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Buceando por lo escrito hace tiempo en este foro, que parece perdido, pero que se mantiene archivado y cuya lectura a mí, aparte de gratificante, me resulta unas veces útil y otras, las más, muy divertida; me encontré con un forero que corregía a otro sobre la utilización de la locución adverbial “
en olor de multitud(es)” argumentando que debía decirse: en “
loor de multitud(es)”. Este forero por quien, además de sentir hondo respeto, profeso la mayor de las simpatías, él ya lo sabe, cometió lo que se denomina “error por ultracorrección”, porque
olor es, según el diccionario, el “
Efluvio de un cuerpo que impresiona el sentido del olfato”, lo que no aclara si ese efluvio es malo o bueno. Y lo que sí sucede es que, hace ya tiempo, tendemos a asociar "olor" con "mal olor" (pestilencia), y reservamos la voz "aroma" para el bueno. También se suele argumentar que una multitud huele mal ¿Por qué? En las Playas en las que hay multitud a lo que verdaderamente huele es a crema solar. O pensemos ¿Por qué no?, en una multitud rociada con perfume o en una multitud dentro de una piscina (oliendo a cloro) o… !Yo que sé¡ Intento referirme, poniendo ejemplos de excepciones, a que no, necesariamente, en todos los casos, una concentración de personas tenga que emanar hedentina.
José maría Romera dice: “Desde los primeros pasos del español se conocen construcciones formadas por «en olor de» junto con un sustantivo abstracto, para indicar cualidad, fama o reputación. La más conocida de todas es «en olor de santidad», aplicada sobre todo en el momento de morir a las personas que habían llevado una vida ejemplar. Aunque «multitud» sea nombre concreto, la fórmula obedece a ese mecanismo y no hay motivo para cambiarla”.
No son pocos los escritores y lingüistas que piensan como el forero, pero sometiéndonos al superior criterio de nuestra
RAE, que publicando el “
Diccionario Panhispánico de Dudas " vino, finalmente, a recoger la frase; deja claro que la acepta y, para explicar dudas, dice de ella:
-en olor de multitud(es). Locución adverbial que significa ‘con la admiración y la aclamación de muchas personas, en medio del fervor y el entusiasmo de mucha gente’: «Ese año, en abril, regresó de la cita de mandatarios hemisféricos de Punta del Este en olor de multitud» (Expreso [Perú] 9.7.97); «La Real Sociedad, a pesar de no lograr la Copa del Rey, fue recibida en olor de multitud a su llegada a la capital donostiarra» (País [Esp.] 2.4.88). A veces se usa con el plural expresivo multitudes: «Y, cuando la imagen reflejaba el paso del descapotable negro en olor de multitudes, decía: ¡Mírenlo, mírenlo! ¡Es como un faraón! ¡Es como un Dios!» (Aparicio César [Esp. 1981]). Su uso es bastante reciente y se origina por analogía con construcciones adverbiales formadas por en olor de + un sustantivo abstracto de cualidad. Estas construcciones existían ya en latín y los primeros testimonios en español proceden, precisamente, de traducciones medievales de la Biblia: «Andat en amor assí cuemo Christo nos amó, e diosse él mismo por nos, hostia e offrenda a Dios en olor de mansedumbre [lat.: in odorem suavitatis]» (Nuevo Testamento I-j-6 [Esp. 1260]). En ellas la palabra olor está usada en sentido metafórico, pues se entiende que la cualidad expresada se exhala como un aroma, lo que es indicio o prueba de su existencia. Este uso metafórico es frecuente en textos medievales y clásicos, y se refiere normalmente a virtudes, aunque ocasionalmente, también, a cualidades negativas: «La olor mansa de piadat de Nuestro Ssennor conorta los ssentidos del alma» (Alfonso X Setenario [Esp. 1252-70]); «Cuasi todos tus pasos y meneos tenían olor de soberbia, y todos iban vestidos de vanidad» (Granada Oración [Esp. 1554]). De aquí deriva su empleo con el sentido de ‘fama o reputación’, recogido en el Diccionario de Autoridades: «No dexó de difundirse en muchas partes el precioso olor de sus admirables perfecciones» (Torres Gregoria [Esp. 1738] 325); así pues, la construcción en olor de equivale a ‘con fama o reputación de’: «El mundo podrá tenerla a usted en olor de infalibilidad; yo, no» (Galdós Perfecta [Esp. 1876]); «Mata uno los [enemigos] que puede, y cae en olor de valentía» (Montalvo Catilinarias [Ec. 1880-82]). Especialmente frecuente era la construcción en olor de santidad —como complemento, casi siempre, del verbo morir—, en cuyo origen, además de la metáfora aludida, cabe suponer que influyó la creencia extendida de que el cuerpo incorruptible de los santos exhala realmente, en el momento de la muerte, un olor especial. Esta construcción sigue vigente en el español actual: «Muchos que en España vivían en olor de santidad, como el mercedario Blas de Ocampo, no más hubieron respirado el aire de Chile se vieron de tal modo transformados e irreconocibles que no cabía duda de que Satán era el que aquí dictaba la ley» (Labarca Butamalón [Chile 1994]); «Varios ecuatorianos de admirables virtudes, muertos en olor de santidad, iluminan con su apostolado social el siglo XIX» (Salvador Ecuador [Ec. 1994]). Por analogía con estas construcciones ha surgido en olor de multitud(es), que aunque presenta la particularidad de no estar formada con un sustantivo abstracto de cualidad, sino con el sustantivo concreto multitud(es), sí responde al sentido de ‘rodeado de, envuelto por’ que tiene en olor de en textos del siglo XX: «Inglaterra está ya en olor de melancolía por su pasado» (Miquelarena Inglaterra [Esp. 1951]); «“Nací —le contesté— en olor de diplomacia”. Efectivamente, desde los corredores luminosos de la infancia hasta los umbrales oscuros de la adolescencia, la parafernalia diplomática acompañó mi despertar al mundo» (Tiempo [Col.] 2.1.88); «Utilizando la comparación con la reestructuración en la Unión Soviética, podría decirse que mientras Mijail Gorbachov llegó al poder en olor de esperanza, Salinas llega en olor de escepticismo» (País [Esp.] 2.12.88).
Su uso, pues, puede considerarse aceptable. El hecho de que el sentido recto, no metafórico, de la palabra olor dé lugar a interpretaciones jocosas de la locución en olor de multitud(es) ha hecho que, en los últimos años, muchas personas sustituyan olor por loor, palabra que, por significar ‘elogio o alabanza’, encaja mejor para el hablante actual con el valor de la locución; pero se trata de una
ultracorrección que debe evitarse: «Llegó anoche a la capital en loor de multitudes, en medio del júbilo desaforado de una gente que le aclamaba como el libertador» (País [Esp.] 21.5.97); la construcción en loor de (‘en alabanza de’) es frecuente y correcta, pero va seguida siempre del sustantivo que expresa la persona o cosa a la que va dirigida la alabanza, no del sustantivo que expresa quién la realiza.
Mi admirado, el académico y profesor
Fernando Lázaro Carreter, (egregio donde los haya) criticó en sus “dardos” las dos expresiónes “en olor (y en loor) de multitud”:
«Parecido cruce de cables ha ocurrido en el caso de olor y loor, aunque, en este caso, no porque el primero fuera ininteligible, sino porque se entendía demasiado bien, y parecía contradictorio con lo que pretende significar. La locución fue creada sobre el modelo en olor de santidad, como ocurrencia de un inventor sin olfato, y aceptada por una legión de acatarrados incurables. Ahora se intentan corregir las sugerencias molestas mediante el loor, que hace mucho más fino (...) No resulta imposible que la exquisitez del loor acabe imponiéndose, pero no como restitución de algo que jamás existió, sino como puro invento. Es correcta su formación, pero tiene en contra lo inusual de ese sustantivo, marginal siempre en el idioma por sus resabios cultos».
Pero ¿Por qué no iba a ser lícita, cuando en la lengua ya había expresiones con esa estructura, en olor de más sustantivo? Lázaro también se opuso a
extrovertido por motivos etimológicos – según él “extro” no existía en latín, y el opuesto de introvertido debía ser, por tanto: extravertido-. Pero el uso manda, y extrovertido y en ‘olor de multitud’ ya están en el diccionario de la Real Academia. Y es que a la hora de establecer una norma no se debe contar sólo con lo etimológico, sino también con lo analógico, que es igualmente idiomático. Así, lo incorrecto puede dejar de serlo en cualquier momento, en muy poco tiempo, y viceversa, lo correcto puede pasar fácilmente a considerarse incorrecto.
Un saludo (siento la extensión).