Historias y cuentos de policías

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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Jue Oct 30, 2008 3:04 pm


Chaleco Balistico Sioen Sk1-6

790?
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La obediencia de la vida

El ruido de la puerta de entrada cerrándose fue para Ricardito la firma que lo condenaba a la abstinencia. Mamá había dicho antes de irse de viaje "nada de chocolates" porque el doctor Gorostiaga había dicho "nada de chocolates" al ver esas placas horribles frente a la luz del consultorio. Pero ¿cómo resistirse a esa tentación que ahora se le presentaba delante de sus ojos, a ese paquete de aromas azucarados que invitaban a la lujuria?

Rosita, la nueva mucama, había golpeado su puerta y alcanzado en una bandejita la caja que ahora lo ponía en una encrucijada.

—Te los envía tu padre —le dijo, y luego la chirusa se marchó contoneando esas caderas angulosas que a Ricardito le hacían recuerdo a uno de esos bombones rellenos de dulce de leche, que sabía que no podía comer porque sino iba a explotar su corazón, como cuando se infla demasiado un globo y entonces...

Y se los enviaba su padre: ¡ah!, ¡qué cruel forma de enfrentar las tentaciones! Don Alejandro tenía la certeza de que el hombre (o un niño, en este caso) solo se prueba frente al pecado. Si no cualquiera tendría estampitas y aureolas doradas, concluía el pilar moral de la familia.

Ahora, confinado en su pieza, Ricardito daba vueltas y vueltas, alejándose del paquete malicioso. Lentamente se fue acercando (claro, no fuera a pensar su padre que sentía miedo o algo parecido.) Al fin y al cabo, qué fácil era aquel asunto: tomar la caja, voltearla de un lado a otro, arrojarla en la cama irreverentemente. ¿Esa cajita insignificante? No representaba ningún peligro. Y si no representaba ningún peligro podía acercarla a su nariz, olerla sin reparos, leer Bo-na-fi-de. Podía ¿por qué no? sacarle esas cintitas rojas y hacerse pulseritas contra la envidia, o sacudir la caja como si fuera un rompecabezas mundano. Ningún peligro.

Abría y cerraba el paquete fugazmente, y en cada aleteo un aroma embriagador se metía por los agujeros de su nariz y hasta por los de sus orejas y le susurraba las más groseras tentaciones. Qué tanto, se dijo Ricardito, abrió la tapa del todo y ahí las vio, tan chiquitas, insignificantes e inocentes las treinta piezas de chocolate. Hubo un silencio horrible, que sólo fue quebrado por la tos mortecina de su padre, tan viejo ya y con el corazón gastado... Aquel venerable anciano desde su lecho le decía "resiste, resiste hijo mío", pero fue en vano. Ricardito tomó tembloroso uno de los bombones, uno completamente redondo, casi tanto como él, como su cara, y cerró los ojos. El bombón pícaro jugueteó en su boca y Ricardito apenas lo presionaba con los molares, para que no se diluyera fugaz por su garganta. Se fueron deshaciendo lentamente las capas de chocolate hasta quedar la almendra, que el niño paladeó con un placer exquisito y se la zampó de un suspiro. Listo. No estaba muerto y el crimen ya estaba consumado.

El horrible y dulcísimo pecadillo ahora estaría recorriendo kilométricos caminos por sus intestinos y ya no había vuelta atrás. Era una mala persona, qué desilusión para papá y mamá. Un pecado mortal impregnando sus siete añitos, qué desilusión...

Lo arrancaron de sus pensamientos los histéricos alaridos que venían de la habitación de su padre. Ricardito corrió por los enormes pasillos de la mansión sintiendo cómo los gemidos de su progenitor latían desgarrados. Instintivamente se culpó por ello (¡cuántas veces su madre le había pedido que no le diera emociones fuertes al corazón de su padre... y ahora encima esto!)

Abrió las puertas del cuarto y allí vio, en la cama, a don Alejandro completamente en cueros, a Rosita, la nueva mucama también desnuda, con las manos en la boca y la mirada llena de espanto. Exprimida bajo varias capas de placer yacía la aorta del ejemplo. A un costado, en la mesita de luz, descansaba el frasquito de Viagra con sus píldoras violentamente desparramadas sobre la almohada.

Ricardito escuchó que la puerta de entrada volvía a abrirse y su madre (que había olvidado los pasajes) ya subía por las escaleras. Entonces Ricardo se puso firme y agachó la cabeza, manteniendo la conciencia tranquila y esperando el castigo.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Lun Nov 03, 2008 2:11 pm



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Un fusil en la hojarasca

El muchachito Rubén Mosquera esperaba, quieto como un demonio expectante, escondido tras los bejucos y los pequeños helechos, igual que una serpiente encañonando con la mirada al grupo de militares. Pero el veneno de Mosquera era distinto, su veneno olía a pólvora, y con la pólvora en los cartuchos de su vieja M-16 el joven se mantenía enérgico, con ganas de que le pasase toda una tropa por el frente para aniquilarla. Sabía que los enemigos no lo distinguirían allí, acostado en lo alto del terraplén, con la mirilla de su fusil asomando oculto entre la hojarasca como una espina de muerte. Sentía cómo las raíces de los árboles y las plantas se confundían con su uniforme camuflado, y ni siquiera los pájaros delataban su posición.

La enorme cicatriz que exhibía en la mejilla se le irritaba con la humedad, recuerdo del mismo machete que había segado la vida de sus padres. Hacía un año había descrito en una carta cómo había llegado a aquella situación, con letra indescifrable y parco lenguaje. Todavía guardaba aquél manuscrito en su zurrón, plegado y humedecido con la tinta algo corrida, que le servía para recordar sus orígenes. Hacía más de un año que había decidido ir a la ciudad de Santa Marta, sobre el Mar Caribe, para buscar al único tío que le quedaba sobreviviente de las masacres que arrasaron con su familia. Estuvo también en Barranquilla, otra ciudad de la costa atlántica, buscando en balde después de una azarosa travesía en una caravana de lanchones por el río Sinú. Al cuarto día de salir de Barranquilla el grupo de viajeros con el que recorría la costa norte colombiana fue atacado por la guerrilla. Entonces los oficiales atacantes le ofrecieron adiestrarlo en el uso de las armas y pagarle un salario quincenal si se les unía, y el muchachito Mosquera, con la mirada huidiza y el pelo salvaje, pensó: "Con doce años ya estoy en edad de ganar algún dinero".

Desde su posición podía volver la vista y escudriñar a través de la fronda cómo la niebla matinal que nacía del páramo se adhería a la montaña. Volvió a concentrarse en su objetivo. El grupo de soldados avanzaba raudo sobre la hojarasca, apartando el ramaje con sus fusiles y machacando el suelo con sus botas militares como ganado pesado. Sin duda no esperaban una emboscada. Mientras Rubén Mosquera los acechaba oía a los pájaros graznar nerviosos, como si quisieran advertir al enemigo de su presencia. Eran seis en total, pocos para ser descubiertos en la inmensidad de la selva, pero el joven guerrillero había recibido el aviso de que pasarían tarde o temprano por aquella senda, y debía emboscarlos con su M-16. El muchacho los había esperado durante dos días y dos noches, sin apenas variar su posición. Dos días a base de pan y legumbres enlatadas, padeciendo sudores y fríos nocturnos, defecando y meando sobre los troncos más cercanos, soportando mosquitos y alimañas. Ni siquiera había llenado su cantimplora en una cascada cercana, por si cualquier despiste provocaba el fracaso de su misión. Tenía la boca seca y al tragar saliva el paladar le rasgaba el cuello. Le alegró que el grupo frenara en seco a una orden del oficial; aquello le pondría la labor más fácil. Era tan sencillo clavar una bala en el cráneo del sargento como dispararle a una lata a menos de tres metros de distancia. Tenía la cabeza gorda como un melón maduro en verano, y las cejas tan espesas que desde la distancia parecía que sus ojos se escondían bajo un tupido bigote.

Desde la altura el muchachito Mosquera acechaba a los soldados como un niño observa a las inquietas hormigas antes de comenzar a aplastarlas con el dedo. El oficial que iba a la cabeza se quitó la gorra para secarse el sudor de la frente y mandó un descanso. Los cinco soldados rasos se derrumbaron en el suelo agotados. Aquello le puso las cosas mucho más fáciles al muchachito Mosquera, que acariciaba extasiado el gatillo del arma, tratando de mantener firme el pulso mordiéndose los labios hasta sangrar. "Hey, man, este chico vale. Tiene huevos y buena puntería", le habían recomendado de esta guisa a su jefe para la misión. Para aquellas tareas siempre empleaban a niños. Decían que los adultos eran incapaces de atreverse solos frente a todo un grupo de militares, porque eran conscientes de la realidad; los niños lo tomaban más como un juego, un juego con el que mataban enemigos pero en el que eran inmortales, así que actuaban como kamikazes. Pero Rubén Mosquera no pensaba así. Él no era un niño bobo. Sabía que un error podría costarle la vida, pero también iba a morir tarde o temprano, pensaba, y si lo hacía pronto mejor, porque sufriría menos. Entendía que era víctima de algo superior a él, superior incluso a sus jefes de guerrilla, y acataba las órdenes como soldado que era, consciente de que aquella cabeza gorda con forma de melón no era la de un muñeco lejano, sino la de un sargento con familia e hijos esperándole.

Una vez un chiquillo recién reclutado, aún menor que él, le había preguntado si mató a alguien alguna vez.

- Claro, man¾ contestó el muchachito Mosquera, y notó cómo a su colega se le entornaban los ojos de asombro y respeto.

- ¿Pero cómo lo hiciste?¾ le inquirió el niño. Lo recordaba como si hubiera sucedido dos días atrás, aunque en realidad hacía ya varios meses de aquella charla en el campamento.

- Ay, man, no es algo que a uno le nazca de la cabeza¾ recordaba Rubén al pie de la letra sus explicaciones al aprendiz - . Si a uno le dicen: mate a Fulano, pues ha de hacerlo no más, porque si no lo hace los demás le tienen desconfianza. Y a uno lo pueden quebrar las desconfianzas, pues es como si estuviera colaborando con el enemigo, ¿entiendes? Sólo hay que obedecer. Pienso que con el diálogo es como uno arregla mejor las vainas, pero aquí no gustarás si no obedeces.

Pocos días más tarde su aprendiz moría a manos del enemigo cuando trataba de emboscar un camión militar junto a otros compañeros. Y ahora Rubén Mosquera sentía algo ante las circunstancias, sin distinguir si era venganza o temor. Seguía mordiéndose los labios para mantener firme el pulso sobre el gatillo. Viró la mirilla suavemente para apuntar a uno de los soldados que acababa de quitarse las botas y descansaba tumbado. Mejor dejarlo para después, pensó. Acabaría con los que llevaban las botas calzadas, porque podrían perseguirlo si trataba de huir después de disparar. Volvió a apuntar al sargento. Eso les crearía mayor confusión. ¡Bam!, un disparo al jefe y los otros temblarían. ¿Quién sería el segundo en el mando?

Observó que uno se alejaba del grupo y se escondía tras unos helechos para defecar. Sería su segunda víctima. Decidió concentrarse en el oficial. Apuntó con firmeza, justo en el centro del bigote que coronaba la mirada adusta, entre las dos cejas. Apretó el gatillo accionando el instrumento mortífero y el hombre cayó como un saco de patatas. El estruendo provocó que decenas de pájaros huyeran en desbandada del lugar. Uno de los militares gritó mientras los demás aferraban sus armas y miraban a su alrededor, confundidos por el revolotear de las aves. Rubén apuntó ahora al hombre que estaba separado del grupo. El desdichado intentaba correr hacia los demás con los pantalones aún bajados y dominado por el pánico. Trastabilló una vez cayendo de bruces al suelo. Rubén aprovechó para apuntar a la espalda y apretar el gatillo de nuevo. Dos balas atravesaron el cuerpo del militar, quedando tendido en el suelo con los pantalones bajados, una mano sujetando el cinto y la otra intentando alcanzar un tronco para erguirse. Rubén Mosquera volvió la mirada hacia el grupo y observó cómo se replegaban con rapidez, ocultándose tras la maleza y los troncos de las palmeras. Le gritaron insultos que no pudo entender.

Decidió esperar sus próximos movimientos. Los trajes militares se confundían con el follaje, y al principio pensó que se movían a su izquierda, pero luego comprendió que sólo era una estrategia; los soldados lanzaban piedras a lo lejos entre los helechos para confundirle, aunque permanecían escondidos en el mismo sitio, esperando que el muchacho delatara su posición con un movimiento en falso. No lo consiguieron. Rubén Mosquera mantuvo la calma y esperó durante varios minutos, hasta que uno de los soldados, el que andaba descalzo, decidió adelantarse para recoger sus botas.

El hombre se acercó muy lentamente, agazapado como una serpiente, y cuando estuvo cerca de su objetivo trató de alargar la mano para coger las botas por los cordones y tirar de ellos hasta recuperarlas. Aún no las tenía en sus manos cuando recibió un disparo que le perforó la garganta. Otro de los soldados trató de escapar saltando sobre unos troncos derribados y corriendo pendiente abajo, disparando a discreción su ametralladora. El muchachito Mosquera volvió a abrir fuego. Pulsó el gatillo y lo mantuvo en esa posición hasta que la tormenta de balas barrió el sendero y tiñó de sangre al desgraciado. Disparó hasta que dejaron de saltar casquillos vacíos de su arma y comprobó que necesitaba recargarla. La última ráfaga de disparos había delatado su posición y los dos soldados sobrevivientes comenzaron a disparar apuntando a lo alto del terraplén donde el guerrillero se escondía. Las balas silbaban muy cerca de Rubén Mosquera y se perdían a lo lejos. El muchacho trató de retrasar su posición y buscó un nuevo cartucho de munición en su mochila. Antes de cargar el arma decidió asomar la cabeza y mirar cuesta abajo. Los dos soldados ascendían la pendiente rodeándolo en círculo, amparándose tras el grosor de los troncos, mientras se aferraban a piedras y raíces que se asomaban como venas entre la hojarasca, los musgos y los hongos. El guerrillero comprendió que no tenía tiempo de recargar su fusil y optó por huir. Se levantó ágil como un felino, echándose el arma y la mochila al hombro, y corrió en dirección contraria a sus enemigos. Salvó un repecho y descendió a un valle frondoso tropezando con ramas y hoyos en el suelo. Tras él corrían los soldados, disparando sus armas cuando lo tenían a tiro. El denso follaje hizo que se diera de bruces con un tronco que lo doblaba en anchura. Apenas distinguió el obstáculo cuando corría pendiente abajo, y el golpe en la cabeza lo dejó aturdido unos segundos.

Miró hacia lo alto y distinguió entre las copas un mono equilibrista que lo miraba curioso, mientras se balanceaba colgado de una rama con la cola. Trató de recobrar las fuerzas cuando oyó muy cerca de él las voces de sus perseguidores, los cuales discutían entre sí sobre el paradero del muchacho. Su frente sangraba y notó cómo un hilillo caliente le recorría la mejilla. Continuó corriendo, extasiado por el miedo que se había apoderado de él. "Hey, man, este chico tiene huevos", recordó que alguien había hablado una vez así de él. Pero ahora el corazón le latía como si sufriera la cuenta atrás de un artefacto, sentía cómo sus pulmones iban a explotarle de un momento a otro.

Por fin, tras apartar las hojas de unos inmensos helechos, hizo aparición ante él el principio de una enorme catarata que caía resbalando por las rocas hasta despeñarse en el último tramo sobre las aguas de una laguna. El muchacho midió la caída y supo que desde aquella altura se rompería el cuello golpeándose con las rocas del fondo. Prefirió descender por la vertiente derecha, donde la pared era más escarpada y con más bordes a los que aferrarse. Además, allí el agua salpicaba menos y las rocas no estaban resbaladizas. Fue descendiendo mientras el rugido del agua le impedía oír si sus perseguidores estaban cerca. Cuando estuvo en el último tramo de la cascada se lanzó a la laguna doblando las piernas, seguro de que no hubiera rocas en los primeros metros bajo la superficie del agua. Se hundió como un pesado saco en la fría laguna, lo suficiente para que sus pies rozaran levemente las rocas del fondo y pudiera coger impulso para subir y respirar. Tardó bastante en llegar a nado hasta la orilla porque el fusil y la mochila dificultaban el movimiento de sus brazos. Por fin llegó a pisar la tierra enlodada y permaneció allí tumbado unos segundos, creyendo que había despistado a los soldados. Comenzaba a reír nerviosamente cuando detrás de él, entre el follaje, oyó el chasquido de una raíz pisoteada. Ágil como un jaguar, Rubén Mosquera rodó por el suelo soltando su mochila y echándose a correr con su vieja M-16 bajo el hombro. A su lado vio aparecer a uno de los soldados sujetando un fusil con ambas manos.

- Suelta el fierro, muchacho, o disparo- le oyó decir al hombre.

El jovencito Mosquera soltó el arma con un acto reflejo mientras huía, pero no tuvo oportunidad de oír una nueva advertencia. Cuando apenas se había internado en la espesura, sus piernas se paralizaron con el estruendo de un disparo y cayó al suelo de bruces descansando sus exánimes labios sobre la hojarasca. Sintió cómo alguien se acercaba a sus espaldas y las botas militares se posaban junto a su oreja. "Eso es todo", pensó el muchacho. "Aquí acabó todo. Me vencieron. No tuve huevas y salí corriendo. Por eso Dios me castigó."

Notó cómo apretaban contra su cráneo el cañón de un fusil mientras los dos hombres proferían insultos. Recibió varios puntapiés en un costado que lo hicieron revolverse como una lombriz de tierra, mientras lentas lenguas de fuego y dolor barrenaban sus ojos como un cuchillo desgarra el estómago. Luego uno de los soldados ordenó que acabaran de una vez. Volvieron a apuntarle con el arma y esta vez no hubo más patadas.

Allí quedó Rubén Mosquera, desnudo bajo el manto que los recortes de cielo tendían sobre el difunto a través de las copas de los palmerales, fruto de una hombría que no entendía y un país que le había dado la espalda.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Lun Nov 10, 2008 3:29 pm


Academia Acceso Cnp

sector115.es
Adoquín San Isidro

Era luna llena, había luz en la calle cuando el pasó por su casa y le rompió el vidrio del living con un adoquín San Isidro. No se dio cuenta que venía un auto de frente, lo esquivó y terminó chocando contra un sauce llorón. El auto quedó destruido. Bajó del auto aturdido para sentarse en el piso. Tenía un hilo de sangre sobre el lado izquierdo de la cabeza, se tocó el pelo. Le dolía bastante. Intentó pararse pero se cayó al piso. A los veinte minutos recién llego la ambulancia.

Le dieron los primeros auxilios, examinaron la obra social que tenía. Llego la policía, hizo todos los peritajes. Y llegó el seguro del auto. Mientras tanto el estaba acostado adentro de la camilla, ya mas calmado aunque aturdido, respondía preguntas que el policía, cabo primero de la comisaría 124, le hacía para entender como fue que se estrelló contra un árbol en una avenida doble mano bien ancha.

El no se acordaba que estaba haciendo antes del accidente en el auto. Ni idea a donde iba, ni tampoco de donde venía. Tenía la cedula de identidad: Lucas.

Se acercó otro policía a la ambulancia con un adoquín en la mano. Encontramos esto adentro del auto, sobre el asiento del acompañante, en el baúl hay otros 30 adoquines. ¿Qué hace con tantos adoquines?

Una mujer con otro adoquín se acercó al policía y le dijo que alguien una hora antes le había tirado un adoquín desde la vereda y le había roto el vidrio de la ventana de su casa. El adoquín cayó sobre el televisor y lo había aboyado. Cargaba con el adoquín para mostrarlo como prueba.
El policía se acerco a Lucas y le preguntó porqué le había tirado un adoquín por la ventana adentro de la casa.

Lucas estaba perdido. No tenía ni idea de nada. Lo último que tenía en la memoria era el enfermero curando las heridas que tenía en la cabeza.

Cuando la señora mostró la piedra, se acercó también un hombre mayor con otro adoquín y dijo que se lo habían tirado ya hacia unos días y le había roto el vidrio de la ventana de la casa. Después de un rato ya eran como 27 personas a las que Lucas les había tirado adoquines adentro de sus casas.

Lucas fue internado en el Hospital Pirovano, tenía perdida de memoria. 5 Días mas tarde se ubicó su paradero. Una mujer de 45 años lo pasó a buscar. La policía le hizo un par de preguntas. Los adoquines los había sacado de las plazoletas que están en Echeverría y Zabalía. La cuestión es que ni Lucas, ni la policía supo nunca porque había arrojado esos adoquines a esas personas.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Dom Ene 04, 2009 1:57 pm


El visitante

Hace un par de décadas a tras, en una zona rural de un país de Sudamérica, viajaban en un mini-bus un grupo de turistas. entre las personas que componían el grupo había un niño con su madre, un ejecutivo, un estudiante, una pareja de abuelitos, una señora de 40 años y una joven un poco mayor que el estudiante.

Al momento de salir de la carretera principal y tomar un camino mas pequeño el mini-bus presento problemas, pero el chofer prefirió seguir por no contar con los elementos para revisar y reparar el vehiculo, además que había comenzado a oscurecer. Mientras seguían viajando por el pequeño camino, inesperadamente una luz incidente ilumino el mini-bus desde arriba junto con un estruendo, antes que alcanzaran a preguntarse ¿que ocurrió?, se repitió la luz pero esta vez en el horizonte, que se apreciaba al lado izquierdo del camino, enseguida todo comentaron el hecho, atribuyéndolo a relámpagos, al ejecutivo y a la señora les pareció extraño ya que no habían muchas nubes. El chofer intento apurar el vehiculo para llegar rápido al destino, ante una inminente tormenta, pero al forzar la maquina esta finalmente fallo. Teniendo que detenerse obligadamente en una parada de buses al costado del camino. En el momento que el chofer se acerco a la parada, se dio cuenta que había un hombre de pie junto a la parada. al detenerse para tratar de reparar el mini-bus el desconocido se acerco y le pregunto al chofer si lo podía llevar, este dijo que no tendría inconveniente, pero el vehiculo esta presentando problemas. Entonces el hombre desconocido, se identifica como vendedor viajero de repuestos mecánicos y que talvez el tenga el repuesto que necesita el mini-bus. Misteriosamente busca en su maleta y encuentra el repuesto que necesitaban, ante esto el chofer se dirigió a los pasajeros explicándoles lo sucedido y pidiendo la autorización para llevar al vendedor hasta el pueblo mas cercano, los pasajeros no tuvieron ningún problema. Tras continuar el viaje, los pasajeros comenzaron a hablar con el vendedor este les explico que estaba esperando que pasara el autobús rural, pero aparentemente no lo alcanzo a tomar e ignora cuando pasa el otro.

Como estaba programado en el viaje antes de llegar al próximo pueblo. Debían realizar una parada obligatoria, en una estación de servicio para cargar combustible. Además de un descanso para los turistas ya que en ese lugar también existe un restaurante (tipo fuente de soda). Al ingresar los pasajeros al restaurante se encuentran con un atento encargado detrás de la barra o mesón, conversando con un policía que descansaba en el lugar. Cuando el chofer acomodaba a los pasajeros en distintos lugares de la fuente de soda indico al encargado se tomarían unos refrescos mientras cargaba combustible. al momento que el policía saludaba a los visitantes y o el encargado del local preguntaban por el viaje, son interrumpido por la radio portátil del policía, en la cual se escuchaba; ¡¡atención !! todas las unidades del sector rural 5, ¡máxima precaución ! - ¡emergencia militar comunicarse con la central! el policía exclama- ¿que extraño es esta área? haber esperen me comunicare para saber que ocurre. Mientras se el policía comunicaba con su central, los turistas comentaban al respecto los jóvenes fantaseaban con un ataque de algún país vecino, los otros pensaban en algún grupo terrorista. todos estos comentarios son interrumpidos por las indicaciones radiales de la central al policia- "debe permanecer en ese lugar, su compañero lo recogera en la patrulla-¡ va en camino!- de momento debe quedar verificando el acuartelamiento de los civiles en ese lugar,¡ recuerde los militares ya estan en la zona investigan el accidente aereo! -cambio-" entendido dice el policía. bueno ya escucharon, continua el policía, ocurrió un accidente aéreo, se cayo una nave, pero no ha sido identificado a que país corresponde y los militares tienen tomada la zona, deben permanecer en este lugar hasta nuevo aviso... antes de que termine de hablar es interrumpido por los comentarios de los turistas. La madre asustada le dice a su hijo que no se preocupe, pero el dice que son extraterrestres que le dispararon a la nave o avión estrellado, la madre lo reta diciendo que esto es de verdad y no fantasía. La pareja de jóvenes se inclina por el hecho de que los militares estaban probando arnas secretas y les fallo. El empresario y la otra mujer comenta que pueden ser de alguna secta secreta o traficantes que están atacando a quien se aproxime al sector. la parajes de ancianos asustados solo suplican que no sea una guerra, ante lo cual el cantinero indica no se preocupen es solo un accidente. en ese instante se apaga la luz por un tiempo de 3 segundos...

Al volver la luz el policía estaba en el suelo aparentemente inconciente. Ante la sorpresa y miedo de todos, el vendedor viajero se aproxima a revisarlo y es detenido por los jóvenes que dicen déjenlo a.C. si esta muerto quedaran tus huellas en el cuerpo, además ya viene el compañero en la patrulla- agrega el empresario. mejor escapemos dice la joven, pero es interrumpido por el chofer que dice; ¿y adonde vamos a ir ? si toda la zona esta cubierta por militares. en eso el encargado del local exige ! no se mueve nadie de a.C., uno de ustedes es el responsables y debemos descubrirlo antes de que algo enconara del resto de nosotros primero las sospechan recaen en el vendedor ya que era del que menos tienen información, después culpan a los jóvenes, insinuando que andan con droga y se asuntaron ante la presencia del policía, después culparon al empresario atribuyéndole una estafa y que tomo el viaje para huir. mientras se culpaban unos a otros se sintió las sirenas de una patrulla que llegaba a la venciera, antes de que alguien dijera algo entro un policía al restaurante, era joven y delgado, al momento que se para frente a los turistas... se apaga la luz ?...

- ¡ Que ocurre a.C.! grito el policía.. 3 segundos después volvió la luz. Inexplicablemente el otro policía (inconciente) estaba de pie y lucido, solo un poco confundido. preguntando a su recién llegado compañero, ¿que ocurrió con la luz?, ¿en que momento llegaste?- el otro policía contesta- ahora antes que se apagara la luz, la escena dejo totalmente confundidos a los turista, al chofer y encargado del local que quedaron mudos y solo se miraban entre ellos, mientras conversaban los policías.
Te vengo a buscar en la patrulla y debemos escoltar a este mini-bus y sus ocupantes hasta las afueras de la zona tomada por los multares. que ocurrió entonces dijo el otro. no esta claro - contesto el policía joven- pero escuche que cayo una nave espacial, debe ser algún satélite de espionaje americano o musulmán por todo el escándalo. Está bien - dijo el policía mas viejo- ya escucharon, tomen sus cosas y suban al minibús rapido, por favor. al mismo tiempo el policía joven le decía al chofer del minibús: saldremos por el camino hacia el sur una vez que crucemos el puente tomaremos a la derecha y seguiremos hasta la carretera, a.C. los dejaremos nosotros OK, entendido, dijo el chofer.
Mientras los policías indicaban a encargado del restaurante que lo
pasarían a buscar después de escoltar al minibús, los turistas pagaban y
se dependían y subían al vehículos, todos susurraban lo ocurrido. Finalmente se fueron, quedando solo el encargado.

Varios minutos después mientras limpiaba y ordenaba. Llego el vendedor viajero corriendo y bastante sofocado. Pedía un vaso de agua, el encargado rápidamente se lo dejo en mesón, y le pregunto ¿ que ocurre?- confundió comenzó a contar el vendedor ¡fue terrible! - explícate dijo el otro- "cuando estábamos pasando por el puente, una luz blanca enceguece dora nos ilumino y de repente todo se vino abajo, el puente se desintegro, el minibús y el auto patrulla cayeron al agua, por suerte al caer al agua me pude afirmar de unas ramas y llegue a la orilla, en cambio todos los demás desaparecieron en la corriente de rió, yo creo que todos murieron. no puedo creerlo- decía el encargado- yo conocía a eso policías hace varios años, no lo puedo creer. Yo tampoco lo creo -dijo el vendedor- estoy seguro que nos atacaron los mismos, que derribaron la nave espacial.

- Disculpe interrumpió el encargado-, como sabe UD. que fue derribada una nave espacial y que fue una luz la que lo hizo?. Pero si el policía lo dijo... además -agrego el encargado- para que me pide agua si no se la toma y por ultimo si se cayo al rió por que no esta mojado?....

El vendedor nervioso dijo como mojado, que es mojado.- con un tono de voz mas serio y voz profunda, el encargado le dijo- tu no eres de a.C., claro que no soy vendedor viajero -contesto el otro-. tu sabes a que me refiero, volvió a replicar el encargado del local, tu no eres de este planeta, no necesitas ocultarlo, te descubrí fácilmente además por lo que me doy
cuenta tu los mataste a todos cuando cruzaban el rió...

- Jajajajaja interrumpe el vendedor con una gran risotada. me sorprendes! tienes toda la razón... mientras decía esto comenzaron a aparecer 2 brazos bajo los que ya tenia, quedando con 4 brazos, -ante la atónita mirada del encargado del local siguió hablando este extraño ser- nunca pensé que me pudieran descubrir, tienes razón esas luces que han visto últimamente son el sistema de defensa de mi nave, que se activo cuando trataba de aterrizar cerca de a.C., me atacaron un par de aviones, axial les dicen jaca creo, y tuve que derribarlos y después aterrice de forma brusca. creo todo eso llamo demasiado la atención. y por desgracia toda esa gente que me acompañaba habían sido testigo sin saberlo de todo esto, además sus cuerpos me servirán par mis estudio de adaptación a la forma humana. mi misión es crear genéticamente la transformación ideal para poder poblar este planeta, toda mi rasa viene en camino y cuando tenga la formula genética lista invadiremos este planeta.

No me imaginaba otra cosa por tu forma de llegar ha este planeta dijo el encargado. entonces tu sabes de otros seres- contesto el ahora extraterreno- supongo debes pertenecer a esas agencias secretas que se han contactado con rasas fuera de este planeta. en eso te equivocas rotundamente dijo el encargado.... Yo pertenezco a una raza extraterreno que ya comenzó a invadir la tierra- mientras decía esto sus orejas comenzaron estirarse quedando en punta en la parte superior, ante la sorpresa del ser de 4 brazos, mientras suya hablando el encargado, le aparecía un tercer ojo en el medio de la frente, mi raza hace varios años esta viviendo entre los humanos, tenemos nuestras propias ciudades, ocultas hasta que los terrestres sean capaces de aceptarnos y entendernos, por el momento nosotros defenderemos este planeta...

Mi raza es superior -interrumpió el ex vendedor viajero-y tiene un gran poderío, además mis naves centrales, están llegando al satélite natural de este planeta, desde a.C. prepararemos la invasión. En eso también te equivocas, tus naves nodrizas o centrales y todo el grupo de naves de tu raza, fueron interceptadas y destruidas por nuestro sistema de defensa, y todos los vigías como tu enviados a los distinto planetas de este sistema planetario será interceptados, como tu.

Entonces tu eres el culpable de los apagones y del desmayo del policía.
veo que entiendes fácilmente -dijo el nuevo extraterreno- estaba probando tu reacción ante una amenazad como pude ver no será difícil eliminarte... al decir esta palabras la luz se apago quedando todo totalmente oscuro y en silencio.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie Ene 30, 2009 1:41 pm


Acceso al cuerpo de policía autonómica del País Vasco

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La Pieza Ausente

Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenia 6 años.Hoy no hay nadie en esta ciudad-dicen-más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión.

Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolas Fabbri, adiviné que prontó seria llamada a declarar.Fabri era el director del museo de rompecabezas.Tuve razón:a las doce de la noche la llamada de un policia me citó al amanecer en las puertas del museo.

Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente, mientras decía su nombre en voz baja -Lainez- como si pronunciara una mala palabra.Le pregunte por la causa de la muerte: -veneno-dijo entre dientes.

Me llevó hasta la sala central del museo, donde esta el rompecabazas que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos.Mil veces habia visto ese rompecabazas y no dejaba de maravilarme.Era tan complicado que parecia siempre nuevo,como si,amedida que la ciudad cambiamba,manos secretas alteraran sus inumerables fragmentos.Noté que faltaba una pieza.

Lainez buscó en su bolsillo.Sacó un pañuelo , un cortaplumas, dos dados,y al final apareció la pieza.-Aquí la tiene.Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas.Antes de morir arrancó esa pieza.Penzamos que quizo dejarnos una señal.

Miré la pieza.En ela se dibuja el edificio de una biblioteca sobre una calle angosta.Se leía, en letras diminutas, Pasaje la Piedad.

-Sabemos que Fabbri tenia enemigos-dijo Lainez-.

Coleccionistas resentidos, como Santandrea,varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco con el que se peleó una vez.

-Troyes-dije-.Lo recuerdo bien.

-Tambien está montaldo, el vicedirector del museo, que queria ascender a toda costa.

-¿Relaciona alguno de ellos con lesa pieza?

-¿Ve la B mayúscula de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenia una buena coartada.Tambien combinamos las letras de la piedad bbuescando anagramas.Fué inútil.Por eso pensé en usted.


Miré el tablero:muchas veces habia sentido vértigo ante lo munisioso de esa pasión, pero por primera vez setí el peso de horas inútiles.

El gigantesco rompecabazas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme.
Solo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura.Encontré(sin buscarla, ni interesarme) la solución.

-Llega un momento, en que los coleccionistas ya no vemos las piezas.Jugamos , en realidad con huecos, con espacios vacios.No se preocupe por las inscripciones de la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.

Lainez niró el punto den la ciudad parceladda:leyó entonces la forma de una M
Montaldo fué arrestado inmediatamente.Desde entonces, cada mes envia un pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones.Siempre descubro,al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Jue Feb 26, 2009 5:58 pm


Por amor a su gente

Esta historia se ha contado de generación en generación, de boca en boca, de abuelo a padre y de padre a hijo. Esta es la historia de Don Hilario, el comisario de un remoto pueblo, llamado por sus habitantes “La tierra de nadie”. Este pueblo era pequeño, tan pequeño, que casi no figuraba en los mapas, sólo en los de la región... La figura de esta historia, más allá de los hechos, merece un premio a la honradez, la valentía, la humildad y el respeto por el otro. Don Hilario Sánchez era un tipo común, como se lo llamaría hoy en día, trabajaba en su pequeña oficina día y noche resolviendo todos los crímenes del lugar, ya que en este pueblo malhechores no faltaban. Los crímenes por resolver eran tantos que abarrotaban los despachos de los altos jefes de la policía. “Un ciudadano es encontrado muerto en el arroyo más cercano a la ciudad”, “Encañonan a una anciana para robarle su dinero”, “Asesinan al ex-comisario del pueblo...” y así continuaban los titulares de los diarios que se encontraban sobre el escritorio de Don Hilario.

-¿Qué voy a hacer con este pueblo Martínez?, ya no se puede ni vivir acácomentó Don Hilario a su secretario una mañana en su despacho.

-Las autoridades ya no saben qué hacer con tanto malhechor- respondí.

-Encarcelarlos no es la solución, hay que darles un castigo más justo, si se los mete en la cárcel, al poco tiempo están en libertad, y así nuestras cárceles están como están, abarrotadas de gente, no se da abasto con la comida, los internos se pelean. ¡Esto es un caos!

-¿Y a usted se le ocurre alguna idea para mejorar esta situación señor?

-Ya verás Martínez, ya verás...

Sé que las palabras de Don Hilario pueden sonar algo raras, pero créanme que él sabía lo que decía. Durante los últimos meses Hilario no había hablado prácticamente de otra cosa que no fuera su muerte.

Era lo único que le preocupaba, cómo sería su fin, el fin del gran Hilario Sánchez, el mejor comisario en la historia de este pueblo. Así era como lo llamaba yo: “El mejor comisario en la historia de este pueblo”. El decía que yo exageraba; era muy modesto en ese sentido. Don Hilario siempre insistió en que “en la vida no hay buenos ni malos, sólo hay malos buenos y buenos malos”. Siempre me costó entender ese razonamiento. Aunque ahora, a mis 70 años de edad, creo que la vida misma me hizo entenderlo.

Bueno, pero no demos más rodeos, comenzaré con la trama de la historia de los años finales de Don Hilario Sánchez: Don Hilario estaba, como siempre, clavado en la puerta de entrada de su oficina a las 7.00, y eso que el horario de entrada para los oficiales era a las 7.30... Pero ¡no!, a Don Hilario siempre le había gustado llegar antes, se quedaba organizando los papeles, hasta que yo llegaba y poníamos manos a la obra. A primera hora llegaron a la oficina los primeros reportes
de robos en toda el área. El primer caso era el aparente suicidio de un guardaparques del pueblo, conocido por su fama de gran apostador. era de esperarse, las hipótesis de todos los oficiales chocaban contra las de Don Hilario. En primer lugar, todos consideraban que el caso debía
cerrarse y caratularse como suicidio. Don Hilario, en cambio, opinaba que el sujeto había sido obligado por su asesino a redactar la nota suicida que fue hallada en la escena del crimen. De repente dijo:

-Manden a analizar la nota. Necesitamos saber urgentemente a qué hora exacta fue escrita. Y necesitamos saber la hora del deceso de la víctima. ¿Podría encargarse de eso Martínez?

-Sí, señor. Así, cada caso pasaba, se daba por sentado algo, pero como siempre, la conclusión
era errada y Don Hilario debía intervenir para atrapar al verdadero culpable.

Así llegó un día, era mediodía y casi todos los hombres del departamento de policía se encontraban rodeando una casa en la que un individuo se había atrincherado con dos personas como rehenes. Digo casi todos, porque por primera vez desde que trabajaba en la policía, Don
Hilario no se había presentado a trabajar.

Esto era muy extraño; intentaban comunicarse con él pero en su casa no contestaba nadie. Dos o tres días pasaron antes de que la situación se tornara alarmante y los vecinos se organizaran en enormes pelotones para ir en busca de su amado comisario. Unos por un lado, otros por el otro,
buscaban sin obtener resultados positivos. Un día y sin previo aviso, Don Hilario reapareció. Se presentó a trabajar normalmente, como lo había hecho hasta antes de su desaparición. Por supuesto, las preguntas de sus colegas no se hicieron esperar.

-Eh, Hilario, ¿Qué te pasó? Nos tenías a todos preocupados. El pueblo organizó una patrulla para buscarte y hasta se llegó a creer que habías muerto. Menos mal que estás acá, porque desde que te fuiste esto es un descontrol, pero ahora vas a poner todo en orden ¿verdad?, porque el
orden es muy importante en una sociedad como esta... Lo interrumpió su otro colega:

-Eh, Pérez, callate un poquito que lo vas a matar, pobre tipo, dejalo que nos cuente qué le pasó.

-No me pasó nada, muchachos- contestó Hilario, -Me tomé unas vacaciones porque no daba más. No le avisé a nadie porque necesitaba paz, así que me fui a un campo a 12 kilómetros de aquí, cerca de las montañas. Ahí sí que se respira aire puro.

Bueno, ahora dejo de contarles la historia de mi vida porque hay mucho trabajo pendiente.
Así, Don Hilario siguió durante medio año, más o menos, resolviendo los casos más complicados. Hablaba con los habitantes, es más, hasta parecía más relajado después del viaje. Hasta que un día ocurrió algo que nadie esperaba. En todos los canales de noticias apareció el siguiente titular:
“Fue encontrado en el arroyo del pueblo el cadáver de Don Hilario Sánchez” Todo el pueblo estaba conmocionado, era totalmente imposible, todo el mundo llamaba a los canales para comunicarles que había un error, pero éstos afirmaban que era cierto, que el cadáver encontrado
pertenecía al comisario Don Hilario Sánchez.

El revuelo era tal, que decidieron ir a verificar si el cadáver definitivamente era el indicado. Cuando por fin todos estuvieron alrededor del cuerpo, inclusive el Hilario Sánchez que había
vuelto de sus vacaciones, en ese momento, reinó la desesperación.

-¡Es él! Afirmaban todos, es Don Hilario, el mismo...

-De golpe se hizo silencio, y todos voltearon sus caras para ver la reacción de Hilario. Fue entonces cuando, después de un largo e incómodo silencio, lentamente, Hilario se esfumó. Simplemente desapareció...

Desde ese día, reina en la tierra de nadie la leyenda de cómo, durante más de medio año, todo el pueblo se estuvo relacionando con nada menos que... el fantasma de Hilario Sánchez, con su espíritu, con su alma, y por fin todos entendieron lo que significaba. El amor de Hilario por la gente que lo rodeaba era tal, que lo mantenía pegado a ella más allá de la muerte.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie Mar 06, 2009 2:14 pm


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Despedida de soltera

Sería bueno que empezara a revisar mis principios; y no hablo de los universales, sino de los cotidianos, los que identifican y regulan los actos con la fuerza de las leyes de la genética. A saber: jamás le digo a una madre que su bebé califica para la próxima de Allien (no lo duden, ya va a llegar); no como pizza si no es con cerveza; ajusto el paso si alguien me “apura”; no rechazo el convite a una fiesta, ni a un hombre que me haga reír.

Si enumero apenas estos cinco, es porque el 60% de ellos me metieron en este rollo y vale su mención para introducirlos, a ustedes, en el relato.

Era lunes al mediodía cuando Marcela se acercó al escritorio en el que yo transcribía a una planilla los números de trámites psiquiátricos de la obra social para la que trabajábamos desde hace varios años. Su antigüedad era menor a la mía, aunque nuestros sueldos y categorías corrían a la inversa. No era por eso que ella me irritaba. Era más bien su exceso de femineidad, corrección y simpatía. No soy tan necia como para no reconocer la virtud en cada uno de esos enunciados, pero combinados pueden resultar tan nauseabundos como una lluvia de Anais

- Anais en un ascensor atiborrado y lento. Por cierto, ése era su perfume, cuyo vaho me anunció su presencia antes de que se plantara a mi lado. Eso, y su andar sobre tacos de 3 centímetros, sin tapitas.

-Lucía... ¿cómo estás?

-Luchando con esta pila. ¿Vos?

-Bien. ¿Sabías que me caso, no?

-Si, creo que ya te felicité, y puse para tu regalo.

-No, tonta, no es por eso. Mis amigas me están organizando una despedida de soltera para este viernes. Les pasé tu número, pero no pudieron ubicarte.

-Me desapareció el celular- dije. Y era verdad.

-Qué pena... bueno, no importa. Estás avisada, es el viernes, desde las 10, en una casa quinta que me alquilaron para la ocasión.

Y mientras me extendía el papelito con la dirección, no pude evitar la pregunta.

-¿Pero vos no te casás por civil el jueves?

-Sí, pero la iglesia es el sábado y antes nadie podía. Además, me mudo a lo de Darío cuando volvamos de las Canarias.

¿Te conté que ahí vamos de luna?

Cómo no saberlo. Antes de irse, Marcela me advirtió:

-Ah, por favor, no le cuentes de esto a nadie. Sabés que no me llevo bien con las mujeres de la oficina.

Eramos cinco y como me suponía en aquel grupo, me sorprendió ser la “elegida”.
Pero no puedo concentrarme en nada que no me importe más que un par de minutos, de modo que guardé el papelito en el bolso y volví al tedioso listado.

A las 9.00 PM del viernes estaba terminando de arreglarme cuando sonó el timbre de mi casa. Miré por la mirilla sabiendo de antemano lo que iba a ver (el cedro de la puerta no era a prueba de Anais- Anais): la cara fresca, prolija y sonriente de Marcela.

-No sabés lo que me pasó- lanzó a modo de saludo-; andaba cerca de acá y se me rompió el auto. La grúa va a demorar por lo menos dos horas y no quiero hacer esperar a nadie. ¿Podés llevarme?

-Claro, si no te importa esperar.

-No. ¿Puedo pasar al baño?

Poco más de una hora después estábamos en la casa-quinta, demasiado amplia para las seis invitadas, incluyéndome. Volvió entonces esa sensación de estar fuera de lugar, ahogada rápidamente en la sucesión ininterrumpida de daikiris que me ayudaron a soportar la rutina de esta clase de eventos. Por ejemplo, la exhibición de juguetes sexuales que la vida del 90% de las casadas excluye y la referencia a “alocadas” experiencias de la soltería, que, de ser veraces, jamás hubieran colocado a una dama en aquel brete de usar un disfraz de conejita entre mujeres
ebrias. Porque así estábamos hacia las cuatro de la mañana, hora en la que a Marcela se le ocurrió trasladar al parque a su media docena de invitadas.

-Juguemos al tiro al blanco- gritó, y a nadie más que a mí se le ocurrió interrogarla ¿te volviste loca?

-Ay, Lucía, ¿dónde está ese espíritu aventurero?, justamente vos...

-¿Yo qué? Trabajo en una oficina, voy a la ginecóloga una vez al año, nunca me tiré de un paracaídas- y hubiera seguido toda la noche, si Marcela no me hubiese interrumpido.

-Dale, tiremos. Ahí puse unas botellas y tengo dos armas. Vos y yo. A ver esa puntería- dijo, y me ofreció una pistola negra.

Miré a esas otras cinco desconocidas en busca de una aliada que no encontré. Y acepté el convite. No sé cuántas veces disparamos, diez, o doce. Me sorprendió que Marcela recargara las armas con destreza y que la suya no sonara como la mía, pero había tomado mucho, demasiado.
Creo que a las 6 de la mañana la novia me acompañó hasta el auto y estirándose desde la puerta del acompañante me dio un beso, agradeció mi presencia y me deseó buen viaje. No había dormido ni cuatro horas cuando me despertó el timbre.

Era la Policía. Me mostraron una orden de allanamiento, me informaron que estaban investigando el crimen de Darío Cáneva y que debía acompañarlos hasta la DDI. No entendía nada. El día anterior había estado en el departamento de Darío, como todos los viernes, de 6 a 8 de la noche. Su casamiento con Marcela no había alterado esa semana la rutina, ni lo iba a hacer
cuando volviera de Canarias. El me hacía reír; amaba el galope de su corazón en mi espalda.

Encontraron mi celular en su casa y mis rastros en su cama. Su sangre, en una remera escondida en mi baño. El arma que lo mató, debajo del asiento del acompañante de mi coche. Mis huellas en la empuñadura. Y restos de pólvora en mis manos. No hubo un solo testigo que respaldara
mi historia de aquella noche. Marcela pasó la prueba del dermotest y ahora disfruta de su herencia. Y yo aquí estoy, revisando los estúpidos principios que me trajeron a esta celda.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Mié Mar 11, 2009 10:58 am


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La luna de Mario

Es difícil probarlo, pero es casi seguro que Marito se supo distintodesde que nació. Lloró, berreó, tomó teta, gateó y derritió atoda la familia con su primer “papá”, pero él no era igual a… a ver… el pibede enfrente, Pedro; o a sus primos. Ni siquiera a su hermano Augusto.

No. El se sabía y no tardó en mostrarse distinto al resto. A los tres,lideraba a cuatro bandidos del jardín dedicados a saquear las bolsitas de lasaulas, mientras sus compañeritos se revolcaban en el arenero. Las andanzasduraron un par de meses, que fue lo que tardó la seño en descubrir consus magros dotes de pesquisa el modus operandi de los ladronzuelos yexponerlos al escarnio en una ronda redonda. Los cuatro compinchessucumbieron al poder de las lágrimas, de las lágrimas de la vergüenza.Marito no. El se rió sin mostrar los dientes ni arrugar los ojitos, perocómo se rió. Y aprendió que no hay que fiarse de los escrupulosos. Por esaépoca aprendió otra lección igual de importante: que la noche acuñaba lasmáximas cualidades exigibles a cualquier cosa, o persona. Misteriosay callada, no fallaba nunca.

Ya por los cuatro años esperaba en la cama a que la familia durmiera,para desandar con sus pies desnudos el sendero de parquet que lo conducíade su cuarto al patio de baldosas grises, donde desplegaba una mantavieja y se tendía de cara a la luna, sin importar cómo estuviese. Desdibujadapor las nubes, rechoncha, indiferente matrona en ese territorio deluces. En enero o en julio. Lo único que atentaba contra su ritual era lalluvia. Odiosa lluvia, impertinente, ruidosa y empecinada lluvia.Traicionera.

A los seis, viajó con Augusto y sus padres a Rosario, para visitar a Rafael,un tío gendarme al que no conocía. Linda casita, rica comida, y una Bersa9 milímetros mal escondida en un cajón del mismo modular en el queguardaban los cubiertos.

“Marito, hacé algo, poné la mesa”, le decían.

Y Marito -“qué criatura más divina”- iba gustoso. Una semanaduró la visita.
Ellos se fueron y con ellos la Bersa, esta vez bien escondida en la panza deun osito. Marito ya había soplado seis velitas y siguió soplando; y haciendo lacomunión, y rindiendo pruebas y confirmando su fe ante la Iglesia.

“Qué buen pibe”, sentenciaban los vecinos viéndolo pedalear hacia undescampado al que sembró de casquillos y latas agujereadas, al tiempoque lo vaciaba de gatos y perros. Todo, a puro tiro. Practicó. Practicó.Hasta que a los 18 se supo listo.

No podía fallar.

Una tarde de septiembre encaró a su amigo en la remisería para la que manejabaun Peugeot 504 de color blanco. “Mañana te pongo a prueba”, le dijo.Pascual no era misterioso ni callado,pero tampoco hacía preguntas y no lehabía fallado. No iba a empezar ahora.

A la hora pactada, Marito se subió al Peugeot en silencio. Ajeno a lapuntada de la Bersa en la cintura, largó una dirección como cualquierpasajero apurado. Cuando llegaron al banco, le ordenó a Pascual que noapagara el motor y lo esperara en la esquina. Lo esperable: Pascual nopreguntó.
Marito se detuvo unos segundos ante ese edificio al que había ido tantasveces a pagar facturas, preguntar por cajas de seguridad que no planeabaabrir y a retirar billetes de 20 pesos en los cajeros automáticos. Antes deempujar la puerta se calzó un pasamontañas de lana y apretó la Bersacomo único amuleto.

Entró. No le dijo al vigilador que las medallas no quedan bien en las mortajasni cualquier otra frase de una película clase B.

“No te hagás el vivo”, largó antes de sacarle el arma, y encaró a la línea decajas sabiendo que a esa altura del mes y a esa hora los clientes eranpocos, como sabía que la alarma silenciosa le regalaba tres minutos yque el odio de los cajeros hacia sus patrones es directamente proporcionalal miedo a caer fritos. Eran tres y los tres colaboraron.

¿Cuánto habrían tirado en esa mochila? ¿Cuánto habría? ¿Cuántossegundos pasaron? ¿Cuál sería el próximo banco? ¿Pascual estaría enla esquina?

Las respuestas no llegaron. Cuando empujó la puerta, estalló un truenocomo estornudo inesperado. Marito miró al cielo. Y una gota gorda le besóun ojo.

Traicionera, pensó, cuando estalló otro trueno. Pero no era un trueno. Lostruenos no queman. Los truenos no duelen. La sangre tiñó las baldosas grises,hasta que las lavó la lluvia.

-Traicionera.

Ya no hubo más lunas.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Dom Mar 15, 2009 5:54 pm


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Gerardo Ochoa

Gerardo Ochoa no había superado aún la muerte de su amada esposa. Luz había significado todo
para él, era casi como el aire que respiraba. Es más, los diez años que habían pasado desde ese trágico suceso no habían aplacado en él el amor y la desdicha que sentía.

Por eso había dedicado esos eternos diez años en encontrar a los asesinos de su mujer. Aprovechó cada segundo de su carrera de detective para llegar a ese fin, ya que el móvil lo conocía; Gerardo siempre le había advertido a Luz que esas cosas en las que andaba no eran para nada confiables, la mafia no la iba a llevar a nada bueno. Pero ella insistía, sólo así podría ayudar económicamente a sus padres. Gerardo la dejaba, no podía negarse a nada que le pidieran esos ojos pequeños y negros como la noche.

Esa fue la razón de la perdición de su querida esposa. También fue la razón a la que le había dedicado los últimos diez años. Esos mafiosos eran tan difíciles de ubicar... Por eso se sorprendió cuando, una mañana, fue llamado para investigar el crimen de tres hombres que habían sido encontrados muertos en un prostíbulo de los suburbios de la ciudad.

Y lo que más impactó a los investigadores fue ver que los cadáveres pertenecían a los hombres a los que el gran Gerardo Ochoa había dedicado diez años para seguirles el rastro. Al parecer, ya no tendría de qué preocuparse, pensaban sus colegas. Ni él, ni nadie.

Uno de los hombres muertos, el más gordo y alto, de cara amarillenta y repleta de cicatrices causadas por cuchillos, era el jefe de la mafia más peligrosa del país, mafia para la cual había trabajado Luz Santos de Ochoa. Su aspecto era intimidante, y vestía un traje negro con rayas verticales y blancas. El hombre que se encontraba muerto a su izquierda, irónicamente, era la mano derecha del jefe. Era mucho más flaco que el anterior, pero casi igual de alto, pelirrojo y con algunas cicatrices parecidas a las de su jefe, pero en menor cantidad. Ambos habían muerto a causa de un certero disparo en la frente. En cuanto al tercero, era un hombre rubio, pero de piel más bien morena, con un aro en la ceja izquierda y otro en la esquina derecha del labio inferior. Este presentaba cruentos signos de violencia extrema, había sido golpeado horriblemente antes de morir de cuatro tiros en el pecho. Los policías no sabían por qué se habían ensañado tanto con este hombre, ya que ni siquiera tenían noticias de que fuera de algún círculo cercano al jefe, y hasta sospechaban que ni siquiera pertenecía a la mafia.

La investigación quedó a manos de Gerardo Ochoa. No tuvo que investigar mucho, las cosas eran muy evidentes, por lo que concluyó que era un crimen por encargo, como el de su esposa, pero provocado por algún rival del “negocio”. Se sabía públicamente que esa mafia contaba con pocas personas a su disposición, las cuales eran especializadas en lo que hacían, pero que en cuanto el jefe y su mano derecha fueran sacados del camino, todos los demás huirían, la telaraña se desarmaría, y entonces la policía se habría liberado de una organización mafiosa. Entonces, muertas las cabezas de esta última, no habría nada más que temer. Sólo una cuestión quedaba inconclusa: ¿Quién era el hombre rubio y moreno con los aros en la cara? ¿Por qué había sufrido el mismo destino que los otros dos? ¿Y por qué parecía que se habían desquitado más que nada con él? Además, faltaba todo el dinero que el jefe había recaudado en su “negocio”. Absolutamente todo, no quedaba rastro siquiera de una moneda.

Para todas estas preguntas el detective Ochoa también tenía respuestas. Si bien no sabía cuál era la identidad del sujeto de los aros, había concluido que el hombre se encontraba en el prostíbulo cuando el sonido de dos disparos llamó su atención. De este modo, entró a la habitación de donde habían llegado las detonaciones, y al ver a un hombre con un arma en la mano, se tiró encima de él con la intención de quitársela, probablemente pensando que los dos hombres en el piso estaban vivos aún y que podría salvarlos. Allí fue donde comenzó la lucha, en la que el hombre de los aros recibió esos horribles golpes y en la que terminó muerto de cuatro disparos por la cólera del asesino, quien se deshizo del que se había interpuesto entre él y su huida. En cuanto al dinero, era más que obvio que el asesino se había apoderado de él. Eso fue todo; fue esa la explicación que durante una semana Gerardo Ochoa sostuvo ante sus superiores, los medios, y toda la gente que quisiera oírlo. Después de todo, era el mejor detective de todos. Incluso pudo organizar a la gente de barrio para cazar al asesino de los mafiosos, quien seguramente era peor que los hombres a los que había matado. Toda la gente se puso en campaña a favor de las teorías de Ochoa.

Después de un arduo día de trabajo, Gerardo volvió a su casa, otra vez pensando en Luz. Mientras se sacaba la corbata, pensaba que quizá no la había querido tanto... pero no, eso no podía ser. Seguramente el tiempo había calmado lo que sentía en su pecho por ella. Pero si la amara aún, Ochoa no habría hecho lo que hizo. Quizá sólo quería venganza, ver bien parado su nombre ante su propia conciencia. Mientras pensaba estas cosas, sacaba su bolso de viaje, lleno de ropa desde hacía dos días. Recordó cómo se había escabullido por la ventana del prostíbulo, cómo se había deshecho de los dos cabecillas de la mafia, sorprendiéndose de que no se encontrara en la habitación su objetivo principal. El jefe y su mano derecha eran una excusa, y de paso, también estaría haciendo un bien a la sociedad. Allí había sido cuando su objetivo salió del baño interior del cuarto. Gerardo lo golpeó, descargó toda su ira, dejó en el cuerpo del asesino de su esposa, el hombre de los aros, marcados los diez años de agonía psicológica que había sufrido por su culpa. Gatilló cuatro veces en el pecho del hombre, con placer. Observó unos segundos su trabajo, con orgullo, y robó el dinero del jefe mafioso. Ese dinero aún estaba en el mismo maletín de doble fondo, trampa para que otros no se dieran cuenta de lo que llevaba realmente allí. Con todas las cosas preparadas, Gerardo Ochoa se dirigió al aeropuerto; sus destinos eran Asia y otra identidad, donde ningún discípulo del jefe pudiera encontrarlo.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Dom Mar 22, 2009 1:59 am


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Feliz año

El trabajo de Shara nunca ha sido fácil, aunque siempre bien remunerado. El último cometido que se le asignó revistió todos los caracteres de los anteriores: complejo, arriesgado, intrigante.

Lo único que difería de los otros era el ámbito donde habría de desempeñarse. Nunca había estado en ese punto de Oriente. A pesar de estar acostumbrada a viajar casi a diario quedó impactada al arribar a Shangai. Su gente, el ruido, las luces, los múltiples rascacielos que parecían perderse en el infinito.

Era un día fresco y nublado, típico del lugar, según le habían comentado. Prontamente tomó un taxi indicándole al chofer, en un perfecto chino que le llevó años de estudio, la dirección hacia lacual se dirigía. Arribó al hotel 15 minutos más tarde y al entrar en la habitación halló sobre la cómoda un sobre rojo que, de acuerdo al Hóng baoi, sería muy utilizado en los festejos venideros. “Las instrucciones”, pensó. Sin equivocarse, leyó cuidadosamente cada una de las líneas que habrían de indicarle los próximos pasos a seguir durante su estadía en aquel lejano país.

Lee, el jefe de la banda dedicada al tráfico ilegal de piedras preciosas, con gran ramificación en el resto del continente asiático, era un hombre de aproximadamente 48 años, alto, robusto, y un tanto atractivo. En el transcurso del prolongado período que trabajó con el grupo, Shara tuvo asiduo contacto con él. Sus encuentros se concretaron siempre fuera de oriente, y lograron engendrar en ella la amarga sensación de que era una persona de temer. Y algo de razón tenía.

El día clave coincidía con la celebración propia del Año Nuevo Chino. La ciudad se vestiría de fiesta, y los cientos de miles de residentes del lugar se aprontarían a cumplir con cada uno de
los típicos rituales para dar la bienvenida al nuevo ciclo. Regido por el calendario lunar, el evento acontecería el 7 de febrero. Cita obligada en esta fecha tan esperada, la danza del dragón o wulóng, comúnmente utilizado por los chinos en toda ocasión en la que sea importante ahuyentar los malos espíritus, habría de adueñarse de las transitadas calles de Shangai.

Shara debía estar a las 13:00 horas en el centro de la ciudad, justo donde tendrían lugar los festejos primordiales. Una multitud se congregó para formar parte de la celebración, lo que dificultaba precisar con exactitud la ubicación de cada uno de los integrantes del resto de la banda, que, de acuerdo a lo pactado, se situarían a su alrededor. Ella, por su parte, atenta a todos los movimientos de quienes la rodeaban, rápidamente divisó entre la muchedumbre a Ji, el asiático con quien debía estar en permanente contacto durante la operación.

Según se le había indicado, los diamantes le serían entregados en una diminuta bolsa de terciopelo negro, exactamente en el mismo instante en que el gran dragón, principal atracción del día, transitaría la avenida principal. Se preveía éste como el momento de mayor entusiasmo
entre los presentes, y por ende, el más propicio para cumplir con la parte del plan que tenían trazado. Anunciando la llegada triunfal del animal, símbolo de la cultura oriental. Alrededor
de quince porteadores llevaban en alza al dragón, ocultando sus rostros bajo el cuerpo de la mitológica criatura. Corrían y movían sus cuerpos en forma serpenteante al ritmo de la música, invocando los movimientos de la bestia, mientras la muchedumbre agitaba alegremente los
brazos, en signo de contento generalizado. Shara, en cierto modo, y por primera vez en su vida, temía por el éxito de la causa. Sabía que en gran parte, aquello que se estuvo pergeñando por largo tiempo y en sus más mínimos pormenores, dependía de ella. Nadie dudaba de su capacidad, de hecho había resultado elegida para tan arriesgada operación por sus innatas y probadas habilidades.

El crucial momento se acercaba, la adrenalina crecía. Lo que aún desconocía Shara era de qué forma se llevaría a cabo le entrega. Era frecuente que la información entre los mismos miembros
de la banda resultara escasa. Siempre funcionaba así en las mafias. Y ella estaba acostumbrada a eso. “Códigos”, se dijo en voz baja, como si eso la tranquilizara un poco. El dragón estaba a pocos metros, algo inminente debía suceder.

De pronto Ji hizo un moderado gesto con su mano derecho. Shara, de acuerdo a lo planeado, se abrió paso entre la gente que la rodeaba, hasta que finalmente, no sin esfuerzo, se detuvo sobre el cordón de la vereda. La cabeza del dragón brillaba por doquier, se movía de un lado a otro grotescamente, sin intermisión. La música, de a ratos, resultaba ensordecedora.

Sus años de experiencia le advertían que algo extraño sucedía. Nadie se le acercaba. La espera se tornaba angustiante, la tan ansiada bolsa no aparecía. Dudó entre abortar el plan o esperar
unos segundos más. Los fuegos artificiales teñían el cielo de innumerables colores, al tiempo que un espeso humo se apoderó del ambiente, agitado aún por las risas de los que disfrutaban de la celebración. La cabeza del dragón se dirigía sinuosamente hacia Shara. Algo aturdida,
no reparó en el estrepitoso movimiento que, esta vez, la malvada criatura dibujó sobre el asfalto caliente, situándose frente a ella. Tenía la mirada clavada en el gentío, en un vano intento por distinguir, entre las miles de caras con ojos rasgados, a alguien que le resultara familiar.

En cuestión de segundos, el danzante que conducía la cabeza de ese temible monstruo, se quitó su fantasmal máscara, dejando al descubierto su siniestra mirada. Haciendo uso de una indiscutida destreza, se lanzó sobre Shara, hundiendo en su delgado y blanco cuerpo una filosa navaja, al tiempo que exclamaba, con voz irónica y por demás enfurecida: Xinnián
ku…ilŠ (Feliz año nuevo).

Tras un agónico grito, y el inevitable estupor que se acaparó de los allí presentes, decenas de occidentales surgieron desde distintos rincones, con el único propósito de socorrer a quien más tarde se conociera como una de las destacadas espías de la policía británica.

El sonido del gong, incesante, marcaba los últimos minutos de Shara en Shangai. Su infructuosa misión había terminado.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Dom Mar 29, 2009 9:37 am


CNP Modelo Squad

gafaspolicia.com
El décimo será usted

Era una tarde másdesde mi ventana.

-Se llevaron a Pepe.

-¿A Pepe?¿el verdulero?

-Exacto.

-¿Cuándo?

-Ayer a la noche.


Pepe era conocido en el barrio por sufalsa tonada italiana y su devoción porlas estampillas.

Tenía guardadas algunasque, según sus dichos, un eruditolas pagaría una fortuna. Lo conocícuando infante: tendríamos ocho onueve años. Ambos éramos nuevos enel barrio. Solía disgustarse cuando locontradecía. Era un caprichoso querible.Con el devenir de los años nos fuimos distanciando, pero eso no invalidaque guarde un grato recuerdo.

Pepe había sido el noveno. Antes habíandesaparecido Carlos, el periodista,con quien habíamos sido compañeros de banco en primer grado, y su esposa,Marcela, una histérica engreída.

En el barrio se sospechaba que sehabían dado a la fuga hasta que hallaronlos cuerpos mutilados junto a las costas del río.

A los pocos días fue el turno de Rómulo, un solterón que se jactaba de poseer incontable cantidad de hectáreas en el sur y un sin fin de conquistas amorosas. Nadie tuvo certezas de la veracidad de esos dichos pero a todos causó asombro la noticia de su huida. Allí comenzó el desconcierto barrial. ¿Estaría por avecinarse algo y sólo algunos estaban prevenidos? La duda estaba instalada. Tal vez habían sido suicidios o quizá estaban formando parte de una secta con rituales humanos. El único punto en común fue las marcas de un par de caninos a la altura de la yugular. Los investigadores echaron por tierra la idea del vampirismo (prefirieron creer que era una estrategia para sembrar pánico y desconcierto). Eran todas conjeturas.

El día de la primavera trajo consigo la desaparición de toda una familia. No olvidaré jamás la notificación.

-Pasé por la casa de los Suárez y la puerta estaba abierta. Me asomé y observé la casa totalmente vacía. No entiendo nada. ¿Cómo pudieron irse sin avisarnos? Ana es como mi hermana y por Mateo daría todas mis vidas.

-¡Qué extraño! Yo al mayor lo vi hace unos días paseando en su bicicleta nueva.
Parecía tan contento ¿estás segura?

-Sí, no me lo contó nadie. ¿No te digo que entré?

-¿No será que salieron?¿Un viaje?¿Una urgencia? Viste que los médicos son así...impredecibles.

-No creo ¿Para qué se llevarían los muebles?

-Es cierto. No tiene lógica.

-¿Llegará el día que también nosotros debamos abandonar esta casa?

-Uno nunca sabe. Ayer éramos jóvenes sedientos de felicidad y mañana, un
recuerdo. Son las reglas.

-Yo nunca las acepté.

-Implícitamente sí desde el momento en que decidiste venirte a vivir a este barrio.

-De ser por mí no lo hubiera elegido.

-Tampoco ellos eligieron desaparecer.

-¿Estás seguro?.

-No. Supongo...

La charla había tenido poco de revelador. Nadie tenía la respuesta del acertijo. Algún hechicero oportunista cosechó adeptos adjudicándosela. Le tocó ser el octavo.

Lo certero fue el telegrama.

EL DECIMO SERA USTED

No tenía remitente ni firma pero los últimos acontecimientos demostraban que eran estrechos los límites para dudarlo. Afortunadamente había sido yo el encargado de recogerlo, por lo que
ella no se había dado por enterada. Lo leí reiteradas veces como tratando de hallar más pistas, algún mensaje subliminal, una señal.

Esa idea absurda no halló elementos para sostenerse. Lo hice un bollo y lo guardé en el bolsillo de la camisa. Debía ir a trabajar y no había que adelantar las preocupaciones. Mi abuelo solía decir no metas en tu boca más comida de la que puedas masticar. No guardaba correspondencia exacta con la situación pero habíame servido para rememorar los dichos de otro desaparecido añejo y causóme regocijo hacerlo. Si la muerte es ausencia y olvido, tal vez invocarlos sea devolverles retazos de vida.

A mi regreso hallé en ella una necesidad imperiosa de sentirse amada, como si supusiese que esa sería nuestra última noche. No acusé recibo y mantuve mis conductas habituales.

Nuestra relación estaba alunesada pero sin grandes vicisitudes que atravesar. Cogí de mi mesa de luz El juguete rabioso y me dispuse a leer la cuarta parte. Tal el protocolo, optaba por un beso costumbrista y dormirse (siempre le aburrió mi amor por la lectura). Restaban pocos minutos para la medianoche. Afuera parecía haber alguien. Rumores. Algún motor. Pasos.

Me levanté en silencio para no alarmarla. Apagué la luz (la sombra es alcahueta). Me puse el pantalón y tomé un cuchillo. Permanecí agazapado junto a la puerta de entrada. La pasividad era absoluta. Esperé unos instantes y salí. Portar el cuchillo me otorgaba una valentía
inusitada. Tal vez por nervios, culpa o evidente inoperancia, lo cierto fue que obvié cerrar con llave.

Siempre recordaré a esa mujer.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Jue Abr 02, 2009 9:35 pm



foropolicia.es
Las reglas del juego

Estás solo, en la oscuridad, esperando. Algo te dice que será esta noche y siempre seguiste tus pálpitos. El sonido de la cerradura que se fuerza, te confirma que estás en lo cierto.

Un hombre irrumpe en tu habitación.

-Bienvenido- le decís encendiendo la luz-. Veo que las noticias corren rápido. Sabía que tarde o temprano iba a recibir visitas y, como verá, me tuve que preparar...

El hombre mira el revólver en tu mano y se apoya contra la pared. Te gustaría ver la expresión de su rostro, pero un pasamontañas se lo cubre.

-Siéntese y ponga su arma sobre la mesa, despacito, sin trucos- ordenás. Te obedece y se sienta frente a vos. Las pestañas que recubren sus ojos azules ni siquiera parpadean.

-A pesar de haber entrado sin permiso, tendrá el honor de compartir conmigo un juego. Espero que haya oído hablar de la “ruleta rusa”. Las reglas son bastante conocidas: un revólver, una sola bala, la boca del cañón en la sien, disparamos por turnos, uno vive, el otro muere. -¿Está claro, no?- le preguntás mientras hacés girar el único proyectil depositado en el barrilete.

El joven asiente con la cabeza.

-Es simple pero letal: hay seis posibilidades de vivir y una de morir. Usted apostó su vida en el momento en que eligió entrar en mi casa. Yo haré lo mismo con la mía. Así que no perdamos el tiempo.

Buscás tu moneda de la suerte en el bolsillo de la camisa.

-Cara, empieza usted. Ceca, yo. Mi mamá siempre me decía “nene, el juego te va a matar”, espero que esta noche se equivoque.

Sonreís por primera vez en la noche.

Tu dedo pulgar impulsa la moneda hacia-Cara, el primer turno es suyo.

Le entregás el calibre 22.

-No se haga el vivo, cualquier movimiento extraño y el juego se termina pronto. Ya me fijé y la suya está llena de balas, le advertís.

El desconocido no puede dejar de mirar el gatillo. Demasiadas preguntas tiene atragantadas en la garganta, demasiadas preguntas que tal vez de un tiro se queden sin respuestas.

-Si piensa tanto, pierde la gracia. Este juego tiene que ser rápido... -¡Ya, ya, ya! - le gritás.

Apoya la boca del cañón sobre su sien. Cierra los ojos y dispara.

Nada.

El juego continúa.

-¡Tuvo suerte para la desgracia!- bromeás. Ahora me toca a mí.

No dudás, casi como un acto reflejo, arriba. La dejás caer sobre la mesa la pistola está en tu cabeza, tu índice en el gatillo y lo jalás. El percutor retorna abruptamente a su posición original, pero la bala permanece en el barrilete.

-Ahora estamos parejos, en la primera jugada el segundo jugador tiene ventaja y eso no me gusta mucho. Fue la moneda la que eligió. ¿Sabe que yo nunca hice trampa? No me gusta ganar así, no tiene sentido para mí... No, señor... Cada juego tiene sus reglas y hay que cumplirlas, porque si
no se respetan, al final tocará pagar las consecuencias. ¿No le parece?

El muchacho ya ni siquiera te mira. Con la frente apoyada sobre la mesa, toma conciencia de que el próximo turno es suyo.

-¿Quiere un vasito de ginebra para matar los nervios?, le ofrecés.

No te contesta.

-No importa. Me tomo el suyo y el mío. Vaciás las dos medidas en tu boca. El revólver vuelve a estar en las manos de tu oponente. Esta vez, no se toma su tiempo, quiere que todo termine rápido. Dispara, pero la bala no se hace presente.

-Desde que gané los cuatro millones en la Lotería, siempre supe que los tendría que defender con mi vida. Así como el azar me los entregó, decidí que fuera el mismo azar el que me los quite -le confesás-. Le doy una data: la clave de la caja fuerte es 9984, los últimos cuatro números del billete ganador. Está escondida debajo del cuadro de “Jerry”, mi caballo. ¿Sabe que tengo un pura sangre, no? Mientras hablás, apretás el gatillo.

La bala permanece en el tambor.

-Bueno, concéntrese, si logra salir victorioso de este juego, además de estar vivo, va a ser rico- le decís para animarlo.

Oprime el gatillo. Ninguna descarga.

El intruso lanza una carcajada cargada de lágrimas, de tensión, de pánico. Una risa que hace estremecer hasta al demonio. Es la primera vez en la noche que emite un sonido.

Quedan dos espacios, un proyectil y el cincuenta por ciento de posibilidades de morir o de vivir.

Ahora, la pistola está apoyada en tu sien y estás dispuesto a todo. De pronto, tu rostro palidece, como si hubieras tenido una visión, como si alguien te hubiese contado un secreto.

Repentinamente, dirigís la punta del revólver hacia tu rival y disparás. La única bala que había en el tambor se deposita en la frente del participante involuntario, cuyo cuerpo cae desplomado
sobre la mesa. Su sangre no alcanza a teñir tu moneda de la suerte.

-Pálpitos son pálpitos- pensás, mientras guardás la moneda en tu bolsillo.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Jue Abr 16, 2009 8:53 pm


Cartera Mossos D`esquadra

Realizada en piel
enpieldeubrique.com
Yo el peor de todos

La trampa estaba preparada, sólo había que esperar. Los datos del colorado habían sido muy precisos. La casa amarilla, la de la esquina, enfrente de la Estación de Servicio. El negro se había ubicado al lado de uno de los surtidores y con su pechera de YPF, atendía a los clientes como si esa hubiera sido la tarea de su vida. Yo apostado en el kiosco de revistas tenía un panorama claro de quien podía entrar o salir por el portón del costado. Cuando yo encendiera el cigarrillo, el turco arrancaría el Falcon, Cevallos y los otros dos que estaban en el auto se encargarían de todo. Repetirían su tarea con la precisión y las torpezas de siempre. Si algo fallaba, estaba el negro y en el último de los casos yo, que era el más bravo de todos. Sólo había que esperar.

Leopoldo estaban ocupados en sus distintas tareas. Sergio revolvía una olla humeante, a la vez que pelaba unas papas y las iba agregando pausadamente en eso que intentaba ser un guiso. Elisa leía la editorial de “El combatiente” en voz alta para que la escucharan los otros dos. Leopoldo planchaba las camisas y los pantalones que usarían al otro día al amanecer. Cada tanto miraban el reloj, la hora no pasaba nunca. Eduardo ya tendría que haber llegado. La campanilla del teléfono sonó tres veces y luego se cortó. Respiraron aliviados. Eduardo estaba al llegar. Sólo había que esperar.

La calle estaba oscura, la temperatura había descendido demasiado. El dueño del kiosco ya se estaba fastidiando, le mostré la pistola que estaba en mi cintura, a la vez que con mi bota lo apreté más contra el piso. ¿Qué pensaba, que nuestra tarea era joda? pendejo de mierda. Por el fondo de la calle se divisaron las luces de un auto que avanzaba, al acercarse y pasar al lado
del Falcon, lo divisé claramente. Podía ser el fitito que estábamos esperando. Pasó lentamente, pero no se detuvo frente a la casa. Además era un “4L”. Yo que ya tenía el cigarrillo en la boca tuve que desistir de encenderlo y guardé los fósforos en el bolsillo. A lo mejor estaba recorriendo la zona para asegurarse de que no los estuvieran siguiendo. Pasó el tiempo y el auto no volvió. Mis ganas de fumar eran cada vez mas urgentes. Quería prender el maldito cigarrillo, cumplir con mi tarea y volver rápido para encontrarme con la Carmen. Pero lo único que podía hacer era tener paciencia. Solo había que esperar.

Eduardo al manejo del “4L” avanzaba a una velocidad considerable, las calles de ese barrio eran oscuras, pero él ya las conocía lo suficiente, hacía más de un mes que vivía en esa nueva casa operativa y estaba acostumbrado a hacer este viaje. Hoy era un día muy especial; volvía de la Capital con el auto lleno de juguetes. Iba repasando su coartada por si lo paraban: diría que era el dueño de un kiosco, además tenía todas las boletas de compra, no tenía por qué preocuparse, pero uno nunca sabe... Se acercaba a la esquina de la YPF. Le extrañó el Falcon parado con tres hombres adentro, era algo común para la época, pero tenía que tener cuidado. Para colmo, el que atendía la estación de servicio no le era conocido y tenía puestas unas botas de cana. Siguió avanzando sin detenerse, algo raro pasaba, pero igual, como estaba a unas cuadras de su destino continuó su marcha. Pensó en el pobre tipo al que estarían esperando, posiblemente un compañero, pero él no podía hacer nada. Divisó a lo lejos el portón. Se acercó lentamente esperando que le abrieran. Detuvo la marcha. Sólo había que esperar.

Leopoldo, que estaba atento, cuando sintió el ruido del motor del “4L” corrió abrir el portón. El auto de Eduardo entró inmediatamente. Los dos jóvenes se abrazaron y pasaron al interior de la casa, donde ya Elisa y Sergio habían preparado la mesa para cenar. Después de la comida se
reunieron para terminar de ajustar los detalles del día siguiente, todo estaba en orden, lo único fuera de lugar era que Raúl que no había ido a la última cita, ya habían pasado 48 horas, no tuvieron ninguna manifestación de peligro y ningún otro compañero había dado el alerta. En la segunda cita seguramente se aclararía todo. Sólo había que esperar.

Estaba amaneciendo y no había pasado nada. El fitito no había llegado, los del Falcon estaban durmiendo. El negro había dejado de atender en la YPF y estaba en la oficina de adentro. Yo había llamado y no tenía confirmación de nada, en una hora me avisarían para levantar o no la operación. Sería posible que el hijo de .... nos hubiera macaneado. Sólo había que esperar. ensangrentada, estaba apoyada contra el frío del piso. Se incorporó un poco, llevó las manos
hacia su pelo colorado y lo encontró totalmente pastoso, trató de acomodarlo. Le dolía todo el cuerpo y no podía parar de temblar, el frío era muy intenso y la tortura había sido tremenda, abrió los ojos y vio la luz del día que se asomaba por el ventanuco, esbozó una sonrisa de triunfo, a esa hora los compañeros ya estarían camino a su tarea. El, a pesar de estar todo maltrecho, había podido engañar una vez más a esos hijos de mil putas. Sólo había que esperar.

El “4L” hacía un rato que había dejado atrás la estación de servicio. Eduardo no había visto nada extraño. El Falcon no estaba y el que atendía era el de siempre. Avanzaron rápidamente por las callejuelas hasta llegar a la entrada de la villa, el camión con los alimentos ya había llegado y los repartía ordenadamente entre la gente. Se colocaron las boinas con la estrella, los pantalones y las camisas ya las tenían puestas. Abrieron la puerta trasera y comenzaron a repartir los juguetes. Era hermoso ver las caras alegres de los chicos que posiblemente recibían por primera vez un regalo en el día del niño.

Avancé casi corriendo por el estrecho y oscuro pasillo, me acompañaba el negro con su tremenda cara de furia, llegamos a la puerta que buscábamos y ahí estaba el colorado hijo de ..... Nos recibió con una carcajada a pesar de estar totalmente destrozado. Nos había engañado y tendido una trampa, pero él todavía no sabía que yo era el peor de todos. Sólo tenía que esperar.

Raúl intentó levantarse, pero ya tenía la pistola sobre la cabeza. Sólo alcanzó a gritar: “A morir o vencer”. Un ruido ensordecedor fue lo último que alcanzó a vivir.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Lun Abr 27, 2009 8:26 pm


Destinos cruzados

Las sirenas de la policía comienzan a sonar y trata de huir aterrorizado, pero sudado por la adrenalina descubre que sólo es el despertador y entre dolores de cabeza y maledicencias decide lentamente dejar la pereza para otro día.

El detective Williams despertó de una larga y abrumadora pesadilla, en la cual arrollaba a un hombre y se daba a la fuga siendo un mercenario más de la injusticia. Pero al levantarse, su cama sangraba y encontraba bajo las sábanas un aberrante imagen: el cadáver de aquella víctima de asesinato que atentaba contra su integridad mental.

Luego de ese funesto episodio, comenzó a descubrir que aún quedaban resabios de fantasía y renunció a la posibilidad del “sueño dentro de un sueño”.

Despertó al fin e indagó en su libro de seudo-psicología qué podría significar aquella visión imperfecta de una realidad inconcebible, aunque aquel abad de papel no reveló nada.

De camino al trabajo, un hombre se cruzó en su camino, y el auto frenó estrepitosamente marcando en el pavimento dos líneas paralelas. Sólo un susto; un dejavú en el centro de la ciudad y a esa hora hubiera convertido esa calle en una necrópolis.

Aceleró su auto y llegó rápidamente a la oficina, aunque el camino se plagó de escrupulosas sentencias. Confinado en el rincón de aquella gran sala ponía énfasis en expedientes pendientes cuando escuchó la voz impulsiva de Marcos.

Algo en su voz lo impacientaba, al mismo tiempo que lo calmaba recordándole que ya estaba en tierra firme y la furia de su auto no podía descargarse en un peatón de dudosa prudencia.
Allí, la memoria llamó a la cara de aquel sueño: era Marcos a quien atropellaba.

Sintió intriga, y para cerciorarse de que nada ocurriese ese día le preguntó su hora de salida. Marcos saldría temprano. Todo estaba bien.

Luego de hacer unas compras, Marcos se iría a cuidar la casa de su madre, a pocas cuadras de la del detective Williams, ya que estaba deshabitada y temía que algún indigente la ocupara.

La posibilidad de que lo imaginario pasara al plano real lo hacía inquietarse nuevamente y para distenderse de su trabajo por unos segundos, tomó un papel en blanco y quiso dejar que las palabras fluyeran; pero no pudo, pasó el tiempo observando, pero no pudo analizar el propio sentido de su mirada: calculadora, fría y obsoleta.

“Basta ya de pensar, no quiero sentir los agravios de las palabras que no suenan en el interior de la imperfecta circunferencia”. Por último recapacitó en el papel imperceptiblemente escrito: “El adorno de las expresiones sólo entorpece el significado de las mismas, siendo éstas modelos elaboradas hace siglos y las cuales el mundo se niega a dejar en el olvido pues alguna mente débil o protestante se vanagloria de escucharlas o expresarlas”.

Pero sus informes no podían carecer de esos arreglos superfluos y las abominables contradicciones nuevamente abordaban su conciencia.

Dejó sus escritos, pensando que solo lo ensoberbecían y desfiguraban aún más la imagen que tenía de sí mismo a partir del comienzo de ese día. Tres horas más tarde que Marcos, el detective Williams salió de su agobiante trabajo.

Mientras tanto, Marcos terminaba de hacer las compras para la cena de esa noche y se dirigía al que sería su nuevo hogar por unos días.

Williams, al percatarse de que el auto no encendía, llamó a una grúa; el operador le indicó sobre las importantes demoras y le advirtió que no podrán remolcar el auto a su casa sino hasta el día siguiente. Resignado, el detective comenzó a caminar. En la oscuridad de la noche vio un auto y cruzó rápidamente la avenida pensando en aquello que antes imaginó: un “peatón de dudosa prudencia”, pero otro auto lo arrolló del lado contrario de la calle, dejándolo malherido en el empedrado azul.

Se levantó y siguió camino a su casa, pero antes de llegar a su destino observó una similar a la suya y entró creyendo que aquella vivienda era la correcta. Las luces estaban prendidas, y fue lo primero que lo hizo dudar. Para rematar la situación, la puerta estaba entornada.

Pensando en la presencia de indigentes en la casa, desenfundó su arma y comenzó a investigar la zona. Había cosas que no reconocía, y pensó: “juraría que este mueble no estaba aquí”. Siguió explorando por el pasillo y sin medir la gravedad del asunto entró en la habitación y cayó en la cama.

Marcos revisó el auto para cerciorarse de que estuviera en condiciones de salir al día siguiente, pues de camino había arrollado algo. Le molestaba que un perro lo hubiese rayado. Salió de la cochera y entró las últimas bolsas que habían quedado en su auto de color rojo.
Cansado, dejó la cena para otro día y se acostó a dormir.

Al salir el sol el día siguiente, Marcos despertó de un sueño en el que atropellaba a una persona, escapaba al escuchar las sirenas de la policía, y al llegar a su casa y entrar en la habitación, encontraba un cadáver en su cama. Pero el muerto a su lado no era un sueño, era una realidad.

Había matado a su amigo, camino a casa.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Dom May 10, 2009 12:22 pm


Pablo López y el asesinato de la abuela Jonson

Soy el detective Pablo López y ya de chiquito me gustaba resolver casos, como quién se comió la última porción de torta en casa, quién se robó el lápiz de Juan, quién perdió la cámara de fotos, quién rompió el florero de la abuela, y muchas otras cosas más.

Ahora, con muchos más años, vivo con mi señora Amalia. No tenemos hijos. En aproximadamente 60 días, junto a ella como ayuda, resolvimos los casos que me dieron por descifrar; tanto los más difíciles como los más fáciles, porque también está estudiando la carrera de investigadora en el Instituto de Detectives y Buscadores de la Argentina.

En estos últimos años, meses, días, me está yendo muy bien con respecto al trabajo por algo que me pasó hace 48 meses, y justamente en una época en la que pensaba que estaba acabado. Estas cosas sucedieron repentinamente y al ser tan buenas para mi vida, en general, yo las comparto con vos... Era la navidad de 2004, yo estaba en mi departamento festejando solo, como era antes mi costumbre, ya que era soltero y un pobre detective sin trabajo desde hacía ya un par años.

Cuando estaba a punto de quedarme dormido en el sillón rojo que tenía, sonó el teléfono y lo que me pregunté, fue lo que seguro se preguntan todos a los que los llaman a las 2.30 de la mañana: ¿¡Quién es a esta hora!? Pero dejé de preguntarme cuando escuché la voz del comisario Caña que me hablaba de la comisaría 9na, y pensé que al fin, después de tanto tiempo, se me asignaba un caso. Había pensado bien.

El me anunció de un asesinato, despacio, con voz gruesa y estas palabras:

-Los testigos aseguran que se apagaron las luces de repente; se escuchó un grito y después de casi un minuto, volvió la luz. Durante esos segundos, habrían secuestrado a la abuela de 76 años. La familia buscó en la cocina, donde estaba la esposa del dueño de la casa, en el jardín, donde estaba el dueño de la casa, en el living, en la sala de cuadros, en el taller, en el estudio, hasta que llegaron al baño, y ahí encontraron el cadáver con un cuchillo en la extremidad inferior izquierda y con el tórax lastimado.

Los familiares, destrozados, llamaron a la comisaría y te llamé a vos. ¡Ah! Allá te vas a encontrar con los peritos...”. La calle es Avenida Siempre Viva al 2314.

-Bueno, ya voy para allá- le dije.

-Chau, apurate- me respondió él.

-Chau, chau- le volví a decir. Mi Fiat 600 y yo tardamos en llegar nada más que 5 minutos con 13 segundos, por la emoción y por el interesante y curioso caso que me había tocado después de dos muy largos años.

Cuando llegué había un clima muy tenso que no vivía desde hacía mucho; gente llorando, gritos de desconsuelo, etcétera. Como me anticipó el comisario, estaban los forenses y uno de ellos me dijo en voz muy baja, para que la familia no escuchara, que determinaron que la víctima murió desangrada tras veintitrés puñaladas.

Empecé a buscar pistas e interrogué al hermanastro de la señora y comentó que ella tenía una herencia multimillonaria que en el día de su muerte quedaría en manos de su hijo Alberto. También dijo que su hermano (el de la señora), Federico, estuvo al lado de ella durante el festejo, y su esposo Carlos a muy pocos centímetros del interruptor de luz. Por eso decidí tener en la mira a esos tres sospechosos, pero al hermanastro también, ya que él me comentó eso y podría querer “taparse” con los demás. Igual, a lo dicho por el señor, interrogué a mis sospechosos, excepto a él. Ninguno asintió mis preguntas.

También busqué en cada rincón de la casa, en cada espacio vacío, hasta que encontré un guante de hule manchado con un poco sangre en el pasillo de la mansión. Lo primero que pensé fue que lo utilizaron para que no se observaran huellas digitales en el cuerpo ni en cualquier lugar esencial para resolver el asunto. Después de esto, me apersoné en el baño y vi que había varias hojas de árboles desparramadas por todo el lugar y una ventanilla abierta, por donde podría caber una persona muy delgada y al único lugar que conducía era al jardín. Con respecto a eso recordé lo dicho por Caña, que el dueño de la casa estaba en el jardín; por eso me di cuenta de que era el hijo, Alberto, el asesino de su propia madre y hubo 2 pistas fundamentales que lo destaparon.

Grité su nombre, me di vuelta y vi quitarse la vida a Alberto, sabiendo que lo había descubierto.

Bueno, esa es la historia de mi buena carrera. En este momento estoy pensando en abandonar esto, más o menos en un año, así tengo un poco de tiempo para mi esposa y mis futuros hijos.
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