La Guerra del Asiento, también denominada
Guerra de la Oreja de Jenkins por influencia inglesa, fue un conflicto bélico que duró de 1739 a 1748, en el que se enfrentaron las flotas y tropas del Reino de Gran Bretaña y del Reino de España principalmente en el área del Caribe. Por el volumen de los medios utilizados por ambas partes, por la enormidad del escenario geográfico en el que se desarrolló, y por la magnitud de los planes estratégicos de España e Inglaterra, la Guerra del Asiento puede considerarse como una verdadera guerra moderna.1
A partir de 1742 la contienda se transformó en un episodio de la Guerra de Sucesión Austriaca, cuyo resultado en el teatro americano finalizaría con la derrota inglesa y el retorno al statu quo previo a la guerra. La acción más significativa de la guerra fue el Sitio de Cartagena de Indias de 1741, en el que fue derrotada una flota británica de 186 naves y casi 27.000 hombres a manos de una guarnición española compuesta por unos 3.500 hombres y 6 navíos de línea. La Historia no volvería a ver una batalla anfibia de tal magnitud hasta el Desembarco de Normandía, más de dos siglos después.
Durante la contienda, dada la enorme superioridad numérica y de medios de Inglaterra sobre España, resultó decisiva la extraordinaria eficacia de los servicios de inteligencia españoles, que consiguieron infiltrar agentes en la Corte londinense y en el cuartel general del Almirante Vernon. El plan general inglés así como el proyecto táctico de la toma de Cartagena de Indias fueron conocidos de antemano por la Corte española y por los mandos virreinales con tiempo suficiente para reaccionar y adelantarse a los británicos.2
El curioso nombre con el que es conocido este episodio en la historiografía inglesa, se debe al apresamiento por un buque español de un navío contrabandista inglés, capitaneado por el pirata inglés Robert Jenkins, en 1731. Según el testimonio de Jenkins, que compareció en la Cámara de los Comunes en 1738, como parte de una campaña belicista por parte de la oposición parlamentaria en contra del primer ministro Walpole, el capitán español, Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja a Jenkins al tiempo que le decía (según el testimonio del inglés) «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia, Jenkins denunció el caso con la oreja en la mano, y Walpole se vio obligado a regañadientes a declarar la guerra a España el 23 de octubre de 1739.
La conclusión de la Guerra de Sucesión Española, con el tratado de Utrecht no había supuesto únicamente el desmembramiento del patrimonio de la monarquía hispánica en Europa. Inglaterra, ya Gran Bretaña, aparte de haber evitado la creación de una potencia hegemónica en el continente europeo (con la combinación de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las posesiones de la última en el continente), había conseguido amplias concesiones comerciales en el imperio español en América. Así, aparte de la posesión de Gibraltar y Menorca (territorios reclamados porfiadamente por España durante todo el siglo XVIII), Gran Bretaña había obtenido el denominado «asiento de negros» (posibilidad de vender esclavos negros en la América hispana) durante treinta años y la concesión del «navío de permiso» (que permitía el comercio directo de Gran Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad), rompiendo así el monopolio para el comercio con la América española, restringido con anterioridad por la Corona a comerciantes provenientes de la España metropolitana. Ambos acuerdos comerciales estaban en manos de la Compañía de los Mares del Sur.
Sin embargo, el comercio directo de Gran Bretaña con la América española sería una fuente constante de roces entre ambas monarquías. Aparte de ello, existían otros motivos de conflicto: problemas fronterizos en América del Norte entre Florida (española) y Georgia (británica), quejas españolas por el establecimiento ilegal de cortadores de palo británicos en las costas del Caribe, reclamación constante de retrocesión de Gibraltar y Menorca por parte de España, el deseo británico de dominar los mares, algo difícil de conseguir ante la recuperación de la marina española y la rivalidad consiguiente entre Gran Bretaña y España, lo que ya había ocasionado previamente una corta guerra entre ambos países en 1719 en la que llegó a darse un fallido intento español de invadir Inglaterra.
Sin embargo, en el terreno comercial era donde los roces produjeron un incesante crecimiento de la tensión. España mantenía el monopolio comercial con sus colonias en América, con la única salvedad de las concesiones hechas a Gran Bretaña, relativas al navío de permiso y el comercio de esclavos.
Bajo las condiciones del Tratado de Sevilla (1729), los británicos habían acordado no comerciar con las colonias de la América española (aparte del navío de permiso), para lo cual acordaron permitir, a fin de verificar el cumplimiento del tratado, que navíos españoles interceptaran a los navíos británicos en aguas españolas para verificar su carga, lo que se conoció como «derecho de visita».
Sin embargo, las dificultades de abastecimiento de la América española propiciaron el surgimiento de un intenso comercio de contrabando en manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos. Ante tales hechos, la vigilancia española se incrementó, al tiempo que se fortificaban los puertos y se mejoraba el sistema de convoyes que servía de protección a la valiosa flota del tesoro que llegaba de América. De acuerdo con el «derecho de visita», los navíos españoles podrían interceptar cualquier barco británico y confiscar sus mercancías, ya que, a excepción del navío de permiso, todas las mercancías con destino a la América española eran, por definición, contrabando. De esta forma, no sólo navíos reales, sino otros navíos españoles en manos privadas, con concesión de la corona y conocidos como guarda costas, podían abordar los navíos británicos y confiscar sus mercancías. Tales actividades eran, sin embargo, calificadas de piratería por el gobierno de Londres.
Aparte del contrabando, seguía habiendo barcos británicos dedicados a la piratería. Buena parte del continuo hostigamiento de la Flota de Indias recaía sobre la tradicional acción de corsarios ingleses en el Mar Caribe, que se remontaba a los tiempos de Francis Drake. Las cifras de barcos capturados por ambos bandos difieren enormemente y son por tanto muy difíciles de determinar: hasta septiembre de 1741 los ingleses hablan de 231 buques españoles capturados frente a 331 barcos británicos abordados por los españoles; según éstos, las cifras respectivas serían de sólo 25 frente a 186. En cualquier caso, es de notar que para entonces los abordajes españoles con éxito seguían siendo más frecuentes que los británicos.
Entre 1727 y 1732, transcurrió un periodo especialmente tenso en las relaciones bilaterales, al que siguió un periodo de distensión entre 1732 y 1737, gracias a los esfuerzos en tal sentido del primer ministro británico —whig—, sir Robert Walpole y del Ministerio de Marina español, a lo que se unió la colaboración entre ambos países en la Guerra de Sucesión de Polonia. No obstante, los problemas siguieron sin resolverse, con el consiguiente incremento de la irritación en la opinión pública británica (en la primera mitad del siglo XVIII empieza a consolidarse el sistema parlamentario británico, con la aparición de los primeros periódicos). La oposición a Walpole (no solo tories, sino también un número significativo de whigs descontentos) aprovechó este hecho para acosar a Walpole (conocedor del balance de fuerzas y, por lo tanto, contrario a la guerra con España), comenzando una campaña a favor de la guerra. En este contexto se produjo la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes en 1738, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731 por un guarda costas español, confiscándose su carga. Según el testimonio de Jenkins, el capitán español,
Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja al tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia ante la cámara, Jenkins apoyó su testimonio mostrando la oreja amputada.
Tras arribar Vernon a la isla de Antigua a principios de octubre de 1739, envió tres navíos bajo mándo del capitán Thomas Waterhouse a interceptar las naves mercantes españolas que hacían la ruta entre La Guaira y Portobelo. Tras divisar Waterhouse varias naves mercantes de pequeño porte en el puerto de La Guaira, decidió atacar poniendo en práctica un plan muy rudimentario. Éste consistía simplemente en arriar la bandera inglesa de sus barcos e izar la bandera española, para entrar tranquilamente en el puerto y una vez en él tomar las naves mercantes y asaltar el fuerte. El gobernador de la zona, el brigadier don Gabriel José de Zuloaga había preparado las defensas del puerto de forma muy diligente, y las tropas españolas estaban bien comandadas por el capitán don Francisco Saucedo. Así, el 22 de octubre, Waterhouse entró en el puerto de La Guaira enarbolando sus navíos la bandera española. Los artilleros del puerto esperaron a que la flota inglesa estuviese a tiro, y llegado el momento abrieron fuego simultáneamente sobre los ingleses. Tras tres horas de intenso cañoneo, Waterhouse ordenó la retirada de sus maltrechos barcos, que hubieron de recalar en Jamaica para acometer reparaciones de urgencia. Como justificación de su derrota ante Vernon, Waterhouse alegó que la captura de unas pequeñas embarcaciones no hubiesen justificado la pérdida de sus hombres.
La segunda acción fue protagonizada por el almirante Edward Vernon, quien al mando de seis naves capturó y destruyó Puerto Bello (actual Portobelo, en Panamá), un centro de exportación de plata en el Virreinato de Nueva Granada en noviembre de 1739. En esta ocasión, el descuidado gobernador de la plaza, Francisco Javier de la Vega Retez no había actuado conforme a la situación de guerra inminente, siendo la defensa muy deficiente. Vernon ordenó respetar las haciendas de los civiles, en previsión de una buena relación con la población cuando Inglaterra sustituyese a España como poder regional. A pesar de que el botín conseguido tan sólo ascendía a unos 10.000 pesos destinados a la paga de la guarnición española, el éxito fue enormemente magnificado por la naciente prensa inglesa, la cual publicó toda clase de sátiras sobre las fuerzas españolas al tiempo que lanzaba vítores a Vernon. Durante una cena en honor a éste a la que asistió el rey Jorge II de Inglaterra, en 1740, se presentó un nuevo himno creado para conmemorar la victoria, que no es otro que el actual himno nacional británico God Save the King. Un vestigio de estas celebraciones puede aún encontrarse en el mapa de la ciudad de Londres: la conocida calle de Portobello Road, aunque urbanizada en la segunda mitad del siglo XIX, deriva su nombre de una granja situada anteriormente en el lugar, y denominada Portobello Farm en conmemoración de esta batalla.
Primer ataque a Cartagena de Indias (13-20 de marzo de 1740)
Tras el éxito de Portobelo, Vernon decidió probar suerte con Cartagena de Indias, considerada tanto por él como por el gobernador de Jamaica Edward Trelawny un objetivo prioritario. Desde su llegada al Caribe, los ingleses habían intentado por todos los medios conocer el estado de las defensas de Cartagena sin conseguirlo. Incluso en octubre de 1739 Vernon había enviado a su primer Teniente Percival junto con dos españoles a bordo del buque Fraternity, con la excusa de hacer entregar una carta a don Blas de Lezo y otra al que en aquel momento era el gobernador de Cartagena, don Pedro Hidalgo. Percival aprovecharía para hacer un estudio pormenorizado de las defensas españolas, pero esto no fue posible porque como era previsible, Hidalgo prohibió la entrada del Fraternity en el puerto. Así pues, de nuevo con el objetivo de tantear las defensas españolas de aquella plaza, el 7 de marzo de 1740 Vernon partió de Port Royal al mando de dos brulotes, tres bombardas y un paquebote, llegando a aguas de Cartagena el 13 de marzo. Inmediatamente desembarcaron varios hombres con el objetivo de estudiar desde tierra la disposición de los fuertes, y el grueso de la flota fondeó en Playa Grande, al oeste de Cartagena. Tras no observarse ninguna reacción por parte de los españoles, el día 18 Vernon ordenó a sus tres bombardas abrir fuego sobre la ciudad, con la intención de provocar una respuesta que le permitiese hacerse una idea de la capacidad defensiva de los españoles. Pero Lezo conocía las motivaciones de Vernon, y dicha respuesta no llegó a producirse. El veterano marino español simplemente ordenó desmontar algunas baterías de sus barcos para formar baterías en tierra con las que cubrirlos. Los ingleses llevaron a cabo un intento de desembarco de unos 400 soldados que fue rechazado sin problemas por la guarnición española. Tras tres días de bombardeo inglés, en los que 350 bombas destruyeron parcialmente la catedral, el colegio de los jesuitas y varios edificios civiles, Vernon asumió la situación de punto muerto en la que se encontraba y ordenó la retirada el día 21, dejando a los navíos Windsord Castle y Greenwich en las proximidades con la misión de interceptar cualquier nave española que se aproximase. En opinión de Vernon, la misión había sido un éxito.
Tras la destrucción de Portobelo en noviembre del año anterior, Vernon se dispuso a eliminar el último bastión español en la zona, atacando la fortaleza de San Lorenzo el Real del Chagres, situada a orillas del río Chagres y en las proximidades de Portobelo. Esta fortaleza era base de barcos guardacostas españoles, y estaba defendida por tan sólo cuatro cañones y una treintena de soldados al mando del capitán de infantería don Juan Carlos Gutiérrez Cevallos.
A las 3 de la tarde del 22 de marzo de 1740, una escuadra inglesa compuesta por los navíos Strafford, Norwich, Falmouth y Princess Louisa, la fragata Diamond, las bombardas Alderney, Terrible y Cumberland, los brulotes Success y Eleanor, y los transportes Goodly y Pompey, bajo mando del propio Vernon, comenzaba a cañonear la fortaleza española. Ante la abrumadora superioridad de las fuerzas inglesas, el capitán Cevallos rindió el castillo el 24 de marzo, tras resistir dos días.
Siguiendo la estrategia aplicada en Portobelo, los británicos destruyeron entonces el castillo, y se apoderaron de su artillería y de dos balandras guardacostas españolas, para partir después hacia el punto de reunión de las fuerzas inglesas en el propio Portobelo.
Mientras los ingleses mantenían sus fuerzas repartidas en el Caribe entre Portobelo y Cartagena, se producía en España un hecho que tendría un valor determinante con posterioridad: partían del puerto gallego de Ferrol los navíos Galicia y San Carlos transportando al Teniente General de los Reales Ejércitos don Sebastián de Eslava y Lazaga que sustituiría a don Pedro Hidalgo como gobernador de Cartagena de Indias. Tras tener Vernon noticia de esto, envió inmediatamente a cuatro navíos de su flota a interceptar los buques españoles, consiguiendo éstos finalmente burlar la vigilancia inglesa y entrar en el puerto de Cartagena el 21 de abril de 1740, desembarcando allí al nuevo gobernador y a varias centenas de valiosísimos soldados veteranos.3
Segundo ataque a Cartagena de Indias (3 de mayo de 1740) Tras el tanteo al que habían sido sometidas las defensas de Cartagena por parte de las fuerzas británicas en el mes de marzo, Vernon decidió regresar al mando de 13 buques de guerra y una bombarda con intención de tomar la plaza. Para sorpresa del almirante inglés, esta vez Lezo decidió desplegar los 6 navíos de línea con los que contaba de modo tal que la flota inglesa quedó atrapada entre un campo de tiros cortos y tiros largos. Ante la posición enormemente desventajosa en la que se vieron los ingleses, Vernon ordenó la retirada no sin antes haber arrojado unas 300 bombas sobre la ciudad. Vernon, una vez más sostuvo que el ataque inglés no era más que una maniobra de tanteo, si bien la consecuencia principal de su acción fue poner sobre aviso a los españoles.
Tercer ataque a cartagena de indias (13 de marzo-20 de mayo de 1741)La extrema facilidad con que los ingleses destruyeron Puerto Bello (que no recuperaría su importancia portuaria hasta la construcción del Canal de Panamá) condujo a un cambio en los planes británicos. En lugar de concentrar su siguiente ataque sobre La Habana con la intención de conquistar Cuba, como se había previsto, Vernon partiría otra vez hacia Nueva Granada para atacar Cartagena de Indias, puerto principal del Virreinato y punto de partida principal de la Flota de Indias hacia la Península Ibérica. Los británicos reunieron entonces en Jamaica la mayor flota vista hasta entonces, compuesta por 186 naves (60 más que la famosa Gran Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de 27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros esclavos de Jamaica y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington, hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos.
La difícil tarea de defender la plaza corrió a cargo del veterano marino Blas de Lezo, curtido en numerosas batallas navales de la Guerra de Sucesión Española en Europa y varios enfrentamientos con los piratas en el Mar Caribe y Argelia. Apenas contaba con la ayuda de Melchor de Navarrete y Carlos Desnaux, una flotilla de seis naves (la nao capitana Galicia más los buques San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador) y una fuerza de 3.000 hombres entre soldados y milicia urbana a la que se unieron 600 arqueros indios del interior.
Vernon ordenó bloquear el puerto el 13 de marzo de 1741, al tiempo que desembarcaba un contingente de tropas y artillería destinado a tomar el Fuerte de San Luis de Bocachica a pocos metros de donde hoy se encuentra el Fuerte de San Fernando de Bocachica, contra el que abrieron fuego de forma simultánea las naves británicas a razón de 62 cañonazos por hora. Lezo dirigió cuatro de las naves en ayuda de los 500 soldados que defendían la posición con Desnaux a la cabeza, pero los españoles hubieron de retirarse finalmente hacia la ciudad, que ya estaba comenzando a ser evacuada por la población civil. Tras abandonar también el castillo de Bocagrande, los españoles se reunieron en la castillo San Felipe de Barajas mientras los virginianos de Washington se desplegaban en la cercana colina de La Popa para tomar posiciones. Fue entonces cuando Edward Vernon cometió el error de dar la victoria por conseguida y mandó un correo a Jamaica comunicando que había conseguido tomar la ciudad. El informe se reenvió más tarde a Londres, donde las celebraciones alcanzaron cotas aún mayores que las realizadas por Portobelo, llegando a acuñarse medallas conmemorativas en las que aparecía Blas de Lezo arrodillándose ante Vernon ([1]). Por aquel entonces Lezo era tuerto, cojo y tenía una mano impedida debido a diferentes heridas sufridas años atrás (era conocido como Mediohombre), pero ninguna de estas taras se reflejó en las medallas con el fin de que no se tuviese la idea de haber derrotado a un enemigo débil.
Pero para desgracia de Vernon, lo que estaba por llegar no era la tan esperada victoria británica. La noche del 19 de abril se produjo un asalto a San Felipe que se juzgaba definitivo, llevado a cargo por tres columnas de granaderos apoyados por los jamaicanos y varias compañías británicas, convenientemente ayudados por la oscuridad y el constante bombardeo procedente de los buques. Al llegar se encontraron con que Blas de Lezo había hecho excavar fosos al pie de las murallas por lo que las escalas eran demasiado cortas, de tal manera que no podían atacar ni huir debido al peso del equipo. Aprovechando esto, los españoles abrieron fuego contra los británicos, produciéndose una carnicería sin precedentes. Al amanecer, los defensores abandonaron sus posiciones y cargaron contra los asaltantes a la bayoneta, masacrando a la mayoría y haciendo huir a los que quedaban hacia los barcos. A pesar de los constantes bombardeos y el hundimiento de la pequeña flota española (la mayoría por el propio Lezo, para bloquear la bocana del puerto), los defensores se las ingeniaron para impedir desembarcar al resto de las tropas inglesas, que se vieron obligadas a permanecer en los barcos durante un mes más sin provisiones suficientes. El 9 de mayo, con la infantería prácticamente destruida por el hambre, las enfermedades y los combates, Vernon se vio obligado a levantar el asedio y volver a Jamaica. Seis mil británicos murieron frente a menos de mil muertos españoles, dejando algunos barcos ingleses tan vacíos que fue preciso hundirlos por falta de marinería. La mayor operación de la Royal Navy hasta el momento se saldaba también como la mayor derrota de su historia
Vernon trató de paliar este gran fracaso atacando a los españoles en la bahía de Guantánamo en Cuba y luego, el 5 de marzo de 1742 y con la ayuda de refuerzos llegados desde Europa, en Panamá. Allí esperaba repetir el éxito de Portobelo y fue precisamente a este lugar adonde se dirigió. Sin embargo, los españoles abandonaron la plaza (que seguía destruida) y se replegaron hacia la ciudad de Panamá, desbaratando el posterior intento británico de desembarcar y plantar batalla en tierra. Vernon se vio obligado finalmente a regresar a Inglaterra, donde comunicó que el triunfo del que había informado previamente no existía. Esto causó tal vergüenza a Jorge II que el propio rey prohibió escribir sobre el asunto a sus historiadores.