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Humberto escribió:Reprendí hace años a una gitana por la eterna cuestión de que había estado tratando de «hurtar» en un supermercado. Ya sabéis: el dueño no quiere denunciar; ella no tiene efectos encima porque, previsoramente, los ha devuelto antes de llegar nosotros; nadie ha visto nada ni quiere saber nada, y demás detalles de la eterna película de siempre. El caso es que una vez allí a los abnegados defensores de la ley sólo nos queda el recurso de, al menos, afearle esa conducta delictiva -que como tal tenemos muy jodido de probar, y que ellos o niegan rotundamente, como era el caso, o pretextan que «es por necesidad»-, y tratar de meterle un poco de miedo para que no sigan tratando de hacerlo («No en mi turno»). El caso es que la gitana era necia y testaruda como una mula segoviana, y no tragaba con la «bronca» que yo le echaba. Me tuve casi que enfadar cuando quiso llevar el asunto por la cuestión del racismo. Viendo que no podía con ella me salió la vena irónica. Un show. La cosa se fue tornando en cachondeo español. Total, que al final, cómo no, me acabó soltando una maldición.
-¡Así te entre lo que le entró a mi abuela, payo!
Me quedé un rato pensando y, no tanto por saber si era una amenaza como porque la curiosidad me pudo, le pregunté:
-¿Y qué le entró a tu abuela?
-¡La Porra de mi abuelo!
Un saludo
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Humberto escribió:Pues toma, para solazarte hasta que ese momento llegue, unas pocas historias más:
EL INCUNABLE que ya habrás leído.
EL BRINDIS que también anda por aquí en este mismo hilo.
EL INCENDIO
DIÁLOGOS CON EL CAIMÁN
PEPE EL ECIJANO
UNA SEÑORA DE LAS DE ANTES
EL ÁNGEL CUSTODIO Y LA SERPIENTE
A ÁNGEL TRAPERO
Alguno más habrá, pero no sé ahora cómo buscarlo.
Un saludo
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mamsat escribió:Esta no es del servicio diario pero cada vez que me acuerdo...
Estando en la academia de Avila nos toca hacer una practica con los vehiculos, total que a unos iluminaos solo se les ocurre situar el Z bajo la ventana del Comisario jefe de la Escuela, y empiezan a decir por la megafonia con intencion de hacer la gracia y pegarnos unas risas con el resto que estabamos a pie; " melones, hay que ricos melones, que los llevo baratos, melones..." le falto tiempo al comisario para salir por la ventana y enchufarselos.
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- «Paquito» en El Pardo, ¡pero si no sirve para nada! Ramón es el que tenía que estar ahí ¡Ese sí que valía!, ¡si los abre yo!
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Humberto escribió:¿Valen las antiguas? El padrino contó esta anécdota a su ahijado, mi padre, y éste me la contó a mí. Yo la escribo aquí como tal, y el lector se lo creerá o no según sea de escéptico.
«El padrísimo»
Año 1942. Crudo invierno. En una taberna del viejo Madrid un hombre habla solo. Se trata de uno de los bebedores habituales, un anciano de aspecto venerable que hoy está más ajerezado de la cuenta. Nadie lo conoce salvo de vista y por el nombre, puede ser que se llame o atienda por Nicolás. Ha entrado dando vaivenes y apenas se sostiene, por lo que para seguir vertical está, más que apoyado, agarrado a la barra del bar. El soliloquio que está repitiendo empieza a entenderse.
-Digo, ¡«Paquito» en El Pardo! -musita en voz baja-.
El tabernero se percata de lo que ha dicho, pero hace como que no lo oye.
El hombrecillo sube la voz y, esta vez, lo oyen todos.
- «Paquito» en El Pardo, ¡pero si no sirve para nada! Ramón es el que tenía que estar ahí ¡Ese sí que valía!, ¡si los abre yo!
La clientela se vuelve hacia el hombrecillo. «Ha llamado ‘Paquito’ al Caudillo», suelta uno al fondo. «Está insultando al ‘generalísimo’, advierte el otro». «Hay que hacer algo» resuelve alguno.
Si hubieran estado solos a lo mejor el tabernero no hubiera hecho nada, pero delante de toda esa gente lo mejor, por si acaso, era llamar a la policía no sea que luego alguien se chivara de él por no haberlo hecho y buscando, buscando, le encontraran algún pecadillo de juventud. Eran los tiempos en los que unos tenían que significarse y otros evitar hacerlo. Tiempos difíciles: Los vencedores quieren cosechar, los vencidos olvidar y ser olvidados, y, los más, vendimiar algo de la cosecha como sea, es decir, cambiando de chaqueta. Afuera hay una «causa general» pendiente y una España humeante y hambrienta que sueña con jamones, llena nada más que de ausencias y pérdidas, de silencios rotos por muchos gritos. Hay miedo.
El hombrecillo de mirada perdida seguía con su letanía injuriosa cuando una dotación de policía armada se presentó. Todos señalaron a Nicolás con el dedo. «Es aquel tío».
El cabo, ex combatiente, iba a preguntarle por lo que había estado diciendo del «Generalísimo» pero no hizo falta. Seguía repitiendo su letanía como si tal cosa, ajeno al uniforme que tenía delante y a la realidad. No daba crédito. Nunca nadie había osado decirle eso ante sus mismos bigotes. Era entrar él y hacerse el silencio. Esos comentarios eran de paredón.
-Vamos, ¡Andando, estás detenido! -y el cabo auxiliado por los otros tres policías soltaron, acto seguido, una serie de muy hispanas imprecaciones-.
Introducido a empellones en el vehículo fue conducido a la Puerta del Sol (D.G.S.). Por el camino iba diciendo: «¡Paquito en El Pardo!».
-Tú sigue, rojo canalla, que verás la que te espera.
Al llegar lo arrojaron en un banquillo con otros detenidos, donde se fue desplomando como un muñeco. Los inspectores que recibieron a aquel hombre de vida disoluta, no tardaron en sacar su ficha del recién creado DNI: Don Nicolás FRANCO SALGADO-ARAUJO, Intendente General de la Armada jubilado. Todos los presentes se quedaron de piedra cuando el agente de 2ª lo leyó, menos el interfecto que estaba ya durmiendo la mona. Acababan de detener, de forma expeditiva, al padre de Franco, el jefe del estado, Su Excelencia El Generalísimo. Por Dios Santo y todos los ángeles. Lo mismo un dudoso amanecer de estos se encontraban todos ante un pelotón. Carreras y prisas.
Inmediatamente, tras deliberarlo un rato y con más miedo que vergüenza, se contactó con El Pardo para consulta y espera de instrucciones. La orden recibida:
-Llévenlo a casa y procuren que no salga de allí en ese estado. Y de lo actuado me den cumplida cuenta a la mayor brevedad, y con la mayor de las discreciones (Saludo al uso: Arriba España).
Con tanta rapidez como amabilidad dejaron a aquel hombrecillo en su domicilio, dentro de su cama. Cuentan que cuando ya se iban, dando reverencias y taconazos, don Nicolás se volvió e insistió:
-Digo, ¡«Paquito» en El Pardo!
© Humberto
Un saludo
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