender accidentalmente la pólvora mientras se cargaba el arma] y peligroso [pues se manejaba una mecha encendida que podía prender la pólvora que el arcabucero debía portar como parte de su dotación]. Finalmente, como digo, durante las década de 1670-1680, los viejos mosquetes de llave de mecha fueron reemplazados por los más eficientes de llave de pedernal, aunque todavía a finales de siglo algunos ejércitos europeos tenían importantes arsenales de este modelo ya abandonado.

A mediados del XVI se implementa la cubrecazoleta: una pletina metálica deslizable situada sobre la cazoleta, que resguardaba la pólvora de ignición del viento y de los accidentes. En muchos textos aparece el nombre cazoleta para referirse a la cubrecazoleta.

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Re: Los Tercios Españoles

Notapor Juanete » Dom Dic 18, 2011 1:26 pm


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Alcance

Para un arma de proporción longitud-calibre de 19:1, se indica un alcance de punta en blanco [distancia recorrida en el eje del cañón antes de comenzar a descender] de 2500 diámetros. El alcance total sería de unas 10-12 veces esa punta en blanco.

Así, con un arcabuz de una onza de bala [17mm] tendríamos un alcance de punta en blanco de 42.5 metros. Mas la relación longitud-calibre de un arcabuz de una onza de bala sería de entre 50 y 60 a 1, con lo que en teoría, podría duplicarse o incluso triplicarse este alcance de punta en blanco, pero lo cierto es que en las piezas de artillería, la pólvora posteriormente a atacarse [prensarse mediante la acción de una "baqueta"] se formaba un taco con paja sobre la pólvora, y se podía hacer otro taco una vez puesta la bala cerrando el conjunto, con lo que los gases producidos por la explosión se aprovechaban más. En el caso de las armas portátiles de avancarga, este segundo paso - tras el prensado de la pólvora, que no debía ser excesivo tampoco para que prendiera bien - de colocar el taco se obviaba.

Compense más o menos la mayor longitud relativa del arcabuz el menor aprovechamiento de la pólvora, tendríamos unos alcances de punta en blanco de unos 70-90 metros, y su alcance total sería muy superior, aunque los efectos irían descendiendo al restarse potencia por las fuerzas contrarias a su avance.

Martin de Eguiluz narraba de los mosquetes en 1592:

Alcanzan mucho, y matan a cuatrocientos pasos a un caballo.

Miguel Pérez de Ejea daba el dato que sigue en el año de 1632:

[800 pies es la distancia] donde empiezan a hacer efecto las bocas de fuego, entrando dentro [de] la jurisdicción y puntería de los mosquetes.

Sebastián de Medrano recogía el siguiente dato en 1700:

La primera máxima es que línea de la defensa no sea mayor que el alcance del mosquete de punto en blanco, que es mil pies geométricos.

O sea, 270 metros de alcance de punto en blanco para un mosquete de finales del XVII.

1 pie geométrico = 1/3 de vara = 27.77mm.

Aunque las referencias son para mosquetes, y no para arcabuces, no creo andar muy errado si estimo el alcance de estos últimos en la mitad de sus hermanos mayores.

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