Historias y cuentos de policías

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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie Oct 16, 2009 12:15 pm


Curso Oposición a la Ertzaintza

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Treinta Mil

Cuidado! Que no entre en la casa, muchachos -Apuntó por séptima vez en la medianoche lluviosa; pero, nuevamente, había fallado. La bala impactó en una chapa recostada el portón de entrada, casi al mismo instante en que un joven moreno saltaba sobre ella.

Los tres hombres, todos corpulentos y vestidos de negro, perfilaron sus armas, calibre veintidós; y en el momento en que el muchacho trepaba por el muro del fondo, sintió una quemazón que le destrozaba las entrañas. Su delgado cuerpo se desplomó en el piso de cemento: sus ojos, duros, quedaron en parte tapados por su larga cabellera enrulada.

A unos pasos, a la derecha, la puerta de una casa de material resquebrajada se abría lentamente. Por allí se asomaba una cabellera pelirroja, que el más joven de los hombres alcanzó a ver.

-Miren, hay alguien adentro.

El canoso le pegó una patada al cadáver:

-Ahí están tus treinta mil; para que sepas que conmigo nadie juega, pibe. Apenas podía abrir los párpados por causa de la lluvia -¡Sáquenla!, debe ser la hermanita.

Los otros dos hombres entraron a la casa; y, a los pocos segundos, la trajeron agarrada de los cabellos.

-¡Por favor, no me maten! ¿Yo no tengo nada que ver con ustedes! ¿Qué quieren de mí?

Ante el llanto suplicante de la muchacha, la tiraron al piso y le dispararon: los tres tiros le dieron en el brazo izquierdo. Mientras los hombres estaban ya en la calle frontal, la mujer se levantó y empezó a caminar tambaleándose, hasta llegar al portón. Lo abría cuando recibió una ráfaga de plomo que le hizo temblar todo su cuerpo.

Dentro de la vivienda, un niño de tres años, y cabellos enrulados, dormía. Unos minutos después, se levantó de la cama y, sin abrir los ojos, salió a la calle y caminó hasta la esquina. Se sentó en la banquina. Su madre, la joven pelirroja, sabía que el niño padecía de sonambulismo pero ni los médicos habían podido determinar la causa.

Una camioneta, de chapa azul reluciente, se paró frente al pequeño. En ella iba una pareja de ancianos.

-Marta, ¿estás viendo lo mismo que yo? Se acomodó los anteojos.

-No lo puedo creer... -Puso ambas manos sobre sus labios- Pero, ¿qué padres abandonan así a sus hijos?. Y a estas horas.

- ¿Y qué querés? Es Villa C..., un barrio como este.

-Vamos a llevarlo, viejo. Nuestra hija murió tan joven: necesitamos un nieto a quien criar, lejos, en el sur. Miralo, es tan chiquito.

En los días siguientes nadie supo de los dos jóvenes asesinados: no hubo preguntas ni respuestas. Los cuerpos habían desaparecido del patio, y la sangre borrada por la lluvia.

El sol de febrero le dio de lleno en sus ojos negros.

-Pero, ¿qué hacés ma? No corras las cortinas que todavía tengo sueño.

-Ya son las ocho de la mañana. Acordate que hoy es tu primer día de clases en la facultad.

La abultada figura se retiró de la ventana: agarró su bastón y caminó hasta un sillón, ubicado en un rincón de la amplia habitación. Se sentó allí - Lo que pasa es que, seguramente, tuviste otra recaída de sonambulismo ¿Tomaste anoche las gotitas del medicamento?-

-Sí, Ma. Se tapó la cara con la almohada-.

Parece que me voy a tener que levantar.

-Nos vinimos a vivir a Buenos Aires para que pudieras estudiar, ser médico, como tu padre.

Eran las 9.45. El joven caminaba rápidamente: llevaba una camisa blanca, que contrastaba con su piel, y un pantalón de jean. Justo en la esquina de calle Corrientes, al mil trescientos, chocó con un hombre moreno y de enrulados cabellos blancos; quizás cincuenta años mayor que él.

Un pequeño recipiente de plástico rodó en la vereda: “Disculpe, señor, no lo vi”, dijo el joven mientras levantaba el frasco: “Es mi medicamento. ¿Puede creer que sufro de sonambulismo? El anciano quedó rígido, con los ojos muy abiertos y, antes de que de que pudiera responder; el muchacho ya se había perdido entre los transeúntes de la cuadra siguiente.

Pensó algunos segundos; amagó con sacar su revólver, pero se detuvo. Se colocó su sombrero, y prosiguió su camino, rengueando.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Mié Oct 28, 2009 10:59 am


Uno más... otro enfrentamiento

Una luna blanca, pálida como la muerte, iluminaba esta fría y tranquila noche. Dos conversaciones paralelas pero en distinto ámbito desencadenarían un trágico fin. Un bombón de regalo sería la excusa perfecta para robarle un beso; Milsíade creía que sería así, y dio resultado.

Era su primera cita y sus padres le dieron dinero para dicho propósito. El nombre de la afortunada era Eva, celeste los ojos; de nieve la piel. Un rubor granate invadió su rostro al rozar los labios de aquel chico atrevido.

Había sido un beso, su primer beso. Juntos de la mano y con los guardapolvos blancos recorrieron toda la tarde hasta llegar a la plaza. Eva estaba preocupada por explicarle a sus padres los motivos de la tardanza, pero valdría los regaños, su primer beso lo valdría. A pocas cuadras de aquella plaza, un automóvil de color gris transita la ciudad en busca de algo que ellos sólos sabían. Tenían una platica, algo muy común para ellos. El llevar contabilizados los enfrentamientos y cada uno de los abatidos eran una estadística ejemplar que los hacía sentir hombres valientes. En ese momento una llamada de radio interrumpe tan apacionante relato y los dos hombres de bien acuden al auxilio.

Mientras los dos tortolitos se despiden, una palabra se transforma en promesa... ¡Chau Eva, mañana te espero, no me falles! Milsíade camina de regreso a casa, mira el reloj, ve la hora y camina tranquilo. Encuentra locales y vidrieras que gustoso observa por la claridad que proporciona la luz de la luna. En ese momento se acomoda la mochila, la abre y saca una visera junto con el revólver que estaba en el fondo.

El automóvil gris, en su marcha, emprende con todo, no errándole a bache ni lomas de burro. Era un enfrentamiento, uno más. Milsíade, ya dentro del local, emprende contra la cajera diciéndole que le de todo el dinero y que se quede quieta, que no le iba a pasar nada.

Pareciera que aquello era una rutina para Milsíade, por la tranquilidad con la que ejercía cada movimiento. Recaudó todo el dinero y una cadenita con un corazón que se lo iba a obsequiar a Eva.

Fugazmente se alejó del lugar perpetrado y en su espalda la luna como único testigo. Acá lo tenemos, lo tenemos; se escucha por radio. Necesitamos refuerzos, fue lo último que se escuchó aquella noche.

Atrincherado en un Corsa modelo 2001, los disparos rechinan en la chapa y ninguna voz da la orden de alto. Ningún instante sería tan eterno como ése, ni tan arrebatador. Dos plomos cobrizos silban sigilosos y una mano temblorosa repele el fuego. De pronto, el auto gris funde los frenos y descienden como rapaces buitres para tomar sus presas.

¿Cuántos son? dice uno. Es un caco, contesta el otro. En ese instante Milsíade, estaba rogándole a Dios para que viniera su madre y no se enterara el padre. Recordaba el consejo de su padre: cuando lo detuviera la policía, tenía que decirles quién era su progenitor. Pero no le darían esa oportunidad. De repente, Milsíade se lamenta por ser el él quien rompa la promesa y no vaya a la cita con su doncella.

Aprieta con fuerza la cadenita que le iba a regalar a Eva y cegado busca una salida... Había una, pero no sería triunfante. Un buitre que servía de señuelo lo distraería de un lado y el final se lo daría el otro hombre de bien. Un silencio gélido inunda el clima, los ruegos del niño están por llegar a destino... De repente se oyen tres disparos, uno del oficial, otro de Milsíade, y el último es el que abate al ladrón.

La sangre que mancha la noche y que acompaña al frío, deja que corra por la vereda hasta apagar el último aliento. Un rostro pálido y familiar; aquel que le dio la vida, esa noche se la quitó...

- Buen día... (Milsíade)

- Buen día hijo... (el padre)

- Buen día amor... (la madre)

- Pa, Ma, tengo novia, se llama Eva y hoy tengo una cita.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Mar Nov 10, 2009 1:38 am


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Asfixia

Martín moriría hoy, lo había leído el día anterior en los avisos fúnebres.

No cabía cuestionamiento alguno, las noticias reflejaban la realidad y Martín así lo entendía. Esa tarde no fue a trabajar (no le encontraba sentido ya) y dedicó las sucesivas horas a recorrer los canales de noticias en busca de futuros accidentes, ya sea de tránsito o inequívocos que pudieran afectar a un alma tan imprudente al caminar por una acera. En repetidas ocasiones se planteó la duda de romper con lo establecido en su infancia. Aquel dogma de que las noticias siempre se anticipan a los hechos, por lo cual era improbable que se pudieran cambiar.

Era demasiado joven y eso le preocupaba, quería cuando menos despedirse de su madre y su hermana, nadie más lo esperaba o lo lloraría aquí. Pero no podía negar su naturaleza humana y mediática que apuntaba en su constitución, que un individuo nunca podría cambiar su destino.

Por la noche, mientras se afeitaba, pensaba en sus remotos antepasados (esos que se enteraban de las cosas mientras los hechos sucedían o quizás, no recordaba bien, pero tal vez hasta un día después.) ¿Qué clase de noticias serían esas? Qué absurdos, con qué sentido iría uno a un estadio de fútbol sin saber si su equipo favorito ganaría.

No lograba comprender aquella realidad, para Martín era casi natural leer el periódico por las mañanas para evitar un posible embotellamiento en la autopista o en las principales avenidas de la ciudad.

Tal vez sería lo mas cuantible sentarse a esperar el infortunio pues lo único perfecto es lo que va a suceder, ya que de una manera u otra es inmodificable. La vigilia le creó un rencor insostenible a la vida. No logró conciliar el sueño.

Ciertas imágenes le surcaban el cielo y amorataban sus conceptos raramente claros sobre el ir y venir en sus latidos. Pronto su luna amanecería y sería indefectiblemente su última alba.

Ansiaba regresar en el tiempo y creer que los medios de comunicación eran sólo un arma de poder y no el poder propiamente dicho. A esta altura qué sentido encontraba en la vida, sólo espantar la azada al menos unas horas, para romper con el raciocinio del imaginario intelectual y creer, como los viejos libros de historia, que todo tiempo pasado fue mejor. En sus fugaces sueños se encontraba una y otra vez cayendo reiteradamente, pero lamentablemente....Sí, lamentablemente, yaque inconscientemente sólo anhelaba el ineludible final. Sabiéndose aún dormido rogaba no despertar jamás, para destruir esa sucia agonía, que amenazaba con no dejarlo en paz.

El transcurso del día fue de una anormalidad absoluta, en el bagaje de su tiempo no hubo lugarara los nervios, pero sí para el envejecimiento prematuro con cada aguja del reloj. Literalmente moría con el vacilar del segundero, intentaba reconocer su suerte, al sentirse ausente en este mundo. El café no ayudaba, pero insistía en crear falsas expectativas, mientras las horas se sucedían y la tarde caía ya.

Las noticias son el corriente de la vida y generan una tendencia en sus súbditos, siendo esto así ¿Qué sentido se encuentra en agonizar o sangrar minutos más paralizando los hechos? La empuñadura era más frágil con ciertas miradas y el índice reposando en el insufrible gatillo se hacía deseable a su hora. La pesada penumbra llegaba con la noche y agitaba sus derechos que se decidían, mientras su boca se colmaba de metal frío acariciando susegunpaladar. Giraba por el cuestionamiento que se representaba con la sola aflicción de sus penas.

El reloj que pendía sobre la pared deentrada gimoteó su campanada lúgubre, y el sueño repentino se hizo dueño de la vida de Martín.

Enterada, su madre corrió al hogar de su primogénito calles arriba, ingresando en su domicilio y hallándolo tumbado y sin vida.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Vie Nov 20, 2009 6:51 pm


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Favores

A mi jefe lo pueden tres cosas: la guita, las cámaras y las minas. Sabe, como todo el mundo, que la primera atrae a las segundas y las terceras vienen solas. No es malo. Es mi jefe. Y hace una semana me convocó a su despacho pulcramente perfumado de la DDI.

-¡¡Moreno!!- gritó, sabedor de que preferiría que me llamara por mi nombre

-Felipe- rumié, cuidando que no me escuche- si no es tan difícil, no es Rigoberto, ni Octavio, ni Segismundo- y hubiera seguido toda la vida (o un rato más), pero los 20 metros que me separaban de su oficina concluyeron demasiado pronto.

-Si, jefe...

-Moreno... ¿qué hacés?... ¿Vos estás más flaco?

-No.

-Las minas, Moreno, te matan. ¿Vos te separaste, no?

-Si.

-Ah, si, si, me contaron. Una loquita, olvidate

-¿Me necesitaba para algo? -lo corté.

No quería que llegara a la parte de “cornudo”.

Y era ineludible.

-Ah, si- dijo, como si acabara de arrancarlo del planeta “amigos” para arrastrarlo de los fundillos hasta éste, regido por el perfumado escalafón de la fuerza- andá a verlo a Chupete. Chupete. Ratero varias veces condenado por robos menores y estafas indefectiblemente desbaratadas. Un delincuente de poca monta y menos luces para el delito, pero dotado de un delicado equilibrio en el pantanoso fango de la delación.

Un buchón, bah.

-¿Qué hizo ahora? Me irritaba perder tiempo con ese matoncito, mientras causas que valían
la pena se volvían amarillas sobre mi escritorio.

-Nada. Me dijo que tiene algo para nosotros. Para en la esquina de siempre, pero anda vestido de payaso -Me está jodiendo...

-No, che. Qué cosa tenés con este pibe.

¿Te hizo algo?

-No. Es un chorro, miente y vende falopa, nada más.

-Bueno- me devolvió el jefe en el tono conciliador que usa para las entrevistasparece que ahora se dedica a la globología. Dale el beneficio de la duda, capaz que cambió... la vida te da sorpresas empezó a cantar. Y me fui. Chupete estaba donde suele estar, enfundado en un traje que debía añorar la vividez de los colores casi tanto como al jabón en polvo. Detrás de la pintura, y bajo la peluca naranja, eran fácil de distinguir esos ojos inescrutables y oscuros, como el abismo de un aljibe. El disfraz amenazaba estallar a la altura del abdomen; lo único que no era de utilería.

Fumaba, con el pie derecho apoyado contra la pared. A sus plantas rendidos los globos.

-¡¡¡Moreno!!!- me recibió; como si fuera yo un viejo amigo que asomaba sin previo aviso y después de un larguísimo tiempo. En lo del tiempo no exageraba. Había pasado mucho.

-Chupete, qué sorpresa, ¿ahora traficás helio?
Largó una carcajada con olor a tabaco.

-Me encanta el humor de los vigis... ¿cómo andás?

-Dejá los sociales para otro día. El jefe me dijo que tenías algo para darme.

-Tu antiguo compañero era más simpático, ¿cómo se llamaba? ... Rodríguez... ¿sigue con tu mujer? Apreté los puños por segunda vez en el día, para no estrangularlo con un perrito de látex colorado. Di media vuelta y empecé a alejarme. No me dejó...

-Pará, che - gritó - me hacés calentar... vení que esto te va a cambiar el humor. Silencio.

-Tengo la agenda de Malena, con el nombre del último cliente. Malena. Hace un año y medio la encontramos en su departamento, derramada su hermosura sobre la cama. Desnuda.
Frágil como el pañuelo de seda que ceñía su cuello. Muerta ella; sus ojos muertos. Malena. La pvta más linda y más cara de la ciudad. Eso me lo contaron. A mí jamás me cobró. Dejé de darle la espalda y volví con Chupete. Me acerqué demasiado a su olor, a su mirada de aljibe.

-Damela- le dije en un susurro.

-¿Recuperaste el humor? ¿ustedes eran amigos, no? Eso explica que le hayan dedicado más de una semana al caso de una prosti.

Mientras hablaba sacudía la agendita de cuero azul al lado de mi oreja. Apreté los puños por tercera vez...

-¿Cómo la conseguiste?

-Mucha gente me debe favores. Tu viejo compañerito también. ¿El llegó al departamento antes que vos, no?

-¿Qué querés?

-Nada. No tenés que hacer nada. Eso es lo bueno... nada de nada. El jefe ya sabe. Lo que yo no sé es qué vas a hacer vos con el último nombre que escribió tu amiga- dijo, y me entregó la agenda.

Contuve la respiración para soportar su vaho y acercarme a menos distancia de la que había estado de una mujer en los últimos dos meses.

-El jefe podrá mirar para otro lado y yo también, hasta que te vea dándole a un pibe algo más que un globo. Yo me voy a olvidar de este favor y vos no te vas a olvidar de mí. Me fui a tiempo. Algo dijo. No sé qué fue. Subí al auto y abrí la agenda. Chupete tenía razón. Cuando se la di al jefe, leyó el nombre, la cerró, y devolviéndomela, dijo: -quemala y olvidate.

Volví a mi casa. Llamé a un periodista amigo, le conté la mala nueva y le pedí el teléfono del fulano. El lo tenía, claro. Y me lo pasó. Lo disqué esa misma noche. Era muy tarde. Del otro lado me atendió una mujer, que dejó de hablar después de que yo hablé. A los dos días abrí el diario y leyendo el titular de la tapa -“se suicida un juez en su casa”- levanté el mate como si fuera un Jhonny Walker y el aire la mujer más bella.

-Estamos a mano, Malena- Y brindé con la nada.
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Re: Historias y cuentos de policías.

Notapor Juanete » Jue Ene 07, 2010 3:27 pm



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20 segundos

La ventanilla se cerró frente a mis narices, y apenas terminó de hacerlo, sonaron los seguros en las cuatro puertas. Quedé mirando mi reflejo, tenía la cara sucia y el pelo revuelto; la imagen
desapareció cuando el semáforo dio verde y sólo la vi pasar. Volví al cordón y el Tano estaba ahí. Ahora que lo veo todo más claro fue ese mediodía, sentados en el cordón, donde empezó todo.

El Tano tenía 15 años, era del barrio y paraba en el semáforo desde antes que yo. La mayor parte de su vida la había pasado en la calle, era por eso que conocía a todos y que todos lo conocían. Yo era dos años más chico y me gustaba andar con él, de más pibe mi vieja no me dejaba salir mucho, así que prácticamente no había tenido relaciones, y el Tano fue como un nexo, una forma de recuperar el tiempo perdido. Lo había conocido de casualidad, una tarde en la puerta de casa, él pasó y se me quedó hablando, tenía la costumbre de pararse charlar con todo el mundo. El me llevó al semáforo, y ahí conocí a Mario y Andrés.

Ese mediodía en el cordón, el Tano nos juntó a los tres y nos contó el plan. Era en un almacén no muy lejos del barrio, yo había pasado por ahí un par de veces y lo ubicaba. Los tres le dijimos que sí enseguida, nadie quiso ser menos.

La tarde del afano nos juntamos en la esquina y fue el Tano el que dividió los roles: Mario y Andrés de campanas, uno en la esquina y el otro en la puerta del almacén, y yo con él, adentro. Me gustó que el Tano me eligiese a mí para acompañarlo, eso me decía que le inspiraba cierta onfianza. Entramos y el tipo del almacén ordenaba unos cajones, cuando levantó la vista y nos vio, me di cuenta, por la cara que puso, que algo sospechó. Pero antes de que pudiera hacer nada, el Tano sacó de entre las ropas el “caño” y lo apuntó a la cabeza, -¡dame todo gordo!- le gritó y el tipo tiró 500 pesos sobre el mostrador; yo los junté rápido y salimos corriendo. Los 4 nos perdimos en el barrio, ya estaba planeado, nos veríamos recién al otro día en el semáforo para repartir la guita. De los 500 de ese primer robo fueron 100 por el arma y 100 para cada uno de nosotros. Ahí me di cuenta de que en 10 minutos podía hacer más que en varias semanas de semáforo.

Hicimos un par de kioscos, verdulerías y algún locutorio. Una vuelta en uno de los kioscos un tipo me manoteó de la remera cuando íbamos saliendo, creí que me agarraban, pero el Tano se dio vuelta y le dio un culatazo en el medio de la cara. La nariz le explotó en sangre al tipo, se cayó sobre el mostrador y rompió todo. Al rato nos estábamos cagando de la risa de él y de que al quiosquero encima le iba a salir más caro, porque además de que le habíamos robado, tenía que comprarse un mostrador nuevo.

El Tano me confesó que quería vivir así para siempre, que lo había pensado y prefería morirse en 20 segundos de un balazo, que de hambre, lento, y viendo a la familia morirse igual. Quería sacar a la vieja de toda esa basura en la que estaba; que no tuviera que salir más a laburar de noche, para que al otro día nunca alcanzara la comida. El Tano tenía 4 hermanos mas chicos
y con los afanos por lo menos había podido hacer que comieran todos los días. La vieja sabía que él andaba en algo raro, no le gustaba, pero comían todos y por eso no preguntaba; ella sabía, pero prefería no enterarse.

Esa tarde nos juntamos en la plaza, ya no íbamos al semáforo porque estábamos muy expuestos, alguno podía reconocernos. El Tano nos dijo que tenía una fija, un tipo de una agencia de lotería. Ese viernes tenía que pagarle a los empleados y por eso iba a tener toda la guita ahí, en el negocio. No sabía cuánto, pero era mucho, y con eso podíamos tomarnos unas vacaciones, decía. Salvo el incidente del mostrador, nunca habíamos tenido ningún problema, así que con la confianza intacta, todos aceptamos.

Ese viernes nos reunimos en la plaza y repasamos el plan hasta el mediodía, que era cuando la agencia quedaba prácticamente vacía de clientes. A esa hora la plata iba a estar ahí, porque el tipo pagaba los sueldos al final del día. El Tano chequeó en la plaza el arma y se la guardó entre la ropa. Ibamos los cuatro caminando juntos, cada uno fue tomando posición sin decir palabra: Andrés dejó de caminar en la esquina, Mario se sentó en la puerta de la casa anterior a la agencia y el Tano y yo, entramos.

Había tres empleados, uno en cada caja y sentado en un rincón el que debía ser el dueño, más viejo y de lentes. El Tano lo apuntó a él directamente y le gritó para que le diera la plata, el tip largó el mate que estaba tomando y le dijo que todo lo que había estaba en las cajas. El Tano se le fue al humo y le pegó una patada al banco donde el viejo estaba sentado, lo tiró al piso y le dijo: ¡Dame la plata porque te bajo! El viejo se levantó y sacó de atrás del mostrador una cajita de madera, el tano me hizo señas con la cabeza para que la abriera. Yo me acerqué y cuando la abrí, vimos que estaba toda la guita, había fajos chicos agarrados con cintas elásticas que apretaban papeles con los nombres de los que debían ser los empleados, y otros fajos más grandes sin nombre.

El Tano me sonrió, se dio vuelta y apuntando al primer cajero le dijo: ¡Ahora sí, vaciá la caja!-, no terminó de decir eso cuando escuché la explosión. El Tano se desplomó frente a mí, el viejo
estaba parado ahí con el arma en la mano y ahora me apuntaba, yo me arrodillé al lado del Tano y le agarré la cabeza, tenía la remera empapada de sangre, por el vidrio vi que Mario no estaba más. -Quedate tranquilo Tano, todo va a salir bien, no te muevas que vas a ir al hospital-. le dije. No, dejame acá... viste, al final se me dio, en 20 segundos no paso hambre nunca más.
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Mié Feb 10, 2010 7:52 pm


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La última vez

El hombre se encuentra en el interior de su vehículo, a resguardo del hiriente frío nocturno y vestido íntegramente de negro, como si deseara mimetizarse con la oscuridad que lo rodea. Mantiene su profunda mirada clavada en la lejana puerta marrón, al otro lado de la calle. Por esa misma puerta, de un momento a otro, saldrá su objetivo. Su último objetivo. Después de éste ya no habrá otros, así se lo acaba de prometer a una emocionada Andrea. Las agujas del reloj siguen avanzando, y la espera continúa.

Cuando una anciana pasa junto al coche, acelerando su paso, acaso alcanzada por el odio que desprende la mirada del hombre, éste arroja su cigarro encendido en medio de la calzada. Es en ese instante cuando la puerta marrón comienza a abrirse aparece una elegante y anónima mujer y, detrás de ella, usando el mismo traje oscuro que viste en la fotografía que su verdugo sostiene entre las manos, sale La Rata. El hombre, entre la cautela y la adrenalina, se sorprende: la mujer no debería estar allí. El monto acordado corresponde a un solo objetivo. Rápidamente se quita el guante de la mano derecha, marca un número en su celular y pide instrucciones.

A partir de ahora los veinte mil dólares pasan a ser treinta mil.

Sin saber que ésta será su última noche, La Rata sube a la mujer a su imponente auto deportivo y arranca. A varios metros de distancia, y aún envuelto en la oscuridad, el hombre no deja de observarlos, mientras enciende su propio vehículo. El viaje será largo pero necesario. La voz en el teléfono fue lo suficientemente clara: debe morir en su propio refugio.

El hombre se mantiene a una distancia prudencial y con las luces apagadas. De todas formas, La Rata debe estar demasiado concentrado en las piernas de la mujer como para percatarse de su presencia. Durante el trayecto, inesperadamente, el hombre siente una inmensa curiosidad por saber quién es La Rata, a qué se dedica, cuál es el oscuro personaje al que ha molestado y que ahora lo quiere muerto.

Piensa en que éste es su primer trabajo en el que no sabe absolutamente nada sobre su víctima. Ayer la voz fue terminante: “Treinta y dos gramos de plomo en su cerebro, así de sencillo. Y no pregunte quién es”. A continuación, como una catarata de recuerdo, llegan a su mente cada uno de los asesinatos. El primero siempre intentó olvidarlo, no debido al hecho de quitarle la vida a una persona, una vida que por cierto no valía demasiado, sino por cómo lo hizo: torpe, sin una pizca de profesionalismo, con un navajazo poco certero que mantuvo al tipo con vida, aunque inconsciente, por más de una hora. Ya en el segundo encargo, mejoró su modalidad cambiando la ineficiente y prehistórica navaja por una nueve milímetros, el abogado no tardó ni un segundo en morir. Pero no fue hasta el tercer asesinato que, por consejo del gran Mendizábal, comenzó a usar silenciador. Así pasó una larga sucesión de crímenes. ¿Cuántos fueron? ¿10? ¿15? A esta altura ya perdió la cuenta. El último, por obvias razones, es el que tiene más presente: el único hijo de Mastroiani, de Don Mastroiani, el individuo encargado de que cada rincón de la ciudad tuviera su ración de polvo blanco. Cincuenta mil dólares por un simple tiro en la nuca.

Después de veinte minutos, y de atravesar todo el lado sur de la ciudad, La Rata estaciona su lujoso coche frente a un edificio de la calle Brown que, sorpresivamente, resulta ser el mismo donde, un par de semanas atrás, el único hijo de Mastroiani fue ultimado. A cincuenta metros de distancia, anonadado por la situación, el hombre también apaga el motor y aguarda. Piensa que sería más efectivo poner una bomba en el lugar y acabar de una vez por todas con aquel nido de ratas.

Al cabo de unos segundos, al ver a las dos figuras abandonar el auto en medio de la penumbra, saca un arma y un silenciador de la guantera y se dirige hacia ellos, sus blancos, que continúan sin percibir la cercanía de la muerte e ingresan a la mole de cemento que pronto se convertirá en su tumba. El hombre acelera el paso, a la vez que coloca el silenciador en la boca de la Glock nueve milímetros. Llega a la puerta a tiempo para evitar que se cierre. Y, repentinamente un fugaz deja vu lo arrastra quince días atrás... Cuando entra, el ascensor comienza a moverse, pero no pierde ni un instante en ver en qué piso se detendrá: lo hará en el primero. Sigue de largo y sube muy lentamente por la escalera. La luz es tenue y el silencio ensordecedor. El frío de la Glock penetra su guante y le recorre todo el cuerpo. No importa cuán profesional sea, la sensación de miedo siempre está presente.

Sólo cuatro escalones y un pasillo lo separan del final de su carrera asesina.

Tres escalones.

Dos.

Uno.

Llega al rellano y gira hacia la izquierda, pero no logra ver el pasillo. Un arma, muy similar a la suya, le bloquea la visión. Ha cometido un gravísimo error, ha subestimado a La Rata, ha subestimado a Don Mastroiani. Sabe que es el fin. Cierra los ojos, piensa en Andrea por una última vez, y luego todo se oscurece...
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Sab Abr 10, 2010 1:02 pm


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El asesinato de mi esposa

Mi empleada doméstica fue la primera en hallar los cadáveres. Un lunes, tal como lo hacía todas las mañanas, María ingresó a la casa con su copia de las llaves. Y apenas puso un pie en la vivienda, percibió un fuerte olor que provenía de la cocina. Fue hacia el lugar y al llegar quedó helada: un hombre yacía tendido en el suelo, junto a la mesa y con un cuchillo enterrado en el pecho. Pero el espanto no terminaba ahí: a un costado de la entrada, su patrona, mi esposa, también estaba muerta. El cuerpo sin vida, arrojado sobre el suelo, tenía signos de una terrible golpiza. Uno de los golpes más fuertes había sido contra la cabeza, de la que escapaba una gran cantidad de sangre.

María salió corriendo a la calle, desesperada, y comenzó a gritar. No pedía ayuda, sus gritos eran producto del miedo. La Policía, alertada por los vecinos, no tardó en llegar.
Yo tampoco.

El perímetro de la casa fue cercado con uncordón policial y ni siquiera yo pude ver la escena de los crímenes. Debí permanecer en las inmediaciones del lugar mientras los peritos realizaban su trabajo, y tuve que conformarme con ver por última vez a mi mujer cuando, metida dentro de una bolsa azul, la subían a la ambulancia.

Terminados los peritajes, y hechas ciertas averiguaciones, la Policía dedujo que el hombre (que vestía sólo ropa de color azul) era empleado del correo, pero que ese día no tenía ninguna correspondencia para entregar en mi domicilio. Después, debido a los golpes en el rostro que presentaba mi esposa,determinaron que el hombre (ayudado por su vestimenta) había ingresado a la casa con el ánimo de robar. Asustada, mi mujer se refugió en la cocina, tomó un cuchillo y, al tener la oportunidad, se lo clavó en el tórax. Pero el individuo, con el resto de fuerza que le quedaba, le dio un último golpe que la estrelló contra la pared. Ese impacto fue el que le provocó la muerte a ella también.

El hecho fue un golpe muy duro, en especial para mis hijos: Leo y Laura, los mejores hijos que un padre podría desear. Hasta ese momento, habíamos sido una familia feliz, con varios problemas, pero felices al fin.

Mañana, primer día de las vacaciones de invierno (y a casi un mes de los hechos), realizaré un viaje al sur con Leo y Laura. Ellos intentarán (no olvidar a su madre, porque eso sería imposible), pero sí comenzar a cerrar la herida que les provocó su muerte.

Por mi parte, aprovecharé para descansar y descargar toda la tensión acumulada durante este último tiempo: antes de hacerlo, no creí que me iba a dañar tanto matar a la perra de mi mujer y a su amante. Eso sí: no me arrepiento de nada, si me tocara atravesar la misma situación unas mil veces más, estoy seguro que las mil veces volvería a hacer exactamente lo mismo.
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Dom May 02, 2010 3:21 pm



foropolicia.es
Lo mismo que ellos buscaron

Recorre con la yema del dedo pulgar la guía de Gran Buenos Aires. Letra F. Felir, Feller, Frei, Freyre... Pero su dedo retrocede, se detiene a media página, Feligrano Agencia: Investigaciones, parejas, seguimientos, etc. Llama al número que allí figura. Atiende una voz: “...Esta es la agencia de investiga...”; de repente la grabación se corta e interrumpe la misma voz: “Agencia...”. El encuentro se fija para esa misma tarde en una oficina céntrica de la ciudad de La Plata.

-Hace más de treinta años, un familiar mío compró un terreno en la localidad de San Vicente, pero luego, por razones de trabajo de ese entonces tuvo que mudarse.
Pocos años después falleció. Al principio la casa estuvo deshabitada, más tarde fue ocupada por una persona del barrio...

- Bien... y ¿cuál es el problema?

Desplegó un papel sobre la mesa y lo leyó en voz alta:

-Son cuatro lotes de 16 x 47 metros, números 10, 11, 24 y 25. Nomenclatura catastral: circunscripción I, sección B, quinta 40, fracción. II, parcelas 9, 8, 29 y 28 respectivamente. El 23 dic 76 los compró Norberto Pedro Freyre, según escritura 583 del Registro de la Propiedad de San Vicente. Intervino escribana Laura Meretine de López. La compra fue registrada en la dirección provincial del Registro de la Propiedad el 1º mar 77 bajo el número 53.793 en la matrícula 25.218/21 del partido de San Vicente.

-Le reitero, no entiendo cuál es el problema...

-El problema es que no coincide el nombre que figura como comprador con el nombre de mi familiar. Pero por suspropias palabras yo sé bien que fue él quien compró esos terrenos.

-¿Quién es entonces el tal Norberto Pedro Freyre?

Detuvo el auto justo en la esquina de la calle Guerrico. Bajó lentamente el vidrio del asiento del acompañante y encendió un cigarrillo. Treinta minutos. Nadie. Al fin, pudo ver a un hombre bajito, canoso, con anteojos gruesos salir a pie y a toda prisa de la casa. Esperó veinte minutos más y se dispuso a bajar. Se acercó a la fachada, los árboles la rodeaban, por la brisa que le pegaba en el rostro sintió la cercanía del río. Tocó la puerta, una, dos, cinco veces. Sacó un manojo de llaves y las probó una por una hasta que la puerta cedió.

La casa estaba bastante ordenada, el olor a sus pies de una alfombra húmeda y el papel rancio lo invadía todo. Enseguida recordó sus tiempos de oficina cuando le tocaba bajar al subsuelo del archivo y desempolvar voluminosos expedientes criminales. Había allí sólo dos ventanas con las persianas bajas que debían comunicar con un patio interno. Cantidades de libros estaban acomodados en las paredes sobre tablones, diarios y revistas de todas las fechas apiladas en las esquinas, y al final de un pasillo que conducía a un baño, una pizarra de corcho clavada con anotaciones en papel recortadas. Se detuvo especialmente en un garabato que pudo descifrar: “Revisar archivo del día 25 de marzo de 1977, ver casilla 7 del Sótano”.

Pensó en la palabra sótano varias veces, porque quien está acostumbrado a las pesquisas
pesquisas sabe que la resonancia extraña de una palabra devela de inmediato un misterio.
Por eso, ahora sus pies sonaban distintos al moverse: sótano, sótano... El repiqueteo
de sus movimientos pasaba a ser hueco. Sótano. La clave. Levantó la alfombra húmeda
y vio lo que suponía, las ranuras de una puerta. Sacó la navaja y levantó la tapa
suavemente. Pudo ver los primeros escalones de una escalerita bastante precaria que
se la tragaba la oscuridad.

-Lo único que puedo decirle es que Norberto Pedro Freyre existe y vive en esa casa.

-Imposible, estoy seguro que esa casa fue comprada por mi familiar, tengo un testigo que allí vivió y así puede demostrarlo.

-Mire, piense lo que quiera, usted me pagó para que yo le averigüe y esto es lo que yo he averiguado. En ese lugar vive una persona con el nombre de Norberto Pedro Freyre y de acuerdo a la edad que figura en los datos de la partida catastral que me ha brindado, coincide con la edad de su habitante. Pero hay algo más...

-Dígame por favor.

-La persona que allí vive escribe y conserva guardado en el sótano un archivo con documentación muy extraña. Yo conozco de archivos y le aseguro que esta persona
conoce muy bien del tema...

-¿Qué clase de archivos?

-Le traje esto para que usted tenga, en una de esas puede interpretarlo mejor que yo.

Feligrano hace entrega de una hoja doblada y amarillenta, el cliente la toma entre sus dedos temblorosos, como si estuviera dudando se queda unos minutos con sus ojos extraviados en algún punto, hasta que la abre y lee en voz alta:

“Que nuestros hijos no busquen en nosotros, que ellos busquen a su manera lo mismo que
nosotros buscamos”.

-Eso fue escrito por mi familiar, no tengo ninguna duda.

-Da igual, el trabajo está hecho.

-¿Y cómo sabe que Freyre es Freyre?

-Muy simple, me entrevisté con la escribana del lugar, la Dra. Laura Meretine de López.

-¡Es un impostor, no se da cuenta! Freyre desapareció en la ESMA en 1977... Puede rastrear el nombre y la historia en Google si le interesa...

- ... No se da cuenta de que desde un inicio de la investigación usted me ha ocultado
un dato fundamental.

-Eso es problema mío, a usted no le incumbe ese tema...

-Mire, aquí hay muchas cosas que no encajan y yo las presumo solo, le aconsejo que por el tema de la propiedad vaya a ver a la justicia, el resto me parece se trata de un asunto bastante complejo, una trama secreta muy bien guardada que podría cambiar muchas cosas de este país...

-Me imagino que usted fue policía por aquellos años... no tendría que haber confiado en un viejo represor, además, qué sabe usted de literatura...
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor trueno2 » Sab May 29, 2010 7:28 pm


Cartera Mossos D`esquadra

Realizada en piel
enpieldeubrique.com
La matahari

Estando una tarde de patrulla, nos indica la Central que se ha hallado un cadáver sin signos de violencia en un domicilio de Rubí. Como es muy habitual nos dirigimos al lugar sin pausa y preguntándonos como estaría el cadáver (quien haya entrado en domicilios con fiambres ya se lo imagina).

Cuando llegamos al domicilio, nos extraño que no estuvieran por allí las típicas chafarderas de la escalera, asomando las narices para mirar algo. Pues bien, subimos al piso y picamos a la puerta. Una señora de unos 45 años nos abrió la puerta, haciéndonos pasar como si tal cosa. Una vez dentro nos indica que el "cuerpo" lo tiene en la habitación.

Mientras yo preguntaba a la mujer, mi compañero se ponía los guantes de látex y entraba en la alcoba pero, en la puerta de la misma, se para y da marcha atrás. Yo ya me esperaba algo muy fuerte, pero no tanto como lo que vi en aquella habitación.

En la cama de matrimonio estaba el cuerpo sin vida de una persona de unos 50 años, totalmente desnudo y con el miembro en posición de "firmes". Preguntamos a la señora si era su marido, contestando esta que no. En vistas de que la cosa no estaba muy clara, decidimos trasladar a la señora a Comisaria.

Total, que buscando buscando, dimos con el DNI del fallecido, siendo un señor con domicilio en Barcelona. Una vez llegados a Jefatura y explicado lo sucedido, nos dispusimos a dar aviso a los familiares, honores que se los cedimos amablemente al primer Cabo de servicio que tuvimos a mano.

Pues coge el cabo el teléfono y llama al domicilio, poniéndose al aparato uno de los hijos del difunto. El Cabo le explica que su padre había sido hallado muerto en Rubí, contestando el hijo que "eso es imposible, mi padre está de viaje en Mallorca".

En vistas de lo sucedido, la familia se presenta en la Jefatura en menos de 15 minutos, pidiendo explicaciones de lo sucedido.... Bueno, imaginaros lo que diría el Cabo de servicio (también le cedimos el honor, jejeje).

CAUSA DE LA MUERTE: ATAQUE CARDIACO, según el forense. Pues nada, todo terminado........

Un mes mas tarde nos vuelven a llamar del mismo piso...encontrándonos otro cadáver de similares características. Imaginaros la cara de la mujer al ver llegar a la misma patrulla... Pero no acaba aquí la cosa....al poco tiempo vuelve a llamar la mujer con otro cadáver...

Mi compañero y yo nos preguntábamos como podía conseguir ese efecto tan especial aquella mujer, y que es lo que haría para conseguirlo...pero mejor no tentar a la suerte...; ¿No creéis ?

un saludo
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor trueno2 » Sab May 29, 2010 7:36 pm


¡Que tiempos aquellos!

Estaba el franquismo dando sus últimas boqueadas. Unos funcionarios (en prácticas) del extinto Cuerpo General de Policía (la policía secreta, que es como nos llamaba entonces la gente) se afanaban en aprender en una comisaría de Madrid, en lo que ahora se llama Oficina de Denuncias (antes Inspección de Guardia. Se quedaron todos boquiabiertos cuando compareció en ella, preguntando por el comisario de guardia, un conocido ministro del gobierno, cuyo nombre deliberadamente omito: Había perdido -o le habían robado- literalmente la cartera ministerial almorzando en un conocido restaurante.

En la cartera estaban para la firma varios decretos, órdenes ministeriales, etc. consideradas por el asustado miembro del gobierno como secretos de estado. Pánico en la comisaría, que se transmitió hasta el mismo director general de seguridad, a la sazón Eduardo Blanco Rodríguez. La orden de éste era clara, tajante y terminante: tenía que aparecer la cartera por coj...n... y con todos los secretos de estado en ella sin faltar ni uno.

Sin embargo -la excepción confirma la regla- nunca vi a un comisario de guardia más sereno. Era el mismo comisario que fue mi maestro y jefe durante largos años en mi etapa de Barcelona y del que heredé conocimientos y archivo personal, pues fui -aunque esté mal decirlo- su alumno preferido.

Descolgó el teléfono y llamó a un bar preguntando por una persona, que compareció a la hora o así en la comisaría....con la cartera ministerial y secretos incluidos, casi intacta. Sólo había sido forzado el cierre. Se avisó al director general de seguridad que dio las gracias al comisario por su eficiencia, y al descuidado ministro que lo encontró todo en orden sin faltar nada de nada.

Como el cierre estaba roto, el miembro del gobierno fue a encargar otra cartera exacta a LOEWE (de ahí proceden las carteras ministeriales) con el mismo letrero en letras doradas, que le fabricó el artesano en cuestión con diligencia y sigilo. El asunto no trascendió y aquí no pasó nada.

El comisario tenía una red de confidentes de las que ya no existen, y uno de ellos que era -como tiene que ser- "perista", al darse cuenta de que le habían llevado una cartera (ministerial) para vendérsela, se dio cuenta de que quemaba en las manos, la compró, y ya se disponía a ir a comisaría a entregarla al comisario cuando recibió el recado.

Los ladrones, entonces, eran gente honrada. No faltaba más y a sus órdenes, señor comisario... (CAPITÁN CENTELLAS; de la Vieja Guardia de la Fe Policial; Caballero de la lanza Roma; Coronel de la Guardia Suiza del Bacano; Almirante de la Armada Pontificia; compañero y amigo -
http://todosobrelapoli.jimdo.com/anecdotas-policiales/
un saludo
trueno2
 

Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Sab Jun 12, 2010 2:30 pm


Los claveles rojos

No fue un año del cual podamos armar un álbum de recuerdos en la mente de Julia, con imágenes y diálogos recónditos en algún lugar de la misma. Teniendo en cuenta muchos parámetros, su año fue devastador para ella y su entorno: precario de risas y alegrías, plagado de salinidad ocular y trizas de sueños en el piso.

Sus ojos verdes miraban un horizonte tan infinito como el vacío de su alma; lo miraban borroso y aturdido, pero lo miraban, y quedaban fijos buscando el alba de un nuevo día, de una nueva vida. Julia era una imagen bíblica viviente. Sus caricias (tan suaves y profundas) sanaban cualquier herida a cielo abierto, las nutría con la fuerza incondicional de mil dioses y las cerraba para toda la vida. Julia sonreía con cada gota de lluvia que regaba el amplio parque de su casa mientras se invitaba a jugar con su hijo Dante, bajo los intensos chaparrones. También sonrió alguna vez cuando su marido dormía a Dante cantándole bellas canciones que él improvisaba con una suave y dulce tonada. Dueña de un amor puro y sincero, Julia se arrimaba a la perfección, pero no así su fragilidad.

Las noches de Julia eran su karma en vida, la cruz que injustamente le tocó llevar. Su marido arribaba al hogar junto con una madrugada ya comenzada hace rato y un fuerte aroma a licor barato que su boca emanaba sin recelo. Llegar a su morada y encontrar a su esposa desvelada y plagada de justos reproches (que según él no lo eran) lo ponía de muy mal humor: lo irritaba al punto de golpes de puño inminentes sobre el rostro de su amada, y seguido reiteradas veces de un humillante acoso que terminaba en el llanto de Julia y en el de su pequeño de 10 años.

Un miedo invadía al esposo de Julia luego de culminar la tortura, y huía lo más rápidamente posible a buscar un refugio donde pasar la noche. Siempre terminaba en lo de José, un amigo de la infancia que desconocía la situación y era fácilmente engañado con falsos testimonios que este truhán le proporcionaba. Al otro día, arrepentido por la situación y con una culpa incrustada en el pecho, volvía a su casa con un hermoso y costoso ramo de claveles rojos, seguido de una tarjeta que imploraba el perdón de Julia, y que terminaba siendo concedido. Se fueron reiterando durante casi una década. El atardecer causaba en Julia un profundo temor y la preparaba para lo peor: La noche y sus estrellas vivas, el paso constante de los segundos en el reloj de pared, el ruido de las llaves, las lágrimas que comienzan a rodar por su mejilla, un silencio que ensordece, los gritos que lo quiebran, el maltrato, la humillación, la huida, los claveles rojos.

Las torturas se reiteraban, pero esta vez, no tuvieron el mismo final. La huida dejó un cuerpo sin vida recostado sobre un parqué adornado con una abundante cantidad de sangre que fluía sin prisa por el cráneo de Julia. Si siempre su cobardía lo hizo escapar de la perversa situación que generaba, ¿Por qué precisamente ésta iba a ser la excepción?

Esta vez su refugio no fue la casa de su amigo, sino una estancia alejada que su padre poseía y que hacía varios años estaba deshabitada. Tomó su coche y luego de varias vueltas accedió a la entrada de la ruta. El sol comenzaba a dar sus primeros destellos en el firmamento e iluminar el rostro de todos los que admiraban el alba, inclusive el suyo. El tránsito estaba congestionado; los bocinazos y los nervios de los conductores lo hacían poner aún más tenso. Tomó un viejo camino alternativo (aunque más largo) que alguna vez su padre aprovechó para eludir algún control policial, que lo dirigió hacia su destino llegando sin mayores sobresaltos.

Dejó su coche en la parte trasera de la estancia y entró en ella por la puerta de atrás que daba a una cocina tenebrosa por la falta de luz. Sacó del bolsillo de la camisa un encendedor de bencina e iluminó como pudo la habitación. De reojo divisó un gran bulto que yacía sobre la mesada; avanzó hacia él con curiosidad e intriga; un gran ramo de claveles rojos se reflejó en sus gigantes pupilas plagadas de miedo y nervios, en el mismo momento que una suficiente cantidad de plomo besaba su espalda y apagaba su vida. Un segundo antes de caer, su asesino rompió el silencio de ese caótico amanecer con una voz familiar:

“Te recordaré siempre por tus canciones, pero no por tus tratos a mamá”.
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor trueno2 » Jue Jun 17, 2010 8:44 pm


DEPOL Guardia Civil

Inicio curso: septiembre 2019
de-pol.es
Esta historia se gestó en el cielo
Estaba Jesús en el cielo, reunido con todos sus discípulos, y estaban analizando la problemática de la droga en el mundo y como esta destruía a muchas personas y familias. Pero como ellos nunca han probado, no sabían realmente lo que producía, de modo que Jesús decidió mandar a todos sus discípulos a distintas partes del mundo para que trajeran distintas clases de drogas y analizarlas……

Jesús pasó cinco días esperando hasta que por fin y por primera vez tocaron la puerta:

Toc-toc-toc

- Quién es????? – Preguntó Jesús.

- Soy Juan.

Jesús abre la puerta rápidamente y le dice:

- Qué trajiste Juan??????

- Cocaína de Colombia, Maestro.

- Muy bien, pasa y déjala ahí.

Al rato…

Toc-toc-toc

- Quién es?????- pregunta Jesús.

- Soy Pedro.

Jesús abre la puerta y le dice:

- Qué trajiste Pedro?????

- Marihuana de Jamaica, Maestro.

- Muy bien Pedro, pasa y déjala ahí…

Toc-toc-toc

- Quien es????? – Pregunta Jesús.

- Soy Mateo.

Jesús abre la puerta y le dice:

- Qué trajiste Mateo?????

- Crack de New York, Maestro.

- Muy bien, pasa y déjalo ahí…..

Y así sucesivamente iban llegando los discípulos y trajeron: Heroína, Anfetamina, LSD, Hachis, Pasta, Base, etc., etc., solo faltaba un discípulo. En eso se oyó la puerta:

Toc-toc-toc

- Quién es????????? – Pregunta Jesús.

- Soy yo, JUDAS.

- Qué trajiste Judas??????

- A la Policía Cabrones….. ¡¡¡¡¡¡¡¡TODOS CONTRA LA PARED!!!!!!!!!!. Ese de Barba es el Jefe…….
un saludo
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Jue Ago 19, 2010 6:09 pm


Guante Corte-trauma

Excelente oferta solo **25?**
materialpolicial.com
Rituales

El campo de batalla, por momentos, se ve límpido y espejado hacia el sol. Un camino, el camino entre los distintos pueblos cercanos, se había vuelto, más que nada por el Tedio Soberano de los reyes aqueos, un lugar sacralizado para el ritual.

Luego, negras nubes cubrían el firmamento, producto de las barricadas de las fuerzas antagónicas, que, de salirse de control un engranaje gubernamental, saquearían y conquistarían las calles.

De un lado, el silencio más impresionante. Disciplina estricta, formación cerrada. Los cascos y los escudos relucían al sol, realzando más aún los oscuros uniformes de los hombretones inmensos y poderosos. Las armaduras negras brillaban de limpias, y tras las primeras líneas, los hombres más delgados portaban armas más largas. Ellos permanecían firmes, esperando una señal para atacar.

Del otro lado, la exuberancia. Hombres indisciplinados, portando miles de banderas diferentes que representan sus cientos de miles de aldeas y facciones, unidas para resistir contra los inhumanos ejércitos de hombres autómatas, permanecen armados con simples garrotes y piedras, cubiertas sus cabezas con pañuelos o máscaras de tela, gritando enfebrecidos pullas a
sus contrincantes, protegidos tras las barricadas de fuego y humo, entonando feroces canciones guerreras, de honor y virilidad.

El sol quemaba en lo alto, calentando el suelo de piedra y brea. Todo estaba dispuesto. La batalla comenzaría. Los caballos del primer lado hacen el primer avance: cargan con toda su terrible majestuosidad, descargando sus armas humeantes, repartiendo golpes a diestra y siniestra, mientras se abate sobre ellos una granizada de piedras enormes y furiosas. Dos hombres
con sus rostros cubiertos para protegerlos del humo, como una imagen de los antiguos guerreros sarracenos, avanzan, portando una bolsa enorme llena de pequeñas esferas que se desparraman a lo largo de toda la calzada, haciendo resbalar a los caballos y tirando a los eximios jinetes
sobre las murallas de fuego sabiamente dispuestas.

El humo marea a los caballos, y a los disciplinados hombres que no llevaban protección. La Infantería procura avanzar, se alzan los escudos en formación cerrada, para resistir la lluvia
de piedras que no deja de caer sobre ellos. La retaguardia no deja de descargar sus armas humeantes sobre su enemigo acérrimo. Sus líderes gritan órdenes con voz firme y autoritaria,
órdenes que se cumplen con decisión y sin vacilación o dilación alguna.

Del otro lado, los tambores y la música de guerra resuenan, atronadoras. Algunos bailarines, espléndidos, vestidos coloridamente para la ocasión, se encargan de elevar los ánimos y la
moral frente al ejército represor de individualidades, de libertad, de esperanza.

Los bailarines revolean sus piernas rítmicamente, mientras los soldados enemigos avanzan, mientras las tropas de la libertad se pasan sus brebajes mágicos, místicos, que elevan su moral aunque entorpezcan un poco el movimiento.

La infantería de los Soldados del Orden al fin llega a las barricadas, y aunque los piedrazos y las descargas continúan, la lucha se vuelve mucho más violenta al desarrollarse la refriega.

Las armas se entrechocan, las muchedumbres apenas tienen la fuerza suficiente para resistir, merced a su coraje y su número, a los poderosos golpes de sus contrincantes, que derrumban
barricadas y aplastan cualquier resistencia.

La fuerza desplegada, muy inferior a los desarrapados y sucios contrincantes en cuanto a número, es mucho más efectiva, sus armas mucho más útiles, sus escudos firmes
en la defensa de sus ideales, sus yelmos protectores brillan al abrasador sol del mediodía.

Un hombre, magnífico, sublime, se eleva de entre las apaleadas y aplastadas Hordas de la Libertad. Su torso desnudo, casi desprovisto de vello y brillante como la piel de un gladiador,
es poderoso y bello. El hombre grita, con toda la gran fuerza de su voz, y salta de su montículo de escombros hacia la refriega, aplastando soldados y escudos, rompiendo las formaciones al meterse entre medio de las tropas del Orden, atizando a cuanto sujeto se le cruce. Sus allegados más poderosos se introducen por los huecos de la formación, quebrándola. Algunos caballos
aún quedan en pie, aplastando con sus cascos a sus enemigos, y el magnífico y salvaje guerrero se dirige hacia ellos, abriendo una brecha considerable en la Infantería, por donde
se introducen sus compañeros de batallas.

Su grito salvaje resuena. La liza está en su apogeo, pues nadie sabe quién ganará. El caos se alza a través de todo el campo de batalla, confundiendo todo. El salvaje guerrero avanza con su séquito, triunfante, inmenso, heroico, esquivando proyectiles y soportando golpes. Un neófito soldado del
Orden se asusta, al ver a tan magnífico hombre avanzar directo hacia él, a tan temible contrincante, y saca un arma prohibida de su cinturón. Un temblor sacude el cielo, el estampido
del arma descargada silencia el caos infernal de la batalla. El guerrero cae, sosteniendo su pecho con ambas manos, el pecho del cual mana borboteante la negra sangre, espesa y cálida.

Antes de alcanzar el suelo ya ha muerto, sin poder creerlo. El furor se hace presa de dos hombres que lo acompañaban, que sacan sus cuchillas y siegan la vida del soldado de un simple tajo, pero luego son detenidos por sus propios compañeros.

El ritual se ha roto. La batalla se ha terminado, y las lamentaciones y los aullidos de horror no se hacen esperar. Los soldados del Orden también se detienen y retroceden, espantados. La situación se ha salido de control.

Al otro día, en los periódicos locales sale: “Trágico conflicto entre la policía y distintos grupos piqueteros, trae como consecuencia dos víctimas fatales y gran cantidad de heridos”.
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Mié Sep 22, 2010 12:46 pm



intervencionpolicial.com
El parásito

Hace tres meses que estoy así doctor, no entiendo por qué me siento cada vez más y más débil. Yacasi no tengo fuerzas para abrir la boca y respirar con profundidad.

Sólo me abstengo a mirarlo de esta forma, mi piel está demasiado pálida y... ¿Usted qué piensa de esta extraña enfermedad?

Sólo intento balbucear cosas. A veces trato de incorporarme, pero es inútil.

Todo empezó con un desmayo por presión baja. A veces, los viejos como yo ya no podemos ni con nosotros mismos.Mis hijos me han traído hasta este hospital, mientras que mi pobrecita esposa... que en paz descanse, se debe estarretorciendo de la tristeza para que yo no muera y siga viviendo.

En fin. No sé por qué en estos meses estuve empeorando doctor. Mi cuerpo parece de plomo y mi vista está borrosa.Hace poco tuve una extraña pesadilla, soñé que una horrenda criatura se alimentaba de mí... de mi sangre.

Era espantosa. Tenía una boca pegajosa y maloliente, llena de dientes pequeños. Con un par de ojos que parecían deun loco desquiciado. ¿Usted ha soñado algo así de escalo saber que una criatura de naturaleza desconocida, se alimenta de usted?

Yo no, ésta fue mi primera vez y le confieso que sentí muchísimo miedo. Algo así no se sueña todos los días, dicen que a veces la mente humana experimenta pesadillas después de haber visto una película de terror, o después de leer una novela del mismo género.

Pero yo jamás recuerdo haber visto películas de horror, ni haber leído algo así. Jamás me interesó. Bueno, creo que pensé demasiado hoy... Estoy cansado y necesito dormir.

Sí, se tiene que ir. Ya que se va... ¿podría traer algo que me reanime? No sé, cualquier cosa. Necesito salir de este hospital. Nunca me gustó estar aquí, siempre odié estar en una cama todo el día. No puedo estar sin hacer algo, aparte quiero ver a mis hijos, mis nietos. Extraño a mi gente y no puedo vivir sin ellos. Es lo único que tengo, después de que mi mujer murió en aquel fatídico accidente.

Está cruzando la puerta... se fue. Bueno, supongo que vendrá en algunos minutos. Lo que me queda por hacer en este momento, es mirar por la ventana.

Veo los pájaros que se posan sobre la ventana, puedo escuchar el sonido de losárboles, de los autos. La gente que viene y se va, hay muchas cosas para escuchar, como aviones, tormentas. El correr de un manantial.

Odio la civilización, yo me crié en el campo, como todas las familias que llegaron a este país. Recuerdo la casona donde vivía, allá en 157 y 62, pasando los barrios de ahora. Antes no habían tantas casas y... ¡No! Se han volado los pájaros, necesito verlos. Me hacen recordar mucho mi vieja casa. No quiero que se vayan... ¿los han espantado?

Si, claro, es el doctor. Vino para traerme algo supongo ¿Qué es lo que me trajo señor? ¿Qué es eso?
Ah, es una jeringa. Odio las inyecciones. ¿No tiene pastillas o algo así? Pero doctor... esa jeringa está vacía. ¿Qué está haciendo? No... no. ¿¡Me está sacando sangre, doctor?!

¡La está vaciando en un vaso! ¡Se la está tomando! No, por favor, no... ¿Usted se está alimentando de mí? Y... esosojos... esa mirada como en el sueño. Usted es... la... criatura...
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Re: Historias y cuentos de policías

Notapor Juanete » Dom Oct 17, 2010 9:51 am



sector115.es
El disparo instintivo

El disparo instintivo, el disparo rápido y al bulto se eleva entre las rutinas diarias, diáfano, íntegro y seducido por su propio destino incierto e inamovible. El cuerpo alerta como una serpiente sobresaltada. Las manos que suben juntas atrapando la culata del arma, montando al mismo tiempo el martillo, tratando de no apresurarse dentro de la rapidez, de la locura que requiere el momento. Buscando certezas en un instante de total incertidumbre, por la velocidad de las circunstancias. El cuerpo propio buscando cubrirse, buscando el cuerpo del otro, tal vez los ojos del otro, o solamente el cuerpo, quién sabe o quién se acuerda en una ocasión así.

La boca seca por la angustia, por el humo de la pólvora que entra por la garganta sin asimilarla, el estampido de los disparos que casi no se sienten en los oídos aliviados por la creciente descarga de adrenalina. Mientras la boca del cañón del arma del otro lo busca a uno, tratando de llegar primero y definir la balanza a su favor más allá de las razones, de la justicia. Tal vez ese momento no pertenece a la justicia o a la razón o a la equidad. Quién sabe. El cuerpo buscando reparo y los disparos que ya resuenan en el aire, y aún con la convicción y el deseo de no ser uno el herido, seguir disparando para que del otro lado no haya más disparos.

Desear estar en otro lado o no desearlo. Tal vez desear estar en esa situación por la adrenalina, por la detención en el tiempo o tal vez porque hay una intuición de justicia o de caballero cruzado
en ese instante límite.

Quizás realmente no hay otro enfrente disparando. Tal vez es uno mismo disparando a sus propios fantasmas, rutinas, miedos, falta de convicciones, y el otro enfrente haciendo lo mismo, tal vez también disparándose a sí mismo, a sus propias impotencias, desventuras, frustraciones.

Y los dos contendientes, en definitiva, intercambiando atenciones, en esa ocasión cumbre, no buscada, o sí, no deseada, o sí, en que los hombres tratan de probar cosas en nombre de sí mismos, la justicia, las instituciones, las marginaciones. Y las cápsulas vuelan vacías de las pistolas, y en ese momento, porque todo pertenece a ese momento, sentirse único, irrepetible.
En ese instante odiado y tal vez íntimamente deseado. Tratando a la fuerza por ambas partes de descorrer un velo misterioso atrás del que se en El disparo instintivo, el disparo rápido y al bulto se eleva entre las rutinas diarias, diáfano, íntegro y seducido por su propio destino incierto e inamovible. El cuerpo alerta como una serpiente sobresaltada. Las manos que suben juntas atrapando la culata del arma, montando al mismo tiempo el martillo, tratando de no apresurarse dentro de la rapidez, de la locura que requiere el momento. Buscando certezas en un instante de total incertidumbre, por la velocidad de las circunstancias. El cuerpo propio buscando cubrirse, buscando el cuerpo del otro, tal vez los ojos del otro, o solamente el cuerpo, quién sabe o quién se acuerda en una ocasión así. La boca seca por la angustia, por el humo de la pólvora que entra por la garganta sin asimilarla, el estampido de los disparos que casi no se sienten en los oídos aliviados por la creciente descarga de adrenalina. Mientras la boca del cañón del arma del otro lo busca a uno, tratando de llegar primero y definir la balanza a su favor más allá de las razones, de la justicia. Tal vez ese momento no pertenece a la justicia o a la razón o a la equidad. Quién sabe. El cuerpo buscando reparo y los disparos que ya resuenan en el aire, y aún con la convicción y el deseo de no ser uno el herido, seguir disparando para que del otro lado no haya más disparos. Desear estar en otro lado o no desearlo. Tal vez desear estar en esa situación por la adrenalina, por la detención en el tiempo o tal vez porque hay una intuición de justicia o de caballero cruzado en ese instante límite.

Quizás realmente no hay otro enfrente disparando. Tal vez es uno mismo disparando a sus propios fantasmas, rutinas, miedos, falta de convicciones, y el otro enfrente haciendo lo mismo, tal vez también disparándose a sí mismo, a sus propias impotencias, desventuras, frustraciones. Y los dos contendientes, en definitiva, intercambiando atenciones, en esa ocasión cumbre, no buscada, o sí, no deseada, o sí, en que los hombres tratan de probar cosas en nombre de sí mismos, la justicia, las instituciones, las marginaciones. Y las cápsulas vuelan vacías de las pistolas, y en ese momento, porque todo pertenece a ese momento, sentirse único, irrepetible. En ese instante odiado y tal vez íntimamente deseado. Tratando a la fuerza por ambas partes de descorrer un velo misterioso atrás del que se encuentran algunas respuestas, o no, al hecho de seguir vivos, o al hecho de terminar muertos. Tal vez sobrevivir a esa tormenta terminal, definitiva, ¿quién lo puede decir?

Generalmente no hay mucho tiempo para pensar en la profesión de ninguno, porque la vida empuja como una catarata en la cual uno permanentemente está cayendo sin llegar nunca al fondo. Sólo hay tiempo para actuar, más o menos acertadamente y acudir al disparo instintivo lo mejor posible, lo más entrenado posible. Y el otro también, cualquiera sea la razón de cada lado, todos acuden al disparo instintivo. Las cápsulas vacías, que parecen caer en cámara lenta, rebotan contra el piso y se desparraman como bellotas caídas de un árbol distinto, un árbol de fuego, con frutos color fuego, bellotas que no se traducirán en semillas que se enterrarán en tierra fértil, sino que permanecerán eternamente en la superficie, a la vista, como una conciencia presente y que reprocha y siempre será así.

Luego de terminado todo, empezar a comprobar el propio cuerpo, determinar si se está herido, porque los impactos no duelen en el momento, no duelen. Solamente sobreviene una creciente debilidad, una pérdida gradual de conciencia, dependiendo del lugar del impacto. Y del otro lado tratar de ver qué pasó con desesperación, con asombro, tratar de vislumbrar la realidad del otro lado, que tal vez alcanzó a huir o está en el suelo frente a nosotros entre las cápsulas semillas. Es la parte en que la pistola vuelve a la funda o al piso, depende. Si fuimos heridos, ya en la camilla la misma rutina, el médico, el gusto a sangre en la boca, mezclado con la pólvora, el hospital, la antitetánica, los antibióticos. El médico que habla y dice como un veredicto condescendiente:

Es operable, el proyectil entró y salió limpio, no tocó órgano ni huesos. Luego, en la cama inmensamente blanca como una página en blanco, fumando un cigarrillo a escondidas bajo la mirada de la enfermera acostumbrada a ver todo, que nos sonríe casi complacida por nuestra transgresión. El suero gotea y arde en la vena, como una realidad nueva que entra de a poco en nuestra realidad inmediata de remedios, dolores e interrogantes. Por la ventana, el día y la vida desarrollan sus estrategias ajenas a todo. Tal vez la vida nos protege con su actitud indiferente a los dramas particulares, nos insta a seguir, como a esos chicos que lloran cuando se golpean solamente si los padres los miran, si no se las aguantan y siguen adelante.
Juanete
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