por Humberto » Mar Nov 02, 2010 8:42 pm
Tu cita me ha hecho recordar otra, de la que creo que es heredera, y que decía así: «Hable bien. Sea patriota. No sea bárbaro. Es de cumplido caballero que usted hable nuestro idioma oficial, o sea, el castellano. Viva España y la disciplina de nuestro idioma cervantino». Por lo que he podido averiguar desde que se colgó en este mismo hilo, años ha, está fechada en el año 1942, en Galicia, y se escribió en un tiempo al que parece que volvemos, sólo que al revés. Si ayer era el español (castellano) el que a instancias estatales, sobre las cenizas de una guerra civil, arrinconaba a los otros idiomas regionales, desde un centralismo, para la creación de una identidad española que había sido herida por vientos independentistas y revolucionarios, hoy, en algunas autonomías, es él el arrinconado desde unos estados autonómicos, para mayor gloria de un soberanismo autonomista que se supo cercenado, castellanizado, y que renace con apetito de nación por la vía de los hechos consumados. He dicho. Y he dicho una tontería —con mucha ironía—.
Leo en estos días un artículo publicado en La Vanguardia titulado: El catalán, ni en los cementerios. En él se dice que la persecución del catalán (como lengua) fue «Implacable y sistemática». Este y otros artículos tienen todos ellos como característica principal que apabullan en citas pero escasean en explicaciones, y que sin más llevan a un solo razonamiento: se persiguió el catalán.
Bueno, no sólo eso les distingue sino también porque utilizan, a modo de ilustración, los adjetivos típicos que siempre tocan todo lo concerniente a la dictadura, como en su día el régimen usó los suyos. En sentido contrario los negacionistas también citan. Esa es la verdad. Por citar que no quede.
Curioso, cuando menos, es que puedan medir la intensidad de un aniquilamiento tal poniéndonos como ejemplo una foto de un cartel de un anís catalán llamado «patria», ¿le obligaron o se sintió obligado el industrial ? O es que se aprovechó sin más de la coyuntura. Tampoco es que haga falta decir que en una dictadura se prohíban ciertas cosas, para eso son y por eso se denominan así, distinto es que todo lo que pasó de forma —vamos a decir— «natural» lo achaquen también a esa prohibición oficial. A los españoles nos gusta añadir leña al fuego, qué duda cabe. Que un señor catalán nombrase su anís como ‘Patria’ (años 40), podemos suponer que no fuese tanto por cumplir con la supuesta legalidad del momento, que está lejos de probarse que fuese efectiva hasta este ese punto, sino por no significarse como contrario, o por significarse como afecto, buscando a la vez que congraciarse con el régimen, aprovecharse de paso, vamos: arrimar el ascua a su sardina. A cuento de esto me imagino que hoy en Cataluña podemos encontrar multitud de ejemplos de comerciantes que etiquetan sus productos lo más catalanes que les dé la gana hacerlo (sí, estoy pensado en cava) y hacen bien, ¡como si los quieren poner en chino mandarín! Son para ello muy dueños, y hasta que no tengan reparos en lo contario, y poner fonética andalusí si con ello aumentan las ventas en Andalucía. Cada uno sabrá cómo tiene que vender su producto (en EEUU se vendía el aceite español con nombres italianos, aprovechando su consolidación en el mercado de décadas, y ahorrándose el marketing). Y está bien que así sea. Libertad ante todo, aunque lo de «arrimarse» no sea muy ético. Otra cosa es que les multen en una autonomía por no hacerlo o se les subvencionase opíparamente para que se haga.
Acabada la guerra le metieron una multa de órdago al propietario de un restaurante por llamarlo —creo recordar que— «El Molins» en vez de «El Molino». Hoy también llegan noticias de multas a cuenta de lo contario. Pero hay una diferencia fundamental: Esto de hoy es una democracia y aquello una dictadura.
¿Se puede multar a alguien por no escribir un menú en catalán sin que suene a dictatorial y por muy oficial que éste sea? ¿Entonces por qué el revisionismo se empeña en ver la viga de la arbitrariedad ajena y no la paja propia? Sí que se hacen «vigas mentales» los políticos de éste país.
En todo caso, lo que se dice sobre el catalán durante el franquismo es tan rigurosamente exacto como que el castellano no está perseguido hoy en Cataluña y Baleares.
Sigamos. Durante la dictadura todo lo que no oliera a español era sospechoso. Como esto parecía ser así todo el mundo, pues, se cambió la chaqueta y arrimó el ascua a su sardina: fueron más papistas que el papa. Eso se nos da muy bien, es una costumbre muy española (de ahí viene: Vérsele a alguien el plumero).Todo se castellanizó, incluso el latín se castellanizó (se seguía una tendencia que venía de largo, interrumpida por la república y amplificada en sus efectos por la guerra). Se castellanizó hasta la historia: dejamos de ser romanos en origen para pasar a ser celtiberos, un pueblo que era una unidad destino universal pero... sin quitarnos la boina. No se puede negar que hubo muchos catalanohablantes que aceptaron con gusto el régimen franquista y colaboraron con él para callar el catalán. Sin conseguirlo, claro. Eso es como tratar de tapar la grieta de un dique con el dedo. Todo lo que no fuera español en esos años era sospechoso. Y las sospechas costaban disgustos, y el sospechosos de desafección no medraba. La represión franquista sobre el catalán estaba cantada, se «aceptó» como una de las formas de afección a ese régimen. No se puede negar la represión del catalán como hacen hoy los hagiógrafos catalanistas con ese proceso de ingeniería social llamado «inmersión lingüística», es cierto e innegable, pero hay que explicarlo, como también se explica la «inmersión» (Aunque que el presidente de Cataluña, de origen andaluz, le hable en el congreso al presidente del mismo, otro andaluz, con ayuda de un traductor profesional, como si fuese el caso de un dignatario extranjero, no tenga explicación).
Hoy todo el mundo afirmaría que el catalán estuvo prohibido entre 1939-1975 y se ha instalado la idea en la mayoría de los españoles de que ha habido un trato injusto y vejatorio para las lenguas minoritarias, debido a la intromisión «castellanista». Aunque la realidad sea otra, aunque la comunidad lingüística se haya conseguido, esencialmente, por necesidad e interés. Su capacidad para adaptarse al medio y el interés de hablarlo es lo que ha movido siempre a los idiomas. No existe un caso en sentido contrario salvo el que se ha producido en España en últimos estos años con las lenguas autonómicas que nacen al amparo de los estatutos y el afán nacionalista de hacer nación a partir de un idioma. En definitiva, otro tipo de interés: Interés compuesto. Va contra la lógica que se suplante el orden del los idiomas preferentes y, válgame la redundancia, se dé preferencia al particular por el general. Bien lo sabe Irlanda que no renuncia al inglés y nada más enseña el gaélico en los colegios, a fin de que no se pierda.
Hoy seguimos mirando a Europa, pero, en realidad, seguimos sin quitarnos la boina: la chapela, la barretina…añádanse cualesquiera otras prendas regionales.
Como filólogo aficionado -e inficionado por sus mieles- que soy y amante de la historia, diré que realmente lo que llama la atención no es que en 1940 dictasen instrucciones para que todos los funcionarios se expresaran en la lengua nacional (sic) so pena de multa sino lo hacían (no se sabe de nadie que fuera «recetado»), el funcionamiento de las autonomías había sido breve e intermitente aunque hoy nos parezca que eran 'históricas', de largo recorrido, sino que no hubiese dinero para dotar de gramáticas a los escolares. Franco, pese a haber dicho «la unidad nacional la queremos absoluta, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española», tenía verdadera despreocupación con el idioma. Lo que sí había era más interés por adoctrinar a la gente, por enseñar los principios del régimen que por enseñar gramática. La gramática es campo infértil para esas aventuras. De hecho, todas las medidas que se tomaron al respecto no obedecían tanto a un plan generalizado sino que obedecieron, más bien, a las propias autoridades locales y regionales, reconocidos catalanes muchos de ellos, que víctimas de sus propios odios ( y de, probablemente, injusticias padecidas) arremetieren contra su propia lengua y contra sus paisanos con la arbitrariedad propia y constante de los españoles resentidos en toda la nuestra triste y dilatada historia: las multas y sanciones por rotular los comercios en la ciudad de Barcelona o el caso de la 'guardia cívica' en Valencia, o el pasquín de Galicia referido, o el erróneo afán nacionalista de los docentes, como la práctica del anillo o del ramo.
Se pueden poner mil casos, y hasta un millón más si elevamos las anécdotas personales a la categoría de generalidad social. Pero tenemos que tener claro que hablamos de una posguerra y de una dictadura. Se quiere obviar que la cosa de la intensidad represiva nunca sería como al principio, cuando todavía estaban calientes las cosas, y a flor de piel los odios, que a partir de 1942 iría variando con el correr de los años hasta llegar a cotas de normalidad en los 50 y 60, para luego, en los setenta, volver ligeramente grupas tratando en sus estertores finales de no dar síntomas de debilidad (Vg. prohibirle cantar a Serrat en catalán). Me evito poner una ristra de citas de esto que apunto, como la demanda que se ganó por injurias al catalán vertidas en una editorial de La Vanguardia por su director, y tantos otros ejemplos que vienen a demostrar que no había una prohibición real, basada en legislación, sino que era «virtual» y que dependía del momento y del gobernador de turno, no siendo inmutable como parece decirse. Tanto daba prohibir la enseñanza del catalán donde no se enseñaba nada dado el desastre de organización escolar y el analfabetismo, que éste sí que era tradicional en España hasta fecha reciente.
¿Proscribió el franquismo la lengua catalana? La respuesta es sí y no. Prohibió, es cierto, su enseñanza. Sin perjuicio de que hubiera cátedras de catalán. Pero, lejos de procurar su desaparición, la lengua se mantuvo viva y pujante en la sociedad gracias a que levantó el veto a las publicaciones y a los certámenes literarios. Esto es innegable. Hasta el punto de que la lengua y la literatura catalanas conocieron durante el franquismo un auge considerable, que no sólo no fue reprimido, sino que en muchos casos contó con apoyo oficial (premio «sant Jordi» y premio Ciudad de Barcelona, «Premi d´Honor a les Lletres Catalanes», y los diversos «jocs florals»). No toleró el uso político del catalán, pero no dudo en apoyar el uso exclusivamente cultural del mismo. Se castigaba más en función de la persona que por el hecho en sí de lo que dijese o del idioma usado.
Por otro lado, se presenta como moderno esta idea de convertir España en un paraíso políglota cuando es la restauración lingüística de una España foral muy vieja, en la que el aislamiento era la principal causa de pervivencia y donde los movimientos hechos, entonces, para comunicar e igualar a los naturales tuvieron siempre difícil ejecución. Otra cosa es que se garantizase el bilingüismo efectivo de los alumnos y que se respetase la lengua materna como aquella primera en que aprenderemos la gramática para llegar a la otra u otras. Sabemos que va contra cierta lógica económica alterar la lengua preferente de un país, esto es, la general, en la que todos se entienden, y sustituir esa por la autonómica, por la llamada «particular», en la que lo hacen unos pocos, para cuestiones de enseñanza, medios de comunicación, relaciones lingüísticas entre las administraciones públicas y los ciudadanos e, incluso, relaciones lingüísticas entre particulares. Pero va. Cuesta, pero se paga: ‘no problem’. No deja la libre opción de los ciudadanos por una u otra, pero da igual, se legisla y ya está: cómo en tiempos. Como si los derechos recayeran en la lengua y no en los hablantes. Es más, se resuelve claramente a favor de una sola a la que llama y proclama, en el colmo, la «vehicular». A ‘vehicularizarse’, pues.
Un saludo