Historias y cuentos de policías

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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor vfm86 » Mié May 13, 2009 8:24 am


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sector115.es
DIÁLOGOS CON EL CAIMÁN

Cuando aquel joven de prácticas llegó a aquel perdido distrito de Madrid, le pusieron, en su primer día, a patrullar con un “veterano” de
dos meses de antigüedad efectiva.
En aquel ciclo: mañana, tarde y noche, movidos ambos por la vocación y por sus espíritus jóvenes e inquietos, pasaron 32 filiados y otras tantas matrículas,
patrullaron incansables por aquellas largas calles metiéndole al destartalado BX un centenar y medio de Kilómetros más, y fueron con los pirulos puestos a
casi todas las llamadas a las que acudieron. Aquel joven de prácticas no tuvo, en aquella ocasión, su primer detenido pero aprendió, según le dijo su
veterano, que se debía patrullar entre 9:00 y las 10:00 horas de la mañana insistentemente por las calles con comercios pues es cuando abren y cuando
pueden ser atracadas. En general se sentía a gusto con aquel compañero pese a que en una riña domiciliaria les habían ninguneado un poco.
Cuando terminaban y salían del servicio de noche, el viejo guardia que estaba de operador de sala, se acercó a ellos y les echó la bronca:
-¿Os habéis pensado que vosotros estáis aquí para pasar a todos los madrileños y sus coches y que yo estoy aquí sólo para daros gusto o qué?
“Otro caimanorro”- pensaron- y se fueron a dormir sin más.

Al volver al siguiente turno, la fortuna ya no sonreía al de prácticas: le habían puesto de compañero a un caimán.
-¿Tienes ganas de trabajar hoy como el otro día con fulano “el nuevo”? -Le preguntó aquel gigantón de cincuenta y tantos años,
con una voz que hacía que temblara la estancia y cuyo eco se propagaba por los pasillos de Comisaría.
-Pues sí, tengo ganas… para eso nos pagan ¿no?
-¡Pues siéntate ahí hasta que se te pasen! -Le dijo mientras el resto de veteranos del grupo, incluido el jefe de turno, le reían la gracia.
Cosa que a él, lógicamente, no le hizo ni pizca.
Ya en el vehículo, unos minutos después, le volvió a preguntar: ¿sabes lo primero que hay que hacer por las mañanas?
-Sí, supongo que patrullar los comercios para evitar robos.-contestó como creyéndose poseedor de una verdad inmutable.
-Pues no, eso es algo que te habrá dicho ese ‘puto nuevo’ que acaba de salir del cascarón, pero no es eso, lo primero es desayunar.
Porque si ‘el guardia’ no desayuna no rinde bien.

Tras el desayuno, a eso de las 9:30 horas, aquel barbudo con mirada de león fiero, sin decir ni oste ni moste, le llevó a los límites del Distrito que eran
las afueras de la ciudad, donde el paisaje de los comercios, los edificios y el asfalto se cambiaba, en rápida transición, por el de los arrabales,
las chabolas y los senderos; donde se acaba todo para los ciudadanos pero empieza el inframundo para los policías y los delincuentes. Le señaló un coche
aparcado junto a otros y le dijo: “ése está robado”. Efectivamente así era. Recuperó su primer vehículo sustraído esa mañana.
Le explicó –con tono irónico- que los ‘choros’ no son madrugadores y que los coches que roban en la noche los abandonan, al amanecer, en sitios como aquel,
donde tardarían mucho en ser descubiertos porque los policías “nuevos” se dedican a pasearse por las calles dejando esto para los guardias viejos.
Por las mañanas temprano –le dijo- apunta: buscar coches sustraídos.
Luego tras terminar de hacer el papeleo en Comisaría, le dio un par de vueltas por su sector y en un momento dado le dijo que “ya estaba bien de hacer
kilómetros” y le llevó “a hacer gestiones” que al joven le sonaron a “escaqueo feroz”. Paró el vehículo y se fue andando a varios Bancos, en alguno de los
cuales tenía cuenta y donde aprovechó para hacer unos pagos. En otros simplemente se dedicaba a hablar con los empleados, todos parecían conocerle y
agradecer la visita, aparte de banalidades le hablaron sobre varios sujetos que habían tratado de cobrar cheques falsos y sobre un par de sudamericanos que
les parecían “cogoteros”.
Al joven de prácticas no le gustaba nada que el zeta estuviese parado, le parecía que al no circular se estaba perdiendo algo en la gran ciudad,
lo suyo era ir a toda velocidad, creía que patrullando por muchos lugares a la vez, por probabilidad, se encontrarían con los servicios buenos. En su
ingenuidad pensaba que no era de infantería sino de caballería.

El veterano siguió a lo suyo y hacía con el joven como si este no existiese: detenía el vehículo y se bajaba a hablar con la floristera, con la tendera,
y con el charcutero, y se ponía a hablar con ellos de fútbol o de lo que fuera, sin mirar para él. Al final de cada conversación siempre le advertían de
algún ‘pájaro’ al que habían visto merodeando, y al joven siempre le parecía una excusa para salvar el hecho de haber estado perdiendo el tiempo.
Su aversión contra el espíritu de aquel hombre le sostenía en su lucha secreta; lucha profunda que llega a dar cierta serenidad estúpida al que la siente,
y una seguridad entre épica y altiva al que la padece.
Luego, como para fastidiar y no contento con esto, paraba el vehículo para hablar con los jardineros, los barrenderos y todos los operarios municipales,
que se encontraba en el camino.
-¡El tío éste, gañán, no hace otra cosa que hablar con todo Dios! -pensaba-.
Uno de estos, un barrendero, le entregó una cartera que alguien había perdido. Hicieron una minuta.
Cuando ya eran la 13.00 horas, le preguntó: ¿qué has aprendido hoy?
-Pues… como no sea teoría y práctica de la plática.
-¡No coño, no! ¡Hemos sembrado para el día de mañana recoger! Esa gente son tus ojos cuando tú no estás. Te han visto de cerca y no desde un vehículo,
te conocen por tu nombre y no por tu número. Te avisarán un día de algo y, entretanto, te ponen al día de todo lo que se mueve y menea por aquí.
Desde el zeta no te ven, y así además piensan que te preocupas por ellos. Se recogen cosillas que luego te pueden servir. Hala págate una caña, pringao.
Y el joven pagó su primera ronda: de caña y de zumo.

Al salir, cuando les llegó el relevo, el de la sala, que era amigo de este, se les acercó y les dijo:
-Le estás enseñando bien ¡así da gusto! Una placa un recuperado; no como el otro día, vaya cantamañanas: pasasteis hasta la placa de un vehiculo camuflado.

Al día siguiente, en el servicio de tarde, el veterano le seguía cayendo antipático al joven de prácticas. Al pasar frente a unos chavales que estaban
sentados en un banco, se armó de valor y le preguntó si no pasaba filiados.
-¡Para qué y por qué!
-¿Cómo que para qué? para ver si están en Búsqueda y por pillar algún malo.
-En este Distrito a los que están en Búsqueda ya los pillará la secreta. Yo no identifico a nadie sino tengo un motivo, y el que vayan por la calle
sin más o tengan malas pintas no lo es. Aquí a los que buscan tienen buena pinta, porque aquí hay mucho choro de guante blanco. No se puede ir por ahí
pidiendo los ‘carneses’ como el que pide tabaco. Otra cosa es que hubieran estado fumando porros o bebiendo litronas, pero no es el caso. Una mala
intervención da problemas casi siempre. Una intervención que no se hace, casi nunca -sentenció-.
La tarde se fue pasando, pues, sin filiados. Parando en alguna taberna que otra para hablar de lo suyo, de alguna batallita, y de algún malo que el
tabernero había visto merodeando; mientras uno se tomaba una cerveza siempre y el otro, invariable, un Biosolan Multifrutas. La emisora (que los coordina)
sacó al joven de sus malos pensamientos para con la salud de su compañero. Acudieron a una riña en un domicilio. Los gritos de la discusión se oían desde
el portal. Llamaron a la puerta y nada más abrir el matrimonio de treintañeros se quedó como mudo al ver el aspecto del veterano, que más parecía que venía
a matarles a ambos que a mediar en un conflicto.
-Buenas tardes o malas, depende ¿no? -dijo con aquella voz autoritaria que tenía, clavando su fieros ojos en los de ambos.
-¡Coño qué manera de entrarles! –Pensó el joven- cuando el ambiente hostil aún se podía cortar con cuchillo, aunque también veía que lo que sí se había
cortado era el escándalo, y de cuajo.
Pasaron dentro del piso y le dijo a ella que hablara. Ella contó su versión y cuando le llegó el turno a él, el veterano preguntó: ¿eso que huelo es café?
-Pues sí, ¿quiere una taza?
-Sí, gracias. Yo a estas horas mataría por un buen café. Ande tráigame uno si es tan amable, mujer.
La señora, un poco chocada, se fue y mientras, en su ausencia, el marido, que era un poco meapilas, les contó su versión. Justo lo contrario de la de su
parienta, claro. Para cuando volvió la señora con la taza, el veterano ya tenía convencido a aquel tipo de qué era lo mejor, y de que debía hacer las paces
y seguir con la vida, ya que para cuatro días que estaba uno... Se tomó el café en tanto que la pareja aquella de mojigatos se terminó de reconciliar.
Cuando se marchaba por la puerta, se volvió y les dijo:
-Dentro de un par de días vuelvo por aquí a veros. Si no hay problemas me hacéis un café, y si los hay… pues también. Y se fue dejando tanta paz como ira
había al entrar.
El joven de prácticas alucinaba en colores, aún no entendía cómo aquel gañán barbudo sin conocimientos de psicología, sin formación y sin apenas
vocabulario se había hecho con la situación, pero le encantó la forma en que dominó la situación, muy diferente a la otra en que los había ninguneado.
Ya fuera, de regreso en el coche, le dijo:
-Recuerda: cuando haya una riña o una reyerta separa las partes siempre, con la excusa que sea, pero tenlos separados, así te será más fácil hablar e
imponerte.

El veterano cuando se juntaba con otros como él hablaban de los viejos tiempos, del compañerismo, del 24x24, de circunscripciones y de banderas
(la doce y la once), de Radiopatrullas e Inspecciones de Guardia, y de cabos y sargentos; en tanto que él sólo hablaba de vocación, de los cinco turnos,
de Bases y Brigadas y Unidades, y de la ODAC y el SAC, de oficiales y de subinspectores. Eran dos mundos y dos generaciones separados por un alto muro de
incomprensión mutua.

Al tercer día, la noche se le hizo muy larga con aquel aldeano con el que apenas si tenía cosas de las que hablar y con el que, quedaba claro, no hablaba
el mismo idioma ni había conexión posible. El veterano le llevó a varios sitios donde había “mujeres solitarias que fuman”. Charlaba con ellas y ellas
con él, sin ningún pudor, como si sus dos profesiones perteneciesen a la misma esfera social y marginal. Era una idea, la de mezclarse promiscuamente con
cierta gente residual, que le martirizaba tanto como la de llegar a contratar, de servicio, sus “servicios”. Pero no pasó nada de eso. De nuevo le contaron,
al final, como para justificar tanta parla, de algún ave nocturna de las de mal agüero al que veían planear por entre las sombras de aquellas calles,
de vez en cuando. Al joven, una de las más jóvenes y también de las más guapas de entre aquellas trabajadoras autónomas del amor, le guiñó el ojo cuando se
iban. Él pensó en devolverle el guiño pero no se atrevió. Sintió, no obstante, algo raro, algo que empezaba a cambiar en su interior.
-Hijo, la morena te ha mirado ¡Ay, si yo tuviera tú edad y treinta kilos menos! Si quieres que te respeten habla con ellas, pero no mezcles trabajo con
placer. Eso como filiar a lo tonto: casi nunca sale bien.

En algún bar de los que es necesario tener mucha sed para verte en la necesidad de entrar, el veterano llevó al novato y tomaron lo de costumbre. Allí,
entre tanto personaje noctámbulo y tanto humo flotando en el ambiente, se apareció el jefe de servicio. El joven se puso más tieso que una vela.
Pero observó, con alivio, que aquel hombre no venía pedir cuentas sino a charlar un poco. Encima se hablaba con el veterano como si de dos antiguos
camaradas se tratase. Pidió una cañita, se la bebió y, cuando ya se iba, les recordó que estuviesen pendientes de un par de coches que se habían dado en la
fuga, no nos fueran a hacer un “alunizaje” y otro par de ellos que habían sido sustraídos.
-Bien –pensó el joven ilusionado- algo de acción por fin.

Pero no, hacía el ecuador de aquella noche, cuando cesó el ajetreo y la actividad disminuyó gradualmente hasta hacerse el silencio, y la emisora se quedó
callada, el veterano detuvo el coche en un lugar apartado, donde reinaban las sombras de la noche, y se echó a dormir.
El joven se puso a pensar en todo lo que había anhelado que llegase ese momento: el de estar subido a un zeta por fin, en su vocación, en lo que se había
esforzado en la oposición, lo estudiado en las clases de Ávila, todo lo sufrido hasta salir de la Academia. Y ahora estaba en uno de esos momentos,
tan temidos por él como anunciados por todos, y se vio y sintió ridículo. Por pensar pensó en el otro veterano, “el nuevo”, en su espíritu y animosidad…y
le echó de menos.
La emisora rompió su silencio y el soliloquio interior del joven. Se estaba produciendo un alunizaje en una calle céntrica, muy próxima a su punto.
Despertó al caimán, éste arrancó y salieron zumbando. Llegaron a tiempo de detener a uno de los dos individuos que se encontraban junto al escaparate
fracturado de una tienda de ropa: El joven creyó estar viviendo en una película. Era su primer detenido. Se fijó que el viejo, sin embargo, actuó como si
fuera algo normal, de toda la vida, algo a lo que parecía estar muy acostumbrado, dando la descripción y la situación del compinche que se iba por pies del
lugar: al que detuvieron tres calles más allá.
Los rayos de sol que se filtraban por las rendijas de la ventana de la Inspección de Guardia anunciaban que llegaba el día y se acababa, por fin, el
servicio.

Luego vendrían más días de servicio y más detenidos, y más compañeros. Y el joven de prácticas supo, mucho tiempo después de aquel día, que aquel veterano
barbudo y gañán era un policía dos veces condecorado con La Blanca porque había sido herido en un atentado y había tenido muchos enfrentamientos armados
con atracadores de bancos en los setenta, cuando era joven, aunque él decía que se la habían dado por idiota e inconsciente; que se pasaba todo su tiempo
libre velando, como un esclavo, a un hijo pequeño que tenía con leucemia en el hospital. Motivo por el cual, en ocasiones, tenía falta de sueño.
Para entonces ya no le caía tan antipático; para entonces empezó a comprender muchas cosas que antes no, como que es posible quedarse traspuesto si tienes
razones, aunque no las digas por orgullo, y a entender que, libre de prejuicios, otras tantas cambiarían en adelante su forma de pensar. A partir de
entonces aceptaría los guiños que le iba ofreciendo el azar, a tomarle el pulso a la ciudad y a escuchar lo que decían sus gentes. Para entonces se podría
decir que empezó a admirarlo y que se le fue desprendiendo algo de la ingenuidad que traía adherida en los laterales de la pequeña maleta de viaje con la
que iniciaba el recorrido de su vida. Y poco a poco, con los años, se quitó la coraza de impasibilidad por donde habían estado resbalando todas las
lecciones que le habían ido enseñando aquel, y otros caimanes que vendrían después.

¿Dónde están que no se les ve? ¿Ya no quedan de aquellos caimanes?


FIN
UN SALUDO
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor AKE2 » Mié May 13, 2009 8:47 am


Da gusto empezar el día con textos como éste; me ha gustado mucho.
Espero que, pronto cuelgues alguno más :wink:
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie May 22, 2009 5:04 pm


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La lista

Esa mañana, Constanza Levy se despertó a la misma hora que lo hacía habitualmente para ir al colegio; pero ese día no tenía clases. Estaba decidida a concretar el plan que había elaborado durante semanas en la soledad y el encierro de su cuarto. Era lo único que podía hacer para curar sus males, sus desgracias, sus traumas... Los consejos de sus padres, de su hermano mayor y de su psicóloga, eran puras banalidades, inservibles a la hora de lidiar con su pasado, y con su presente.

Decidida, se levantó de la cama y fue hacia el escritorio junto al armario. En su diario íntimo relató lo que iba a hacer; como un escalofriante prólogo de la tragedia, explicó con lujo de detalles sus motivos, sus causas. Ya no había vuelta atrás; sería implacable. Acto seguido, tomó una lapicera, una hoja en blanco y, como parte del ritual, escribió cinco nombres, uno debajo del otro. Lo hizo mecánicamente, no lo pensó demasiado: los cinco nombres vivían día y noche en su cabeza...

Luego, con la lista en la mano, se puso de pie y se dirigió al living. Sus padres dormían. Agarró una silla de madera y la colocó junto al mueble; se subió y tomó la pistola calibre 22 que descansaba en la parte superior. Con la lista en la mano izquierda y el arma en la pequeña cartera negra colgada al hombro, salió a la calle. Miró el primer nombre: Walter Montego, su tío. Vivía a escasas cuadras de su casa, por lo que tardó sólo segundos en llegar. El hombre aparentemente estaba solo; al oír el timbre se levantó de la cama y, con la poca ropa que llevaba puesta y sin preguntar quién era, abrió la puerta y se encontró frente a frente con una pistola. Eso fue lo último que vieron sus ojos. Una bala acabó con su vida, de la misma forma que años atrás él había terminado con la inocencia de su sobrina.

Los rasgos de la frágil Constanza, de apenas 17 años, se mantuvieron imperturbables; en el fondo mismo de su ser sentía como una parte de su mal desaparecía. Observó la lista y la leyó en voz baja, esta vez no era sólo un nombre, sino dos: las hermanas Pérez Díaz: Micaela y Julia, aquellas que se habían encargado de recordarle día tras día el ultraje recibido por parte de su tío.

Esta vez tardó más en llegar. La madre de las hermanas la recibió en el porche. Con la misma cara inmutable con la que había matado a su tío, le preguntó a la señora por sus hijas. La mujer ya conocía a Constanza, tanto como a sus problemas psicológicos. La hizo pasar y la acompañó hasta la habitación. Las dos hermanas estaban acostadas en sus respectivas camas.
Constanza esperó a que se retirara la señora, sacó el arma y, sin mediar palabra alguna, curó otra parte de su trauma. Ya sólo restaban dos nombres. Mientras abandonaba el cuarto, vio acercarse corriendo desesperadamente a la madre de las chicas. De inmediato oyó un ruido seco, similar al de una persona que cae al suelo sin atenuantes. Miró por tercera vez la lista; era el turno de Franco Alvear, su profesor de Historia, aquel racista que inexorablemente debíamorir. Caminó durante casi veinte minutos. Al llegar al lugar, vio al hombre parado junto a la puerta de su casa, muy posiblemente esperando a alguien. El profesor la vio venir, pero, antes de llegar a saludarla, se percató de cómo su alumna llevaba la mano derecha al interior de su cartera y extraía lo que acabaría con su vida.

La chica lo vio caer con ambas manos sobre el estómago, cubriendo el orificio ocasionado por la bala, el mismo orificio por donde se le escurría la vida. Constanza Levy sintió cómo su mal
mermaba, cómo poco a poco se desvanecía.

Sólo faltaba una persona para acabar definitivamente con su padecimiento. Sólouna. Aún aferrando el arma con la mano derecha, y una última bala esperando a ser usada, leyó en voz baja el último nombre:... Constanza Levy.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Lun Jun 08, 2009 7:41 pm


La séptima víctima

De pie en medio de su oficina, Sabrina está shockeada, el pánico le impide moverse. La fotografía que sostiene le quema las manos. Se pregunta si sus amigos también han recibido una como esa antes de morir.

La imagen, inmortalizada en una paradisíaca playa de Brasil, pertenece a otra época, una época de felicidad, de sueños por cumplir, de pura amistad. Los protagonistas son ocho amigos, ocho jóvenes que posaron ante una cámara fotográfica sin saber que en ese mismísimo instante firmaban su sentencia de muerte.

Sabrina observa atónita el vacío donde deberían estar los rostros de sus amigos. El asesino los ha recortado prolijamente; salvo uno, justo en medio de la imagen: la sonrisa de Sabrina Silva, su mirada, su cabello, aún están unidos a su cuerpo. No obstante, eso no la tranquiliza. Es el peor de todos los presagios: ella será la octava víctima. Morirá al igual que sus amigos, y nada lo impedirá. Nada.

Deja caer la fotografía y comienza a correr. Sale del edificio llevándose por delante a varias personas, entre ellos a su jefe. Sube al coche estacionado en la puerta y se dirige a su casa a toda velocidad.

Mientras adelanta a toda clase de vehículos y aprieta aún más el acelerador, piensa en aquella mañana en que la voz de Nadia la despertó, llorando. “Encontraron el cadáver de Alex en el río”, le dijo, y luego añadió: “Piden a alguien que lo reconozca”. Media hora después, ella y Nadia se encontraban en la morgue judicial, frente a la fría camilla metálica donde descansaban los restos de lo que había sido su amigo Alex. Estaba irreconocible, y no hubiesen podido reconocerlo si no fuese por su vestimenta y los documentos hallados en su pantalón.

Aquella pareció ser una simple tragedia, pero con el correr de los días resultó ser algo mucho peor. Al cabo de una semana, la muerte llamó a la puerta de Nadia: su cuerpo, salvajemente golpeado, fue descubierto a un costado de la ruta por un móvil policial. Sin embargo, Sabrina no relacionaría ambos crímenes hasta que no le llegó el turno a la tercera víctima: Pamela... Un bocinazo la devuelve a la realidad; pero en lugar de aminorar la marcha acelera más y continúa cruzando todos los semáforos en rojo.

No puede perder ni un segundo. Está decidida a no ser la octava víctima.

Diez minutos más tarde llega a su casa. Se baja velozmente del coche y corre hacia adentro. Al abrir la puerta, se detiene a causa de un fuerte dolor en el pecho. Quizás no es tan fuerte como aquel que sintió al encontrar a Pamela (con una sábana alrededor de su cuello y colgada del techo), pero es suficiente como para quitarle la respiración.

Avanza un par de metros hacia el interior de la casa, y no tarda en advertir que está todo revuelto: infinidad de papeles tirados en el suelo, sillas caídas, los cajones de los muebles abiertos, porcelanas y macetas todas rotas... El asesino ya ha estado allí.

Sin que ellas les de la orden, sus piernas comienzan a huir. Corre hacia el coche, sube y acelera a fondo. Por un segundo, la imagen de Sebastián con un agujero en la cabeza cruza fugazmente por delante de sus ojos. Ella se siente responsable por su muerte: si sólo hubiera llegado a advertirle...

Luego, las tres muertes restantes fueron demasiado rápidas como para reaccionar. Andrea, Fabián y Nicolás fallecieron en el acto al colisionar el auto contra una torre de iluminación.

Sabrina sigue escapando, pero sin rumbo definido.

La imagen de Alex en la morgue vuelve una y otra vez a su mente; y al recordarla no puede evitar estremecerse.

De repente se le ocurre algo. Gira en el primer retorno y se dirige hacia el este, hacia el campo de sus padres. Aunque ellos ya no estén, allí Sabrina estará protegida, por lo menos por un tiempo.
En ningún momento del trayecto piensa en recurrir a la policía. Sebastián ya lo pensó antes y
acabó misteriosamente con una bala enterrada en la cabeza.

Media hora más tarde, con la noche cayendo sobre la ciudad y una gran tormenta en el horizonte, llega al campo. El paisaje es extremadamente desolado; sólo una pequeña casa en medio del campo interrumpe la plantación de manzanas.

Antes de apearse, mete la mano en la guantera pero no encuentra el arma, sino algo que provoca que un grito desesperado escape de su garganta . Se trata de una fotografía idéntica a la anterior, pero ahora su rostro también ha desaparecido. Presa del pánico, abandona el auto y camina a pasos acelerados hacia el interior de la casa.

No hay luces encendidas y la oscuridad la envuelve. Llega a la puerta, se agacha y toma la llave escondida debajo del felpudo. Entra. La oscuridad le impide ver.

Tantea en la pared hasta dar con el interruptor de la luz. Lo enciende y luego... El grito es desgarrador. Las paredes del living están empapeladas con cientos de réplicas de la escalofriante fotografía tomada en Brasil. Y los rostros, recortados, se hallan desparramados por el suelo, formando una alfombra que cubre cada rincón.

En ese instante, el miedo de Sabrina alcanza proporciones bíblicas. No hay remedio: se convertirá en la octava víctima.

De golpe siente una mano que se apoya en su hombro, e instintivamente piensa en las muertes de sus amigos. Voltea y..., retrocede aterrorizada. No puede creer lo que sus ojos le muestran. Sus pensamientos la arrastran hasta aquella mañana en la morgue: aquel cadáver que reconoció como Alex no era él realmente, de lo contrario no podría estar ahora frente a ella y apuntándole con un arma.

Observando al hombre que irremediablemente acabará con su vida, Sabrina piensa que no será la octava víctima, sino la séptima.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Sab Jun 20, 2009 4:04 pm


Kubotan Desde 10? - Desenfunda

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El gángster

Sintió el frío de la Browning 9 milímetros en la palma de su mano y colocó el cargador con 10 balas, dejando una en la recámara. Se llevó la pistola a la cintura, se aflojó un pasador del cinto y cubrió el arma con su remera blanca estirada que llevaba fuera del vaquero gastado.

Recorrió su casa con la mirada y salió a la calle.

Las luces quedaron encendidas por si llegaba tarde y dejó las cortinas tapando las ventanas, para que nadie mirara hacia el interior.

Llevaba unos zapatos marrones lustrados, con suela de goma para no hacer ruido. Su paso era seguro, aún en las veredas más desastrosas.

Miraba hacia delante con los ojos clavados más allá y fuera de si. Su mano derecha estaba apoyada sobre la remera blanca que acariciaba la pistola y con la otra mano contaba de uno a cinco sin parar.

No sabía el nombre de la víctima ni los motivos de su asesinato; conocía el lugar de residencia y su rostro. No era necesario saber más.

Seguía caminando y al acercarse al lugar comenzó a sudar un frío más cortante que el de la Browning 9 mm.

Simulaba muy bien su miedo y su necesidad de matar. Nada lo detenía, su mente estaba tatuada con la cara del futuro cadáver, la tapa de los diarios de mañana, el desafortunado.

Le pareció llegar al lugar y sacó de su bolsillo izquierdo (sin sacar la mano derecha de la pistola) un papel con la dirección correcta: Islas Malvinas 4822 piso 5 departamento B.

Miró el reloj y no miró la hora. Esperó a que alguien bajara para poder entrar; salir no era ningún inconveniente porque la puerta podía abrirse desde adentro. Pasaron cinco minutos y una mujer con su bebé salieron del edificio.”¿La ayudo señora?”; - sí por favor -, clavó los ojos en la criatura que dormía en su cochecito, miró a su madre que agradecía con una sonrisa y entró.

Tomó el ascensor que estaba en la planta baja y que seguramente había dejado la mujer. Con el dedo índice temblando oprimió el botón Nº 5; el sacudón del ascensor le ofreció unas ganas de vomitar que no quiso aceptar.

Sudaba mucho, se secó la transpiración con la remera blanca estirada y al levantarla vio en el espejo la pistola que ocultaba en su cintura; la tomó con su mano derecha y la apoyó sobre su pierna.

Se detuvo en el piso indicado. Abrió la puerta con cuidado, la dejó así para que nadie usara el ascensor y buscó la letra B. Los mosaicos del pasillo estaban encerrados y las suelas de goma de sus zapatos marrones se adherían al piso. Caminó lentamente y con los nudillos de su mano izquierda golpeó dos veces.

La puerta se abrió, las bisagras chillaron un poco y el tatuaje que llevaba ensu mente con la cara de la víctima se hizo realidad.

Colocó el caño helado de la 9 mm en la frente de la víctima, inspeccionó los rasgos de su cara y se detuvo en los ojos aterrados. Quiso escucharle la voz, pero no dijo una palabra, cerró los ojos y disparó cuatro veces.

Nadie escuchó los disparos y muchos no quisieron escuchar.

Volvió la pistola a su cintura y se sacó la remera blanca manchada de sangre que luego guardó en una bolsa de supermercado. supermercado.

Encontró una camisa de la víctima que le quedaba ajustada, le costó un poco prender los botones porque eran pequeños y porque seguía temblando; recorrió el departamento con la mirada, cerró la puerta con el pie y se fue hacia el ascensor.

Llegó a la planta baja y se llevó a la axila la bolsa de supermercado del muerto con la remera blanca estirada manchada de sangre.

La puerta del edificio estaba abierta.

El portero baldeaba la vereda concentrado en la escoba y el secador. Los zapatos de goma siguieron en silencio y mientras caía la tarde caminó hacia su casa.

En el camino se cruzó con la mujer y su bebé, la saludó con la cabeza y ella se detuvo un instante en la camisa ¿sería de su marido?... Quién sabe.

Siguió con la mirada hacia delante y se metió en su casa. Las luces estaban encendidas, las cortinas seguían corridas y la noche cubría al asesino.

Apagó las luces, cerró las ventanas, se duchó por más de media hora y se acostó con la Browning 9 mm cargada con las 6 balas restantes debajo de su almohada. No soñó ni se interrumpió su descanso. Cuando la radiodespertador anunció las 7 a.m. saltó de su cama. Corrió hasta su puerta donde lo esperaba un sobre cerrado.

Buscó la luz de los primeros rayos del sol para no dañar la correspondencia y la abrió con un cortaplumas que tenía en el cajón de su escritorio sin papeles.

Sacó un cheque de $ 5000 y el diario del día con su víctima en la tapa; buscó en la anteúltima página del matutino la información necrológica y conoció el nombre del desafortunado.

Cerró el diario.

Sintió la Browning debajo de su almohada y siguió durmiendo, hasta el próximo encargue.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Sab Jul 04, 2009 6:54 pm


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El hedor

Hola nena, ¿de dónde venís?

- preguntó la muchacha policía detrás del mostrador de la comisaría “La unión”. La niña se había perdido y eso se caía de maduro. Fue mucha suerte el haber encontrado aquel lugar, lo que no se sabía aún, era de dónde provenía. La pequeña llevaba consigo una muñeca sin un brazo y sin su pequeño vestido. Ella tenía la mirada triste y carente de brillo. -¿Dónde se encuentran tus papás?

- volvió a cuestionar la muchacha, pero la niña seguía sin responder. Parecía haber salido de la
nada. De un tiempo perdido y lejano, en el que uno podría perderse y vagar eternamente. La pequeña, simplemente, atinó a dar un par de pasos, y consiguió la ternura de la oficial dándole un abrazo terminando en un sollozo casi inaudible.

-Ah, bueno, bueno... Pobrecita- se sorprendió la chica.

-¿Estás perdida?- pero seguía sin contestar. Entonces Leonor la llevó a la oficina para darle atención.

-Jacinto, ¿no me cubrís que estoy ocupada?- le dijo a su compañero.

-¿Y esa nena?- cuestionó él, sorprendido.

-No sé, apareció acá dentro. Ni idea de cómo llegó.

La llevó hacia el escritorio y la dejó sentada frente a ella. La niña seguía con la mirada perdida. Le llamaba la atención el lugar donde se hallaba. Era nuevo, no era su casa.

-¿Cómo te llamás?- Volvió a interrogar, pero siguió siendo en vano. La niña levantó la vista... De pronto había captado su atención.

-¿Cuántos años tenés, mi vida?-. La pequeña levantó su manita y le mostró cuatro dedos.

-¡Ah, muy bien!- se sorprendió Leonor.

-Ahora vení que te limpio- sugirió, y sacó un pañuelo para limpiarle la carita. Había estado llorando, también tenía un poco de tierra. Su vestido estaba igual de sucio, el abandono era evidente. -Y decime...

¿por qué te fuiste de tu casa?- volvió a cuestionar, pero la niña atinó a alcanzar los papeles del escritorio.

-Ah, querés dibujar. Bueno, un poco te dejo. Te voy a traer agua. ¿Querés agüita mi amor?- preguntó tiernamente y la pequeña movió la cabeza. Antes de ir por el agua, ella le acercó unos papeles y una lapicera, para que la perturbada niña pudiera distraerse un poco de la
triste situación que la abrumaba. Caminó hacia la cocina, tomó un vaso y lo
acercó a la canilla. Antes de volver, el teléfono interrumpió sus pensamientos.

Su compañero estaba allí.

-Comisaría La Unión, buenas tardes... Sí, qué tal. Aja, sí. Pero... No, no. Cla... No señora, lo que pasa que... No, no. Pero... -Leonor sospechó un momento y fue hacia el aparato. -Dejame a mí- dijo decidida y atendió.

-Hola. Sí señora, estamos en eso. Varias personas denunciaron lo mismo. Sí, claro. ¿Ah si? Ok. enseguida le mandamos un móvil, no se preocupe. Déjeme sus datos... Listo, muchas gracias- dijo la muchacha, y colgó el aparato.

-¿Qué pasó?- preguntó su compañero.

-Esta es la séptima persona que denuncia lo mismo. Hace como una semana que reciben llamados anónimos. Parece que alguien anda esperando que se ausenten para robar. Es la típica... Además, hay un olor fuerte por toda la cuadra, ya varios se quejaron también por eso- espondió Leonor, y recordando a la niña, se dirigió con el vaso hacia la oficina. La pequeña aún estaba dibujando sobre el escritorio y cuando ésta se acercó, sus ojos quedaron fijos en ella.

Su garganta parecía estar pasando clavos y el vaso se estrelló contra el piso.

-Jacinto, vení conmigo ahora- balbuceó la oficial. Su compañero la miró con más atención. -¿Qué pasó?-. Ella se acercó hasta la puerta y dejó a otro policía a cargo de la niña. Su rostro se había
colmado de tristeza.

-Ya te digo, arrancá la patrulla-. En el transcurso del viaje él notó que Leonor no estaba bien, una pequeña lágrima rodó por su mejilla.

-Leo, ¿te pasa algo?- preguntó él.

-Nada, seguí manejando. -Ordenó ella, y él manejó por largos minutos hasta que llegaron al lugar.

-Es acá. La señora que llamó me dio la dirección de donde viene el olor...- musitó entre dientes y tragó saliva. Respiró profundamente y contuvo el llanto.

-¿Olor?- preguntó su compañero.

La casa se veía solemne. Un silencio sepulcral y terrorífico invadía la fachada con las luces apagadas... La puerta parecía entreabierta.

-Que de ahí... viene el olor Jacintoquebró Leonor y bajando la ventanilla del patrullero, una ráfaga de pestilencia los golpeó. Un espantoso hedor de muerte atormentó sus almas. Ella levantó el papel ante su rostro, mostrándole el dibujo de la pequeña. Una mujer yacía sobre una cama salvajemente mutilada, producto de incontables puñaladas propinadas por el marido, que también estaba muerto. Estaba colgando de una soga, bien sujeta al ventilador de techo.

-De ahí viene el olor... de ahí venía la chiquita- sollozó la mujer con el corazón partido. Las llamadas anónimas habían sido realizadas por la pequeña. Fueron llamadas al azar, ya que con sus cuatro años... no sabía a quién recurrir.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Mié Jul 15, 2009 4:12 pm


Gafas Polarizadas 5.11

militariapiel.es
Cobarde

El chalet de Ernesto Linares era, sencillamente, imponente. Hasta en el mínimo detalle se notaba la guita que facturaba aquel abogado de aspecto pulcro y fama de tránfuga. Yo estaba seguro, segurísimo, de que, además de tener sus abultadas cuentas desparramadas entre diferentes bancos, Linares guardaba bastante plata en la casa (sin contar las joyas que debía tener su mujer); así que, aunque yo ya no contaba con la compañía del ¿chango? Cordera (en la cárcel de por vida), me decidí a actuar.

Una lluviosa noche de fines de noviembre, justo al terminar de entrar su auto al garaje, Linares se cagó hasta las patas al verme a mí, de pie frente a él y apuntándole con una pistola. Su cara de pánico era para sacarle una foto. Amenazante, le dije que no hiciera nada estúpido y entrara a la casa. Yo ya sabía que adentro estaba la esposa, por lo que todo sería más fácil: la mujer entraría en pánico y Linares, temeroso de que ella sufriera algún daño, entregaría el dinero sin problemas. Pero lamentablemente me estaba equivocando.

Ingresamos por la puerta principal. La señora Linares (una rubia elegante de más de cincuenta años) se hallaba leyendo una revista en uno de los enormes sillones del living: apenas levantó la cabeza, saltó del sillón como si éste tuviera resortes, y acto seguido permaneció rígida en el lugar. Ni siquiera atinó a abrir la boca ni a pestañar.

-No se mueva y todo saldrá bien- le advertí, por las dudas.

Luego, en un intento por parecer más rudo, tomé al abogado por el cuello y lo tiré hacia adelante. El y la mujer quedaron hombro con hombro; parecían dos estúpidos muñequitos de torta.

-¿Dónde está la plata? Decime porque te quemo-. Apunté a Linares. Y de inmediato, el sujeto comenzó a llorar y a repetir una y otra vez:

-Por favor, no nos haga daño. Por favor. Fue en ese momento, cuando el rostro de la mujer se transformó y sus ojos dejaron de mirar fijo la pistola y se posaron sobre su marido.

-¿Llorás?- le preguntó incrédula- Esto es el colmo. Sos un puto cobarde. Tenés agallas para golpear a una mujer, pero te asustás como una nena cuando debés comportarte como un hombre. Cobarde. Mientras tanto, Linares continuaba con su llanto, ahora un poco apagado, y con sus súplicas hacia mí. Y yo empezaba a divertirme.

-¿Sabe una cosa?- De golpe la mujer me miró y avanzó unos pasos-. Este desgraciado me golpea, me mata a palos-.

Se arremangó el pulóver y me enseñó los moretones de sus brazos. Después hizo lo mismo con su torso. Aquel tipo sí que era una basura. -Hasta amenazó con matarme si lo denunciaba. Eso sí, nunca me pega en la cara: es hijo de .... pero no imbécil, no me va a dejar marcas visibles.

La mujer estaba completamente sacada, se había olvidado del asalto y sólo se dedicaba a deschabar a su esposo golpeador, como si yo no fuera un ladrón sino un juez o un policía. Sin embargo, eso era sólo una cortina de humo: sin darme tiempo a reaccionar, y entre insulto e insulto al marica de su marido, se me acercó lo suficiente como para arrebatarme el arma de las manos.

-Ahora usted no se mueva- me dijo, seria y poniéndome en su mira. Luego me tranquilizó-: No lo voy a matar... a usted.

Al terminar de decir eso, se dio vuelta y adornó el pecho de Linares con tres tiros.

-Gracias- me dijo con una sonrisa en su rostro, como si yo la hubiera ayudado a liberarse de una carga muy pesada.

-¿Y ahora qué hace?- le pregunté, atónito, al verla dirigirse hacia la pared más lejana y tocar un botón en el tablero de la alarma.

-Acabo de apretar el “botón de pánico”. La policía vendrá en menos de cinco minutos.

Creyendo que me alertaba para que escapase, giré hacia la puerta y comencé a huir. Pero, otra vez, me estaba equivocando.

-No le dije que se mueva-. Nuevamente tuve la boca del arma dirigida hacia mi cabeza.

La miré desconcertado y ella me adivinó el pensamiento:

-Vamos a esperar en silencio a que llegue la policía- dijo.

Y eso hicimos. Esperamos de pie en medio del living, con el fiambre de Linares sumergido en una laguna de líquido rojo a escasos metros. Hasta que se oyeron los ruidos de varios autos deteniéndose en la puerta. Y de repente, todavía aferrando la pistola, la mujer comenzó a gritar con fuerza:

-No me mate, por favor, no me mate.

Y cuando varios uniformados ya habían saltado la reja de entrada, la asesina de Linares apoyó el arma contra su hombro izquierdo y se disparó. En ese momento no supe por qué la desquiciada mujer había hecho eso, y las armas reglamentarias que pronto me apuntaron tampoco me dieron tiempo de pensarlo; pero hoy, confinado entre estas cuatro paredes, y condenado por homicidio simple e intento de asesinato, entre otros cargos, lo entiendo muy bien.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor P3RR0 » Sab Ago 08, 2009 4:58 pm


Psicotécnicos Joyfepol FERES

joyfepolferes.es
No sé si hacerle propaganda, pero mi padre me regaló un libro escrito por un PMM, que cuenta muchos relatos graciosos de la Policía Municipal que según tengo entendido pasaron realmente. Ahí va uno titulado "EL UNIFORME DEL GENERAL":

Esta historia cuenta, en tiempos en que "ser militar tenía unas connotaciones distintas a las de hoy en día", de un PMM regulando el tráfico en el Paseo de la Castellana, cuando un potente vehículo se salta el semáforo y las señales del agente. De pronto un conductor se acerca al guardia y le invita a subir al coche para perseguirlo. En la parte trasera del vehículo llevaba colgado un uniforme de General del Ejército de Tierra. El agente, sorprendido, manifestó a tan alto personaje que no merecía la pena que se molestase, pero el hombre insistió y el policía optó por subir. Más adelante pararon al vehículo infractor y bajaron a reprocharle su actitud. La casualidad quiso que el infractor fuera un agregado militar de la embajada de EEUU, que al darse cuenta del uniforme de general del otro vehículo, y por evitar un posible conflicto, pidió mil perdones y dijo estar dispuesto a pagar lo que hiciera falta. Dos multas, que pagó en el momento y se fue tan contento de haber evitado un posible conflicto diplomático.
Nuestro "GENERAL" volvió a llevar al Policía a su puesto, y este se dispidió
-"Bueno, pues muchas gracias, y a sus órdenes, mi general".
-"¿General?¡No hombre, no! yo soy empleado de unos grandes almacenes. al uniforme lo llevo a nuestro departamento de sastrería para un arreglo".

P.D. Otro día contaré una que le pasó a mi madre, muy graciosa también y no hace tanto.
Uno nunca debe hacer nada que le motive u obligue a pedir perdón.

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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor P3RR0 » Lun Ago 10, 2009 2:21 pm


CNP Modelo Squad

gafaspolicia.com
Esto me lo contó mi madre, PMM. Una noche, en la M-30 en la época de obras, cuando la estaban soterrando. Acuden a un accidente. Un sólo vehículo implicado, que se había comido una mediana de hormigón en una curva a la izquierda donde él giró a la derecha. Por lo visto, al conductor, borracho como una cuba, se le hace prueba de alcoholemia y da positivo, siendo detenido. El borracho, juraba y repetía que la noche anterior la curva estaba al revés, hacia la derecha. Lo que tiene gracia, es que según mi madre el borracho tenía razón, esa noche se había cambiado el trazado por las obras.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Mié Ago 12, 2009 5:23 pm



foropolicia.es
El final

El hombre que estaba escribiendo sobre ese escritorio era un aspirante a escritor de novelas policiales. Había utilizado mucho tiempo en encontrar la trama perfecta, el detective perfecto, la forma de escribirlo con maestría. Su objetivo era ser reconocido a través de los años como el hombre que realizó el mejor cuento policial, ganándole incluso al Sherlock Holmes de Conan Doyle. Y al parecer lo estaba logrando.

Llevaba meses viendo la forma perfecta de escribir ese cuento. Era seguro que ganaría el primer premio del concurso del que iba a participar, sí, el triunfo era seguro y ya lo tenía plasmado en el rostro.

El detective que había creado era de lo más ingenioso. Tenía las dosis perfectas de cada tipo de emoción, incluyendo el amor. ¿Por qué un excelente detective no iba a hacerse un lugar en su alma para un verdadero amor? Después de todo, si es tan brillante, debería también poder vivir con normalidad como cualquier otro ser humano. Con sentimientos y todo. ¡Sí, estaba yendo por el camino perfecto!

El caso... debería resolverlo él. Que sea difícil. Que los lectores piensen una cosa... que después dé la impresión de ser otra... y que el final sea completamente inesperado. ¡Y ese gran final! Siempre lo tuvo pensado. Un gran secreto que nadie, absolutamente nadie, iba a poder revelar hasta el último párrafo del cuento. Quizá le agregaría un pequeño epílogo explicando un poco más allá, explorando la profundidad del asunto. Porque había gente a la que no le gustaba los finales abruptos. Y como la explicación tampoco iba a ser mucha, iba a dejar satisfecho a todo el que lo leyera. ¡Ay, qué buen cuento, era el mejor de todo el mundo! Era la maravilla, la perfección. Algo nunca antes visto, único e inigualable.

El escritor pensó que había sido acertado no habérselo dicho a nadie más que a su representante. Después de todo, él siempre le había publicado sus cuentos. Nunca uno policial, siempre de magia, de monstruos, infantiles. Era un gran salto el hacer un cuento policial, encima, de esa estirpe... El escritor no podía comprender cómo había surgido eso de su imaginación, se sentía tan orgulloso de sí mismo... así que por eso había hablado con su representante; si bien no lo iba a publicar con él (ya que ese cuento estaba destinado a ganar un concurso), era muy habitual que lo llamase para alardear de su obra, para tener a alguien con quien ensayar sus discursos, o simplemente para hablar consigo mismo, pero teniendo un testigo que oyera sus palabras.

Esta vez el orgullo lo había llevado a contarle todos los detalles de su obra maestra. Todos, a excepción del gran final. Ese sí era un dato que se reservaría. Incluso a su representante lo sorprendería, quizá a él más que nadie, ya que estaba acostumbrado a las “sobrenaturalidades”
de la literatura de su escritor.

¡Era muy gracioso! Haberle contado sobre su arte perfecto a ese hombre tan mediocre... lo único que su representante podía hacer bien era publicarle sus obras. Nada más. Le provocaba risa, porque incluso era incapaz de escribir sin faltas de ortografía... pero no debía pensar en eso ahora. No. Ya estaba terminando el cuento. Había buscado con su mente las palabras justas con las que largar ese final.

El escritor había empezado a escribir el anteúltimo párrafo, el cual había escrito en su cabeza. Ya era de noche. Estaba tan entusiasmado... quizá por eso no oyó los ruidos en la cerradura de la puerta de su pequeña casa de campo. Este... sí, eso es lo que tiene que hacer el detective. ¡Es perfecto! Tal vez esa euforia y la concentración no le permipermitieron percibir los pasos que se acercaban lentamente hacia su escritorio, de espaldas a la puerta e iluminado sólo por una lámpara de noche. Así que fue demasiado tarde cuando escuchó el golpe en su lámpara, y vio a su representante enfrente suyo, mientras trataba de concluir ese último párrafo, con unos guantes negros y apuntándole con un arma directamente a la cabeza. Entonces todo se oscureció para el escritor.

¡Es muy bueno escribir en un diario íntimo! Te permite escribir las cosas de la forma que quieras sin que nadie te esté criticando. Como ese asqueroso escritor.

Siempre me trató de menos, era una porquería. Sin embargo, tenía razón en que no puedo hacer nada bien. ¡Por qué no apunté bien! En el pecho le tenía que pegar... pero igual, internado y todo, esa herida es mortal... tiene que ser mortal, si no, estoy perdido. A menos que entre y... pero no, ¡va a morir, tiene que morir! JAJAJA, y cuando muera habrá deseado leer cómo pinté su fin en estas hojitas de diario íntimo. Realmente no puedo parar de reírme. Sin embargo, estoy nervioso. Pero va a morir. Tengo que rogar que así sea, ¡por favor!

Y a pesar de todo, siempre confió en mi, su representante... sin saber que yo me vengaría de todos los años en los que me basureó tan insensiblemente, refregándome por la cara su éxito, haciendo suyo mi sueño de escribir cuentos infantiles... realmente se siente extraño. Mi sueño era escribir cuentos infantiles y ahora...

Será mejor que concluya este cuento que el escritor dejó inconcluso. Maldita sea, sí que es bueno. Pero tendría que haber esperado más para matarlo. Bueno, va a morir, así que el disparo fue como si lo hubiera matado. Al menos tendría que haberme asegurado que terminara de escribir su cuento. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Esto está tan bueno que le ponga el final que le ponga, va a ser un éxito igual. Quizá podría concluir con algo así como que el detective es el culpable... ¡qué se yo!

Mmmm... bueno... ya está, creo. Y esto va a llevar mi nombre, qué gracioso. Listo. Ahora me voy a hacerlo entrar en el concurso. ¡Diario, deseame suerte! Voy a ganar. Estoy seguro.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor P3RR0 » Mié Ago 12, 2009 5:58 pm


Cartera Porta Placa Ertzaintza

Fabricado en piel de vacuno
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:aplauso: :venerar: :venerar: :venerar: :aplauso:
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie Ago 28, 2009 5:47 pm


Cambio de planes

Periodistas de mierda. “Noche siniestra”, decía la tapa del suplemento de policiales. Era 6 de septiembre, y ese tipo al que habían bautizado “El asesino de Satán” había matado una mujer la noche del 6 de junio. Otra la del 6 de julio. Y, sí, una más la del 6 de agosto. “La policía sigue sin tener pistas”. Me estaban empezando a hacer quedar mal, muy mal, y eso no me gustaba. Sentí el aroma de las lilas tres segundos antes de que dijera hola. Jamás supe diferenciar una flor de otra, pero sabía que su perfume olía a lilas.

-Hola, detective.
Odiaba que me llamara así, y ella lo sabía.

-Hola, teniente- decidí seguirle el juego.

Salvo por el metro sesenta que apenas alcanzaba cuando andaba de civil con sus tacos aguja, todo en Laura era exagerado. Tenía los cabellos muy negros y muy lacios, los ojos muy redondos y muy verdes, la boca muy grande y muy roja, la barbilla muy pronunciada. Parecía un dibujo sacado de una historieta japonesa. Sus curvas también eran muy. Pese a ello, todo lo excesivo encajaba a la perfección en lo exiguo de su cuerpo.

-Puntual, como siempre. Y eso que te llamé hace 20 minutos. Preferí no decirle que conducía mi auto cerca de allí cuando me había sonado el celular.

-Me intriga que me hayas citado a esta hora y en un bar.

-No se haga ilusiones, detective -dijo con algo que no supe si era picardía o sarcasmo-. Es por el caso. No hacía falta aclarar qué caso.

-Creo haber descubierto un patrón.

-Sí, mata mujeres los 6 a la noche y les marca con un cigarrillo el pezón izquierdo -levanté el diario-. Lo leí varias veces. Me miró con la suficiencia de un egresado de Harvard que va a dar una conferencia a una secundaria de Los Hornos.

-Está matando prostitutas. Esa había sido nuestra hipótesis hasta la tercera.

-La tercera era secretaria le respondí con sequedad, para remarcar lo molesto que me resultaba decir una obviedad.

-Lo que él considera prostitutas

-puso el acento en el él, e hizo una pausa-. Y no sólo eso: las conocía a las tres. Y seguro conoce a la cuarta. Me quedé mirándola. Le temblaba el labio inferior. No sé por qué, pero me hizo recordar a Vivian Leigh en la escena final de Lo que el viento se llevó.

-Aunque quizá a la primera no la conocía. Marilina Sánchez era una .... barata, que hacía la calle por dos mangos. Tal vez la eligió al azar. Tal vez fue la primera que se le cruzó la noche que había escogido para empezar a matar. Por eso la liquidó de un balazo y listo. No se ensañó como con la paraguaya y la rubia. No tenía nada contra ella. Bastaba con la marca del cigarrillo y que fuera la noche del 6 para que después quedara claro que había sido él. Detuvo su catarata verborrágica para encender un Parisienes. Porque Laura fumaba Parisienes.

-La noche que la mataron, Karina Frías se había ido un rato antes del privado donde trabajaba. Dijo que estaba descompuesta, pero estoy segura de que nuestro hombre la tentó con buena guita para que pasara la noche con él. Y ella aceptó porque lo conocía y sabía que pagaba bien...

-La paraguaya no hacía dos semanas que trabajaba ahí -la interrumpí-. Yo mismo hice los interrogatorios.

-Pero hace un año y medio que vivía en Argentina, vivía sola, no tenía profesión conocida... es más que probable que antes estuviera en otro privado... y eso se puede averiguar, ¿no?

-Supongo que sí -mascullé-. Aunque habría que ser más que discretos. En teoría, la policía no sabe que esos lugares funcionan... Laura echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. En 49 años, sólo he conocido otras dos mujeres capaces de hacer eso y no perder una pizca
de sensualidad.

-Bueno, se puede hacer -concedí.

Me miró a los ojos y cerró la carcajada en una media sonrisa que era más amplia que muchas risas que he conocido. Le hice la pregunta que estaba esperando.

-¿Y la rubia?

-A la rubia la encontraron desnuda sobre su cama. La cerradura no había sido violada. Pero él no la sorprendió...

¿Cómo mierda se sorprende a alguien que vive en un cuarto piso? Ella lo dejó entrar, y lo dejó entrar porque lo conocía. No podía imaginar que iba a terminar destazándola y arrancándole el clítoris con un cuchillo.

Se detuvo para darle una última calada al Parisienes, lo apagó en el cenicero con sólo dos pequeñas rotaciones de su muñeca, y se quedó en silencio.

Yo seguí en silencio. Cuando el silencio se me estaba empezando a meter por las fosas nasales, continuó.

-La conocía. Era su ex algo. Ex compañera de trabajo, ex vecina, no creo que ex pareja. La rubia estaba en planta en la Cámara, ganaba más que vos y yo juntos, y apenas podía tipear con los dos índices. Alguna vez fue muy bonita, no sé si me entendés.. para el tipo era una ..... Está llevando a cabo su propia campaña de limpieza moral, y no va a parar hasta que mate a todas las putas- Laura acompañó la palabra con un fuerte acento en la u e hizo unas comillas con el dedo índice y medio de cada manoque se le hayan cruzado en la vida. No me extrañaría que la quinta o la sexta sea su madre. Me reí. Creo que era la primera vez que eso me pasaba en el día, y eran las diez de la noche.

-Esto no es una novela de Agatha Christie, Laura.

-Odio a Agatha Christie.

-No tenés una sola prueba.

-Es mucho más de lo que conseguimos en tres meses. Busquemos ex compañeros, novios, amigos, vecinos, clientes, lo que sea de las tres...

-De las cuatro, si estos cagatintas tienen razón.

-...y vamos a encontrar a nuestro hombre. Pensé: “OK, Laura, que sea así”. Y dije:

-OK, Laura, que sea así. Me miró como mira el paño el tahúr que acaba de acertar un pleno en la ruleta.

-Mañana pongo a toda mi gente a rastrear datos. Si tenés razón, en dos días lo agarramos. Y si hoy mata, mejor. Más fácil. Esa chica debía tener un aire acondicionado en los ojos, porque en un segundo me congeló con la mirada.

-Te importan un carajo estas mujeres, ¿no? Lo único que querés es salir bien parado.
Me dieron ganas de putearla. Pero dije:

-Bueno, digo, si tu teoría es cierta... no quise decir eso, Laura. Mejor vamos. Te llevo.

-No, dejá, me tomo un taxi.

-Laura, ya sé que vos y Miranda... El aire acondicionado de sus ojos bajó unos 15 grados. Puse mi mejor cara de perro que acaba de ser sorprendido después de orinar sobre la alfombra nueva.

-Perdoná, no soy nadie para meterme en tu vida privada. Sonreí por segunda vez en el día.

-Te llevo, dale, y de paso te cuento un par de cosas que se me están ocurriendo para ajustar tu teoría. Lo pensó unos segundos, el tiempo que tardó su ego en hacerla aflojar.

Tomó la cartera y amagó con sacar la billetera. Se lo impedí con un leve gesto de mi mano izquierda.

-Bueno, vamos. No sé qué cosas se te ocurrieron, pero vas a ver que tengo razón. Y me vas a deber un ascenso. Seguí el bamboleo de sus caderas a través de las mesas del bar. Antes de
salir, pensé: “OK, Laura, que sea así”. Pero es una pena. Hubiera preferido que fueras la sexta.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Sab Sep 19, 2009 9:46 pm


¡Rutina!

¡Carajo! Si hay algo que me rompe las pelotas es que me despierten a la madrugada, porque a un boludo inoportuno se le ocurre morir en forma violenta. No es algo que en general me ponga irritable, pero hacía sólo un par de horas que me había caído sobre la cama, después de tomar
unos tragos en lo del Gordo. Bueno... Después de todo la culpa la tengo yo, por haberme metido en la Fuerza y haber hecho carrera en Homicidios. La cuestión es que ahí estaba, con una resaca que todavía no era tal, una camisa barata con la cual había dormido y un dolor de marulo insoportable, manejando hacia el lugar del hecho.

A primera vista todo parecía tediosamente familiar: un par de giles uniformados en la puerta del edificio coqueto de Belgrano, vecinos curiosos, un portero testigo del hecho que narra una y otra vez lo que presenció, con una cara como si nunca le hubiese pasado nada mejor en su .... vida y los infaltables cronistas morbosos, que siempre me ganan. ¿Es que nunca duermen esos turros?

Siempre llego a la escena en cuestión con la vana esperanza de encontrar un crimen satánico o algo extrañamente sádico, que me saque de la rutina por un tiempo y me otorgue quince minutos de fama, pero no... Siempre la misma bosta: delincuentes chabacanos que matan pasados de falopa, crímenes pasionales, o algún imbécil que vio demasiadas veces El Padrino. Esa vez no me pasaba lo mismo, por el simple hecho de que sólo tenía tres neuronas sobrias, una que me mantenía en pie, otra que disimulaba la situación y la tercera... Al pedo, ya había muerto. En fin, sólo intentaba cumplir mi deber con el poco recato que me quedaba.

Asco. Sencillamente eso es lo que me produce ver a esa clase de testigos llorones. ¡Qué repulsión! ¿Es que son todos una manga de maricones? Está bien que era la madre la que estaba tendida en el suelo con la mitad de su cerebro tapizando la sala, pero tampoco para hacer escándalos. ¿Cómo es que ese cristiano podía tener tantas lágrimas? Encima, cuando parecía reponerse, sólo bastaba que le preguntaran algo para que se volviera a quebrar. En fin, dejé al sensible deudo con la sargento y me dediqué a escudriñar la escena.

Era un piso elegante y confortable, los muebles eran de estilo y las paredes estaban insoportablemente atiborradas de cuadros, platitos y demás huevadas. En el aire flotaba un agradable aroma a incienso, mezclado con ese meticuloso olor a limpieza que caracteriza a los hogares bacanes. Todo estaba estudiadamente en su lugar y, excepto la sangre, los pedazos de cráneo y masa encefálica que adornaban las paredes y el sofá, no había rastros de violencia.

La propiedad era de la difunta, Clorídea Gómez Herrera, de 65 años, viuda de un próspero comerciante judío, León Goldstein, que según me informaron, se había suicidado unos años antes, sin razón aparente. Alberto, de 44, hijo único del matrimonio, vivía junto a su madre y una doméstica paraguaya con cama adentro, que fue a visitar a su familia en Ituzaingó aprovechando el día franco. Ella fue la que encontró el cuerpo y avisó al encargado del edificio, quien se ocupó de llamar al Comando y a media ciudad. Según pudo declarar Alberto, entre sollozos y desconsuelo, había salido después de cenar a mirar una película con una amiga y llegó cuando ya estaba la Policía. Indagado sobre el posible móvil del crimen, comentó que faltaba la caja de seguridad que se encontraba oculta dentro de la encuadernación del Diccionario de la Real Academia Española, el alhajero de su madre, así como también su reloj, billetera y algunos objetos de menor importancia. Ante la pregunta sobre si había algún arma en la casa, respondió negativamente. Aunque no llegó a convencerme. En este oficio se aprende a semblantear a la gente, a percibir los más ligeros cambios en su conducta, a oler su miedo como lo hace un perro con su presa y a no dejarse llevar por una fachada de cordero degollado. Ese chabón escondía algo y no necesitaba estar completamente sobrio para darme cuenta de ello. Pero no era momento de apretarlo, necesitaba algo más que corazonadas.

Los de Científica ya habían llegado y de inmediato comenzaron los peritajes. Hay que ser minucioso en estos casos, no está bien visto que el homicidio de una señora de clase alta quede impune.

No necesitaba la autopsia para arriesgar algunas certezas. A simple vista se notaba que no hubo resistencia por parte de la víctima, no había laceraciones ni marcas de golpes. La ropa, una blusa de seda blanca, un pantalón azul y zapatos de tacos negros, estaban prolijamente acomodados, sin rastros de lucha, salvo la gran cantidad de sangre proveniente de la cabeza.

El arma homicida debió ser algún grueso calibre, con gran velocidad y energía cinética, ya que literalmente le había volado la mitad de la cabeza. Seguramente el proyectil debió tener punta hueca o ser algún otro tipo de munición blanda, que se deforma al momento del impacto, generando terribles destrozos. Un trabajo efectivo, pero nada agradable a la vista. Definitivamente no fue un profesional, ya que hubiese utilizado un calibre pequeño, como el 22, consiguiendo un resultado prolijo.

Tuve que volver a la Comisaría, necesitaba unas cuantas tazas de café, ya que a mi estado general calamitoso, se le había sumado una fuerte náusea y no es aconsejable vomitar la escena del crimen. De inmediato llamé a un amigo funcionario del Renar, para confirmar ciertas sospechas. Además, pedí que citaran a la supuesta amiga con la cual había salido la noche
anterior el hijo de la víctima, para que ratificara la coartada.

¡Bingo! Detesto tener siempre la razón. León Goldstein había registrado en el ‘85 un revólver Smith & Weson, calibre 357 Mágnum. ¿Dónde se encontraba ese arma? Por si fuera poco, la supuesta amiga negó haber pasado la noche con Alberto. Dijo que después del cine, la acompañó hasta su casa y se despidieron a eso de la 1. Además, mencionó que lo había notado preocupado y completamente ido. La farsa duró demasiado poco.

Hice traer de inmediato al incauto parricida y me apresuré por quebrarlo antes de que cayeran sus bogas.

Con la mirada huidiza, sumamente nervioso y atento al mínimo movimiento en la sala, él solo se acusaba. No perdí tiempo. Después de las primeras preguntas de rigor, que a gatas pudo responder sin incriminarse, arrojé sobre la mesa la blusa de su madre que aún conservaba la humedad de la sangre. Su espanto fue tal que volteó la cara e intentó levantarse de la silla, cosa que el Subcomisario Mansilla evitó de un violento golpe en sus hombros. Acerqué la prenda a su cara mientras lo interrogaba a los gritos, los cuales se mezclaban con el llanto del infeliz, que no resistió más y confesó.

Tomé su brazo, le acerqué un vaso con agua y le convidé un pucho. Después de tranquilizarse aceptó declarar, no sólo el homicidio de su madre, sino también el de su padre, años antes, a quien había arrojado desde el balcón. El Smith & Weson apareció junto con los objetos faltantes
en el baúl del auto. Más tarde sus abogados intentarían echar por tierra su declaración alegando apremios ilegales, pero su defendido se negó.

Ya anocheciendo, caí nuevamente en lo del Gordo a cobrarme unos favores que me debía con whisky. Al fin terminaba otro tedioso día en la oficina.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Lun Sep 28, 2009 4:06 pm


DEPOL Guardia Civil

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El cordón de plata

Así miraba ella a través de los anteojos oscuros en aquella mañana de verano. Los ocasionales caminantes diurnos no podían ver los ojos atemorizados. Ella, a su vez, no se animaba a abrir la boca o a hacer el mínimo gesto para alertarloso pedirles socorro, por el temor que le causaba pensar que aquel cuchillo amenazanteentre las costillas, fuera hendido.Seguramente antes de que alguien pudieradarse cuenta, el portador que ahora la sujetaba con la otra mano sobre el antebrazoizquierdo, hubiese escapado caminando tranquilamente.

La situación era desesperante. Unicamente su corazón, que latía descontrolado, gritaba el pedido de auxilio tan ansiado. Pero el bullicio de los micros y autos que transitaban por la avenida 7, lo enmascaraba todo. Nadie podía escucharlay ella no se atrevía a hacer nada.

Caminaron así, como siameses unidos por el vil metal, varias cuadras.Pensaba en algún arma, en alguna piedra y tantas otras cosas... Todo en torbellino,todo mezclado... ¿un policía quizás? ¿Alguien que desde la ventanilla de un microme viera y reconociera?, ¡oh, por Dios!, exclamó hacia su interior.

En ese momento, quien conducía sus pasos la hizo voltear rápido, furiosamente, hacia una puerta improvisada que, presuntuosa,pretendía tapar la entrada de una casa en construcción, absolutamente desolada.

Pateó la puerta dos veces, no hizo falta más. Abandonada a la intrusión, permitió el paso de la pareja y del metal que los unía.

Un ambiente, dos y los cuerpos se separaron.

- Tranquila- dijo él aflojando el cinturón con una mano y sin abandonar el cuchillo en la otra- no debe ser tu primera vez.

Tras un segundo, uno de esos que duran horas, ella decidió cambiar de actitud. Primero pensó en su propio terror, luego en la inutilidad de tratar de eludir lo que seguramente iba a ser por la fuerza, dado el tamaño y el porte de su oponente. Debía luchar con otras armas. Pero, ¿qué tenía? Una cartera grande, maquillaje, femineidad, dinero... sus anteojos. Todo enel mismo segundo se sucedía en su mente.

Una mente que podía haber abandonado a cualquier otra mujer, pero no a ella. En el último eslabón de la cadena de pensamientos, encontró un arma y trazó rápidamente un plan.
Lo miró directamente a los ojos y le sonrió. El quedó atónito.

Dejó caer la gran cartera al piso y se sacó los anteojos con la otra mano, arrojándolos a lo lejos a través de esa ventana que no estaba, hacia un patio inundado de escombros y bolsas de cal vacías.

Instintivamente la mano de él se aferró al bastón metálico, al mismo tiempo que la desconfianza comenzaba a producir más adrenalina.

Ella notó el cambio y se sintió más fuerte. Se agachó hacia el bolso mientras que él se acercó un poco. -Por las dudas- pensó.

Sacó un gancho para el pelo, de esos típicos alargados que asemejan a un pico de tucán, pero más fino, y se recogió el cabello rápidamente. El día caluroso lo ameritaba. Lo que venía, era lo más difícil.

- Tranquilo vos- le dijo con voz irreconociblemente segura -te va a gustar...

Y comenzó a acercarse.

Los nudillos de él estaban blancos por la fuerza con que se aferraba al cuchillo. Desconfiaba.
Ella siguió adelante. Limpió el piso al frente con el pie, sin quitarle los ojos de encima.Se agachó posando las rodillas sobre el pedregullo que aún quedaba. No le importó el dolor. El estómago se le dio vuelta del asco, pero abrió la boca.

Poco a poco, él se fue relajando. La mano sobre el cuchillo tomó la suave presión con la que sostenemos a un canario, tratando de no asfixiarlo, pero sin que se nos vuele.
En un momento, ella levantó la cabeza hacia él y le sonrió con picardía.

El bajó la vista a mirarla y vio cuando se soltó el pelo. -Qué imagen bella- pensó.

Volvió a bajar la cabeza y esperó a que él se entregara totalmente.

No tardó en ocurrir. Una mujer sabe eso.

Era el momento justo y obró en consecuencia. Tomó con más fuerza el gancho para el pelo que no había abandonado y lo elevó tan rápido y certero como pudo, en el mismísimo momento que cerraba la quijada cercenante. La punta del “pico” se incrustó muy adentro de él, que reaccionó casi con la misma velocidad, pero era tarde.

Los cuerpos, por segunda vez desde que entraron a la casa en construcción, se separaron.
Los gritos de él quedaban apagados por el estrépito del tránsito exterior. El cordón de plata que los mantenía unidos, tornó al rojo vivo.

Ella, tendida a unos pocos metros, dejaba entrever una sonrisa distinta, sincera, que leiluminaba el rostro. Observaba agitada el cuerpo quieto que se revolcó por el dolor durante un breve lapso. Las sombras llegaban a sus ojos ahora hundidos. “Estado de penumbra”, lo llaman los médicos. El pulso débil y rápido completaba el cuadro.

Y es que la herida profunda sobre la carótida izquierda era letal. El último corte de aquel cuchillo estilo Bowie, sumamente afilado, tuvo la mala suerte de ser a la altura de la cuarta vértebra cervical, justo donde se dividen ambas carótidas: la interna y la externa.

Su destino estaba sellado.

-Por qué no habré sido pintora en lugar de enfermera- se bromeó a si misma. La respiración se hizo más ruidosa y más lenta. El coma era inminente.

-No importa, a mí no me toca ir hoy al infierno balbuceó mientras la mano izquierda aflojaba la presión sobre el cuello, aunque hubiese sido más fácil arrojar la cartera en la calle..... La Policía encontró los cuerpos tres días después.

- Shock hipovolémico- dijo el médico forense señalando a la mujer.
Ninguno pudo explicar cómo los anteojos negros de ella habían llegado hasta el patio.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor zeppelin60 » Lun Sep 28, 2009 8:52 pm


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Hola a todos, soy yo, el asesino...tras cuatro muertes he de decir que estoy consiguiendo mi propósito, os estoy haciendo que algunos os vayáis al mas allá y otros vayan a la cárcel acusados por algo que no han hecho, y lo mejor es que estoy consiguiendo que no sospechéis de mi, soy yo el que os hace que un día penséis en un asesino y al siguiente os rompe los esquemas, soy yo el que poco a poco esta haciendo que entre vosotros acabeis eliminados de este juego, y lo mejor es que sigo aquí, riéndome de vosotros, quizás tu que ahora estas leyendo esto...seas el siguiente en morir, o en ir a la cárcel si no estas ya allí...Dudo mucho que podáis seguirme el rastro, creía que los participantes eran mas listos, que sabían leer entre líneas lo que digo, pero ya veo que no, sois una panda de necios que no tiene nada mejor que hacer que estar acusando sin ton ni son al personal...patético...tomároslo mas en serio, estar mas atentos, vuestra vida depende de ello y tened una cosa bien clara...la sangre seguirá derramándose mientras inocentes serán enculados en la cárcel, los que seguís vivos deberíais tener miedo...podéis ser los siguientes y eso solo lo decido yo...EL ASESINO.
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