Concha Espina (Santander, 1877-Madrid, 1955) se inicia precozmente en el oficio de escritora, publicando sus primeras poesías a los 14 años. Tras contraer matrimonio emigra a Chile, donde escribe crónicas periodísticas. En 1898 regresa a España, convirtiéndose en una autora popular. A lo largo de su vida profesional acumula buen número de galardones, entre otros, el "Premio Fastenrath de la Real Academia Española", "Miembro de Honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York" (1938), o la "Medalla del Trabajo" (1950). Además es propuesta, en dos ocasiones, para ingresar en la Real Academia de la Lengua (1928 y 1941), e incluso para el "Premio Nobel". Fue autora de más de medio centenar de obras -artículos, ensayos, obras de teatro, poesía y novelas-. Reseñamos las siguientes: La esfinge maragata (1914), ambientada en el mundo rural leonés; El metal de los muertos (1920), narración de una huelga en las minas de Riotinto; Retaguardia (1937) y Las alas invencibles (1938), escritas ambas durante la Guerra Civil en favor de las tropas franquistas; y Princesas del Martirio (1941), que ahora nos ocupa. Varias de ellas fueron traducidas al inglés, al alemán, al italiano, al sueco, al polaco, al ruso y al francés.
La edición de Princesas del Martirio,13 que ha llegado a nuestras manos, es la publicada en 1941 por la Editorial Afrodisio Aguado de Madrid. Se trata de un volumen de 174 páginas, en palabras de su autora, "asequible al público lector [...], y de modesta envoltura", es decir, un libro divulgativo, que pudiese atraer y llegar a muchos lectores; puesto que, un año antes, había aparecido en Barcelona una primera "exquisita y breve edición numerada [...]" de la que únicamente se habían hecho 575 ejemplares, característica que lo convertía en excesivamente selectiva.
Se inicia la obra con un prólogo titulado "Tragedia, fortuna y brindis como lema de este libro" en el que Concha Espina explica el método seguido para la recopilación de datos: "declaraciones sumariales de un Juzgado eventual castrense establecido en León [.], informaciones del Secretario de la Cruz Roja en la Asamblea astorgana [.], de un destacado falangista [.]", así como del conocido "General don Vicente Lafuente"; informaciones que posteriormente le permitirían reconstruir la historia. Siguen a éste un total de cinco capítulos: "Camino Primero" [...] y "Camino Final", cada uno de ellos dividido a su vez en diferentes apartados, algunos de nombre tan significativo como "Corazones y Banderas", "La hora del Señor", "Responso", "Oración"[...]. El inicio y final de cada apartado se ilustran con pequeños dibujos alusivos al contenido, al igual que la cubierta en la que aparece uno sencillo del rostro de las tres enfermeras.
Tras una breve introducción se presenta a las protagonistas, Olga, Pilar y Octavia, nacidas en la ciudad leonesa de Astorga, "tierra matriarcal de acendradas raíces españolas", que movidas por "un bravo empuje de heroicidad y de amor", parten, en pleno conflicto bélico -8 de octubre del año 1936- hacia el Puerto de Somiedo, en la colindante tierra asturiana, donde la Cruz Roja había habilitado un hospital "para los fieles nacionales". Allí, "con valentía indomable", y gracias "al lazo indisoluble de las creencias y las devociones", ejercerán su profesión de "enfermeras voluntarias". El lugar elegido se encuentra situado en el límite de dos provincias, "la de León, llena de fe en Cristo; la otra de Asturias, envenenada por los enemigos de Dios, enemigos también de la Humanidad". La "casucha" en la que van a asistir a los desvalidos "se alumbra con voces femeninas, y se conforta y rejuvenece mediante la cuidadosa asistencia de las muchachas". En aquel marco las tres jóvenes, "guapas, elegantes, de primera", tendrán que sembrar "consuelos, esperanzas y risas" entre las víctimas de la guerra. Pero, de improvisto, en la noche del martes 27 de octubre de 1936, "el sagrado templo de la Cruz Roja" sufre el asalto de un grupo de milicianos republicanos.
En un primer momento, a las tres enfermeras se les presenta la posibilidad de poder huir de "la garra diabólica de los malhechores", si bien optan por "sacrificarse, morir y resucitar entre los mártires del Señor", en vez de abandonar a sus compañeros heridos. Dos falangistas deciden quedarse en el lugar con las chicas, obedeciendo de igual manera "a su propia conciencia dentro del estilo religioso y viril de la Falange azul, seguros de perecer entre los escombros del edificio, luego de asistir, pávidamente, al asesinato de los heridos". En esos primeros momentos las tres enfermeras atienden a sus "amigos dolientes", les animan, les exhortan "a esperar en Dios", y se despiden de ellos "para otra vida interminable y feliz". Después del asedio, el refugio "queda hecho una criba de balazos", y pocas personas logran salvarse.
Finalmente los asaltantes, "hijos de la nada, producto del anarquismo", se llevan como prisioneros a los supervivientes, entre los que se encuentran las tres protagonistas. Tras dividir al grupo, conducen a las tres enfermeras y a los dos falangistas hasta Pola de Somiedo, pasando allí la noche del 28. Al día siguiente, los cinco prisioneros son conducidos a las afueras del pueblo, al "prado del Palacio". Primero son tiroteados sus compañeros, mientras a ellas les brindan la oportunidad de salvar sus vidas si alzan un grito a favor de la revolución rusa. Pero rechazan la oferta, y tras invocar un "¡Viva Cristo Rey!, ¡Arriba España!", son fusiladas, enterrándose todos los cuerpos en una fosa común cavada en el lugar.
Una vez conocido el fatal desenlace, el sitio se "hizo fecundo en milagros, orto de públicas devociones", al tiempo que los actos de desagravio y homenaje se suceden en diversos puntos: en el número 8 de la Rue de Barouillère de París, lugar de nacimiento de Olga, se piensa en colocar, por mandado de "ciertas damas católicas, una lápida como recuerdo de aquel martirio". En Astorga, la tragedia se vive con intensidad, y en enero de 1938, la ciudad se viste de luto para recibir los restos de "las heroicas peregrinas de Somiedo".
La imagen enfermeraLa "enfermera ideal" presentada y descrita por Concha Espina en Princesas del Martirio es una mujer con un claro espíritu de caridad y amor al prójimo, que dedica y sacrifica su vida (y si existe peligro no importa, "así sabrá el mundo cómo trabajan y sufren en la guerra por Dios las jóvenes de España") asistiendo a los más desvalidos. Las descripciones que se hacen de las tres mujeres, jóvenes, solteras y de clase acomodada (Octavia Iglesias, "hija única"; Pilar Gullón, "sobrina nieta del relevante leonés que tantas veces fuera un buen ministro de Corona"; y Olga Monteserín, "nacida en París.de padre artista"), están repletas de calificativos muy femeninos y maternales ("excelencia bondadosa, tesoro inagotable de dulzura, algo de madrecita, cara perfecta, espíritu sereno, alegre, con una inmensa capacidad de ternura"), que en ocasiones rozan lo celestial ("vírgenes, mujeres de Santa Fe, beatitud indecible, en sus facciones el privilegio angelical, halo de santidad en la noble expresión"), todo ello en consonancia con los cánones que se estilaban por aquel entonces9 y con los patrones culturales del "nacional-catolicismo".
La importancia que el modelo religioso tiene para la autora se hace perceptible en las continuas alusiones a parábolas bíblicas: Octavia pide agua y la reparte entre sus compañeras, "recordándoles, acaso a la bella mujer de Samaria que diera de beber a Jesús"; los asaltantes echan a suertes el vestuario de las tres enfermeras -una capa azul- "como la túnica sacerdotal de Jesús Redentor"; o cuando éstos ordenan a las enfermeras que elijan al verdugo que va a matarlas, ellas callan, recordando así al "mutismo del Nazareno ante la insolencia de los lapidarios sacrílegos, aquel ¡adivina quien te hirió! al que Jesús no quiso contestar". La labor que desempeñan las enfermeras está enmarcada por el culto a lo divino: "Octavia reza; les exhortan -a los soldados nacionales- a esperar en Dios"; Olga comunica a los soldados que van "a morir y enseguida resucitar entre los mártires del Señor", no temen a la muerte pues la miran "con el heroísmo cristiano de la fe".
Tampoco faltan frases en las que se funden las exclamaciones de contenido religioso y las de carácter político-patriótico. Y así tres enfermeras mueren repitiendo en el potro del tormento "¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba España!".