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No hemos entendido nada. Unamuno y Ortega-Gasset tenían razón. Me duele España y las masas se rebelan. Por eso nadie les leía.
Cordura. Bonita palabra. Debería suprimirse de nuestra lengua por innecesaria.
Por cierto, al redactor de la noticia no se la ha notado nada lo tendencioso. Abre comillas y señala que es informado por fuentes de ese «malestar general» de los que juraban y de los sindicatos, pero no dice cuáles. ¿Qué sabe el redactor de juras de cargo? O de elementos religiosos, o de por qué tiene necesidad un cuerpo de Policía de definirse como «aconfesional», cuando tampoco la tendría de definirse bético o madridista o barcelonista, o definirse liberal o conservador. Por definición es civil, nacional y gubernamental. Y todos los demás sobran ¡Qué sabe nadie! Pero ahí está, creando opinión, y dividiendo en dos bandos enquistados en su antagonismo, como siempre, según sea uno de una cuerda ya le ponen la etiqueta. Basta para que a la izquierda le parezca mal algo para que la derecha, por complejo, se posicione junto con ella. Solo le ha faltado decir que en vez del ministerio parecía el monasterio del interior. El día que los periodistas sean objetivos, no escoren a la izquierda o la derecha, y se documenten un poco antes de perorar, será porque habré fallecido. Y habrá llegado mi final. Habrá, me temo, otros finales de actos institucionales, como el de las juras, los funerales o las capillas ardientes, tal y como las habíamos conocido porque somos idiotas y no tenemos remedio.
Se trataba de un acto, el de la jura de cargo, que tiene que ser lucido. Como lucidos son todos los actos. También lúcido, y solemne, pero sobre todo lucido, porque si no iríamos de paisano y comeríamos una tortilla o algo así y, entre trago y trago, firmaríamos el contrato con la patronal. Y para que eso ocurra tiene que ser el mismo para todos y basarse en la tradición no en la superchería ignorante, o en el cambio por el cambio tan en boga, no el que a uno le gustaría sino el que ya estaba. Filias y fobias deben quedar apartadas ese día.
Es triste casarse en la fría sala de un juzgado o en un salón de actos de un ayuntamiento, por eso muchas parejas se deciden por el matrimonio eclesiástico, y por los templos: entre las rosas de piedra de sus ornamentos, pese a no ser practicantes o creyentes. Porque es lucido y porque es lo tradicional.
Ahora que, pensándolo fríamente y ya que estamos en el siglo XXI, lo mejor para morirse, casarse o jurar el cargo será hacerlo de modo virtual, por internet. Y dejarnos de mariconadas.