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Asedio del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza
El Asedio al Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza fue un episodio de la Guerra Civil Española que realizaron las tropas republicanas a un grupo de Guardias Civiles que se refugiaban en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza en Andújar, Jaén. El asedio duró un total de nueve meses.
El Santuario de la Santísima Virgen de la Cabeza, patrona de Andújar por bula del Papa San Pío X el 18 de marzo de 1909 y de la Diócesis de Jaén por bula del Papa Juan XXIII el 27 de noviembre de 1959, es un santuario ubicado a 32 km de Andújar (Jaén).
Julio - septiembre de 1936
En la provincia de Jaén el Alzamiento Nacional fracasó. Al igual que en otros lugares de España, la Guardia Civil era vista por los sectores afines a la república, en el mejor de los casos, como un estamento en el que no se podía tener mucha confianza, por lo que fueron obligados a entregar las armas a los sindicatos de izquierda. Algunos desobedecieron debido a los frecuentes asesinatos y ejecuciones de militares y religiosos en la provincia de Jaén, por lo que el diputado socialista Alejandro Peris instó a la muchedumbre a asaltar los cuarteles que no habían entregado las armas. Eso provocó enfrentamientos entre ambas partes en toda la provincia.[2]
El 18 de agosto de 1936 se refugiaron en un palacete en la finca de Lugar Nuevo, a orillas del río Jándula, 165 guardias civiles y 15 paisanos con sus familias, en total unas 1.200 personas. Días más tarde todos ellos se hicieron fuertes en el santuario junto con los que ya se habían guarecido allí; además del propio santuario existían casas cercanas en propiedad de cofradías. 165 miembros de la benemérita, 44 paisanos y 4 sacerdotes católicos, junto con sus familiares, en total unas 1.200 personas, se guarecieron allí.[1]
La situación empezó con total normalidad, ya que las tropas al mando de Carbonell bajaban y subían a Andújar, para abastecerse de provisiones y para recibir atención médica. Pero al llegar el Gobernador Civil y ser ignorado por el comandante Nofuentes los republicanos lanzaron bombas y octavillas para destrozar la moral de los defensores.[2]
En septiembre de 1936 la situación de los refugiados comenzó a agravarse, ya que los republicanos insistían para que dejasen las armas. Algunos eran partidarios de entregarse a las autoridades, mientras la mayoría era partidaría de seguir guarecidos. Una avioneta de los sublevados dejó caer mensajes de apoyo y ánimo para que siguiesen en el santuario, lo que conllevó a la decisión final, seguir refugiados y defendiendo el santuario.
El comandante jefe de la fuerza de guardias civiles y de más personal, que había en el Santuario, era el capitán de la Guardia Civil Santiago Cortés González. El comandante jefe del las milicias que asediaban al citado Santuario, era el capitán de la Guardia de Asalto y diputado a Cortes por el PSOE comandante Cartón, jefe de la 16.ª Brigada Mixta, también participó en el asalto, la XIV Brigada Internacional, aviones rusos, una sección de mortero y artillería pesada y 15 carros de combate T-26 rusos.
Uno de los más graves problemas fue la situación en la que vivían por la falta de víveres, ya que al principio se estimó que solo tardarían unas semanas o como mucho dos meses para llegar fuerzas nacionales en su auxilio y liberación, por lo que en más de una ocasión el Capitán Cortés tuvo que denegar la entrada de soldados y civiles que pretendían ayudarles a acabar con el sitio. Pudieron resistir esos ocho meses gracias a la ayuda que prestó Carlos Haya llevando víveres en 50 de las 157 ocasiones que les llevaron alimentos; además diseñó diversas formas de vuelo para no llamar la atención del enemigo y conseguir el objetivo de comunicarse con las zonas aisladas. Otro de los problemas fueron las deserciones, que aunque no fueron muchas se produjeron sobre todo en octubre del 36 y abril del 37.
A las cuatro y media de la madrugada del 1º de mayo, se inició el fuego de artillería sobre la posición. Hacia las seis comenzaron a movilizarse los tanques. El plan, expuesto por el teniente coronel Cordón, consistía, según sus palabras, en "un ataque frontal realizado por la casi totalidad de las fuerzas y medios con que podamos contar, y un ataque auxiliar demostrativo para fijar alguna fuerza a los sitiados". De este modo, parte de los efectivos se destinaron a atacar las secciones I, III y V con el fin de fijar los combatientes que había en ellas, mientras que los tanques avanzaron hasta la explanada donde se iniciaba la calzada para batir por la retaguardia la sección II y IV.
La noticia de la caída de la sección IV tras un duro enfrentamiento llegó al capitán Cortes mientras, fusil en mano, defendía los muros del destruido Santuario. Él como nadie sabía que la pérdida de esta posición era la antesala de la caída de todo el campamento, por lo que a partir de conocer esta noticia, adoptó una actitud desafiante ante el peligro, exponiéndose sobremanera al fuego enemigo. Parecía con su comportamiento que había decidido morir entre aquellos riscos. Y así prácticamente sucedió. En las primeras horas de la tarde, fue alcanzado por la metralla de una granada de artillería que lo herirá gravemente en el vientre. No satisfecho con ello, pedirá agua insistentemente a sus acompañantes para acelerar su muerte mientras las tropas republicanas tomaban las posiciones del recinto.
Una vez concentrados en la lonja del Santuario los combatientes, se procedió a la evacuación de todo el personal: las mujeres y los niños se mandaron concentrar en la explanada al pie del cerro, mientras que los combatientes fueron conducidos a la casa de peones camineros. Mientras que esperaban la evacuación, el alférez Carbonell contó los hombres ilesos: 42 combatientes.
A lo largo de la carretera se fueron situando las camillas de los heridos, para ser examinados por los médicos que establecían el orden de evacuación según su gravedad. En la primera ambulancia que se improvisó, se trasladó al capitán Cortés, dos milicianos y la hija del brigada Jiménez que llegó cadáver al hospital de sangre establecido en las Viñas de Peñallana. La ambulancia llegó a su destino hacia las 8 de la tarde, siendo interrogado el capitán y sometido durante la noche a una operación quirúrgica por el doctor Santos Laguna. Al día siguiente, 2 de mayo, poco después del mediodía, moría el capitán como consecuencia de sus heridas.